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viernes, 13 de noviembre de 2020

CENIZAS Y ROSAS de Charo Jiménez

Editorial: Triskel
Fecha publicación: Octubre, 2020
Precio: 17,00 €
Género: Narrativa
Nº Páginas: 254
Encuadernación: Rústica
ISBN: 97884122257403
[Puedes empezar a leer aquí;
también disponible en ebook]


Autora

Charo Jiménez nació en Sevilla en 1961. Recuerda su niñez como una etapa sorprendente en la que descubre, gracias a Andersen, Perrault, Rabindranath Tagore..., que los libros guardan sueños y secretos extraordinarios. Ya nunca abandonó su pasión por las letras.

Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y ha sido profesora durante muchos años. Por circunstancias ajenas a su voluntad se ve obligada a abandonar las aulas y, tras un periodo de adaptación en el que, como decía Ortega y Gasset, tiene que esforzarse en salvar sus circunstancias para salvarse ella, publica su primera novela Trampantojo (Triskel Ediciones, 2015). Dos años después cuenta la extraordinaria historia de Jánovas, un pueblo del Pirineo aragonés, en su novela Ara, como el río (Triskel Ediciones, 2017).

Cenizas y rosas, su trabajo más personal, trata temas tan delicados como la vejez, la muerte, el duelo y la superación del dolor desde una perspectiva sanadora, profunda y llena de luz.

Sinopsis

¿Cómo afrontaremos el final de nuestra vida? José Martín llega a sus últimos días rodeado de una cuidadora, con la que le cuesta entenderse, y de parte de su familia. El pasado y el presente se mezclan enturbiando la dañada mente de José, aunque en los breves fogonazos de consciencia aún se percata de todo el amor que le arropa, en especial de su hija Beatriz.

Charo Jiménez, con su acostumbrada delicadeza literaria, realiza en Cenizas y rosas una instantánea maravillosa a una realidad de la sociedad actual: el cuidado de nuestros mayores. La inmediatez del día a día y las interminables horas en el trabajo hacen que la longevidad de nuestros abuelos se haya convertido en un dilema en lugar de una bendición. ¿Cómo encararán las familias este nuevo reto del siglo XXI?

[Información tomada directamente del ejemplar]


Yo sabía que me iba a doler. Lo sabía desde aquel momento en el que Charo Jiménez me habló muy por encima sobre lo que estaba escribiendo. Lo sabía desde el instante en el que vi la ilustración de la cubierta. (¿Cómo no pensar en ti, papá?). Lo sabía desde esa tarde de principios de octubre, en la que Charo me entregó su libro y leí la dedicatoria.




Sí, yo sabía que leer este libro me iba a doler y, aun así, me lancé a la lectura. No se trataba de sufrir por sufrir, sino de compartir. Asomarse a otro pozo distinto con aguas igual de negras, donde uno puede verse reflejado.  En eso consiste a veces la literatura, en buscarse a uno mismo.

Como bien apunta la biografía de la autora, Cenizas y rosas nos habla de «la vejez, la muerte, el duelo y la superación del dolor», temas universales que, lamentablemente, nos llega a todos. Es muy difícil enfrentarse al deterioro y a la decrepitud de un ser querido. Y resulta triste, y a la vez sorprendente, comprobar cómo la vida se repliega sobre sí misma, convirtiéndonos de adulto en lo que ya fuimos de niños, unos seres indefensos y desvalidos. De todo esto habla Charo Jiménez en esta novela, y lo hace centrándose en dos familias. Por un lado, está Pepe y sus hijos (Beatriz, Cándido y Natalia). Pepe es un hombre mayor. Está viudo y posee un mundo propio, el que su enfermedad ha ido tejiendo dentro de su cabeza. A veces confunde tiempos. Cree vivir en otros muchos más felices, en los que aún podía sentir el calor de su esposa. Su mente le juega malas pasadas y, por suerte, no suele ser consciente de la preocupación que provoca en sus hijos. A Pepe lo cuida una mujer de origen extranjero, pero con frecuencia recibe la visita de sus hijos, especialmente la de Beatriz. Es ella la que está más pendiente de su padre. El tiempo pasa. Irremediablemente, los hechos se precipitarán en la única dirección posible. 

Por otro lado, tenemos a Juana, la que fue esposa de Silverio, la madre de Reme. Él era un borracho y un maltratador. Ella, una mujer de su casa, de esas que llevan el sufrimiento grabado en las arrugas de su rostro. El matrimonio perdió a una hija, y eso ha marcado a todos. Especialmente a Reme que, vencida por las circunstancias, cayó en un profundo hoyo, del que ha conseguido salir. Sin embargo, la infancia que vivió sigue estando ahí. Las desavenencias con sus padres, también. De Juana iremos sabiendo poco a poco. Era una mujer con sueños. Casi estuvo a punto de cumplir algunos. La vida puede ser muy cabrona.

Cenizas y rosas es la historia de Pepe y sus hijos, y también la de Juana y los suyos. Es la historia de los que se van, pero también de los que se quedan. He llorado mucho. Hay pasajes que me han arrancado amargas lágrimas, capítulos en los que he preferido abandonar porque apenas me llegaba el aire a los pulmones. El efecto que causa esta lectura variará de tus circunstancias personales, de las que vives en la actualidad, de las que has vivido recientemente. Todo depende de si tus heridas están cerradas o siguen sangrando. Pero no te asustes. Porque, aunque a mí me ha dejado tocada y hundida, Cenizas y rosas es bella, es hermosa. Esta novela es un canto al amor, a las relaciones paterno-filiales, al consuelo y a la esperanza. 

En cuanto a los personajes, todos te dan ese pellizquito en el corazón. Pepe es un hombre que enamora. Enamoran sus desvaríos, fruto de una enfermedad que lo consume. Enamora un intento de rebeldía, la última ilusión que siente. Y enamora el maravilloso acto de amor cuando su final se acerca. Es inevitable sentir ternura por este personaje, que nos recordará a nuestro abuelo, a nuestro padre, perdido en su retahíla mental. ¿Qué piensa una persona en su senilidad? (Quisiera saber lo que piensas, papá. Aunque te confieso que me da miedo). Y también sabrá arrancarnos una sonrisa con sus ocurrencias. Porque todo en él es pura paradoja. A su alrededor hay tristeza, pero él sonríe. Su llama se va a apando, pero él es un hombre lleno de luz. Consuela a los demás, cuando sería él quien debe recibir consuelo. 

Pero yo siento predilección por Beatriz. Hija que batalla, «tan miedosa y tan valiente a la vez»tirando del carro de su propia vida, mientras siente sobre su espalda el peso de un padre que emprende el camino de no retorno. Beatriz escribe. Asiste a talleres literarios en los que deja fluir su interior, para evadirse del mundo. 


«Dar rienda suelta a la imaginación, escribir sin ocuparme de cuestiones estéticas, volcar mis pensamientos y sentimientos de manera inconexa, irreflexiva tal vez, instintiva -seguro-, visceral -irremediablemente-». [pág. 25]


Beatriz no tuvo una adolescencia fácil. La veremos recordar a su madre aquejada de una dolencia silenciosa, que la dejaba postrada en la cama la mayor parte del tiempo. En esos años en los que hace tanta falta una madre, Beatriz no pudo contar con ella. Ahora la recuerda más que nunca. (Con los años, una se da cuenta que las madres hacen falta toda la vida). Ella y sus hermanos representan esos hijos que no soportan asistir al deterioro de sus padres, que no saben cómo asimilar el verlos vencidos, agotados, cansados de vivir. Enfrentarse a eso es doloroso y complicado, te hunde en el más profundo de los desánimos. Y tienes que obligarte a bracear hasta la superficie, para tomar una bocanada de aire fresco. Oxígeno. Respira. Llega el consuelo, cuando ella reconoce a su padre en sus propios gestos. (Yo también me muerdo el labio inferior cuando hago algún esfuerzo con las manos, papá)


«Viviremos. Mientras haya quien nos recuerde, nos añore, nos sueñe, viviremos».


Cenizas y rosas es pura verdad. Es un reflejo vivo de una realidad compleja. Es el dibujo de ese momento en la vida, tan difícil de tragar, cuando todo se rompe. Hasta las relaciones fraternales más sólidas terminan por agrietarse, cuando las obligaciones y las responsabilidades aumentan. Surgen entonces los reproches, las discusiones, un desahogo que hiere porque siempre hay uno más fuerte que otro, porque siempre hay uno más desgastado que otro, ese uno que termina por explotar y llevarse al resto por delante.

Me paro un momento a pensar. ¿Lo estoy contando bien? ¿Estoy transmitiendo de forma certera lo que ha sido esta lectura? Dudo. Dudo mucho. Leer ha sido como tragar virutas de cristal. Revisar mis notas me ha colocado de nuevo en el ojo del huracán. Pero releo porque a pesar del dolor, también hay belleza en estas páginas. Y llego de nuevo al núcleo duro, y ahí está otra vez ese nudo en la garganta que ni sube ni baja. Cinco líneas que son cinco estocadas, o ese «Que no daría yo», que hace sangrar a cualquiera.


«Estamos rotos por dentro, pero sabes qué, que entre tanto dolor había una belleza enorme y pura y quiero grabar a fuego en mi memoria cada sensación». [pág. 126]


En Cenizas y rosas hay mucho de Charo Jiménez. La he encontrado entre estas líneas. Su sensibilidad grita en cada página. Su emoción se libera. Retales de su vida se esconden. Pero ella siempre encuentra el aliento necesario para enfrentarse a sus propios fantasmas. Lo hace con la prosa, y también con el verso. Charo ha exprimido su corazón sobre estas páginas y nos ha hablado del duelo a su manera. No importa que otros lo hicieran antes.


«Nazareth, la profesora del taller, nos dice que todo está dicho, todo está escrito, pero no con nuestra voz, nuestras emociones y nuestras tripas. Y eso convierte nuestras palabras en algo especial y único». [pág. 26]


No. No lo estoy contando bien. No sé si hablaros de ese capítulo de la abuela Carmen, o de ese otro que nos muestra una carta balsámica, o de aquel en el que la luz se apagó. Cenizas y rosas me ha hecho pensar, medir mis propios actos, rebuscar entre mis emociones. He pensado mucho en mi madre. Más aún en mi padre. En un latigazo de dolor, recordé aquellas palabras que él me dijo cuando tenía unos veinte años: «Tú, no me defraudarás». Recuerdo que al escucharlas sonreí, y pensé que mi padre tenía una fe inquebrantable en mí. No sabéis lo mucho que me han marcado esas palabras con el paso de los años. Cada decisión que tomaba, ahí estaban las palabras de mi padre. «Tú, no me defraudarás». Y hasta no hace mucho tiempo, creí firmemente que no lo había defraudado. Hoy no estoy tan segura.  

Cierro esta reseña con el corazón palpitante. Acaricio la ilustración de la cubierta. Y con un suspiro, os invito a asomaros a estas páginas, en las que vais a encontrar la vida misma. Porque nadie es ajeno a lo que aquí se cuenta. 

A esta lectura, volveré.  



[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí

martes, 11 de junio de 2019

ANDRÉS PÉREZ DOMÍNGUEZ: 'Me siento más escritor cuando escribo cuentos'

Hace unas semanas publicaba la reseña de La letra pequeña, una colección de cuentos escritos por Andrés Pérez Domínguez, autor que ya ha pasado por este espacio en calidad de novelista con obras como La clave Pinner, Los perros siempre ladran al anochecer y Los dioses cansados. Sin embargo, nunca me había acercado a él como cuentista, un género con el que precisamente se inició en la profesión. 

La letra pequeña es un volumen que contiene diez historias. De aquella lectura dije en su momento que poseía una carga intimista importante donde abundaba el monólogo interior y que estaban narrados de manera muy visual. Ha sido justo después cuando he podido conversar con el autor, cuando hemos podido sentarnos a desgranar estas historias que nacieron hace bastante tiempo, en algunos casos, y por las que el autor ha sido galardonado en algunos certámenes de relato corto. 



Marisa G.- Andrés, entre 'La letra pequeña' y el anterior volumen de cuentos han transcurrido diez años. Muchísimo tiempo.

Andrés P.- Sí, pero son diez años en los que no he dejado de escribir, ni de publicar. Después del anterior volumen de cuentos han salido a la luz varias novelas y entre una y otra no me ha dado lugar a publicar otro género. Prefiero espaciar las publicaciones pero claro, tiene el inconveniente de que se me va acumulando mucho material.

Por otro lado, los libros de cuentos tienen una complicación añadida con respecto a las novelas y es que los editores que generalmente me publican novelas no suelen estar tan predispuestos a publicarme los cuentos. Es algo que entiendo perfectamente porque los libros de cuentos tienen menos lectores, es un género minoritario, dentro de que la literatura es algo minoritario de por sí. Sé que hay muchos lectores a los que les cuesta verme en este registro, sin embargo, los que me llevan leyendo desde el principio me consideran un cuentista que a veces escribe novelas. Y aunque publique cuentos con poca frecuencia, es un género que adoro y que no dejo de practicar. 

M.G.- Pero, precisamente por ser un género minoritario, se debería fomentar más a través de las editoriales y los autores, ¿no?

A.P.- Sí, pero las editoriales quieren ganar dinero. Lo veo totalmente respetable y entendible. Quitando alguna editorial que se dedica únicamente al cuento y al ensayo, muy pocas se atreven a publicar cuentos. Es normal que los editores quieran novelas porque es la reina del mercado. Es así de sencillo.

El género del cuento sobrevive gracias a la generosidad entre comillas de quienes escribimos cuentos porque nos gusta y gracias también a tantos certámenes convocados por diputaciones, ayuntamientos y diversas entidades a lo largo y ancho de España, a los que siempre estaré muy agradecido porque empecé escribiendo narrativa breve y tuve la suerte de ganar muchos certámenes de este tipo. 

M.G.- Los cuentos requieren unas técnicas narrativas distintas a la novela. Quería preguntarte si cambia mucho tu manera de enfrentarte a un texto en función de si es un cuento o no.

A.P.- Sí y no. Siempre digo que un cuento es como correr los cien metros lisos y una novela, una maratón. Aunque en definitiva se trata de correr, en ambos casos se trata de llegar a la meta corriendo pero requiere una forma de correr diferente y una musculatura distinta. A la hora de escribir es necesario saber lo que no sirve en un cuento. En una novela puedes meter casi de todo porque es casi infinita, dentro de los parámetros que te impongas al escribir, pero en un cuento no. Un cuento es un mecanismo de precisión en el que no debe faltar nada pero sobre todo no puede sobrar nada. 

Chejov decía que si en un cuento aparece una pared con un clavo, el protagonista tiene que colgarse de ese clavo porque, de otro modo, no tiene sentido que aparezca. Un cuento es mucho más intenso, es como un frasco de perfume concentrado. El reto en el cuento es contar mucho con muy pocas cosas y además contar el momento preciso e interesante de la vida de un personaje, ese momento que es crucial aunque el propio personaje no lo sepa.

M.G.- Tengo que hacer una breve alusión a la cita que abre el volumen, esas palabras de Raymond Carver tan certeras y que cobran más sentido aún, cuando has terminado de leer el volumen.

A.P.- Me gusta mucho ese poema de Carver. Para hablar de Carver, de Cheever o de Cortázar, casi nos tenemos que poner de rodillas. Aprovecho ahora para decirte que se tiende a relacionar la palabra cuento con el mundo infantil y por supuesto, esto no es así. No es lo mismo 'Caperucita Roja' que 'El nadador' de Cheever, una de las obras maestras que inspiró la película del mismo nombre y que interpretó Burt Lancaster. En principio, la historia que narra ese cuento parece una tontería y sin embargo es algo mucho más profundo, mucho más duro, que te deja hecho polvo a final. Y es que lo que Cheever te está contando es mucho más que lo que contiene esas páginas. Esa es la magia de la literatura en general y de la narrativa breve, en particular.

M.G.- Sí, porque los cuentos no cuentan lo que leemos si no lo que está debajo.

A.P.- Efectivamente. En la brevedad de un cuento reside una metáfora, una alegoría. Por ejemplo, en el volumen hay un cuento titulado 'La mesa coja'. Narra la historia de una pareja en crisis que van a cenar al mismo restaurante en el que él le pidió matrimonio a su mujer. El hombre quiere la misma mesa en la que le hizo en su día la propuesta pero la mesa está coja. Le proponen cambiarse a otra y él no quiere. El tipo está empeñado en esa misma mesa e insiste en arreglarla para que deje de cojear porque en el fondo la mesa es una metáfora de su propio matrimonio, de su vida que se va a pique porque sabe que su mujer tiene un amante y pretende abandonarlo. Desconocemos si ella tiene motivos o no para dejarlo, eso no nos importa. Lo único que importa es que el marido quiere arreglar esa mesa por lo que significa.

M.G.- En estos textos se habla mucho de relaciones de pareja, de desamor, de infidelidades... ¿Podemos decir que todos tienen un hilo conductor?

A.P.- La infidelidad es lo que planea sobre todos los cuentos pero hurgando un poquito me di cuenta que el concepto 'letra pequeña' era aún más profundo y más interesante. Dentro de esa letra pequeña está la infidelidad pero también está el desengaño, la rutina, el tedio de la vida, el aburrimiento, la amargura,... y sin embargo, también tiene cabida la esperanza. El concepto 'letra pequeña' aparece en el primer cuento y en el último, y engloba también esa frase que tú mencionaste en la reseña, aquello de que en la vida y en el amor uno debe dejarse engañar si no quiere estar todo el tiempo enfadado.

M.G.- Una frase que a mí me dejó noqueada.

A.P.- Pero es totalmente cierta. Si tú eres muy exigente con tu pareja, con tus amigos, con tu familia porque tú quieres que ellos sean como tú quieres y no como son en realidad, al final te quedas solo. Te tienes que dejar engañar, incluso con gente cercana, pero te engañan para que no te enfades, para no hacerte daño. 

M.G.- Pero Andrés, el hecho de que todos tengan un hilo conductor invita a pensar a una escritura de golpe y porrazo, uno detrás de otro, para abordar todos estos temas de los que estamos hablando. ¿Esto es así?

A.P.- No, no. Hay cuentos muy antiguos. Algunos tienen hasta veinte años. Son cuentos que tenía por ahí. Si los agrupé fue porque tenían cierta unidad, aunque en realidad no es más que mi forma de ver el mundo. Contra eso uno no puede luchar. Tú que ya has leído varias novelas mías, podrás apreciar que en hay mucho de estos cuentos en 'Los dioses cansados' o en 'La clave Pinner', con ese protagonista que arrastra tanta amargura.

M.G.- Entre otras muchas cosas, tus historias me han hecho pensar en algo que tengo claro hace mucho tiempo. Una pareja no son siempre dos. Y no lo digo porque puedan surgir terceras personas sino porque cada miembro de la pareja aporta, a su vez, a mucha más gente a la relación, gente que influye y condiciona.

A.P.- Todos traemos una mochila que pesa más a medida que vas cumpliendo años pero en estos cuentos hay muchos triángulos. 

Por ejemplo, en 'Ojos tristes', el cuento más antiguo de la colección y que reúne buena parte de los elementos que luego estarían presente en mis novelas, hay un triángulo amoroso, pero también hay diferentes puntos de vista, la historia está narrada desde diferentes ángulos, no es una narración lineal sino que hay saltos en el tiempo,... Todo eso se puede encontrar con facilidad en mis escritos posteriores.

M.G.- Digamos que en ese cuento estabas definiendo tu estilo.

A.P.- Sí, pero hay algo más de lo que no me había percatado. He descubierto que todos mis libros son todos muy introspectivos, muy intimistas. Una amiga escritora me decía que mis novelas son thrillers intimistas y me gustó mucho esa definición. Está muy bien todo lo que le pasa al personaje por fuera pero a mí lo que realmente me importa es lo que le pasa por dentro.

M.G.- Lo que piensa por ejemplo la mujer del primer cuento 'Dibujos animados'. Me gustó muchísimo esa historia en la que vemos a una mujer furibunda y colérica que quiere abandonar el domicilio conyugal. ¿Cómo lo haces para que sea tan visual? Me ha parecido maravillosa esa voz narrativa y la realidad que se narra.

A.P.- Es un cuento tan real y tan triste al mismo tiempo. En ese breve cuento, cabe de todo, la situación de la mujer, la situación de los ancianos que viven con la gente joven, la situación de un niño, el adulterio,... Ella es la heroína del cuento. Me interesa mucho cómo se desarrolla todo cuando me travisto literariamente, cuando me meto en la piel de una mujer. 

M.G.- ¿Pero te cuesta más que hablar por voz de un hombre?

A.P.- No, no me cuesta más. Como todos somos personas, en definitiva sentimos más o menos igual. A mí me gusta mucho observar y escuchar. Hablo con muchas personas, con muchas mujeres y me voy nutriendo.

Fíjate que ese cuento que mencionas surge de algo que me contó mi madre una vez. Mi abuelo paterno vivía con nosotros y solía ayudar a mi madre a doblar las sábanas. Hace muchos años mi madre me dijo que mi abuelo le contó una vez una historia tan triste que tuvo que pedirle que parara porque se le saltaban las lágrimas. Ella no pone en pie de qué se trataba pero a mí todo aquello se me quedó grabado y lo usé para este cuento. 

Los escritores tenemos la ventaja de convertir en literatura lo que nos pasa y lo que nos cuentan aunque no sea necesariamente tal y como es porque no somos notarios y no tenemos que levantar acta de la realidad.




M.G.- ¿Y algún otro cuento que haya nacido de una historia real?

A.P. - Sí, 'El cumpleaños'. Hace muchos años, una anciana me estuvo llamando durante dos o tres semanas. Era una época en la que todavía no había identificación de llamada. La mujer llamaba a su hijo y me dejaba mensajes en el contestador, recriminándome que no la llamaba nunca. Si alguna vez llamaba y estaba yo en casa, al contestar, la mujer colgaba inmediatamente. No me daba lugar a decirle que no era su hijo. Nunca pude devolverle la llamada y así estuvo un tiempo.

M.G.- Pobrecilla... Y volviendo a 'La mesa coja'. Ese cuento me gusta especialmente no solo por la metáfora que encierra sino también por el juego con las voces narrativa. 

A.P.- Sí, es un cuento en el que vamos a poder leer el pensamiento de ella y el de él. Es más divertido jugar con las voces a la hora de escribir. 

M.G.- Pero será también más complejo.

A.P.- Sí, pero no difícil desde el momento en el que eres capaz de mirar hacia dentro y sacar lo que tienes en el interior. Cuando escribí 'La mesa coja' tenía que ponerme en la piel de él y de ella. Intentaba imaginar cómo me comportaría yo como hombre en esa situación y cómo me comportaría si fuera mujer. Me divierte mucho meterme en la piel de una mujer. Por ejemplo, cuando escribí 'El factor Einstein', la mala era una mujer. Las partes más divertidas a la hora de escribir eran aquellas que se apoyaban en ese personaje femenino. Me lo pasó muy bien haciéndolo. 

M.G.- ¿Es más experimental?

A.P.- Sí y resulta interesante cambiar el registro, analizar un punto de vista u otro. Me aporta muchas cosas, no ya como escritor sino como persona. Para poder escribir sobre algo tienes que intentar entenderlo. Para ser escritor tienes que tener mucha empatía y a la vez ser escritor te vuelve más empático. 

M.G.- Hablemos ahora de 'Duarte', otro de los cuentos. Una historia fabulosa que viene a ratificar la existencia de la justicia poética.

A.P.- En 'Duarte' hay dos personajes, el narrador y el propio Duarte. Es un cuento muy interesante en el que vamos a ver a un narrador que es un auténtico cabrón pero también da pena. El lector va a empatizar con el personaje en un momento de dado aunque no tiene que caerle bien porque el tipo es un cerdo. Sin embargo, ese cuento también encierra una metáfora, una lección. Si no te portas bien con los demás, a la larga, todo se vuelve en tu contra. Volvemos a lo que te decía de la letra pequeña, que termina por pasarte factura. 

M.G.- El propio personaje de Duarte es sumamente enigmático. Atrapa al lector y lo llena de curiosidad.

A.P.- Duarte es la encarnación de todos los miedos del narrador. Es un personaje que provoca duda en el lector. ¿Existe realmente o es una paranoia del protagonista?

M.G.- Bueno, yo interpreto que existe realmente.

A.P.- Cada lector lo verá de un modo distinto. Lo que te decía antes de la magia de la literatura. 

M.G.- Pues sí. Bueno Andrés, ahora quiero abordar una cuestión de la que ya estuvimos hablando cuando publicaste 'Los perros siempre ladran al anochecer'. Hablemos de nuevo de los finales abiertos que también aparecen en estos cuentos.  

A.P.- Retomemos el tema, claro. Mira, el lector debe entender que un final abierto no implica que el autor no sepa cómo terminar una historia. Cuando yo cierro un relato con un final abierto, sé perfectamente cómo acabarlo, lo que pasa es que no quiero que mi opinión prevalezca sobre la de ningún lector porque la suya es tan válida como la mía. Por otra parte, y esa es una de las dificultades del cuento, hay que saber cuándo poner el punto y final. A veces ocurre que, si alargamos una historia, el resultado final no es el mismo. Algo se rompe.

M.G.- Se pierde la magia.

A.P.- Claro. Sé que al adoptar esa decisión gano por un lado pero pierdo por otro. Aun así, lo que quiero es ofrecer al lector un puñetazo en el estómago y me acojo a lo que decía Cortázar, que en un cuento se gana por KO y en las novelas se gana por puntos, como si fuera un combate de boxeo. Y estoy muy de acuerdo. Los cuentos deben dejar ese bienestar amargo, aunque suene contradictorio.

Me siento más escritor cuando escribo cuentos, cuando estoy contando mi visión real del mundo, como yo veo las cosas.

M.G.- Yo te vuelvo a decir que a mí jamás me han importado los finales abiertos. Además es algo, en cierto modo, muy común en el género.

A.P.- Sé que hay muchos lectores a los que no les gustan los cuentos. Por supuesto, todos los gustos son muy respetables pero me atrevería a decir que se trata de un género que requiere a un lector que ya tenga muchas lecturas acumuladas y quiera probar cosas nuevas. 

M.G.- En cualquier caso, y para dejar esta cuestión clara, no todos los cuentos del volumen tienen un final abierto. Los hay con un cierre que impacta, que pilla por sorpresa.

A.P.- Sí, 'Flores para Amanda' termina de una manera muy drástica y sorprendente. Es un final que el lector no espera pero en esto de los desenlaces cada historia requiere un tipo de final. Además es decisión del autor y a veces acertará o otras veces, no. Lamentablemente, no se trata de una elección democrática y encima, por cada lector, habrá un posible y diferente final. 

M.G.- Por cierto, la editorial ha hecho un trabajo bárbaro con la edición. La cubierta es una preciosidad.

A.P.- Verónica Navarro es la diseñadora de la cubierta, la misma que ha hecho la de 'Falcó' para Reverte. 

M.G.- Es una imagen que resume perfectamente el contenido de esta colección.

A.P.- Es preciosa. Me hicieron varias propuestas y esta es la que más me gustó. Me parece que el libro está muy bien editado. La editorial lo ha mimado mucho. 

M.G.- Pues no me queda mucho más que preguntarte sobre el libro pero sí quería retomar algo que me comentaste una vez. Recuerdo que hace tiempo me hablaste de una propuesta de cine para una de tus novelas. 

A.P.- Sí, hace un par de años se puso en contacto conmigo un guionista diciendo que le gustaba mucho 'El silencio de tu nombre' para hacer una serie. Nos llegó una propuesta a través de mi agente. Escribieron un episodio piloto maravilloso y ahí estamos. Sé que el guionista se está moviendo con varias productoras. La idea original era hacer una serie de ocho episodios pero me dijeron que cada uno saldría por un millón de euros, tirando por lo bajo, así que no sé qué pasará al final.

No es la primera vez que me sucede. 'La clave Pinner' estuvo muy cerca de llevarse al cine y 'El violinista de Mauthausen' tuvo un par de intentos que no cuajaron.

En cualquier caso, lo más sangrante es lo del plagio.

M.G.- ¿Qué plagio?

A.P.- Te cuento. En 2017 se puso en contacto conmigo uno de los guionistas de 'El fotógrafo de Mauthausen', la película que ha protagonizado recientemente Mario Casas. Me dijeron que les gustaba mucho mi novela y me pedían permiso para usar un pasaje para la película. Se trataba de una escena en la que se narra la fiesta de cumpleaños de un niño en la que los camareros eran presos judíos y tal. Total que en un momento dado, el niño dispara a un camarero. Me pasaron las páginas del guion donde se narraba esa escena concreta, yo lo remití a mi agente y le pedí que respondiera denegando mi autorización para usar ese pasaje de la novela. Pues nada, ni caso. Lo han metido en la película. Así que ahora mismo el asunto está en manos del abogado que lleva los temas audiovisuales de mi agente. Hemos pedido una indemnización y no sé lo que pasará. 

M.G.- ¿Y para qué se meten en ese lío?

A.P.- No lo sé. Además de una manera tan tonta porque si no me lo dicen, lo mismo ni me entero o pienso que es pura casualidad pero me lo piden, pasan las páginas, les digo que no y encima lo ponen.

M.G.- Pues qué listos. A ver en qué queda todo. Bueno Andrés, no te robo más tiempo. Como siempre un placer conversar contigo.

A.P.- Lo mismo digo. Muchas gracias a ti.

Hasta aquí el encuentro con Andrés Pérez Domínguez. Aprovecho la coyuntura para volver a recomendaros la lectura de La letra pequeña, cuentos llenos de simbolismo, con un toque de suspense, bien narrados y con algún personaje inquietante.





Ficha libro

Editorial: Triskel.
Encuadernación: Rústica.
Nº Páginas: 136
Publicación: Mayo, 2019
Precio: 15,00 €
ISBN: 9788412033700
Disponible en e-Book
Puedes empezar a leer aquí.
Ficha completa aquí.







lunes, 13 de mayo de 2019

LA LETRA PEQUEÑA de Andrés Pérez Domínguez

Resultado de imagen de la letra pequeña andres perez dominguez


Editorial: Triskel.
Fecha publicación: mayo, 2019.
Precio: 15,00 €
Género: Relatos.
Nº Páginas: 132 
Encuadernación: Tapa blanda con solapa.
ISBN: 97884120337-0-0




Autor

Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) tiene una dilatada carrera como escritor, reconocida con numerosos premios entre los que destacan el Ateneo de Sevilla, el Luis Berenguer de novela o el Max Aub de cuentos. Entre otros libros, es autor de Los dioses cansados (2016), Los perros siempre ladran al anochecer (2015), El silencio de tu nombre (2012), El violinista de Mauthausen (2009), El síndrome Mowgli (2008), El factor Einstein (2008) y La clave Pinner (2004); las colecciones de cuentos El centro de la Tierra (2009) y Estado provisional (2001). También ha sido colaborador de varios medios de comunicación con El Correo de Andalucía, Onda Cero y Punto Radio.

Sinopsis

¿Qué tienen en común una mujer a punto de abandonar a su marido adúltero y la discusión de una pareja durante una escapada romántica? ¿Y un hombre ansioso por que su mujer vuelva con él y dos desconocidos atrapados en un montacargas? Lo mismo que el marido que lleva a cenar a su esposa al restaurante donde quince años atrás le pidió matrimonio o los dos amigos que asisten a la presentación de una novela. Ni más ni menos que el tipo que se ha quedado por su afición al buen comer y el enamoradizo empleado de una floristería. O el abogado cuya vida se derrumba por la llegada al bufete de un inquietante novato y el hombre que emprende un viaje para buscar a su mejor amigo y a su exnovia.

Todos saben que en la vida, como en los contratos, anida una incómoda y a menudo cruel letra pequeña. Aunque lo hayan descubierto demasiado tarde.

[Información tomada directamente del ejemplar]


El otro día, me decía Elvira Navarro, reconocida y prestigiosa voz literaria, que cada libro es como comenzar de nuevo, volver a caminar por el alambre sin red. Debe ser cierto porque, con cada publicación, un escritor no solo debe demostrar que mantiene el tipo (ardua tarea) sino que, además, resulta recomendable algún atisbo de superación. En cualquier caso, considero que un largo camino andado aporta unas tablas que se transforman en cierta seguridad, que la publicación de un libro tras otro es ya una prueba irrefutable de la valía de unas letras y en esas estamos con Andrés Pérez Domínguez. Basta echar un vistazo a las críticas de sus escritos, una balanza en la que el platillo positivo derrota con creces al negativo, a pesar de alguna resta leída y que me resulta del todo incomprensible. En lo que a mí respecta, no hay quejas. De su pluma he tenido el placer de leer La clave Pinner, de la que espero ver una segunda entrega muy pronto, Los perros siempre ladran al anochecer, con un final no muy al gusto de todos pero que a mí me pareció acertado y Los dioses cansados con la que me permitió moverme por las oscuridades de Sevilla. Encabeza mi lista de pendientes ese violinista de Mauthausen que me hace ojitos desde la estantería hace tiempo. 

La letra pequeña es un volumen de cuentos, el tercero que publica el autor. Es la primera vez que me acerco al escritor sevillano como cuentista aunque gracias a Los perros... conocí su estilo a corta-media distancia. Nos presenta ahora Pérez Domínguez un total de diez relatos en los que existe un hilo conductor. No suele ser habitual que un puñado de cuentos tenga un denominador común. Por regla general, suelen ser historias dispares, de temáticas distintas, escritos en diferentes épocas y cada uno con sus propios personajes protagonistas. No es el caso de La letra pequeña. En ellos abundan el adulterio, las discusiones, las decepciones, las rupturas, los abandonos, los silencios, los intentos de reconciliación,... todo un universo que gira alrededor de las relaciones de pareja, del día a día de una convivencia en el que existe, agazapada y camuflada, esa letra pequeña que va anexa en todo momento a nuestra vida. Y así encontraremos entre estas páginas a mujeres cansadas de sus maridos adúlteros o que quieren pillar in fraganti al infiel, parejas que intentan recomponer lo que está roto hace tiempo con una segunda luna de miel o una cena que debe funcionar como sortilegio u hombres que sueñan con el regreso del ser amado mientras una madre errónea solicita su atención o que intentan conquistar el corazón de una mujer que otros pisotean. 

Como suele ser normal en el género, de las diez piezas algunas me han gustado más que otras. Por poneros algunos ejemplos, os hablaría de El tiempo detenido, con un tercero en discordia que tendrá que abordar la complicada tarea impuesta por su amante aunque termine saliendo airoso del trance por pura cuestión de azar. O La curva de la felicidad, con un protagonista masculino que se machaca en el gimnasio para no perder lozanía y estar en perfecto estado de revista aunque la metrosexualidad no siempre es una garantía de un amor duradero. O Duarte, el cuento más largo de todos y cuya longitud permite una escena introductoria, en el que veremos a un personaje enigmático sometido a una transformación y a un protagonista masculino, estereotipo de esa clase de individuo que se comporta como un cerdo y que encima se jacta de ello. O por último, Flores para Amanda, una historia que bebe de varias fuentes, con tintes de amor platónico y un giro sorprendente como final que te deja de piedra. Pero ya que menciono los desenlaces, me remito a aquel que os comentaba antes, el de Los perros... Y lo hago porque, si leíste aquella novela corta, te puedes hacer una idea del tipo de finales que tendrán algunos de estos cuentos. Los hay que dejan un amplio margen a la imaginación del lector,  otros en los que, sin que se resuelva la situación principal, cierran la más secundaria con un toque de ternura y otros más en los que, por suerte, existe justicia poética. A grandes rasgos podemos decir que son cuentos con finales abiertos pero quiero ir un poco más allá al respecto porque, tras pensar un poco en la cuestión, me atrevería a decir que estos cuentos funcionan como fogonazos, una expresión que yo suelo usar frecuentemente al hablar de este género. Son historias en las que realmente no importa el después, sino el presente, el momento narrado, el punto temporal preciso y si me apuras, el pasado que provoca ese presente. En los cuentos, en los relatos, y sobre todo en los microrrelatos, lo fundamental es el instante, la tensión de una situación concreta. Lo demás queda difuminado o en manos del lector que, a su criterio, alarga o no la vida de los personajes.

Con una importante carga intimista, un monólogo interior generoso y algún toque de suspense, cabría señalar que estos cuentos tienen un carácter muy visual. Quizá sea por lo que acabo de comentar, por esos fogonazos de instante que permiten recrear la escena en nuestra cabeza con absoluta nitidez. Es una cualidad que me gusta encontrar en mis lecturas porque me permite adentrarme en la historia con mayor facilidad.

En cuanto a los personajes, prácticamente son ellos los narradores, los que sirven de nexo entre el lector y la historia. Hombres de toda condición, que no saben cómo lidiar una situación, que mantienen la esperanza,  cobardes que deben buscar la valentía que les falta o desalmados que reciben su merecido. En todo caso, todos ellos, hombres y mujeres, están bien perfilados y resultan cercanos al lector. No podré quitarme de la cabeza esa mujer que, con las maletas en la puerta y dispuesta a comenzar una nueva vida lejos del hogar conyugal, no puede evitar seguir los dictámenes de su rol de ama de casa y dejar su pasado en perfecto orden y armonía. Me resulta tristemente tan real...

Y por último, para los que son tan superficiales como yo, ¿acaso no es bonita la cubierta? En realidad, la ilustración no puede ser mejor reflejo de lo que encontramos en el interior de este libro,  hombres y mujeres que, a pesar de estar a un palmo de distancia, se encuentran en distintas galaxias, cabizbajos, cada uno encerrado en sus pensamientos mientras están acompañados por una vela casi consumida como la relación que mantienen, un cenicero lleno de colillas fruto del nerviosismo o la desesperación, el vino agotado o derramado, las flores mustias, el pan mohoso y una manzana en estado de descomposición. Porque eso es La letra pequeña, distancia, desesperación, moho y descomposición, un compendio de cuentos en los que no es difícil verse reflejado. ¿Quién no ha sufrido un desengaño alguna vez? ¿Quién no ha deseado hacer las maletas y largarse a otra parte? ¿Quién no ha sufrido por el regreso del amor? ¿Quién no ha sido víctima de una infidelidad? Yo sí y seguro que tú también. 

Así que, si te gusta el género, aquí tienes una estupenda lectura a la que tendrás acceso en un par de días pues sale a la venta el próximo 15 de mayo. Siempre digo que las buenas historias, si están bien contadas son doblemente buenas y la prosa de Andrés Pérez Domínguez, llena de luz y sutileza, bien merece la pena.

Cierro con una cita del texto, un breve fragmento que me dejó suspendida en el aire por un momento y al que no le falta razón.


'...en el amor, como en la vida, tienes que dejarte engañar si no quieres estar todo el rato enfurruñado' [pág. 70] 







 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí:




viernes, 15 de febrero de 2019

TODOS MIENTEN de M.M. Vallés

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Editorial: Triskel Ediciones.
Fecha publicación: septiembre, 2017.
Precio: 16,00 €
Género:  Narrativa.
Nº Páginas: 202 
Encuadernación: Cartoné.
ISBN: 978-84-949263-2-7
[Disponible en eBook;
puedes empezar a leer aquí]


Autora

María del Monte Vallés nació en Sevilla. Aunque su formación profesional la ha dirigido por otros caminos: la construcción y el urbanismo, sus grandes pasiones son la Literatura y los viajes que siempre la han acompañado como refugio y fuente de vida, de tal forma que ese bagaje ha desembocado en la creación literaria. Ha escrito relatos, libros de viajes y varias novelas, como Perdiendo pie (Triskel Ediciones). Todos Mienten en sus segunda obra publicada.

Sinopsis

Un día como otro cualquiera, la vida de Alfredo Sierra se ve alterada para siempre por una decisión que él mismo toma, un impulso sin meditar impropio de un hombre aburrido y metódico como él, que le permitirá trabajar en una imprenta que ha conocido días mejores. Allí, Sierra se relaciona con sus nuevos compañeros, sobre todo con su jefe, Ernesto Iglesias, terminando de moldear su nueva personalidad y construyendo una vida ficticia que cree controlar por completo.

En Todos Mienten, M.M. Vallés lleva al lector a un viaje por la mentira, las apariencias y la superficialidad de la sociedad actual mediante una prosa cuidada y directa. Con la mentira como eje, la autora nos muestra los límites de los comportamientos actuales en público, en privado e incluso en las redes sociales. Al fin y al cabo todos mienten, por lo que Alfredo Sierra podría ser un mal reflejo de un vecino, de un familiar, de un amigo o, por qué no, de uno mismo.

[Información tomada directamente del ejemplar]


Hoy comienzo mi reseña como hago ocasionalmente, echando mano del diccionario. El término que podría definir, grosso modo, la novela de hoy tiene mucho que ver con la palabra 'mitomanía' cuya definición dice así: 'Tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice', o en otra acepción similar, 'Tendencia a mitificar o a admirar exageradamente a personas o cosas'. Y es que de mentiras, desfiguraciones, exageraciones, fantasías y fingimientos vamos a hablar hoy pero, vayamos por partes.

A María del Monte Vallés la conocí literariamente cuando leí su primera novela, Perdiendo pie (puedes leer la reseña aquí). Aquella obra me pareció 'original en su planteamiento' y me sorprendió el perfil psicológico de los personajes. Así que, sabiendo que la autora andaba con algo entre manos, me dispuse a esperar su siguiente publicación. Todos mienten nace a finales del 2018 con una cubierta bastante representativa, que invita a la lectura. Pero no ha sido hasta ahora cuando he podido zambullirme en su argumento.

Alfredo Sierra es un pobre diablo de sesenta y tres años de edad. Está soltero y si se le conoció alguna relación no llegó a prosperar por la insulsez de su persona. Hace más de quince años que vive solo, tras tener que ingresar a su madre nonagenaria en una residencia de ancianos, realizando la pertinente visita cada viernes a la misma hora y en los mismos términos. Actualmente está desempleado. Perdió su trabajo hace un año, sin que se den demasiados detalles -sabremos más hacia el desenlace-, pero no ha cotizado lo suficiente como para poder jubilarse, así que se encuentra en un aprieto de magnitudes colosales donde a su mucha edad, se suma sus pocos ahorros y los muchos gastos ocasionados por la estancia de su madre en la residencia. Desesperado y sin saber muy bien qué hacer, la suerte parece convertirse en su aliada. Por casualidad es testigo de la conversación de una pareja de jóvenes en el interior de un autobús. Hablan de una oferta de trabajo, aunque el joven no está muy convencido. Sierra pone las orejas tiesas e impulsado por la necesidad, toma una decisión insólita para un individuo sin sangre como él. Tras quitarse de en medio al presunto contrincante de una manera de lo más rastrera, se presentará en la empresa ofertante, Imprentas y Talleres Iglesias. Allí, se colocará la máscara del fabulador, del mentiroso, del embaucador, un antifaz con el que vivirá los próximos años y que lo convertirán en un mentiroso compulsivo hasta un desenlace que no sabría definir si lastimoso o milagroso, que además cuenta con un giro digno de la mejor película clásica. En cualquier caso, Todos Mienten nos ofrece la historia de un tipo extravagante e inaudito que nos hará disfrutar y zarandear levemente la cabeza hacia un lado y otro, al comprobar hasta qué limites el hombre puede llegar cuando la mentira se convierte en una bola de nieve imposible de frenar. Y es que Alfredo, tenía una vida tan apática, ha pasado siempre tan desapercibido, ha sido tan insignificante para el resto del mundo, que, quiso ser centro de atención por una vez, 'transformar su anodino entorno es una fantasía atractiva' pero se le fue la mano. Y tanto que se le fue. 

No os quiero desvelar más de su argumento. Os diré que, bajo la pátina de la comicidad subyace una historia seria y triste que evidencia la naturaleza humana, un argumento con importantes reflexiones que transcurre de manera lineal, salvo por una serie de capítulos cortos que se van intercalando en la narración principal de los hechos y de los que os hablaré más adelante. A eso se une que, en determinados momentos, el narrador omnisciente que dominará buena parte de la narración, enciende nuestra curiosidad lanzándonos funestos y sutiles presagios.

Con respecto a los personajes, ya lo observé en su novela anterior, a la autora le gusta adentrarse en la psique propia de cada uno, remover el interior de los individuos que transitan por sus novelas y en ese sentido, Alfredo Sierra, principal protagonista de la historia, está perfectamente dibujado. Incluso los detalles de su fisonomía nos permiten imaginarlo pero será su interior lo que más sobresalga. Alfredo es maniático y obsesivo, sigue un ritual semanal algo irritante del que le cuesta separarse por temor a que el alterado vuelo de la mariposa provoque un tsumani en su vida medida y cuadriculada. Es un ser solitario, sin amigos y casi ninguna familia, que podría despertar compasión en el lector pero lo cierto es que a mí no me ha provocado ninguna, porque de la necesidad pasa a la desfachatez. Creo que él es consciente de dónde se está metiendo, se deja llevar por su vanidad, por su egocentrismo, pensando que es demasiado brillante para que nadie lo coja en sus mentiras, porque Todos mienten -un título certero donde los haya-, hablará de todos esas personas que enlazan una mentira con otra, de aquellos que no dicen una verdad ni queriendo y que al final, no son más que una burda patraña. Y al hilo de esta temática, la autora inserta interesantes reflexiones como ya comenté antes. Nos hablará de la cobardía del silencio, de la tendencia a fingir sobre todo y en todo momento, de la exageración llevada al extremo, de la cantidad de mentiras que nos rodean, no solo a nivel personal e íntimo, sino también a nivel social, político, económico, sanitario,... todo un mundo de falsos reflejos que encuentran su mejor caldo de cultivo en las redes sociales, un fenómeno que Vallés no pasará por alto. 



Pero volviendo a los personajes, Sierra no será el único que asome a estas escasas doscientas páginas. El mentiroso compulsivo, una vez que consigue hacer tragar su bulo y obtiene el puesto, tendrá que lidiar con un jefe con luces y sombras, y con sus compañeros de trabajo. Todos ellos, y siguiendo la misma línea que ya usó la autora con el principal, están muy bien delimitados. El lector puede ver ante sus ojos qué tipo de personas son (algunas quedan retratadas por su forma de hablar), cómo son sus vidas y si mienten o no.

Estructuralmente, Todos mienten cuenta con tres partes a lo largo de las cuales se reparten los capítulos de corta extensión. Hablaba antes de alternancia y efectivamente es lo que encontramos en la novela. La narración lineal de los acontecimientos que pivota principalmente sobre Alfredo se alternará con otros capítulos narrados en primera persona, en la voz del resto de personajes, de tal modo que, prácticamente cada uno de ellos encabeza una de estas piezas. Tengo que confesar al respecto que tales capítulos me desorientaron un poco en los inicios. Parecían fragmentos de declaraciones oficiales, bien ante la prensa o bien ante las autoridades, pero esa incertidumbre alimentaba mi curiosidad, me ponía más alerta¿Qué habrá hecho Alfredo para que la gente declare sobre su persona? Pero poco a poco entiendes qué lugar deben ocupar en la línea cronológica y con qué sentido se encajan en la narración.

En definitiva, he disfrutado bastante de esta lectura. Todos mienten está bien construida y deja poso al margen de un argumento que te parecerá irrisorio. Estamos ante una historia que, si bien transcurre en una ciudad indeterminada, podría ser Sevilla, con esa Feria de Abril, donde algunas almas se hinchan y se pavonean, como lo hace el propio Alfredo al sentirse seguro en su disfraz, un personaje que se mete al lector en el bolsillo, por cizañero, estafador, sinvergüenza y manipulador, un cabrón en toda regla que, aunque resulte paradójico, casi se puede decir que fue salvado por la campana. 

Dicho lo cual, Todos mienten, segunda novela de M.M. Vallés, es tan recomendable como lo era su primera publicación, Perdiendo pie.









[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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