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martes, 8 de octubre de 2024

IRENE REYES-NOGUEROL: ❝Mi intención con este libro es reivindicar la importancia de la tradición oral❞

Primera entrevista de la temporada y le toca el turno a una paisana. No conocía a Irene Reyes-Noguerol, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Profesora de lengua y literatura en secundaria, el nombre de esta sevillana apareció en la lista que la revista Granta publicó en la que figuraban los veinticinco mejores narradores jóvenes en español. Recientemente, y de la mano de Páginas de Espuma salió a la luz Alcaravea, un volumen de cuentos en el que la escritora mezcla historias familiares con otras protagonizadas por nombres tan conocidos como Lope de Vega o Van Gogh.

Hace un par de semanas tuve el placer de conversar con Irene. Ahí va nuestro encuentro.

Marisa G.- Irene, un placer conocerte. No te conocía y eso que somos de la misma ciudad.

Irene R.- Es verdad. No habíamos coincidido antes.

M.G.- Y tampoco te había leído nunca. Pero, por iniciar esta entrevista,  y corrígeme si me equivoco, ¿Alcaravea sería tu tercer volumen de cuentos?

I.R.- Exacto, es el tercero.

M.G.- Caleidoscopio salió en 2016, De Homero y otros dioses, en 2018. Fíjate que, hablando un día con Eloy Tizón, sobre los muchos años que habían transcurrido entre su último libro de cuentos y el anterior, él me contó sus motivaciones.  En tu caso, han transcurrido seis años hasta que hemos podido ver Alcaravea. ¿Por qué tanto tiempo?

I.R.- Pues primero, por motivos prácticos. Estaba estudiando una oposición, y ya sabemos lo que es una oposición, así que estuve totalmente centrada ese año, hasta que conseguí la plaza. Y luego, porque también me lo he querido tomar con bastante calma. Siempre he querido ver la literatura como una pasión, como algo que me gusta realmente hacer. Si se convierte en una obligación, o si siento que le debo rendir cuentas a alguien, escribir ya no me resulta tan cómodo, ni me resulta tan placentero. 

Necesito ciertos momentos o ciertos estados de ánimo para poder sentarme y para poder echarle horas a un texto tranquilamente, dedicarme a investigar todo lo que es la psicología de los personajes, y luego hacer la corrección. Claro, todo eso es complicado de hacer porque estamos hablando de una oposición. Luego, también empecé a trabajar. Todo era difícil. Pero bueno, cuando llegó el reconocimiento de Granta y empecé a tener un poco más de exposición pública, se me juntó todo. Con esa mezcla de circunstancias, todas positivas, gracias a Dios, me resultó bastante difícil escribir. Y en los años posteriores me lo he querido tomar con calma porque quería un libro con el que me sintiera lo más satisfecha posible. Quería publicar solamente aquello con lo que estuviera contenta. Por eso, tampoco he querido apresurarme demasiado, porque quería escribir cuentos necesarios para este libro, que estuvieran bien estructurados, construir un libro sólido, y no escribir por escribir. Tampoco quería publicar relatos que tuviera escritos de antes, como una especie de conjunto sin motivación.

M.G.- Alcaravea es una palabra que no había oído jamás. Leyendo la sinopsis entiendo que es una planta. Me gusta mucho ese juego que se establece con las propiedades de esta planta para explicar qué vamos a encontrar en estos cuentos. Me parece una sinopsis muy original y muy ilustrativa.

I.R.- Muchas gracias. La alcaravea, efectivamente, es una palabra bastante rara. Yo la conozco simplemente, no porque la haya escuchado muchas veces en mi vida, sino por una nana que me cantaba mi madre y que, a su vez, cantaba mi abuela y mi bisabuela. En esa nana aparece la palabra alcarevea. Mi intención con este libro es reivindicar la importancia de la tradición oral, que no solemos valorar como se merece. Siempre nos centramos en la relevancia que tiene la palabra escrita, por su capacidad de perdurar en el tiempo, por la permanencia, y dejamos muy de lado todo aquello que está más relacionado con la tradición oral, con aquello que nos ha contado nuestra familia, desde que somos pequeños, con aquello que viene de nuestros antepasados, y así hasta el inicio de los tiempos. Creo que es necesario darle importancia a toda esa tradición que siempre se ha quedado en segundo plano y destacar la figura de esos antepasados, de esos ancestros, que fueron los encargados de transmitirnos esta tradición oral y, bueno, resaltarlos no solamente en este sentido, sino también como personajes, como los que aparecen en el libro. 

M.G.- A mí es una palabra que me hace pensar en ambientes rurales, en remedios naturales, en antepasados. Y hay mucho de relaciones familiares en estos cuentos. Hablas de tu esfera personal en algunos de ellos. 

I.R.- Sí, sí, exactamente. Este libro se podría estructurar en dos partes. Una de ellas está dedicada a los personajes de relevancia histórica, y otra está centrada en aquellos personajes que son parte de mi tradición familiar, que forman parte de toda esta memoria íntima que todos nosotros tenemos, cada uno con nuestra familia. Son historias que yo había escuchado desde que era niña, como también hubiera podido escuchar las historias de los otros personajes, más reconocidos. Aparecen, por ejemplo, Lope de Vega, Van Gogh,... 

Cuando me paré a reflexionar sobre cómo podía estructurar este libro, pensé que, en realidad, todas estas historias, tanto las de los personajes familiares como la de los históricos, me han llegado de la misma manera.  Yo no he conocido a estos personajes familiares, pero sus historias me han llegado a través de lo que se ha ido contando en mi familia, al igual que en el caso de los personajes con relevancia histórica, cuyas historias me han llegado cuando los he estudiado. Así que me pareció curioso plantear un libro donde existieran estos personajes que están a caballo entre la realidad y la ficción. Porque claro, las historias que cuento de mi bisabuela o de mis tíos-abuelos son relatos que yo he escuchado, pero que de ninguna manera he podido presenciar, porque no hemos coincidido en el tiempo. Pensé que podría ser interesante equiparar las vidas de esos personajes más relegados al ámbito íntimo, al ámbito familiar, con las vidas de esos otros personajes que todos hemos conocido y que todos hemos estudiado.




M.G.- Alcaravea es un volumen de doce cuentos. Hablemos de algunos de ellos. Por ejemplo, el primero, Carta a Theo. En este primer cuento es Van Gogh quien nos va a hablar. Creo que, enfrentarse a ese primer cuento, es como un puñetazo para el lector. Lo digo por la forma en la que está escrito. Como se dice en el propio texto, las líneas se atropellan y el lenguaje rebosa,... Esa forma de escribir dice mucho de la temática que se aborda. Es como un delirio.

I.R.- Sí, exactamente. En ese texto se trata el miedo absoluto que siente Van Gogh, al pensar que, en algún momento indeterminado, va a dejar de ser él mismo, que va a perder la identidad, que, de repente, ya no va a sentir su cuerpo como suyo, sino que va a ser desterrado completamente de su propia mente. Un pánico absoluto. 

Este texto es el único que tiene esa especie de escritura, sin ningún tipo de punto. Pensé que era bastante acorde a lo que se estaba contando. Es decir, es como dices tú, un delirio porque el personaje está totalmente sobrepasado y abrumado por esta situación que no puede controlar de ninguna manera. Sentía que la expresión tenía que ser así, atropellada, acumulativa, donde no hubiera ningún tipo de pausa importante, de manera que las oraciones fueran sucediéndose una tras otra, sin que hubiera ningún tipo de descanso. Sentía que, en este delirio en el que se encuentra inmerso el personaje, el único tipo de expresión debía ser una más directa, sin el filtro de la conciencia, y donde sólo hay un único punto final, que es cuando ya termina la carta para su hermano.

M.G.- De todas maneras, te he escuchado decir en una entrevista que esta es tu forma habitual de escribir, ¿no? Sin ningún tipo de puntos.

I.R.- Sí, esta es mi forma natural de escribir. Por eso, también me hacía especial ilusión que este cuento fuera el que abriera el libro, porque es mi forma natural de escribir desde hace ya varios años. Escribo todavía con bolígrafo y papel, con una letra horrorosa, horrible, sin dejar márgenes, y escribo sin usar puntos. Claro, todo se va acumulando. Además tengo un estilo bastante retórico, barroco, en algunas ocasiones. Pero es que, si incluyo alguna pausa importante en el texto, se me pierde el ritmo. Para mí, el ritmo y la musicalidad es algo fundamental a la hora de escribir. De manera que, también por este motivo, necesito escribir de esta forma tan particular, sin ningún tipo de puntos. Luego los pongo, cuando los paso a ordenador.

M.G.- Leyendo ese cuento, y todos los demás, Irene, entiendo que el lector tiene que poner de su parte. Es decir, tiene que entrar en ese juego casi de adivinanzas porque no recurres a lo explícito, a lo simple, sino que dejas en el aire ciertas cosas y somos los lectores los que tenemos que ir uniendo puntos.

I.R.- Sí, nunca he sido muy partidaria de lo explícito. Siempre me ha resultado mucho más atractiva la sugerencia. Aquello que queda implícito, que queda sin decir, se mantiene en el aire, como en suspensión. Por ejemplo, es lo que ocurre en el segundo cuento, en el de esta pequeña bailarina de la Ópera de París. No sabemos qué es lo que le pasa a la niña, en que tremenda situación está, a qué está sometida. Sólo lo sabremos al final, cuando se dice directamente. Pero a lo largo de todo el texto vemos la presencia de las ratas, e intuimos algún elemento más que nos hace pensar que algo no va bien, que hay algo con lo que la niña no está cómoda, algo que impide que ella sea plenamente feliz como, por ejemplo, otra niña cualquiera. Es algo que ella envidia. La niña siente el deseo de ser otra, de tener otras cosas con las que no puede contar porque el mundo adulto se le ha echado encima demasiado rápido. 

M.G.- Ese cuento incomoda mucho, incluso al lector. Vas leyendo y sabes que hay algo oscuro. 

I.R.- Sí. Quería mantener la incertidumbre a lo largo de todo el texto hasta el final, donde ya aparece el motivo real.

M.G.- En otro de los cuentos vamos a escuchar la voz de una mujer, de Ana Ruiz. ¿Cómo ha sido meterse en la piel de la madre de Antonio Machado?

I.R.-Bueno, estamos acostumbrados a escuchar historias sobre los dos hermanos Machado, Antonio y Manuel, pero yo había investigado también sobre su madre, sobre Ana Ruiz Hernández, y me pareció un personaje muy particular porque había sido la única mujer práctica que tenía la cabeza donde la tenía que tener, dentro de una casa de gente que se había dedicado al arte, a la abstracción, al mundo intelectual, del que, por supuesto, ella también formaba parte. Me gusta mucho que sea un personaje especialmente sensato. Cuenta con una sabiduría que muchas veces no tenían los que estaban a su alrededor. 

En este texto se cuentan las vivencias que ella tiene en su ciudad, en Sevilla, cómo conoció a su marido, las pérdidas que vive a lo largo de los años, el exilio al que se ve forzada junto con su hijo Antonio. Escribir este cuento ha sido una experiencia bellísima porque era un personaje que siempre me ha resultado bastante interesante y llamativo, al que no se ha tratado lo suficiente. Tiene esa fuerza de ser una mujer práctica, que tenía la cabeza, como digo, donde tenía que tenerla, que vivió una situación durísima como es el exilio.

Además, en este texto, imaginé que ella tendría un arraigo bastante importante con la ciudad, ya que vivió aquí muchísimos años. Y claro, es el dolor de aquella persona que está abocada al destierro, al exilio por demanda externa, no voluntariamente. Me imaginé cómo serían las sensaciones de esta mujer después de haber vivido toda su vida por las calles de Sevilla, después de tener absolutamente todos sus recuerdos aquí, desde joven hasta adulta, e incluso anciana. Me pareció atractivo y llamativo intentar meterme en la piel de ese personaje, relatar un poco los eventos principales de su vida y, al mismo tiempo, mientras va al exilio, va perdiendo la cabeza, y su memoria vuelve a los recuerdos de Sevilla y piensa que regresan a la ciudad que la vio nacer.

M.G.- Me gustaría destacar que la atmósfera que se respira en estos cuentos tiene mucho de sensorial. Hay referencias a los colores, como en esa Carta a Theo. También encontramos sonidos como Petit Rat, como esas pisadas de las ratitas que la niña protagonista escucha, o ese tac tac en Esos días azules, que evoca ciertos sonidos. Es decir, recurres a los sentidos.

I.R.- Sí, efectivamente. Me gustaría que cuando el lector se enfrentara a estos relatos, le quedara una impresión, no solamente de texto escrito y plasmado sobre un papel, sino también que le quedaran en la memoria las imágenes. Normalmente juego bastante con los símbolos, con todo lo relacionado con los sentidos, como estás comentando. Creo que es una prosa que está muy relacionada con nuestra ciudad, muy barroca, donde lo sensorial, todo lo relacionado con la vista, el olfato o el oído es fundamental. Estamos acostumbrados a una cantidad de estímulos sensoriales que, en general, conforman un panorama de belleza absoluta en la mayoría de ocasiones. Y eso es algo que intento trasladar normalmente a los textos, es decir, que no se queden en la pura narratividad, sino que, gracias a esa sensorialidad, intenten acercarse, al menos un poco, a la parte más lírica, a la poesía.

M.G.- Y hablas mucho de duelo, pérdida, abusos, locura, dolor,... Escarbas en lo más oscuro del ser humano y, a veces, desde la mirada de la infancia, con lo cual el contraste es brutal.

I.R.- Sí. A mí, la figura de los niños siempre me ha parecido una figura bastante llamativa y muy productiva a nivel literario, porque la mirada del niño, por supuesto, nunca puede ser la de un adulto. Estamos acostumbrados a leer desde perspectivas semejantes a las nuestras. Creemos que poseemos la verdad absoluta, aunque eso sea algo que no puede existir de ninguna manera. Pensamos que podemos tener todo bajo control, que manejamos, tanto nuestro propio temperamento como nuestras relaciones con los demás, y nuestra manera de ver el mundo. Sin embargo, la visión de un niño me parece muy interesante porque es una visión, no diría distorsionada, pero sí es cierto que en ella se mezclan elementos que pertenecen a la realidad con otros elementos que pertenecen al ámbito de la ficción o de la imaginación. El niño siempre está jugando, descubre las cosas mediante el asombro, todo lo relacionado con lo lúdico. Y claro, cuando un niño se enfrenta a una situación de extrema dureza, como sucede en algunos de los textos de este libro, su perspectiva se ve todavía aún más radicalizada en este sentido.

Creo que el choque entre la infancia y el mundo adulto, que arrasa con toda la ingenuidad y la inocencia infantil, y que les llega demasiado pronto a estos niños, hace que la perspectiva del niño se vea todavía más enriquecida. El niño intenta digerir una realidad difícil que no puede entender por completo porque hay información que siempre le es ocultada, pero que, al mismo tiempo, sí es capaz de percibir determinadas cosas que hacen que él vaya completando su propia visión del mundo a partir de retazos o de retales de aquello que, de alguna manera, le están comunicando y al mismo tiempo, se le está dejando un poco velada.

M.G.- Hablabas antes de la tradición oral, por eso, en estos cuentos en los que hablas mucho de tu familia, me gusta verte casi como una juglaresa. Hay mucho de homenaje a tu familia en este libro, especialmente a tu bisabuela, como punto de partida de una generación vinculada al hecho de contar historias. ¿De qué manera influyen todas esas raíces a la hora de elegir una profesión, una trayectoria profesional? 

I.R.- Para mí, las raíces siempre han sido algo fundamental. Soy una persona que está, valga la redundancia, muy arraigada, tanto a la tierra como a mi familia, y creo que eso ha sido algo esencial en mi formación, tanto personal como profesional. En el ámbito personal, por supuesto, siempre ha hecho que me interese mucho por las historias de mis antepasados, que valore mucho a las generaciones que han venido antes que la mía, que sienta que merecen un reconocimiento, como puede ser, por ejemplo, plasmar todas sus vivencias en un texto. No me gustaría que las experiencias de mis antepasados, simplemente porque ya no estén o porque ya sean ancianos, fueran consideradas como algo menor. Yo siento que tienen una importancia vital y es necesario reivindicarla, tanto en mi familia como en todas las otras familias. Al mismo tiempo, también ha sido muy determinante toda esta influencia familiar en lo que es la trayectoria profesional, porque mis padres y mis tíos son también profesores. Todos, de humanidades. Eso ha hecho que yo sea hoy también profesora de lengua y literatura, porque es algo que he visto desde niña, y que tenía muy claro prácticamente desde el principio.

Siempre me gustaron los cuentos, siempre me gustó la docencia, y es algo de lo que tengo la suerte de disfrutar cada día con los alumnos. Y bueno, también creo que ha influido en que yo haya decidido escribir, no sólo porque ellos sean filólogos, sino también porque la parte anterior de la familia, aunque no pudo estudiar, como mis abuelos, siempre sintieron pasión por todo lo relacionado con la música, con la poesía, los cuentos, las nanas,... Por eso me parece fundamental destacar el papel de la oralidad, porque todas esas personas, cada una con su aportación a lo largo del tiempo, ha hecho que yo hoy, después de conocer todas sus historias, me sienta muy agradecida por todo lo que ellos han contribuido en favor de las generaciones actuales. He querido seguir ese ejemplo y continuar con ese gusto por la literatura en todas sus vertientes.

M.G.- Volvamos a los cuentos. Tengo que confesarte que mi favorito es Oír el mar, en el que vamos a ver a un Lope de Vega totalmente desmadejado, al que casi ya no le importa el éxito de sus obras porque su interés está centrado en una persona que yo no conocía. Esta historia y este cuento a mí me ha fascinado, me ha encantado.

I.R.- Muchas gracias. Pues sí, efectivamente, este cuento trata de la relación de Lope de Vega con Marta de Nevares, que fue considerada, no sé si su último amor exactamente, pero, por lo menos, uno de sus últimos grandes amores. Sabemos que él tuvo muchísimos amoríos a lo largo de su vida, que tuvo una historia amorosa muy extensa. Desde la primera vez que oí esta historia, me gustó el personaje de Marta de Nevares, y me interesó cómo él consiguió, de alguna manera, una especie de redención de todo lo que había pecado, de toda esa ambición que había tenido, de todo el daño que había hecho. A través de este amor, mucho más puro y ya vivido en la madurez, él consiguió redimirse. Marta de Nevares era mucho más joven que él pero murió antes. Ella termina sus días sumida en la locura y en la ceguera. En este texto quería resaltar una faceta de Lope de Vega, a la que no estamos acostumbrados. Siempre se nos habla del amante, del poeta, del espectacular dramaturgo, pero quería mostrar esa otra faceta íntima, donde él encuentra, por primera vez, un amor sincero y desinteresado, por el que merece la pena darlo todo. Creo que esto es algo que no se ha tratado lo suficiente. 

Al principio de este cuento, aparecen unos versos de José Hierro que hablan de esta historia de amor. Es un poema preciosísimo. Se llama Lope, la noche Marta. Recuerdo que, cuando lo escuché en la facultad, me conmovió absolutamente. Me sentí totalmente conmovida por la historia de este hombre que tanto mal había hecho en su vida, sobre todo, a las mujeres y a muchas familias. Y ahora, de repente, en la vejez, deja todo eso de lado, deja también de interesarse por el éxito literario y por el prestigio. Su vida da un vuelco y pasa a centrarse en lo que realmente importa, en ese último gran amor que supuso la figura de Marta de Nevares. 

M.G.- Dos de los cuentos del volumen son más largos, rozando, casi, casi, la nouvelle. ¿Eso implica que estás haciendo pruebas para una narrativa más extensa?

I.R.- No lo sé todavía. Esos dos cuentos fueron pensados, desde el principio, con una estructura mucho más marcada y más concreta, que la mayoría de los que aparecen en Alcareva. Además, están divididos por partes. Es algo bastante significativo que refleja cómo un autor construye un texto, incluso cuando todavía es simplemente un esquema mental. A mí me gustan muchísimo las formas breves. Siempre las voy a reivindicar porque creo que es necesario y, en España, no se hace lo suficiente. Esa forma breve, con esa intensidad sobre la extensión, me parece algo hermoso en la mayoría de ocasiones. El cuento es un género muy bonito, muy interesante, porque, dentro de la condensación, permite también la profundización en el instante, en los detalles. En este sentido, se asemeja más a la poesía. Por eso, de momento, no me he enfrentado todavía a una novela. Creo que, por el estilo que tengo, más retórico, una novela extensa no iría acorde con mi forma de escribir. Sería demasiado cargante tanto para la escritora como para los lectores.

De todos modos, sí me interesa mucho la nouvelle, la novela breve, ese tipo de novelas que se basan en la interconexión entre distintos relatos, con algún motivo común. Eso es algo que sí me planteo en un futuro próximo. Una novela más extensa, más tradicional, no, -aunque nunca se sabe-, pero una nouvelle sí que me gustaría escribir algún día.

M.G.- Y como profesora de literatura en secundaria, tienes entre tus alumnos a los jóvenes. Algo que me preocupa bastante y sobre lo que me gustaría conocer tu punto de vista, dada tu profesión. ¿Cómo es la relación de los jóvenes con los libros, la literatura, la lectura? 

I.R.- Es una relación bastante complicada, la verdad. No puedo mentir. Entiendo que, para ellos, que son una generación que ha nacido inmersa en el estímulo audiovisual y tecnológico constante, es muy difícil que se sientan atraídos por un texto escrito hace trescientos años o, en general, por un poema, que es lo que normalmente les suele costar más trabajo descifrar. Es algo totalmente comprensible porque es la marca que tiene esta generación. Un texto literario, que necesita una pausa, una reflexión, un estudio, un comentario, nunca les va a ofrecer el mismo placer instantáneo que le puede ofrecer un estímulo, como puede ser lo que proporciona Instagram, TikTok, o cualquiera de estas redes sociales. Cuando nos enfrentamos a un grupo de adolescentes, uno tiene que ser consciente de que existen unas limitaciones determinadas por las coordenadas temporales en las que han nacido. De todos modos, creo que se puede intentar enseñar literatura a partir de una identificación, normalmente emocional, entre los textos literarios y los alumnos porque, además, la adolescencia es una etapa en la que todos los sentimientos están a flor de piel. Ellos experimentan todo con una fuerza, con una crudeza con la que uno nunca vuelve a vivir la vida. Yo intento que ellos, cuando lean un texto literario, sean conscientes de que esas vivencias, esas experiencias que está presentando el autor, independientemente del siglo en el que está escrita la obra, tiene que ver con ellos. Pueden entender perfectamente todo lo que está relacionado con el amor, con la pérdida, con la ausencia, con la venganza,... A mí me importa mucho, cuando estoy dando clase, que ellos no vean el texto como si fuera algo muerto, algo que no tiene actualidad ninguna, sino que entiendan que, gracias a ellos, la literatura es capaz de acceder a una especie de vía de resurrección, por decirlo de alguna manera, y es capaz de obtener una nueva vida precisamente a través de esos nuevos ojos de generaciones jóvenes. Mediante esta identificación emocional con los textos de autores previos puede existir ese camino de ida y vuelta que es la literatura. Es decir, que no sólo se agote en la expresión del autor, sino que también la mirada del lector permita devolver ese texto al origen.

M.G.- Última pregunta, Irene. Antes lo mencionamos, que apareciste en la lista de la revista Granta, como una de los mejores narradores jóvenes en español. Entiendo que esto te ha dado ese impulso para ser más visible e imagino que te sentirás muy orgullosa por esa distinción, pero ¿tú sueles dar mucha importancia a este tipo de listas o, por el contrario, prefieres no pensar demasiado?

I.R.- Yo me siento muy agradecida porque Granta quisiera reconocerme, sobre todo porque era algo que no me esperaba en absoluto. Me llegó de repente. Fue mi familia la que me animó a presentar el libro, pero yo no lo habría imaginado nunca. Es algo por lo que voy a sentir siempre mucha gratitud. Pero es cierto que no soy de las personas que se fijan únicamente en los libros seleccionados por determinadas listas. Por supuesto, me fijo en ellos, pero también me fijo en los demás. Es decir, entiendo que dentro de esta lista podrían estar muchísimos otros escritores de una calidad literaria espectacular que, por un motivo u otro, no han entrado dentro de esta selección. De manera que yo entiendo que las listas, en general, son algo subjetivo en la mayoría de las ocasiones. Al final, un jurado también es humano, tiene sus preferencias, y ellos mismos resaltan siempre que hay muchos otros escritores que podrían estar perfectamente en la lista, aunque, por determinados motivos, pues no pudo ser. De Granta, simplemente puedo decir que, aparecer en la lista, me ha servido para tener un poco más de proyección en la esfera más pública porque siempre he sido una persona más independiente. Además, soy muy tímida, pero es verdad que me ha abierto muchas puertas en este sentido. Gracias a aparecer en esta lista, el libro anterior se ha podido reeditar varias veces y ahora he podido publicar con esta editorial maravillosa, como es Páginas de Espuma. Lo más probable es que, sin ese apoyo y ese impulso que me concedió Granta, habría sido muchísimo más complicado llegar a donde he llegado hoy.

M.G.- Pues felicidades por aparecer en esa lista. Irene, muchísimas gracias por este ratito de conversación y espero poder verte en otro momento.

I.R.- Muchas gracias.

Sinopsis: La alcaravea es una planta silvestre de flores pequeñas. Sus semillas tienen distintos usos que podrían replicar los cuentos de este libro:

Medicinal: en infusión, esta especia calma los cólicos infantiles (muchos son los niños que lloran aquí, a pesar de las nanas), pero, además, su uso tópico sirve para limpiar y cicatrizar heridas, sean las de madres derrotadas por la vida, las de un visir enamorado o las de un hermanastro tímido.

Culinario: un sabor, amargo y dulce a la vez, condimenta la mayoría de los relatos. En ellos, hay desolación y hasta horror en ocasiones, pero siempre se asoma la luz de la ternura que salva.

Relajante: su aroma, usado en aceites y lociones, tiene una cualidad tranquilizante que los protagonistas habrían agradecido.

Si aún les interesa conocer otras propiedades de Alcaravea, entren en sus páginas y descubran sus beneficios.


martes, 21 de noviembre de 2023

ELOY TIZÓN: ❝Siempre he sentido que hay que escribir con un poco de presión porque la literatura nos está mirando❞

Publico hoy la entrevista que le hice a Eloy Tizón, a su paso por Sevilla, para promocionar su último libro de cuentos, Plegaria para pirómanos (Páginas de Espuma). Por regla general, me encanta conversar con autores, sin importarme si son conocidos o están empezando en este asunto de la literatura, sin darle relevancia a si escriben novela, poesía, ensayo o teatro. Me gusta hablar con ellos por el simple hecho de hablar sobre libros. Pero reconozco que hay conversaciones muchos más gratas que otras, y ese es el caso que nos ocupa. Eloy Tizón transmite serenidad. Sentarse a hablar con él es dejar a un lado las prisas del día a día, los traspiés, y los quebraderos. Será el timbre, la modulación, o el ritmo de su voz. No sé. La cuestión es que si llegas al encuentro con el estrés como compañero, enseguida te calmas y disfrutas de la conversación. Así fue hace unas semanas, cuando hablamos de Plegaria para pirómanos.

Ahí va nuestra charla. 

Marisa G.- Eloy, encantada de estar contigo otra vez. En la última ocasión nos vimos con Herido leve.

Eloy T.- Sí, efectivamente.

M.G.- Imagino que todos empezaremos preguntándote por esos diez años que han transcurrido desde Técnicas de iluminación, tu último volumen de cuentos. Te has tomado tu tiempo para volver al género.

E.T.- Cierto. Entiendo que, lo de los diez años, es un titular atractivo pero no es algo que me parezca tan importante. Especialmente porque, en esos diez años, he hecho otras cosas. Publiqué Herido leve y publiqué la reedición de Velocidad..., con prólogo del Zoótropo,... O sea, tampoco he estado parado, sin hacer nada. Pero bueno, entiendo que la redondez de la cifra parece que resulta atractiva.

Y no, no hay ninguna explicación más allá de que creo que la literatura requiere su tiempo, dejar reposar los textos, reflexionar sobre ellos, para luego volver. No me gusta la idea de publicar con prisas. Creo que ya se publica tanto y, a veces, de manera tan descuidada, que merece la pena mimar el material que tenemos, hasta considerar que es digno de ser compartido con los demás.   

M.G.- ¿Pero tú notas alguna diferencia entre el Eloy que escribió esos cuentos hace diez años y el de ahora?

E.T.- Yo noto una evolución. Hay lectores que me han dicho que he cambiado muchísimo. Yo tampoco lo noto tanto, pero sí creo que me he arriesgado, que he evitado repetir las mismas fórmulas. He trabajado de otra manera, quizá con más libertad, o tomándome ciertas licencias. No sé, quizás será la edad, que te da algo más, como esa capacidad de arriesgarte. No veo que sea algo totalmente distinto a lo que he hecho hasta ahora, pero sí creo que añade algo que antes no estaba.

M.G.- Te voy a hacer una pregunta que jamás le he hecho a ningún autor. ¿Uno puede llegar a cansarse de escribir? Quiero decir, después de tener una trayectoria larga de muchos libros publicados, ¿puede llegar un momento en que sienta que ha perdido la pasión por la escritura?

E.T.- Supongo que sí, que se puede llegar a algo así. De hecho, los casos de autores que dejan de escribir no son tan infrecuente. En mi caso, tengo que decir que el amor por la literatura, en general, se mantiene desde que era jovencito. Si no estoy escribiendo, pues estoy leyendo. Bueno, a veces caen en tus manos libros que te entusiasman y de alguna forma te recuerdan ese fuego que está ahí, siempre tan hermoso y tan maravilloso. Yo no estoy cansado de escribir. No se ha producido en mí ese desgaste con los años. También creo que siempre he tenido bastante sensación de responsabilidad hacia la escritura, desde que empecé. Siempre he sentido que había que escribir con un poco de presión porque la literatura nos estaba mirando. Hay joyas en la literatura y obras maravillosas, y creo que, por lo menos, hay que intentar evitar escribir tonterías.

M.G.- Escribir por escribir.

E.T.- Eso.

M.G.- Bueno, cuentan de ti que eres de los mejores narradores europeos, como decimos aquí, casi ná. Y luego también dicen, y eso lo notamos cuando leemos tus cuentos, que rompes las reglas del juego.

E.T.- Doy clases de narrativa y, por supuesto, en las clases de narrativa es importante dar a conocer las estructuras clásicas, los puntos de giro, la presencia del conflicto y demás. Pero también me gusta explicar lo que ocurre cuando no aplicamos esas reglas. Creo que el cuento, por algún motivo, es un género como muy cargado de corsés, de decálogos, de lo que se puede hacer, de lo que no se puede hacer. Y yo, modestamente, considero que una de las tareas del escritor es poner también en tela de juicio todo eso. No se trata de cargarse el género ni de reinventarlo, sino de hacer pequeños cambios o pequeños juegos. ¿Qué ocurre si a lo mejor elimino parte del conflicto? En ese caso, ¿seguiría existiendo el relato o no? O siempre se habla del arco de transformación del personaje. El personaje tiene que vivir una experiencia transformadora. Y si no la vive, ¿qué ocurriría? Ese tipo de preguntas siempre me produce mucha curiosidad. Al menos, probar.

M.G.- Hacer travesuras en la literatura, vamos.

Bueno, Plegarias para pirómanos es un volumen, que cuenta con nueve cuentos en total. Hace un tiempo hablaba con una compañera tuya de esta editorial, con María José Navia. Y hablamos de cómo el lector tiene que enfrentarse a los cuentos, si por orden o no. Y ella se hacía eco de unas palabras de Rodrigo Fresán, quien distingue entre un libro de cuentos y un libro con cuentos. En ese sentido, ¿qué es Plegaria para pirómanos?

E.T.- Bueno, esa pregunta tiene una respuesta fácil. Claramente es un libro de cuentos porque los libros con cuentos son aquellos que unen piezas dispersas. Y en este caso, hay una voluntad de construir algo con cierta unidad, vamos a decir. No es una novela, obviamente, sino un libro de cuentos. Se pueden leer las piezas por separado, pero hay ciertas líneas narrativas que cruzan los cuentos, con personajes que se repiten. Hay ecos, digamos, entre unas piezas y otras.

M.G.- El personaje que se repite, Erizo, es un poco el hilo conductor de todos los cuentos. ¿Por qué ese nombre? A mí me sugiere una persona que advierte de que pincha.

E.T.- Sí, el nombre tiene varias lecturas. Es un nombre breve, un nombre con el que comparto varias letras, aunque no todas. Es un personaje que siento cercano a mí. Tampoco sabemos si Erizo es un apellido. Podría serlo. O un mote que le han puesto. Me gustaba esa ambigüedad. Y es verdad que el erizo tiene sus púas pero, a la vez, también tiene como mucha ternura. Yo lo veo y es un bicho con ese hociquillo y tal, y me despierta ternura. Un erizo te puede pinchar pero no es un puercoespín, mucho más agresivo. El erizo es una criatura dulcemente agresiva, diría yo. Algo así.

M.G.- Es un personaje que no siempre va a protagonizar los cuentos. A veces, es un mero figurante.

E.T.- Eso es. Me gustaba ese juego de no escribir como una biografía ortodoxa de un personaje. De hecho, no hay un hilo cronológico lineal. No empezamos por la infancia y terminamos en la vejez, sino que en el primer cuento, Erizo tiene 38 años, creo recordar, y en otros cuentos, no se sabe muy bien qué edad tiene. Hay un poco de ambigüedad. 

También me gustaba la idea de que, en algunos momentos, fuera el protagonista, como nosotros somos los protagonistas de nuestras vidas o eso nos creemos. En esa superproducción que es nuestra vida, nosotros somos los protagonistas pero, para el señor al que compramos el periódico, nosotros somos un personaje completamente secundario. Ese juego de perspectivas, entre Erizo en primer plano o Erizo en el fondo, le da como relieve a la prosa. Hace que se mantenga esa tensión de dónde está Erizo en los cuentos en los que aparece.


[Si prefieres oír nuestra conversación, dale al play]


M.G.- Son cuentos en los que en algunos se mencionan pasajes del otro. Hablamos de esa conexión que existe entre todas las piezas, no solamente a través del personaje de Erizo, sino que también hay referencias a otros cuentos que ya hemos leído anteriormente.

E.T.- Esa parte la disfruté mucho. Introducir ecos de unos cuentos en otros, que resultara fluido, que resultara natural, que no se viera como algo impostado, es un trabajo que disfruté. Sí, me gustó hacer esos guiños. Sé que algunos lectores los percibirán y otros no, pero bueno, es un pequeño juego literario que me resultaba atractivo. 

M.G.- Hablemos de algunos en concreto, por ejemplo, de Grafía que es el que abre el volumen. Es un cuento que se inicia con la frase «De tu escritor favorito siempre puedes aprender». Bueno, de tu escritor favorito y de tu editor, porque este cuento está dedicado a Juan Casamayor.

E.T.- Sí, está dedicado a mi editor. Creo que era una dedicatoria casi obligada, primero porque el cuento habla del mundo literario. Con sus licencias, pero habla del mundo literario. Y luego porque es la persona que yo considero mi cómplice en la aventura literaria, que tiene una parte solitaria, una parte a veces de dudas, de incertidumbre, y tener como una red protectora de alguien, que te sigue, que te aprecia, que te señala lo que no funciona, es muy bueno. Pero, sobre todo, es la persona que te acompaña en ese camino. Siempre que le llevo un libro a Juan, es como una pequeña fiesta. Nunca se asusta de lo que le llevo. A lo mejor, pienso que he hecho una cosa rara y que me va a decir que no hay por dónde cogerlo. Sin embargo, él lo acepta con valentía y me propone defender el libro porque merece la pena.

M.G.- Tiene mucha fe en ti. No le falta razón.

E.T.- Yo también tengo fe en él.

M.G.- Ese cuento está muy relacionado con el mundo de la literatura, de la edición,... Vamos a encontrar un personaje con un apetito voraz por un autor concreto, con una devoción absoluta. Me gusta este cuento porque aborda varias cosas. Por un lado, tratas la relación autor-lector. También haces un dibujo de ciertos autores que se vuelven muy populares, con mucho éxito. Mencionas ciertas artimañas editoriales. Es decir, para los que nos gusta leer, para los que nos gusta saber cómo se mueve el mundillo en las editoriales, es un cuento muy atractivo.

E.T.- Pues, muchas gracias. Te agradezco la opinión.

M.G.- En ese cuento, Erizo es un personaje que ha publicado pero no ha tenido éxito. De hecho, su libro no ha provocado ninguna reacción en los lectores, ni positiva ni negativa. Y yo me pregunto, ¿para un autor es mejor una mala reseña o el silencio absoluto?

E.T.- Creo que el silencio es lo que más duele. Uno escribe o, más bien, publica para intervenir en la conversación cultural desde tu pequeño ángulo. Y si no tienes respuesta, es como hablar solo. Creo que es preferible una reseña mala, siempre que exista un cierto respeto, que no sea una sucesión de insultos, sino que esté razonado,... Pero hay alguien que se ha tomado la molestia de leer tu libro y de responder a esa propuesta que hace tu libro.

M.G.- En estos cuentos abordas varios temas. Te tengo que confesar que a mí El fango que suspira me ha dejado muy tocada.

E.T.- Fíjate, muchos lectores me están diciendo que es el que más les ha gustado.

M.G.- Me he visto muy reflejada.

E.T.- No esperaba eso. Creo que es un cuento áspero de leer, por el tema que trata, la desaparición y la muerte. También está la postura que adopta el narrador, una postura muy materialista, porque habla de lo que ocurre cuando alguien desaparece, qué se hace con sus muebles, y qué se hace con las domiciliaciones del banco. En esa situación hay algo muy ingrato.

Pero, a la vez, el reto estaba en meter algo de luz, de poesía, en toda esa farragosidad de trámites. Y sin dejar de ver la muerte como lo que es, podemos, no sé, encontrar algún resquicio por el que respirar o inventarle una pequeña historia a esta mujer de la que no sabemos nada. Y terminamos el cuento y seguimos sin saber nada, pero en medio siempre cabe la posibilidad de la imaginación, y por lo tanto de la literatura, de la fantasía. Creo que eso le da, al menos, una mínima dignidad para que parezca un personaje que tenga otro fondo.

M.G.- Ese cuento me hizo reflexionar en lo queda de nosotros. Vivimos aquí unos años y, al final, qué queda de nosotros. No queda nada. Un cero.

E.T.- Eso lo hemos pensado todos alguna vez. Quedan las historias. ¿Qué pasará con nuestros libros tan amados cuando desaparezcamos? Pues vete tú a saber. 

M.G.- Exactamente. No nos enteraremos. 

Bueno, en este cuento que hablamos asoma la muerte pero, hay otros en los que abordas temas que me gustan mucho, y que son comunes en literatura. Me refiero a la culpa y a la necesidad de perdón.

E.T.- Mi impresión es que todos, en un momento u otro, sentimos culpabilidad. Creo que es un sentimiento universal y no es necesario buscar razones. No es necesario mirar si están justificadas o no. Quizá, no hay ninguna justificación, no hemos fallado tanto como nos imaginamos pero, sin embargo, siempre sentimos cierta culpabilidad, porque no hemos atendido lo suficiente a determinadas personas o porque no estuvimos en el momento en que se nos necesitaba. No sé,... Me parecía importante colocar el tema de la culpa en un libro, porque es un tema universal. Al igual que la vida, la muerte, el amor, pues la culpa, también.

M.G.- Hablemos de Dichosos los ojos. Hay muchas cosas que vemos, sin ver. Eso nos pasa mucho.

E.T.- Mucho, constantemente. Me gustaba el juego de la arrogancia, de creer que lo has visto ya todo porque has visto mucho. Pero de eso no podemos estar seguros. Creo que la literatura sirve para darle cierta lentitud a la mirada, para no pasar tan rápido por el mundo. La literatura nos obliga a detenernos en ciertas imágenes, en ciertas descripciones, y en ahondar en nuestro conocimiento del mundo que, al final, es de lo que tratan los libros. No se trata sólo de pasar el rato sino de sentirnos vivos y tratar de aprender todo lo que podamos de este periodo.

M.G.- Te voy a leer un pequeño párrafo, el de la página 98, que dice: «La vida es así, viene y va, sube y baja, entra y sale. Ya sé que puedo ser cualquier cosa que desee: un lápiz, una ciudad o este silencio. Poco a poco nos vamos vaciando, cada vez menos posesiones, más solas, de manera que al final no tienes nada, absolutamente nada, pero tienes el cuento». Ay, me dejaste ahí.

E.T.- Te lo agradezco. Es un párrafo con el que me identifico. En la vida nos pasa de todo. Perdemos muchas cosas. Ganamos otras. Pero, al final, ¿qué nos queda? Pues nos queda la historia, nos queda el relato, nos queda el cuento, y esa será nuestra riqueza.

M.G.- Sé que en noviembre celebráis la segunda edición del Festival Torrijos Cuenta.

E.T.- Efectivamente. 

M.G.- He estado mirando la página web y el programa es bastante interesante.

E.T.- Me alegra que me lo preguntes. Es un festival que se puso en marcha el año pasado. Contamos, como figura de apertura, con Muñoz Molina. Muy generosamente aceptó nuestra invitación y para nosotros, desde el punto de vista simbólico, tiene muchísima importancia, y fue un respaldo esencial. Y es un festival que, por un lado, nace con cierta humildad porque manejamos un presupuesto pequeño, pero también con mucha ambición y queremos que se convierta en una referencia dentro del mundo del cuento. Ha habido cambios políticos en Torrijos pero parece que hay la voluntad de que se mantenga y siga adelante. Y por mi parte, pues yo seguiré trabajando para traer a autores, autoras, mesas redondas interesantes, editores, y sobre todo atraer a lectores. 

El espacio donde se celebra es una belleza. Lo digo sin ninguna exageración. Es el Palacio de Pedro I. Literalmente es un palacio y tiene salas espectaculares para pasar un grato fin de semana allí, teniendo cerca a los autores, con sus libros, y poder conversar con ellos. Todas las entradas son libres, es decir, no se cobra nada. Y bueno, es una defensa del cuento necesaria.

M.G.- Necesaria porque hay muchos certámenes de novela pero el cuento que está ahí y hay que prestarle también atención.

E.T.- Hay festivales de novela, de poesía, de teatro. Casi todos los géneros están bien representados por los festivales. Nos faltaba el cuento. Los que amamos el cuento no podemos dejar de contribuir con el género, y no sólo escribiéndolo, sino también defendiéndolo de otra manera.

M.G.- Eloy, volverán a pasar otros diez años para que volvamos a hablar de cuentos.

E.T.- Eso no lo puedo decir porque ahora mismo acabo de publicar y no tengo otro proyecto. No sé si pasarán diez, o cinco, o cuatro años, pero sí me gustaría que lo próximo que publique tenga un nivel aceptable de calidad. Que cuando lo releas no te produzca vergüenza ajena y horror.

M.G.- ¿Pero eso te ha pasado alguna vez?

E.T.- Lo trabajo mucho y, por suerte, no he llegado nunca a eso. Pero debe ser un sentimiento terrible.

M.G.- Sí, desde luego. 

Bueno, Eloy, lo dejamos aquí. Te agradezco muchísimo que hayas venido a Sevilla otra vez, que siempre vienes. Y que vaya todo bien.

E.T.- Nada, Marisa. A ti. Es un placer. Mil gracias.


Sinopsis: Leer a Eloy Tizón es adentrarse en el mejor cuento español contemporáneo por la puerta grande. Con esta premisa, Plegaria para pirómanos conjuga como ningún otro libro del autor el hallazgo y la epifanía de su estilo único e inconfundible con la ruptura de lo establecido en el género y la indagación de otros principios. Nueve cuentos entrelazados por los destellos breves, por las ausencias perennes, por el afán cotidiano, por la búsqueda creativa, por la evidencia de la vida misma de unos personajes que esperan, de una posible memoria y biografía propias y reconocibles en una escritura que es súplica e incendio, en una literatura que nos quema. La vida entre las manos de Eloy Tizón.


martes, 21 de febrero de 2023

MARÍA JOSÉ NAVIA: ❝Las películas que nos han marcado dicen mucho de nosotros mismos❞

María José Navia es una autora chilena de larga trayectoria. Magíster en Humanidades y Pensamiento Social por la universidad de Nueva York y doctora en Literatura y Estudios Culturales por la universidad de Georgetown, tiene en su haber novelas y cuentos, obras por las que ha recibido algún que otro premio. Su última publicación ha sido un volumen de relatos que lleva por título Todo lo que aprendimos de las películas (Páginas de Espuma), con la que quedó entre los cinco finalistas del Premio Internacional Ribera del Duero. 

María José visitó Sevilla la semana pasada, para hacer promoción de este volumen de cuentos, y con ella nos sentamos a conversar. Atentos a todo lo que dice sobre estos cuentos, la reiteración de un personaje (la escritora Constance Bergman), la influencia de los espacios (la casa en la que irán viviendo varios personajes), sus sugerencias a la hora de leer este libro, o los juegos que construye en cada cuento y entre cada uno de ellos. Y atención también a la anécdota familiar que cuenta, relacionada con El mago de Oz, que a mí me ha parecido alucinante. Si lo pienso, me impresiona haber podido hablar con alguien que es familiar lejano de otra(s) persona(s) a la(s) que yo admiro mucho. Os dejo nuestra conversación. 

Marisa G.- María José, un placer conocerte. Bienvenida a Sevilla. No sé si es tu primera vez en la ciudad.

Mª José N.- Mi primera vez. Estoy muy contenta. Estoy como mirando con los ojos muy grandes, por cada calle que paso. Estoy muy contenta. Muchas gracias por la entrevista.

M.G.- Encantada de conocerte. Estoy con tu libro. Solo me faltan dos cuentos por leer. Siempre le pregunto a los autores que escriben piezas breves si para ellos existe alguna diferencia entre el término cuento y el término relato.

M.J.N.- Para mí no, pero sé que hay escritores que hacen la distinción, según si uno es más largo que el otro. No, para mí. A veces, yo hablo de cuentos o de relatos, pero como sinónimos. En ambos, está esa brevedad y esa concisión. Para mí, no hay distinción.

M.G.- ¿Y por qué decidiste presentarte al Premio Ribera del Duero?

M.J.N.- Bueno, a mí lo que más me gusta es escribir cuentos. Es el género que más me gusta. Y el Premio Internacional Ribera del Duero era un referente muy grande para mí. Si escribes cuentos, ese es el premio al que uno aspira. Es el concurso al que uno quiere mandar algo. Siempre estaba pendiente cuando se fallaba, y veía quiénes habían sido los finalistas. Leía los libros. Es un concurso al que yo les prestaba siempre mucha atención. 

A finales de 2021, me decidí a armar la colección y enviarla al premio. Quedar entre los cinco finalistas fue un tremendo honor. Y después, que me ofrecieran la posibilidad de publicar en Páginas de Espuma, que además es la editorial que celebra el cuento en toda su gloria y majestad, fue un sueño, la verdad.

M.G.- Este es un volumen en el que el lector se va a encontrar con diez cuentos, algunos de mayor longitud que otros, casi una nouvelle, en algunos casos. Generalmente en una antología, los autores agrupan cuentos que han ido escribiendo a lo largo del tiempo, porque comparten temática común o por lo que sea. En este caso creo entender, por lo que yo he leído, que son cuentos escritos ex-profeso para este volumen. ¿Es así?

M.J.N.- Absolutamente. Trabajo pensando en el libro de relatos. Voy escribiendo cuentos, y voy poniendo unos junto a otros, trabajando el manuscrito completo.

Rodrigo Fresán hace siempre la distinción entre libros de cuentos y libros con cuentos.  Libros con cuentos son los que tú dices, en el que se mezclan cuentos más antiguos con otros más nuevos. Pero un libro de cuentos es un libro en el que, no solo pones distintos relatos en una colección, sino que además funcionan como un libro, como una unidad, o una estructura. Para mí era muy importante  hacer esta estructura, en la que además tenemos cuentos conectados. Hay personajes que se repiten. Tenemos la presencia de una casa, que también va uniendo a los distintos personajes. Por supuesto, también estará ese hilo conector de las películas que aparecen, no tanto como referencias muy cinéfilas, sino como la presencia cotidiana de las ficciones cinematográficas en nuestras vidas, como películas que son ya casi parte de nuestra familia y nuestras biografías.

M.G.- Te tengo que confesar algo, porque me he dado cuenta leyendo el libro y porque, además te lo he escuchado en una entrevista. Sé que te pone muy nerviosa la anarquía del lector. Es decir, que leamos los cuentos de manera desordenada. Yo lo he hecho y creo que me he equivocado.

M.J.N.- No, no. No te has equivocado. Pasa siempre con los libros de cuentos, como con los libros de poemas, que no se leen desde el comienzo. Existe esa sensación de libertad. Lo que pasa es que, cuando yo pienso en mi libro, pienso en cierta organización, en cierto orden, y en cierta progresión. A mí me interesa que el lector llegue a Fan, por decir un ejemplo, y que luego se encuentre con Guardar el aire, y que luego se encuentre con Escenas borradas. Me interesa que quien me lee, se haga esa primera impresión de Constance, que es la figura de la escritora, desde los ojos de su hija, un ojo bastante amargo, con esa sensación de venganza que hay ahí. Que quien lea, se haga la idea de Constance como madre, pero luego vaya haciendo ajustes sobre esa visión. Es como quien se ajusta las gafas para ver mejor. Y de este modo, conozcamos a Constance de otra manera. Por eso, como escritora, lo que yo le sugeriría a alguien que me lee, es que lea estos cuentos en orden porque están pensados así. Hay una razón para esa organización. Pero, por supuesto, el lector puede hacer después lo que quiera. Puedo llegar al nivel del consejo o la sugerencia, pero finalmente, quién lea puede hacer lo que prefiera.

M.G.- También puede ser un ejercicio curioso cuando uno va leyendo de manera desordenada, como yo he ido haciendo, y darse cuenta de que este personaje es el que aparece en este otro cuento o en esta otra situación. Me parece interesante también ese juego de desmontar.

M.J.N.- Sí. Pasa también con la figura de la casa, que aparece en el segundo cuento. Es una casa que está embrujada o se embruja por una pareja que está desesperada por tener un hijo. Después será la casa en la que llegue a vivir Constance. Y más tarde será la casa embrujada por la tecnología. Me interesaba que la figura de la casa siguiera esos pasos. Pero, si alguien lo leyó en desorden, y leyó primero la casa tecnológica, no sé muy bien cómo funciona la lectura leyendo primero ese cuento y luego volver a la casa anterior. Tal vez funciona así también. Yo siempre lo leí en orden, lo escribí y lo fui editando en orden. No tengo idea de cómo es leer este libro en desorden. Insisto, mi sugerencia es leer mis libros en orden, porque tiene sentido la frase con la que empieza el libro y la frase con la que termina, o cómo termina un cuento y cómo empieza el siguiente. 

El último cuento de este libro se llama Calima. En este cuento, una chica está en Lanzarote y, en ese momento, hay calima muy fuerte. Pero este cuento es un poco distópico, con una calima con la que no se puede salir, no se puede respirar, un poco más tóxica. Y es un cuento que termina con un ambiente en sepia, con una mujer con su perro que, para mí, es una referencia a El mago de Oz. Esta será una referencia constante en el libro. Yo siempre escribo varios libros al mismo tiempo. Cuando escribí este cuento, estaba también escribiendo mi novela sobre El mago de Oz. Para mí era importante terminar Calima con esa escena, como en la película, en la que vemos un mundo en sepia hasta que llega el tornado y la casa sale volando, y luego llegamos al mundo en color de Oz. Me interesaba mucho ese guiño. Pero si uno lee Calima como primer cuento, no sé muy bien cómo funciona. Pero bueno, el lector que lee es el que tiene la libertad.

M.G.- Pues hablemos de algunos cuentos en concreto. Estás mencionando algunos de ellos,... Por ejemplo, Sacar la lengua. En este cuento hay como una atmósfera un poco tétrica, ¿no? Bueno, en todos hay algo pero, en este concretamente, te confieso que he sentido como una especie de incomodidad. El lector sabe que en ese cuento se esconde algo más.

M.J.N.- Sí, hay varias cosas con las que he estado jugando en el libro. Están las películas pero también las experiencias de las mujeres, de las mujeres de distintas edades. En este cuento, conviven varias mujeres en una casa en la playa. Hay una chica, y su madre está un poco frustrada y temerosa de envejecer. Hace dieta con sus amigas, se pone bótox y está desesperada por disimular el paso de los años. Y luego está la chica, la hija que es un poco gordita. La madre sufre por eso, pero la hija no quiere que eso sea un tema en su vida. 

Por otra parte, quería jugar con la figura de la sirena, que también se repetirá en el libro. Ahí hay algo perverso y tétrico, como lo que tú dices, esa mirada a los cuentos de hadas. A veces, uno piensa en los cuentos de hadas, en la versión colores pastel de Disney, que a mí me gustan, pero los cuentos de hadas son bien brutales, ¿no? O sea, el cuento de hadas de la Sirenita, cuando a esa chica le dividen la cola en dos piernas, eso debe de haberle dolió mucho, ¿no? Me interesaba todo eso en este cuento, esas chicas cubiertas de escamas de peces, el roce, la incomodidad, el olor. Y jugar con eso de las expectativas y de la realidad, algo que también tiene que ver con todo lo que aprendimos de las películas. De alguna manera, uno aprende mucho de las películas. Uno ve cosas de la vida que no te han sucedido aún, o son como una ventanita al futuro media rara. O sea, si nunca te has enamorado, lo ves primero en una película; si nunca te han dado un beso, lo ves primero una película cuando eres niña. Todo esto te trae un montón de expectativas que no necesariamente se cumplen luego en la realidad. 

En este cuento, hay también una pérdida de inocencia, como en ese momento en el que la chica ve que sus amigas lo están pasando mal, pero ella se va la playa y se le olvida todo lo que ha visto. Si me puedo olvidar de algo terrible que está pasando, ¿es eso hacerse grande? No sé, este es el juego de este cuento, en particular.

M.G.- Perdona que te comente una anécdota. Me has hecho recordar algo sobre los cuentos infantiles. Hace unos años me regalaron un volumen de Hans Christian Andersen. Yo recordaba aquellos cuentos como historias maravillosas y me puse a leerlos pero no eran lo que yo recordaba.

M.J.N.- La versión original es...

M.G.- Se han idealizado muchísimo. Se han dulcificado.

M.J.N.- Claro, muchas veces, el final es terrible.

M.G.- De hecho, creo que no terminé de leerlo porque me sobrecogían.

M.J.N.- Son muy perturbadores los cuentos de hadas oficiales, reales. Como tú dices, se han dulcificado pero son brutales. 

M.G.- Sí. Hablemos ahora de Gretelque también es un cuento que me ha gustado mucho porque me ha parecido muy inquietante. Además, en este cuento aparece la pandemia. Sutilmente, pero aparece.

M.J.N.- Sí, sí. O sea, en mi cabeza no es esta pandemia que nos tocó, sino que pasa más adelante hacia el futuro. Pero también porque yo creo que, después de esta pandemia, quedamos todos con la impresión de que en cualquier momento viene una nueva. Antes de esta pandemia del Covid, si bien han habido pandemias en la historia de la humanidad, creo que no lo teníamos tan presente, ni pensábamos que en cualquier momento puede desatarse un virus o qué se yo. Ahora, creo que sí. Ya hemos salido o vamos saliendo, porque no sé cómo se puede conjugar el verbo todavía, pero creo que igual existe ese ruidito, esa idea de que, en cualquier momento, se da la gripe aviar o empiezan a aparecer, no sé, otras fiebres. Capaz que se paraliza el mundo otra vez. He querido jugar con eso, con otra experiencia pandémica, y también con la casa que ahora está embrujada por la tecnología. Es una casa inteligente, que cuida de dos niñas. En la pandemia muere el padre que, a su vez, era el niño que pintaba en el primer cuento. Y además, la mamá es la que trabaja en el hospital. Es lo que pasó en pandemia, con el personal de la salud muy dedicado a eso. Y la casa inteligente es la que cuida de las niñas, pero se empieza a volver en una suerte de planta carnívora. No sabemos si va a dejar salir a las niñas.

He jugado con las conexiones porque las niñas encuentran un libro como de bebé en la casa y piensan que puede ser de la escritora. Pero nosotros, como lectores, sabemos que el libro es de esa primera mujer que vivió en la misma casa, que quería tener un hijo y nunca lo tuvo. 

En este cuento dejo caer también un miedo que está en el libro y que aparece mencionado en la nota final. Durante la pandemia, yo tenía mucho susto de que se acabara el cine. Parte de mi cotidianidad es ir al cine todas las semanas. Es como tomar agua, como parte de mí, de mi vida. Y de pronto ya no se puede ir al cine. Me suscribí a cuanta plataforma pude y vi todas las películas que pude en pandemia y en confinamiento. Pero me daba miedo que se acabara la experiencia del cine, ¿no? Esto de ir a un espacio con un montón de extraños, a ver una película juntos; de pronto, estamos todos llorando, gente que no se conoce. Compartir esa oscuridad, esa vulnerabilidad, me gustaba mucho. Y pensé que todo eso se iba a acabar. Y en ese universo pandémico de Gretel, el cine se acabó. El padre de las niñas había actuado en una película. Las niñas lo recuerdan y hablan con Gretel, que es como el sistema operativo de la casa, la Siri o Alexa. Ellas hablan con Gretel y le piden que les proyecte escenas del cine, porque no saben lo que era. Y Gretel les muestra lo que eran las butacas, las salas,... Esto demuestra el miedo que yo sentía. 

Pero la experiencia del cine también aparece en otros cuentos como un refugio, como un momento de conexión y vulnerabilidad entre los personajes, como pasa en Bond o en Dependencia. Hay menciones a películas, pero también muestro la experiencia de ir al cine, como experiencia comunitaria, la experiencia de presenciar una historia.


[Si prefieres oír nuestra conversación, dale al play]

M.G.- Y te gusta tanto el cine que el volumen se llama Todo lo que aprendimos de las películas. Los has comentado, no todo lo que aprendemos en el cine es correcto, es real, es positivo, es bueno.

M.J.N.- Sí, es lo que mencioné un poco antes. Está esa educación sentimental y ese vistazo al futuro. Nos vamos haciendo una idea de lo que va a ser envejecer, o lo que va a ser tener una relación de pareja, o lo que va a ser la maternidad, o lo que van a ser ciertas cosas, en base a las películas que uno ve, ¿no? Por ejemplo, soy profesora de universidad. ¿Cuántas películas hay de profesores de universidad? La sociedad de los poetas muertos, por ejemplo, donde vemos a profesores idealizados o genios. Cuando uno va creciendo, se imagina ciertas cosas. Pensaba que en mis clases, los alumnos se iban a subir encima de las mesas e iban a gritar "Captain, ¡oh!, my captain". Una se hace una idea de ser una profesora que sea así de mágica. Y no es tan fácil. No a todos nos resulta, o no nos resulta todos los días ser una profesora que tenga ese impacto en los estudiantes. Pero esas imágenes de las películas te van creando una ilusión de lo que uno puede llegar a ser. Lo que aprendimos de las películas no necesariamente son las lecciones más valiosas. Y muchas veces aprendemos cosas que no vamos a usar nunca en la vida. Y también aprendes cosas que te van a causar problemas, porque, como tú dices, te generan expectativas. No sé, por ejemplo, el amor romántico, que no se adecua a la realidad. Y, volviendo a esa idea del ajuste de las gafas, hay que hacer de nuevo un ajuste para mirar la realidad.

Y también las películas como parte del vocabulario, del lenguaje. Cuando uno quiere decir que es tan feliz como, da una imagen de una película para poder graficar. O alguien te está pidiendo consejo, y uno usa una película como ejemplo. Forman parte de todo, de nuestros cuerpos, de nuestro vocabulario, de nuestras memorias. Las películas que nos han marcado dicen mucho de nosotros mismos.

M.G.- En todos los cuentos, más o menos, se van tratando los mismos temas: las relaciones personales, las relaciones con los espacios en nuestro desarrollo, la maternidad, la inteligencia artificial. Incluso, en una parte, se habla del culto al cuerpo. Vas tratando estos temas casi de forma global.

M.J.N.- Sí, sí. Y también, lo he remarcado en algunas entrevistas, las relaciones del «casi». Me interesan mucho las relaciones del casi padre, la casi madre, los casi amigos o la casi pareja. Todos estos vínculos que pueden ser efímeros, transitorios, son también importantes. Es un poco como el guiño que hago a Lost in Translation, que es mi película favorita, donde tenemos ese vínculo de dos personajes que por azar se encuentran en Tokio, los dos extranjeros. Se genera una cierta amistad, una cierta relación, y luego cada uno sigue por su camino, ¿no? Y en mi cabeza, si yo continúo esa película, creo que ellos no se vuelven a encontrar nunca más. Ni siquiera se mandan un correo electrónico, digamos, pero, me imagino que ambos siguen sus vidas y se acuerdan el uno del otro de vez en cuando. Me interesa eso, esos vínculos de cuidado, vínculos de amistad, vínculos que se desvanecen pero que son importantes en un momento dado, como ocurre en Mal de ojo.

En este cuento, una mujer va a una consulta porque tiene un problema en la vista. Va sola a la que le hagan los procedimientos y se encariña con un padre y su hijo, que también van a lo mismo porque el hijo tiene un problema en la vista. No es que ella quiera verlo fuera del horario del hospital o convertirse en la pareja de este padre o la madrastra de este niño. Solo quiere tener esa familiaridad en esos momentos, compartir esos momentos juntos. Y cuando se encuentran en la sala de espera, esperan juntos, toman un café, conversan brevemente, él la va a dejar a su casa. Me gustaba eso. Salirse de los cuentos de hadas. No pensar en el para siempre, sino pensar en lo de ahora y en lo que está y es importante.

M.G.- E importante es también la presencia femenina en estos cuentos. No solo en las voces narradoras, sino también en los personajes. Hay mucho rol femenino.

M.J.N.- Son los mundos que más me interesan a mí, la verdad. Como lectora, leo de todo. Pero como escritora me interesa mucho meterme en las experiencias de las mujeres. Creo que hay mucho que no se ha contado tanto. Por ejemplo, todas esas experiencias de la casi maternidad. Creo que hay muchos relatos sobre madres, cada vez más, y sobre la experiencia del embarazo. Y me parece muy bien que eso exista, porque es un fenómeno muy complejo. Pero, lo que yo veía menos y lo que traté de escribir eran esos «casi», el antes. O sea, ese personaje que está intentando por un buen tiempo tratar de concebir y no resulta. Muchas veces uno conoce esas historias porque después esa persona tiene hijos. Lo intentó durante un tiempo, y por fin, resultó. ¿Pero qué pasa con este personaje que intentó un tiempo, no resultó y no resultó? Después, la gente que conozca en la vida, le preguntarán si tiene hijos. Pues no, pero detrás de ese no se esconde un universo. Es distinto ese «no» que el «no» de alguien que perdió un embarazo y no lo siguió intentando, o que estuvo en tratamiento durante años,...

M.G.- O el no de alguien que no quiere tenerlos.

M.J.N.- Eso, que nunca lo intentó y nunca fue su tema. Pero es el mismo «no» el que se dice. Me he metido a mirar esas experiencias, que aparecen en Dependencias o en Escenas borradas. Vamos a ver a Constance embarazada. Es un embarazo de riesgo. Se va a cuidar mucho porque tuvo unas pérdidas y ya perdió un embarazo bien avanzado, un niño que alcanzó a tener un nombre que se menciona. Son revelaciones que Constance le hace a una amiga que la acompaña, cosas que su hija no sabe. Y esa mujer será muy importante para esta hija porque ella será la que se encargue de la niña cuando nace, en esos primeros años tan vulnerables. Está esa figura de cuidadora, esa casi madre que después va a desaparecer como una escena borrada. Pero, sin embargo, hay una marca. Hay algo que queda ahí. Quería jugar con esas presencias, esos vínculos de cuidado, esos antes de la maternidad o esos casi de la maternidad, que también son parte importante de la experiencia de la maternidad o de la experiencia de esa mujer. Iluminar esos rincones dentro de lo que puedo.

M.G.- Y al hilo de lo que estás comentando, ahora que mencionas Escenas borradas, en este cuento propones un curioso juego porque hay un baile de narrador. Es un instante.

M.J.N.- Nadie me ha preguntado esto y yo tenía mucho miedo cuando lo hice porque pensé que el lector creería que me había equivocado. Pero no, no me equivoqué de narrador. Quería hacer ese juego. Es un libro en el que se juega mucho con el ir mirando distinto y con las certezas que se va armando el lector, para desarmarlas a lo largo del camino. El lector se hace una idea de Constance después de leer Fan pero, ¿qué pasa cuando lee Guardar el aire? ¿Qué pasa cuando lee Sirenas? Y en Escenas borradas, lo mismo. Vamos siguiendo la historia contada por un narrador o narradora en tercera persona y, de repente, ella agarra la voz y cuenta un pedazo. Quería hacer ese juego, hacer creer que alguien te está contando la historia pero, en verdad, soy yo disfrazada de tercera persona la que te está contando. Me quise dar ese gusto con los lectores.

M.G.- Te reconozco que volví las páginas atrás para comprobar quién me estaba contando la historia. Y entendí el juego. Como el truco de un mago.

M.J.N.- Exacto. Y te saco una moneda detrás de la oreja.

M.G.- Bueno, hablamos un poquito de los escenarios. Hay referencias a Santiago de Chile. Luego, en Calima, Lanzarote tiene mucha presencia. Háblame de cómo afectan los espacios a los personajes.

M.J.N.- Bueno, no uso tantas marcas espaciales. Muchas de las historias, efectivamente, pasan en Santiago, si bien no siempre se menciona que es en Santiago. En Calima, sí se menciona que la acción transcurre en Lanzarote. También hay un par de cuentos que suceden en Estados Unidos. Me interesaban las ciudades idealizadas, o los espacios cerrados, como el de la casa embrujada o esas casas de las que no se puede salir por la calima tan fuerte y la chica se queda allí encerrada con el perro. Me gustaban esas experiencias de encierro, que a veces pueden ser encierros reveladores y, otras, encierros terribles.

En Gretel, el lector termina de leer el cuento y creo que puede llegar a pensar que las niñas no van a salir de la casa jamás porque la casa no las va a soltar. La casa se convierte en una madre sobreprotectora que, después de una pandemia, no deja salir a las niñas. Yo las sigo alimentando, pero no quiero que se enfrenten al peligro ahí afuera. 

Por otra parte, parte de nuestras relaciones afectivas pasan también por los espacios. Los espacios marcan. En Dependencias, la pareja se muda de un apartamento chiquito metros a una casa porque quieren formar una familia, pero la casa no acompaña con ese deseo. Quería pensar en lo familiar, y no solo desde los vínculos afectivos tradicionales, sino también desde esos otros que a veces orbitan los tradicionales: los espacios, los objetos, e incluso los animales. Por ejemplo, en Calima, el perro se vuelve una presencia fundamental para la protagonista, quién sabe si no se vuelve loca. Pero tiene a este perro que la acompaña en su duelo, que dice que le apoya una patita, y ella se empieza al final a relacionar solamente con este perro.

M.G.- Abrimos el libro y encontramos muchas citas, muchas citas, muchas citas. Pensaba yo, aparte del trabajo de escribir todos estos cuentos, también hay un trabajo a la hora de elegir todas estas citas. ¿En qué te basas para esta elección?

M.J.N.- Bueno, varias cosas. Primero, soy una escritora que es una profesora de literatura. Soy una escritora que se considera una lectora que escribe. Me hace muy feliz escribir y leo muchísimo. Para mí, escribir es la continuación de la lectura. Me hace inmensamente feliz leer y me hace inmensamente feliz escribir. La felicidad de leer algo que te entusiasma, que te gusta, es como la ola que te lleva y te deja al frente de la computadora para escribir. Escribir, echar un libro al mundo, es poder seguir esa conversación con los libros que uno ha leído, y que han sido importantes para el libro que has escrito. Por eso, traer todas esas citas que son afines, que dialogan con los cuentos, dialogan en distintas maneras por lo que dice la cita. También porque la gran mayoría está en inglés y, de alguna manera, te pone en ese lugar del extranjero que no maneja tal vez del todo el idioma. Me interesaba esa incomodidad.

Y también, no sé, hay algunas citas epígrafes que tienen que ver con Emily Dickinson, que fue una poeta que pasó gran parte de su vida encerrada en su casa. Así, he querido hacer esos vínculos, esos nexos, que eran importantes para mí. Es como una forma de continuar con la conversación. Yo pongo un libro y lo pongo en conversación con otros. Es algo que admiro mucho de los escritores que lo hacen. Por ejemplo, Rodrigo Fresán, que es mi gran referente, lo hace mucho. Él ocupa muchas páginas de epígrafe. Para mí, es algo muy bonito que sus epígrafes te empujen a buscar una conexión. De alguna manera, te dejan tarea para casa. Si lees esos epígrafes, tal vez alguno te genera curiosidad, y te entran ganas de seguir leyendo, de buscar otro libro. Me gusta pensar en un libro que abre ventanitas a otros textos, que deja que el lector, no solo disfrute de la historia que tú creaste como autor o como autora, sino que también le dejas abiertas todas esas puertas por si quiere cruzarlas, y acercarse también a otros textos. Es una conversación que continúa.

M.G.- Claro, son lecturas que no acaban nunca.

M.J.N.- Exactamente.

M.G.- Mira, como penúltima pregunta apuntada, quería saber qué importancia tiene Rodrigo Fresán en tu literatura y me la acabas de responder. Sale mucho en tu discurso.

M.J.N.- Desde los dieciocho años, cuando empecé a leer sus libros, se convirtió en mi escritor favorito. Me parece que es el escritor más importante de Latinoamérica y de los más grandes del mundo. Tiene una literatura muy rica. Es un gran escritor. Escribe muy bien pero, además, me gusta la manera que tiene de traer a la página una cantidad de referencias a películas, a canciones, como en ebullición. Yo menciono cosas por aquí y por allá, pero si uno lee a Fresán, encuentra una saturación de referentes. Es como una explosión gozosa de todo lo bueno del mundo, de todas las películas, de todas las canciones,... Sus libros son libros para leer y para seguir leyendo. Para mí, fue una gran influencia. Y luego, por suerte, la vida hizo que pudiera conocerlo y hemos seguido en contacto. Ha sido siempre un escritor muy generoso y es un privilegio que te recomiende libros. Le debo mucho como lectora y como escritora a Rodrigo Fresán.

M.G.- Ahora sí, como última pregunta, cuéntame esa anécdota familiar que te une a El mago de Oz.

M.J.N.- Mi abuela materna se llama Edith Mankiewicz. Su padre tenía unos primos que eran directores de Hollywood muy famosos, los hermanos Mankiewicz (Herman y Joseph). Yo conocía ese dato pero nunca investigué mucho más. 

El Mago de Oz siempre me gustó. Para mi novela me puse a investigar. En ella aparecen personajes ficticios, pero también sale la película, la vida de Frank Baum, que es el autor, todo el tema de la producción de la película, la biografía de Judy Garland,... En el camino, descubrí que El mago de Oz es un guion que tuvo muchos guionistas. Pasó de mano en mano, y también tuvo distintos directores. Al primer guionista al que le pasaron el guion fue a Herman Mankiewicz. El hizo una primera versión en la que luego la trabajaron muchos otros. Dicen que fue a Herman al que se le ocurre que, aprovechando la tecnología, se pasara del sepia al technicolor. Algo fundamental y maravilloso en esta película. Cuando descubrí este dato me explotó el corazón. Fue mucha emoción descubrir que mi atracción por el mundo de Oz podía ser porque había algo familiar y descubro que tengo una conexión distante. No es mi papá el que escribe el guion, pero sí hay una conexión familiar. Aunque yo estaba ya escribiendo la novela, aquel hecho me hizo tomar el proyecto aún con más pasión y energía. Pensaba que me estaba evadiendo de muchas cosas, yéndome a Oz pero, de alguna manera, estaba volviendo a algunas cosas de mi familia o de mi vida. Fue un bonito gesto que me pareció una señal y que me indicaba que iba por el buen camino. La mitad de esta persona está en Oz, mientras habla contigo. En cuanto llegue a Chile, vuelvo a sentarme para terminar la obra pronto.

M.G.- Pues, María José, no tengo más preguntas que hacerte. Te agradezco que me hayas desplazado hasta aquí, tan lejos.

M.J.N.- No, por favor, si estoy encantada de estar aquí, y feliz de conversar contigo. Muchas gracias.

M.G.- A ti. Lo dejamos a aquí. Gracias. 

Sinopsis: «Padres y madres y parejas y amigas y ecografías, habitaciones peligrosas, visiones alteradas y la inminente posibilidad del fin de todas las cosas son proyectadas en la pantalla de Todo lo que aprendimos de las películas por la linterna mágica de María José Navia. Diez tramas que acaban conformando un mismo largometraje mental y que se leen/ven no como cuentos de hadas pero sí como cuentos de embrujadas a la espera de la llegada de ese gran tornado que las lleve muy lejos o que las devuelva a ese sitio que jamás quisieron abandonar. En el más technicolor black & white, Navia enseña todo lo mucho y muy bueno que sus lectores tienen para aprender de ella leyéndola –desde los créditos de apertura hasta el The End, por favor, shhh, sin hacer ruido– en el más elocuente y conmovido y agradecido de los silencios por toda su luminosa oscuridad», Rodrigo Fresán.

 
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