martes, 1 de julio de 2025

JAVIER ALANDES: ❝El arte es la memoria colectiva de un pueblo❞

Conocí a Javier Alandes el año pasado, en Úbeda (Jaén), cuando se celebró una edición más del fantástico Certamen de Novela Histórica Ciudad de Úbeda. En la pasada edición, el escritor valenciano se alzó con uno de los premios que da el certamen, el Premio de Novela Histórica por su libro La última mirada de Goya (Editorial Contraluz). Lo curioso de este premio es que el autor no se presenta, sino que una comisión lectora elige cuál es la novela que debe recibir el premio, en función de los criterios que establecen. 

Y la semana pasada volví a encontrarme con Alandes, con motivo de la publicación de su última novela, El rey de bronce, también publicada con Contraluz. En esta ocasión nos trae una nueva aventura que nos lleva al mundo del arte y de las falsificaciones. Toda la trama gira en torno a un supuesto busto de bronce de hace unos 2.400 años, y que representa a Alejandro Magno. Dos hilos temporales nos permitirán conocer al protagonista, Luca Santamarta, en dos momentos de su vida. En 2002, cuando tiene quince años, ocurrirá algo en su familia que lo marcará para siempre. Luca tendrá que esperar veinte años para poner en marcha un plan al que ha estado dando forma desde siempre. Arte, subastas y falsificaciones mezclados con la intriga, el suspense y la aventura que siempre nos propone este autor. 

Os dejo con nuestra charla.

Marisa G.- Javier, un placer tenerte en Sevilla y volverte a ver. Coincidimos en Úbeda, cuando ganaste el Premio de Novela Histórica por La última mirada de Goya. Un premio que además tiene la peculiaridad de que el autor no se presenta sino que lo eligen los lectores. Algo que otorga más mérito todavía.


Javier A.- Bueno, Marisa, primero, gracias por este ratito y por esta entrevista.

Sí, creo que es un premio tan limpio y tan pulcro. Yo no sabía ni que estaba entre los finalistas. Luego me explicaron que la comisión lectora va seleccionando novelas. Igual selecciona veinticinco, treinta o treinta y cinco novelas en un año y van haciendo cribas hasta que quedan tres finalistas. Para mí fue una sorpresa verme entre esos finalistas, junto a Santiago Díaz Morlán, con Lloverá tierra seca, que es un novelón, o con Luis Zueco y El tablero de la reina. Con esos compañeros pensé que hasta ahí podía llegar pero fue una alegría que la novela ganara el premio. Porque no es un premio que gane yo, sino la novela. Y el poder disfrutar de esos días en Úbeda, conocer al comité organizador, a los compañeros, las cenas y las comidas,... Me lo pasé bomba.

M.G.- Es que se pasa bomba.

J.A.- Sí, me lo pasé bomba.

M.G.- Javier, yo tengo un prejuicio del que no me puedo desprender. Me cuesta trabajo conectar a un autor con formación académica en ciencias con su faceta como escritor. Es un prejuicio absurdo, pero es como si algo no me cuadrara. Me gustaría saber de dónde te viene la pasión por la escritura, teniendo una formación en ciencias.

J.A.- Soy economista y he escrito un pequeño libro que trata sobre el proceso de escritura. Los primeros recuerdos que tengo de mi vida son de aquellos viernes, cuando mi abuelo pasaba por casa a mediodía. Él venía de trabajar y me recogía. Juntos nos íbamos a su casa, donde mi abuela estaba preparando una fuente de macarrones que comíamos los tres. Después, ellos se acostaban a dormir la siesta y yo me queda en el comedor viendo la tele. Luego se levantaban a las cinco y media en punto, ya vestidos, y nos íbamos a los cines ABC Park de Valencia, que todavía existen. Mi abuelo sacaba tres entradas para la próxima película que iban a proyectar. Entonces esos cines tenían cuatro salas y proyectaban cuatro películas, pero no todas empezaban a la misma hora. En esos cines vi El resplandor, Tiburón, una reposición de Mary Poppins, Evasión o Victoria, o Mad Max 2, sin saber ni que había una número 1. La mayoría de esas películas no las entendía o no eran apropiadas para un niño, pero sí recuerdo agarrarme a los apoyabrazos de la butaca y pensar que aquello me gustaba, ver a gente que se estaba jugando la vida por un objetivo, por una aventura y tal. Eso es lo que me gusta. 

Todos tenemos formación en contar historias y para ayudarte a eliminar ese prejuicio que tienes te diré que, aunque soy economista y me dedico a preparar a emprendedores, mi trabajo es hablar con personas brillantísimas en medicina, en informática, en ingeniería, que tienen una idea, que la quieren transformar en un negocio, pero no saben aterrizarla, no saben convertirla en una empresa. Yo les ayudo a modelar su negocio y trabajo con ellos la oratoria. En realidad, lo que hacemos es generar un storytelling, ayudarles a contar qué es lo que su negocio puede hacer por los demás.

M.G.- Entendido. Pues, vamos a centrarnos en la novela, en El rey de bronce. En esta novela el lector se va a encontrar con una trama que gira alrededor del mundo de las falsificaciones, algo que me parece apasionante. Imagina que yo soy futura lectora, ¿qué me dirías para convencerme y para darle una oportunidad a este libro?

J.A.- Pues, imagínate que Spotify no existe pero lo inventamos tú y yo. Le diríamos a la gente que Spotify es el Netflix de la música. Así todo el mundo lo entendería, ¿no? Pues esta novela es el Ocean's Eleven del mundo del arte. Es decir,  es una trama de engaños, de robos, de timos,... centrada en el mundo de las falsificaciones del arte. A mí me cuentan eso y me vale.

M.G.- Hombre, la idea es atractiva. Pero, recuerdo que con La última mirada de Goya nos contaste una anécdota familiar que fue como el chispazo para la construcción de aquella novela. En esta ocasión, ¿cuál ha sido esa chispa?

J.A.- Mira, me he dado cuenta de que quiero escribir lo que me gustaría leer. Hoy día echo en falta más literatura clásica, de aventuras. He crecido con Verne, con Dumas, con Conrad o con Jack London y ahora siento que no encuentro ese tipo de literatura. A mí me gustaría ocupar ese hueco. Por eso, todas mis novelas han sido, de momento, y van a seguir siendo, aventuras con arte. Sé que suena un poco raro pero es factible.

Ya he contado lo que pudo pasar con la cabeza de Goya, lo que pasó con los cuadros del Prado cuando llegaron a Valencia y ahora, en este caso, me he encontrado con la historia de Han van Meegeren. La cuento en el prólogo de la novela. Este hombre pintaba falsos originales de Vermeer. Es decir, pintaba cuadros inéditos de Vermeer de tal calidad, que los compraban altos cargos del partido nazi. Tenían una calidad tremenda. Y lo podía hacer porque, en 1945, lo más sofisticado para autentificar o datar una obra era pasarle un paño con alcohol y si se corría la pintura era falso, y si no se corría, pues era bueno. ¿Han van Meegeren podría haber hecho hoy lo que hizo en 1945? ¿Lo podría haber hecho con espectrogramas, tomografías computerizadas, rayos X, rayos láser y tal? Probablemente, no. O probablemente hubiera sido mucho más difícil. Pues todo esto es El rey de bronce. ¿Podríamos generar una obra de arte, colarla en un museo,  hacer que pasara por otra época y además que una entidad lo autentificara?

M.G.- Esa es la idea primaria de la que parte la trama de la novela pero, fíjate, has mencionado a Los guardianes del Prado, a La última mirada de Goya y anterior a esas publicaste Las tres vidas del pintor de la luz. ¿Tú estás seguro que tu destino era estudiar economía y no historia del arte? Llama mucho la atención que te centres tanto en el arte. ¿Qué tiene el arte que te apetece tanto?

J.A.- No soy ningún experto en arte pero sí soy capaz de ir a un museo, apreciar una obra en concreto, e identificar las emociones que me despiertan. Y hay algo que siempre me ha parecido muy mágico y que lo sentí por primera vez en un cine, y es estar rodeado de gente que no conoces de nada pero entre los que se ha generado como una comunión. Todos estamos viendo algo y sin estar de acuerdo se genera como una mente colectiva. Por ejemplo, un grupo de personas están ante el cuadro de  los fusilamientos del 3 de mayo, o ante El jardín de las delicias, o ante Las meninas,... Estamos en silencio, observando, no somos expertos en arte pero sí sabemos identificar los sentimientos que nos produce. Es esa mente colectiva lo que me llama la atención del arte porque el arte nos pertenece a todos. No a un museo, no a una ciudad, sino al patrimonio de la humanidad. El arte es la memoria colectiva de un pueblo. Y eso se ha visto en los conflictos armados más recientes, cómo el arte es la primera línea de flotación a la que hay que golpear. Si eliminas el arte, eliminas el pasado. 



[Para escuchar nuestra conversación, dale a clic vídeo]

M.G.- Estamos hablando de falsificaciones en el mundo del arte y  como objeto central en la trama de la novela, te fijas en un busto de Alejandro Magno. Un busto que no existe, o sí, quién sabe. ¿Por qué esa pieza en concreto? ¿Por qué un busto? ¿Por qué la figura de Alejandro Magno?

J.A.- Han van Meegeren pintó sus falsos inéditos de Vermeer y en aquellos tiempos pasaron por buenos porque no existía la tecnología que existe hoy. Yo me planteo si eso se podría hacer hoy día y no con un cuadro de hace 400 años sino que, para darle una vuelta de tuerca, con una objeto de hace 2.400 años.

La autentificación de obras de arte se basa en dos pilares. Por un lado, la datación de los materiales y, por otro lado, el análisis visual de expertos para ver si coincide con el estilo del autor. La datación a día de hoy es casi matemática. Es decir, hoy en día se pueden analizar lienzos, bastidores, las tachas que sujetan el lienzo a los bastidores y, por supuesto, en una pintura, los pigmentos. Luego vienen los expertos visuales y nos dicen si coincide la pincelada o la temática con otros cuadros del pintor pero, ¿qué tiene el bronce? Con el bronce no se puede utilizar el carbono-14. Existe una base de datos mundial de análisis de bronce y si nosotros raspamos unas micras a una pieza de bronce, la llevamos a esa base de datos, nos va a decir de cuándo es esa pieza porque analizan la aleación. El bronce inicialmente está compuesto por un 80% de bronce y un 20% de estaño pero estos porcentajes han ido cambiando con el paso del tiempo. Además, con el bronce no hay un concepto de autoría como sí lo hay con la pintura. Lo que importa es el objeto en sí. Si resulta que la pieza retrata a Alejandro Magno, si además es la única estatua de bronce que existe de él, que aparece en un sitio muy lejano pero un lugar en el que Alejandro Magno hizo campaña, pues entonces la pieza empieza a resultar interesante.

Lo que plantea la novela es que la pieza, aunque teóricamente sea interesante, no existe, sino que hay que fabricarla.

M.G.- Te he leído decir en redes sociales que esta es tu novela más compleja. ¿Dónde ha radicado la complejidad? ¿En la trama? ¿En los personajes? ¿La documentación, quizá?

J.A.- En varias cosas. La primera es que el protagonista tiene que ser más inteligente que yo. Las grandes historias de robos tienen tres tropos, tres elementos, que hacen que nos enganchemos a ellas. Por ejemplo, veo Ocean's Eleven, El secreto de Thomas Crown, The Italian Job o El golpe y me pregunto ¿cómo es posible que esté empatizando con alguien que esté haciendo algo ilegal? ¿Cómo haces para que los lectores se pongan de lado del malo, entre comillas? Pues, en primer lugar, porque esos personajes que están haciendo algo ilegal tienen unos motivos que va mucho más allá de lo económico. Que se quieren hacer ricos, vale, es entendible, pero tiene que haber un motivo más emocional, más profundo para llevar a cabo su acción. Lo segundo es que hacen algo ilegal contra alguien o contra una institución más poderosa y moralmente reprobable. Por ejemplo, en La casa de papel imprimían sus propios billetes en la Fábrica de moneda y timbre. El enemigo era el Estado. Y por último, el protagonista actúa desde la inteligencia y no desde la violencia. Coger un fusil de asalto y entrar en un banco, como poder, lo podemos hacer todos, pero generar un plan para generar un engaño, eso no está al alcance de todo el mundo. Así que el reto ha sido crear un personaje más inteligente que yo.

Por otro lado, he tenido que investigar sobre el bronce. ¿Cómo podría conseguir bronce de hace 2.400 años? ¿O cómo se hacían las esculturas de bronce en Grecia? ¿Qué método se utilizaba? Pues se utilizaba un método que se llamaba la cera perdida. Se usaban unos moldes de cera de abeja y porcelana líquida. He tenido que investigar mucho sobre todo esto. 

Ahora bien, es la más compleja porque he querido contar una historia en un género que a mí me apasiona. Narrar un golpe, donde nada es lo que parece, donde todo puede cambiar, teniendo en cuenta que es un género del que los lectores ya saben mucho. He tenido que añadir ciertos componentes para hacerla diferente, que no perdiera tensión, que no perdiera pulsión narrativa, ni interés. Al menos, lo he intentado.

M.G.- ¿Se podría decir que la documentación y el trabajo previo ha sido más duro que la propia escritura de la novela?

J.A.- Sí, pero eso me pasa casi en cualquier novela. Con La última mirada de Goya investigué sobre cómo vestían, cómo eran los peinados, el mobiliario, cómo funcionaba Correos,... También tuve que documentarme sobre cómo era Burdeos en 1828, y cómo se llamaban las calles.

M.G.- Para cualquier pequeño detalle hay que investigar mucho.

J.A.- Sí. Y con El rey de bronce ocurre lo mismo. El mundo del arte requiere que te documentes bien.

M.G.- Pues el protagonista de esta novela se llama Luca Santamarta. Desde la primera página ya me pareció un tipo interesante. Es un joven que se guarda algo, que tiene algo escondido en la manga. ¿Qué nos puedes contar de él?

J.A.- Luca Santamarta es un joven de treinta y cinco años. Es valenciano y ha conseguido levantar una empresa tecnológica que decide vender. La vende por diez millones de euros. Pero, lejos de retirarse, decide que ha llegado el momento de poner en marcha el plan que lleva dando forma desde hace veinte años. Él pretende colocar una estatua griega de bronce, del siglo IV a.C., que representa a Alejandro Magno, en el tercer mayor museo de Estados Unidos. Dicho así, suena difícil. Normalmente, este tipo de planes los llevan a cabo personas muy calculadoras, con una mente muy privilegiada y ese tipo de gente genera una cierta falta de empatía. Por lo tanto, hay que construir a un personaje que sea verosímil, capaz de llevar a cabo este plan.

Luca Santamarta, desde el primer capítulo, da una imagen de hombre altivo, arrogante, rayando en la chulería hasta que, en un momento dado, hace un salva al gato. Es decir, a lo mejor no nos gusta lo que está haciendo en la primera escena pero como haga algo que lo salve un poquitín, ya nos aliamos con él.

M.G.- Así es, pero habrá más personajes porque el plan que Luca tiene en mente requiere de un equipo. Me gustaría que destacaras un único personaje de ese equipo. ¿Quién sería?

J.A.- La creación del equipo es otro de los tropos de este género, el cómo reúnes a los miembros de la banda, cada uno con una característica especial o una habilidad especial, necesaria para el plan. Es algo que hemos visto miles de veces. Pero lo que no hemos visto ha sido que, para un golpe como este, se reclute a una señora de setenta años. 

M.G.- No es lo habitual.

J.A.- Esa señora es la tía de Luca y le quedan cuatro meses de vida porque padece una enfermedad terminal. Con su edad, con su experiencia, con su situación personal, Pietra, que así se llama este personaje, se puede permitir ser la conciencia de Luca, ser esa voz interior que le dice: No te pares ahora. Arriesga más. Si hemos llegado hasta aquí, no puedes pararte. Cuando Luca la va a reclutar, lo primero que pregunta es si hay dinero que ganar. Él le responde que sí pero que puede ser peligroso. A eso Pietra le responde a su sobrino que se asegure que este sea un buen último baile.

M.G.- Javier, te has tenido que documentar sobre el arte y las falsificaciones. ¿Cuántos rincones oscuros puede tener el mundo del arte? Ese mundo que los que no conocemos, vemos como un tanto exótico. ¿Cuántos rincones oscuros puede tener?

J.A.- Exótico y casi romántico. Te imaginas a un falsificador, un señor de cierta edad, falsificando un Van Gogh que luego va a vender por cincuenta millones de euros. Bueno, el mercado negro del arte no se compone sólo de falsificaciones sino también de venta de materiales para hacer esas falsificaciones. Se venden lienzo de siglos anteriores y pigmentos específicos.

M.G.- O bronce hace 2.500 años.

J.A.- Claro. El mercado negro del arte se estima que es el quinto mayor mercado negro a nivel mundial. Tendríamos armas, drogas, personas, delitos cibernéticos y arte, como mercado negro. Pero el mercado negro del arte tiene una particularidad que los otros cuatro no tienen. Y es que en ese lado oscuro, en esa maldad que tiene cualquier mercado negro, en el arte, los que generan esa maldad, aman el arte, entienden de arte. Eso es lo paradójico. Son sensibles al arte. Y desde ese conocimiento, desde esa sensibilidad, es cuando pueden operar de manera ilegal, cuando saben que pueden colar, cuando saben que puede ser verosímil. 

Imagínate, por ejemplo, que estamos en el primer día de apertura del Prado. ¿De dónde salieron los cuadros que se expusieron ese primer día? Bueno, normalmente de colecciones privadas que van pasando de generación en generación, familias que van acumulando obras de arte, de los pintores de cámara, de los regalos de unos monarcas a otras naciones,... ¿Y cuál es la trazabilidad de esos cuadros? Imagínate que tú y yo somos los duques de Monfortal, y en 1875 vamos al Prado y decimos que queremos donar al museo un Tintoretto que lleva en nuestra familia desde hace generaciones. Pero ese cuadro, ¿de dónde ha salido? ¿Cómo ha llegado a esta familia?

El que fue director del Metropolitan Museum de Nueva York en los años 90 escribió sus memorias y en ellas decía que él estimaba que el 40% de las obras de arte que hay en los museos son falsas. A mí me parece mucho pero estoy seguro de que hay muchas falsificaciones en los museos. Los museos de Europa están llenos de cosas porque Europa es la cuna de la civilización pero, ¿y Estados Unidos? Su Declaración de Independencia es de 1776. Ellos querían tener museos y llenarlos de cosas. Tenían que comprar objetos para exponerlos en sus museos.  ¿De dónde salieron esos objetos?

Stefan Lehmann es un estudioso del mundo del arte. Hizo un estudio a principios de los 2000 y a él le extrañó mucho la cantidad de piezas de bronce, de bustos, que aparecieron en los museos de Estados Unidos en los últimos diez años. Las examinó y las comparó con las que se exponen en los museos de Europa. Comprobó que estaban muy bien hechas aunque había diferencias en la pátina, en el redondeado de algunas formas,... Una pieza de hace 2.400 años no puede tener aristas. Lehmann intentó averiguar de dónde procedían e hizo el camino a la inversa. Buscó dónde y cuándo se habían celebrado subastas de objetos de bronce de la antigüedad. ¿A dónde habían viajado los objetos subastados? Daba la casualidad que muchos de ellos confluían en España. Y dos años después, los museos de Estados Unidos aparecían llenos de piezas de bronce.

M.G.- ¡Qué curioso! 

Antes has mencionado a Han van Meegeren, ese falsificador holandés pero, ¿quiénes han sido los grandes falsificadores del mundo?

J.A.- Han van es unos de ellos. Él tenía un talento que poca gente tenía. Y luego, esas grandes falsificaciones ya no se hacen porque hoy se pillan. Pero falsificaciones menores de arte se hacen todos los días. Te puedo poner un ejemplo. Imagina que no nos conocemos mucho pero hemos quedado a comer. Llego un poco tarde y me ves con mala cara. Me preguntas qué pasa y te cuento que mi abuelo, que se murió hace seis meses, dejó en su piso unos bocetos preparatorios de Sorolla y que mi madre y mis hermanos se están peleando para ver qué se hace con eso. No sabemos quién se los va a quedar porque el que se los quede tiene que tasarlos. Al final, me he enfadado y vamos a terminar rompiendo la familia por cuatro bocetos preparatorios de Sorolla. Igual tú no muestras interés pero otra persona a la que le cuente esto mismo puede que sí, y llega alguien y me pregunta que cuánto valen esos bocetos y le respondo que por dos mil euros nos lo queremos quitar de encima, dos mil euros por unos bocetos hechos ayer. Y esa persona me los compra. 

M.G.- Y cree que ha conseguido una ganga por dos mil euros.

J.A.- Sí. Pues esto ocurre todos los días. 

M.G.- Ya. Javier, has mencionado títulos de películas. La novela bebe de grandes éxitos cinematográficos, como Ocean's Eleven. Y es verdad que, al principio, cuando empiezas a leer y cuentas la historia de Han van Meegeren en el prólogo, con esas minas de sal en Austria y el expolio nazi, es inevitable que se te venga a la cabeza otra película como The Monuments men

J.A.- La historia de los Monuments men es real. Los Monuments men son los encargados de devolver a sus legítimos propietarios las obras de arte encontradas eAltaussee, las seis mil obras de arte, entre ellas uno de los Vermeer de Han van Meegeren. Los Monuments men tienen un papel muy importante en aquella historia. 

A mí me gusta mucho el cine. Cuando estoy creando la historia en mi cabeza y hago mi escaleta, con lo que tiene que ocurrir en cada capítulo, me ayuda mucho verlo de manera cinematográfica porque esto me ayuda también a traspasarlo luego a las páginas.

Me ayuda mucho saber cada capítulo, dónde se encuentra, cómo empieza, qué personajes van a participar. Me ayuda muchísimo. 

En cada historia, en cada género, hay momentos que van a venir a la cabeza. En una película de indios y vaqueros va a haber un duelo final. Ya sabemos que eso va a ocurrir porque forma parte del cliché del género, ¿no? Me resulta importante saber a qué genero se quiere parecer cada historia porque cada género tiene sus momentos importantes y cuáles son esos momentos que yo, como lector o como espectador, estoy esperando. Así que, sí, el cine es muy importante para mí.

M.G.- Hablemos del tiempo y del lugar ahora. Por un lado, vamos a encontrar dos hilos temporales, separados por veinte años. Una parte de la trama transcurre en 2002 y otra en 2022. Por lo que comentabas antes, que para entender el presente hay que conocer el pasado. Tenemos que conocer por qué Luca Santamarta se está comportando así en 2022 y para ello trasladas al lector al año 2002.

J.A.- Sí, con la particularidad de que en el 2002, Luca tiene quince años. Mientras que en el año 2022, tendrá treinta y cinco. En el pasado, el protagonista era un niño. En la trama del pasado conoceremos los motivos por los que se está comportando así en el presente. Las dos líneas se van a ir entrelazando. 

M.G.- ¿Y Valencia? ¿Qué va a ver el lector de tu ciudad?

J.A.- Mira, he de reconocer que en esta novela, poco. En Los guardianes del Prado sí tenía protagonismo porque fue la ciudad a la que se trasladaron las obras pero aquí es únicamente una ubicación. El equipo va a tener su cuartel general en Valencia pero luego la acción se va a desarrollar en varias ciudades de todo el mundo. El hecho de que aparezca Valencia se debe, con todos los respetos y con todos los permisos de los lectores, al capricho de hacer homenaje a mi ciudad. Pero, en realidad, daría lo mismo que se ambientara en Valencia, en Sevilla, Madrid o Barcelona.

M.G.- Y empiezas a leer y, de vez en cuando, te vas encontrando con fragmentos en cursiva, que a mí me provocan mucha curiosidad. No sé si puedes decir algo o sería desvelar demasiado.

J.A.- Sería desvelar demasiado. Son fragmentos en cursiva, al inicio de determinados capítulos, que nos van a dar una pista de lo que va a ocurrir en ese capítulo concreto y, poco a poco, iremos descubriendo de dónde salen esos fragmentos en cursiva. 

Mira, Marisa, hay una satisfacción muy grande que nos podemos dar las personas que escribimos y es el hecho de innovar en cada novela, con el narrador, con los tiempos verbales, o incluyendo esos textos en cursiva. A lo mejor no tiene mayor importancia para los lectores pero para la persona que escribe, añadir ese recurso técnico, da satisfacción. Los lectores descubrirán qué significan esas letras en cursiva con la lectura.

M.G.- La novela está dedicada a los que viven aventuras a través de los libros, a los que les hubiera gustado vivir esas aventuras de forma real. A ti, ¿qué aventuras o qué época te hubiera gustado vivir?

J.A.- Es decir, la novela me la he dedicado a mí mismo, primero [ríe]. Escribo aventuras que a mí me hubiera gustado vivir. Me hubiera encantado ir a caballo con una espada pero vivo en el siglo XXI y estoy sufriendo las subidas del precio de la gasolina y pago electrodomésticos a plazos.

M.G.- Y en vez de espadas tenemos móviles.

J.A.- Eso es. Me hubiera gustado tener una vida más interesante que la que tengo. Me hubiera gustado vivir aventuras, ser Andrea Boscoscuro, uno de los protagonistas de La última mirada de Goya, ser un tipo elegante, un sicario internacional del siglo XIX. O me hubiera gustado ser el capitán Jack Aubrey en las novelas de Patrick O'Brian, Russell Crowe en Master and Commanders. También me hubiera encantado ser Luca Santamarta y planificar un golpe en la actualidad para tratar de hackear todo un sistema como es el mundo del arte.

M.G.- Pero hubieras tenido que renunciar a ser escritor.

J.A.- Hubiera tenido que renunciar a ser escritor, sí. No se puede ser todo, es verdad.

M.G.- Lamentablemente, no. Bueno te lanzo las dos últimas preguntas en una sola. Sueles decir que no escribes para los demás, sino que escribes para uno mismo y que uno de tus sueños es que alguna de tus novelas sea llevada al cine.

J.A.- Me encantaría, por ese amor que yo le tengo al cine. Yo tengo amor al cine en el cine. No a las películas en la tele. Las veo, sí, pero lo que realmente me enamora es ese momento mágico en la sala, cuando se apaga todo, se enciende la pantalla, y comienzan los tráilers. Eso es algo absolutamente mágico. Que se apague la luz de una sala, y que comience en pantalla una historia basada en un libro mío, pues no se me ocurre nada mejor en mi carrera literaria. También sé que no es algo que esté en mi mano y que, por muchos movimientos que yo haga, o muchas patadas que dé, no puedo hacer nada. Si tiene que ser, será. Así que no escribo para que mis libros sean películas. Yo escribo para emocionar a las personas lectoras, para que pasen un buen rato de lectura, pero la única manera que se me ocurre es que me emocione a mí primero. Si paso un buen rato cuando releo el capítulo, a lo mejor emociono a alguien más. Si quiero que se haga película y quiero que emocione a otras personas, al final, todo empieza por mí. 

M.G.- Y si te aburre la historia que estás escribiendo, terminará por aburrir a los lectores. 

J.A.- Totalmente.

M.G.- Javier, no tengo más preguntas que hacerte. Muchas gracias por este ratito de charla.

J.A.- Gracias a ti, por la voz que me has dado, a mí y a la novela, y por tu labor divulgadora de la cultura y de los libros.

M.G.- Es un placer.

J.A.- Gracias.

Sinopsis: Algunos desafíos solo están al alcance de una mente privilegiada.

Luca Santamarta, un joven emprendedor tecnológico, conseguirá traspasar su empresa por diez millones de euros para poner en marcha el plan que lleva años urdiendo: vender un legendario busto de bronce de Alejandro Magno, datado en el siglo IV a.C., al tercer mayor museo de Estados Unidos.

El mayor problema es que ese busto ni siquiera existe. Y para conseguir tal artificio, tendrá que reunir a un equipo con múltiples habilidades que deberá ejecutar un complejo entramado alrededor del mundo que incluirá fabricar esa pieza de bronce, conseguir que supere los más sofisticados sistemas de autenticidad y venderla por una desorbitada cantidad al American Museum of Classical Arts de Chicago.

Sin embargo, la sospecha de la existencia de ese mítico busto lo convertirá en objeto de deseo de poderosos coleccionistas, sicarios internacionales e incluso la policía de varios países de Europa. Pero ¿por qué Luca Santamarta ha decidido arriesgar todo su dinero, su vida y la de las personas que más quiere para crear un engaño único en la historia del arte?

Un plan perfecto. Una obra de arte que no existe.

Una aventura trepidante donde nada resultará ser lo que parece.

domingo, 15 de junio de 2025

REGRESANDO...

Buenos días a todos y a todas. Espero que estéis bien. He estado ausente de este espacio e incluso de redes sociales durante mucho tiempo. Lo último que publiqué fue la entrevista a Javier Sierra y de eso hace más de un mes. Por cierto, muchas gracias por vuestros comentarios. Me hacen muy feliz. Pero, si desaparecí fue por una razón de peso. Os cuento. El pasado 12 de junio tuvo lugar el fallo de los Premios de Novela Ateneo de Sevilla y Ateneo Joven. Los que asomáis por aquí desde hace tiempo seguro que recordáis que son unos premios a los que he acudido siempre como invitada. Pues bien, este año ha sido un tanto diferente porque, en esta ocasión, me tocó conducir toda la gala. 




La propuesta de ser la presentadora de estos premios me llegó hace unos meses. En aquel momento, sentí un gran pavor porque suponía mucha responsabilidad y porque, hasta ese momento, la gala la había presentado un periodista bastante conocido en Sevilla. ¿Y si me entraba pánico escénico y me quedaba sin habla? Durante las semanas previas se me han pasado por la cabeza mil escenarios posibles pero no podía dejar pasar la oportunidad. Tenía que aceptar aquella propuesta. Así que, en ese último mes y medio, he estado preparándome para la noche del 12 de junio, pensando y dándole vueltas a todo lo que quería decir, a cómo debía decirlo, manteniendo reuniones con miembros del Ateneo para ir perfilando detalles y, sobre todo, leyendo las nueve novelas finalistas, las seis que llegaron a las últimas cribas del Premio de Novela Ateneo de Sevilla y las tres que lo hicieron para el Premio de Novela Ateneo Joven. Obviamente, de estas novelas no os puedo contar nada pero sí lo haré de las dos ganadoras en unos días. 



La noche del 12 de junio empezó con muchos nervios pero fue subir al escenario, decir cuatro palabras y, de repente, los nervios desaparecieron. Fue justo ahí cuando empecé a disfrutar muchísimo del momento. Y casi a las 12 de la noche, cuando puse punto y final al acto, sentí una gran satisfacción. 




No sé si realmente lo hice bien o mal. Seguramente cometí errores. Yo misma, horas después, detecté alguna cosa que debería haber pulido pero, para ser la primera vez que hacía algo de tanto peso, me siento feliz con el resultado. 

Este es el motivo de mi ausencia. Me quedan muchas entrevistas y reseñas que publicar todavía, que se han quedado en el limbo, a la espera de que pasaran estas fechas, así que, regreso la próxima semana (si nada se tuerce).

Por supuesto, debo agradecer a la Junta Directiva del Ateneo de Sevilla que apostara por mí y me diera esta oportunidad. Al menos, ya puedo decir que un día presenté unos premios literarios importantes.

Nos leemos pronto.


martes, 6 de mayo de 2025

JAVIER SIERRA: ❝Los cuadros son libros sin palabras❞

Toma tu móvil y descárgate la aplicación Google Arts & Culture. No preguntes. Hazme caso. ¿Ya te la descargaste? Bien, ábrela sigue los pasos que te indica la aplicación. Cuando ya la hayas configurado, justo abajo te saldrá el siguiente menú: Explorar. Jugar. Estudio. Buscar inspiración. Dale a Jugar. Te saldrán varios juegos. Elige uno que se llama Art Selfie. Si clicas se abrirá tu cámara de fotos. Hazte un selfie. ¿Ya? Pues ahora la aplicación va a buscar tus rasgos entre los rostros de un sinfín de pinturas. ¿A quién te pareces? Yo me tronchado de la risa porque lo mismo me parezco a hombres que a mujeres y no sé muy bien cómo tomarme la cosa. En fin....

Bueno, pues esta es una de las cosas curiosas y divertidas que me explicó Javier Sierra cuando pasó hace algunas semanas por Sevilla para promocionar El plan maestro. Es la segunda vez que hablo con este autor y admito que, nuevamente, me ha cautivado con su conversación. Y con su novela. El plan maestro está concebido como una continuación de El maestro del Prado. El lector va a volver a enfrentarse a un mundo en el que el arte y la pintura son los principales protagonistas. Estamos ante una novela que viene a resolver el enigma que, doce años atrás, quedó suspendido en el aire con El maestro... Os dejo con la conversación con Javier Sierra.

Marisa G.- Javier, un placer tenerte en Sevilla, charlar contigo sobre El plan maestro. Creo que la última vez que hablamos fue con El mensaje de Pandora y lo hicimos hasta por teléfono por la pandemia.

Javier S.- Sí, era pandemia. De hecho, la promoción de ese libro fue muy frustrante. A mí me gustar hacer esto que estamos haciendo hoy y visitar ciudades pero no pudo ser. Fue todo digital.

M.G.- Al menos, algo pudimos hacer. Bueno, El plan maestro se entiende y creo que lo has concebido como una continuación de El maestro del Prado. ¿Se entiende así?

J.S.- En realidad es un juego en el que yo expando el universo de El maestro del Prado. Y El maestro del Prado, aquella novela de 2013 se convierte en protagonista en El plan maestro. Por lo tanto, no es necesario estrictamente que te leas El maestro del Prado para leer El plan maestro, Pero sé, lo sé, que cuando termines esta novela querrás leerte El maestro del Prado. Y funciona igual en el universo mental del lector. Va a funcionar igual.

M.G.- Yo no he leído El maestro del Prado pero me consta que ese libro termina con un enigma sin resolver, un misterio que tú resuelves en este libro, ¿no?

J.S.- Exacto, exacto. Aquel libro lo concebí de una manera un tanto peculiar. Mi editora me propuso que escribiera una especie de guía del Museo del Prado. Ella había leído algunos de mis artículos y algunas entrevistas en las que hablaba de obras de arte. Como había escrito La cena secreta y otros libros en los que la pintura estaba de trasfondo, ella pensó que una guía del Museo del Prado escrita por mí podría ser algo así como aquel libro de Eugenio d'Ors, Tres horas en el Museo del PradoY bueno, acepté el reto. Pero una vez que me puse con el trabajo, vi que era un poco áspero. Una guía de cuadro tras cuadro, tras cuadro, era áspero y pensé que sería interesante incorporar una trama que lo suavizara. Y eché mano de mis memorias y, de repente, recordé que, recién llegado a Madrid para estudiar periodismo, me pasó algo muy curioso en el museo. Un día, estando absorto delante de una tabla de Rafael, una Sagrada Familia, se me acercó un señor mayor por la espalda y se me ofreció a explicarme cómo debía de leer el cuadro. No ver el cuadro. Dijo leer esa pintura. Le respondí que sí, que me explicara lo que quisiera. Me hizo una exposición increíble de lo que era esa obra y me quedé tan fascinado que volví muchas veces al Museo del Prado con el secreto anhelo de volvérmelo a encontrar. No se produjo ese encuentro. Y bueno, al cabo de los años terminé convirtiéndolo en un personaje literario. Y ese es El maestro del Prado. Ese maestro desaparece al final de aquella novela, dejándome un acertijo en un libro. Y, la verdad, yo no esperaba la reacción de los lectores. Empecé a recibir cartas, correos electrónicos y mensajes a través de la editorial,  de lectores de todo el mundo, proponiéndome respuestas a ese acertijo. Me pareció tan rico lo que había sucedido que guardé todos aquellos mensajes y los convertí en combustible para empezar esta novela. Así que en esta novela resuelvo ese acertijo que dejé hace doce años sin resolver. Ha sido una excusa para tener el universo de la pintura otra vez a mis pies y poder hablar de los misterios del arte.

M.G.- ¿Y por qué has esperado todos esos años, teniendo todo ese material?

J.S.- Bueno, han pasado muchas cosas en este tiempo. Gané el Premio Planeta en el 2017 y ese mismo año me embarqué también en una aventura audiovisual. Dirigí y escribí una serie para Movistar que se llamaba Otros mundos, que tenía que ver, curiosamente, con la mirada de los niños y cómo desde pequeños vemos cosas que de mayores no somos capaces de ver. Estuve trabajando en esa serie desde el año 2017 al año 2021. Todo lo audiovisual es de un esfuerzo titánico porque movimos recursos de cine, hicimos un trabajo muy bonito, pero me apartó un poco del día a día de la literatura. Y luego quise también ver crecer a mis hijos. Estaban en una etapa delicada. Tenía la posibilidad de dedicarme un poquito a mis hijos y preferí terminar ese libro, el de la vida y que no vuelve. Así que, aguardé. Han pasado doce años, casi en un suspiro, pero el entusiasmo y la energía siguen siendo los mismos de aquella época y me ha resultado muy fácil reconectar con mi trabajo.


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M.G.- En las páginas finales del libro dices que esta es la obra más osada de cuantas historias has dado a imprenta.

J.S.- Sí, porque no solo mezclo muchos géneros: autobiografía, ensayo de arte, thriller, novela histórica,... Se mezclan muchos géneros y eso siempre es difícil. Pero, sobre todo, se mezclan puntos de vista que habitualmente en la literatura nunca convergen porque se supone o se presupone que son incompatibles, como es una narración en primera persona, pero también una narración en tercera persona por el mismo narrador de la primera. Esto es una pirueta literaria, pero como era un relato natural que yo lo tenía muy en la cabeza, ha ensamblado perfectamente y creo que el lector lo va a disfrutar como una novedad. Así que sí, desde el punto de vista literario tradicional es muy osado. No está dentro del tópico del best-seller, pero va a ser un best-seller porque tiene esos ingredientes para que el lector no pare de sorprenderse. 

M.G.- Sin embargo, no catalogas el libro como una novela. Hablas de un término anglosajón que me ha resultado muy curioso. Faction.

J.S.- Ya sabes que los ingleses son expertos en torcer el idioma. Lo que han hecho es fusionar dos conceptos también aparentemente antagónicos como es fiction, la ficción, y fact, el hecho, el ensayo. Nosotros no tenemos un término como este en lengua castellana. Pero ese término inglés define muy bien lo que yo he pretendido. Es una novela escrita para que el lector aprenda. Está bien que se distraiga, que se entretenga y se meta en los vericuetos de los personajes. Eso es fantástico pero lo que quiero es que, al final de la obra, el lector haya cambiado su punto de vista sobre el arte y entienda que, en origen, el arte era un instrumento mágico. No era un instrumento estético ni un instrumento histórico, sino algo para hacer magia. Y ese cambio de paradigma sólo lo puedes conseguir si creas un artificio envolvente, esa faction que me he inventado

Debo decir que también he contado con la complicidad total de la editorial porque, para que esto funcione, tenía que hacer una novela donde las ilustraciones estuvieran en la página correcta, en color, con buena resolución, para que el lector que está leyendo sobre obras de arte de repente se la encuentre y descubra que efectivamente lo que acaba de aprender es verdad.

M.G.- Lo de incluir ilustraciones se agradece muchísimo. Si estás leyendo una novela que hace referencia a una película, a una pintura, o a lo que sea, tienes que dejar de lado la lectura un momento para irte a Google. Pero aquí no hace falta. Se agradece al autor y, por supuesto, también a la editorial. 

J.S.- Esto lo aprendí de la relación especialísima que Julio Verne tuvo con su editor, Jules Hetzel. Julio Verne es el primero en la novela moderna que incorpora grabados dentro de su narración, porque él, cuando explicaba 20.000 leguas de viaje submarino, quería que el lector, que nunca había visto un submarino ni era capaz de imaginárselo, lo viera. Con un grabador hacían las imágenes y las insertaban en el punto adecuado. Yo fui lector de los viajes extraordinarios de Verne y me impactó esa visión preclara que tuvo, de cara a una sociedad que iba a depender mucho de las imágenes. Así que lo he incorporado a mis libros siempre que he podido. Con El plan maestro hemos conseguido un artefacto que funciona a la perfección. 

M.G.- Te confieso, Javier, que siempre me gusta ese juego entre realidad y ficción que planteas en tus libros. Ahí lanzas un desafío al lector para que se adentre en la historia y a la vez juegue a ese juego que nos ofreces, averiguar qué es verdad y qué es ficción. Es interesante.

J.S.- Es la sensación que yo he tenido siempre. Te va a parecer rara la respuesta, pero, si lees la Biblia, ves a Abraham en medio del desierto, con su esposa, preocupados por si van a tener un hijo o no. De repente, aparecen dos personajes que son dos ángeles. Así los llama la Biblia. Tiene aspecto humano, como tú y como yo, se sientas a comer a la mesa, hacen cosas muy mundanas y luego continúan camino. Nadie se pregunta si existen o no. Acaban de estar sentados a tu lado pero y se acepta que son de otra realidad. A mí, esa sensación de lectura bíblica me impactó desde muy niño. Cómo, algo que parece normal, es profundamente extraordinario y se explica de esta manera tan corriente. Creo que eso ha afectado, de alguna manera, a mi manera de escribir. 

M.G.- En las entrevistas has comentado esa vivencia que tuviste con tus hijos, cuando fuisteis a ver pinturas rupestres. Hablas de la percepción de lo niños, que son capaces de ver lo que no es capaz de ver un adulto. ¿Por qué será?

J.S.- Yo pensaba que eso era, entre comillas, un cuento de viejas. Es decir, que eso de que los niños veían más o sabían más que los adultos hasta cierta edad, era una cosa de las madres o de las abuelas antiguas. Pero, de repente, me tropecé con estudios neurológicos que hablan de que en el cerebro humano, a partir de los siete u ocho años, se produce lo que se conoce como poda sináptica. Las neuronas que están hiperconectadas y hiperelectrificadas en la etapa temprana del ser humano, a partir de los ocho años, empiezan a bloquearse, a morirse, a desconectarse de la red neuronal. Por eso, la percepción cambia a partir de ese momento. También influye, obviamente, la educación. Es parte del proceso o de la consecuencia de la poda sináptica. En los niños, simplemente una sombra de la colcha con la pata de la cama le hace ver un monstruo. Y para ellos está ahí el monstruo. O levantar la mirada a unas nubes y ver unos rostros o unos dinosaurios le parece lo más normal del mundo y ellos ven esos dinosaurios, y al adulto le cuesta.

Yo lo que hice fue equiparar esa visión del niño con la visión del hombre prehistórico cuando crea el arte. Y me preguntaba si sería necesario tener esa visión para comprender de verdad el arte de las cavernas. Y fruto de esa mezcla, surge algo, un elemento que en la novela yo llamo la segunda mirada,  que es la que le permite a algunos protagonistas ver más allá de lo evidente en el arte, intuir que las formas geométricas también son un mensaje, que una nube puede ser un mensaje, que una roca puede ser una cara, que un lago puede ser un ojo o que una fuente puede ser una pupila. Y cuando eso lo incorporas a tu manera de acercarte al arte, el arte de repente te habla en otro idioma, en otra frecuencia. Y es muy interesante.

M.G.- Cuando uno piensa en lo que puede esconder una pintura, o lo que un pintor ha intentado realmente retratar en un lienzo, siempre pienso en las obras de Picasso, en las de Frida Kahlo, en el Bosco. Sin embargo, en este libro también hablas de las obras de Goya, de Botticelli, e incluso de Velázquez. Eso me ha dejado muy descolocada. 

J.S.- El arte sólo funciona de verdad cuando tiene un relato que lo acompañe. Nosotros nos hemos acostumbrado, no sé por qué extraño sortilegio, a ir a un museo a pecho descubierto y a ponernos delante de una obra de arte y sólo mirar la cartela. Y en la cartela se nos cuenta si es óleo sobre lienzo, si es madera, si el pintor vivió de tal a tal año y si pertenece a tal o cual escuela. Pero no se nos cuenta nada más. Y el arte necesita un intérprete, necesita alguien que te lo cuente. Así que, evidentemente, aplicando esa lógica, si alguien te cuenta de verdad lo que tienen Las Meninas, vas a ver cosas que por ti misma nunca descubrirías. Las Meninas, de entrada, es un cuadro de un tamaño que no es normal. Es una escena doméstica. Es la hija de los reyes, la hija de Felipe IV, rodeada de sus sirvientas, en una estancia donde está pintando el propio Velázquez y a la que se asoman, parece, Mariana de Austria y Felipe IV, que se reflejan en el espejo del fondo. Pero esa pintura, que es doméstica, tiene el tamaño de las pinturas reales, de los retratos de los reyes, del retrato ecuestre de Felipe IV, de la reina o del Conde Duque de Olivares. ¿Por qué Velázquez pintó algo destinado a los apartamentos privados de ese formidable tamaño, si no te cabe en el dormitorio? ¿Por qué? Porque no era un retrato doméstico, porque en realidad era un sortilegio, era un hechizo. La situación que ocupan los personajes, si la unes con una línea, forma un signo zodiacal, forma el signo de Capricornio. Capricornio sólo es la reina Mariana de Austria. Y en 1656, cuando se pintan Las Meninas, toda España estaba mirando a la pobrecita Mariana de Austria, que tenía diecisiete años, para ver si el rey la dejaba embarazada y con suerte tenía un hijo varón que ocupara el trono. Era un hechizo de fertilidad y era un asunto de Estado. Por eso, el tamaño del cuadro. Pero claro, si no tienes a nadie que te explique esto, pasa desapercibido. Te parece un cuadro curioso, bonito, intrigante, bien ejecutado, pero no responde a la gran pregunta que hay que hacerse delante de cualquier obra de arte. Y esa pregunta es: ¿Por qué? ¿Por qué el artista dedica su talento a hacer eso? Y siempre hay un porqué. Y eso es lo bonito de mi aproximación.

M.G.- La verdad es que lo que cuentas sobre Las Meninas es impresionante. Es cierto que nos colocamos delante del cuadro, vemos el reflejo en el espejo, y no nos paramos a pensar en nada más. Me ha dejado muy impactada esa parte del libro.

J.S.- Es la puerta para descubrir que, por ejemplo, el sevillano más universal era, en realidad, un devoto de la astrología. Cuando él muere y abren su cuarto en el Alcázar de Madrid, encuentran la biblioteca de Diego Velázquez. Y en esa biblioteca la mitad eran tratados de geometría y matemáticas, y la mitad eran libros de astrología. En el inventario se dice que él tenía unos anteojos de larga vista, una especie de telescopio rudimentario de la época, con el que se pasaba el tiempo mirando las estrellas desde la Torre del Alcázar. Era un tipo que, como Rubens, que era su maestro, estaba obsesionado con la astrología y lo demostró en este tipo de cuadros. Pero tienes que conocer esas cosas. Si no las sabes, se te pasa sin más. 

M.G.- Hace un tiempo, hablaba con otro autor que también escribió una novela sobre cuadros y me contaba que, cuando visitamos un museo, tendemos a tratar de verlo todo pero sales del museo con la sensación de no haber visto nada. Creo que tú llegas a la misma conclusión.

J.S.- Es el síndrome de Instagram. Coges el móvil y empiezas a hacer scroll, como dicen los ingleses. Empiezas a pasar imágenes, un vídeo, otro vídeo y otro. De repente, te das cuenta de que te has llevado tres horas pasando vídeos y no te acuerdas de ninguno. Ninguno te importa. Con ninguno ha habido conexión emocional. Eso sólo se consigue con el relato. Por eso es tan importante que alguien te cuente el arte.

M.G.- Pero, cuando te planteas visitar un museo por primera vez, ¿cómo es esa visita? ¿Cómo te organizas esa visita?

J.S.- Antes trato de averiguar qué obras puede haber que me interesen. Uso Internet, obviamentey los libros. Me hago mis fichas y suelo singularizar dos o tres cuadros a los que me acerco. Si puedo, me pongo el disfraz de periodista, que a veces uso, y pido hablar con un conservador o que alguien del museo me acompañe para que me explique algo, Con eso algo, con lo que he leído, y con lo que ya sé, puedo empezar a hablar con el cuadro. Me gusta estar delante de las obras de arte pues, no sé, una hora mínimo, y poder fijarme en las cosas.

M.G. ¿Y qué es lo primero en lo que te fijas cuando estás delante de un cuadro?

J.S.-  Hay muchas cosas, pero aquel maestro del Prado de mi juventud me enseñó que una de las claves está en la mirada de los personajes. Tienes que fijarte...

M.G.- Hacia dónde miran.

J.S.- Eso es. Hacia dónde miran y a quién miran. A veces, los personajes de los cuadros están mirando fuera del cuadro. Y cuando miran fuera del cuadro, una de dos, o te están mirando a ti y, por lo tanto, el artista lo que quiso es establecer una comunicación, una empatía con el personaje por alguna razón, o están mirando algo sobrenatural, algo que está más allá de lo pintable. Y lo pintable es lo inefable, lo que no puedes describir ni con palabras ni con imágenes, y suele ser lo supersagrado. Aquel maestro del Prado me enseñó una cosa muy bonita, y es que el arte, una de sus funciones más importantes, es la de hacer visible lo invisible. Y cuando vas a un museo de pintura europea, lo primero que te das cuenta es que está lleno de cosas que no vemos. Ángeles, demonios, espíritus, cosas que el ojo humano no ve, pero que de repente el pintor ha hecho visible para ti mediante la magia del dominio de la imagen. Esa magia del dominio de la imagen es algo que en realidad se bocetó en la prehistoria. En la prehistoria ya hay cosas que nadie vio. Hay hombres bisonte, hay criaturas mitad animales, mitad humanas en las cuevas rupestres. Eso nunca existió. O sí, y lo hicieron visible los magos pintores de la prehistoria. Y esa duda a mí me parece, de verdad, muy chispeante, me parece que muy interesante para poder convertirla en un relato.

M.G.- Hablas de pintura, de arte, de cultura. Invitas al lector a acercarse a los cuadros con otra mirada. ¿A qué otras grandes reflexiones te gustaría que el lector llegara con este libro?

J.S.- Bueno, me gustaría que este libro le hiciera recapacitar sobre esta aproximación materialista y superficial al arte que tenemos. Visitamos un museo porque Las Meninas son bonitas, pero hay mucho más allá de la belleza en una obra de arte. A un artista se le presupone dominio de los pinceles para hacer algo hermoso, igual que a un escritor se le presupone dominio de la palabra para hacer un libro fluido. Pero otra cosa es el contenido. ¿Al servicio de qué está la belleza? La capacidad y la destreza del artista, ¿al servicio de qué está? Y cuando haces esa pregunta, es cuando te tropiezas con lo que hay de fondo en las pinturas y lo que a mí me interesa.

M.G.- Cuando contemplamos una obra de arte siempre nos encontramos con el hándicap de que no nos podemos acercar mucho. Tenemos esa medida, esa distancia de seguridad. Pero tú, teniendo en cuenta las descripciones que haces de los cuadros, habrás tenido que observar milimétricamente los lienzos.

J.S.- Bueno, he jugado con muchas herramientas. Ahora, por ejemplo, existen cosas que te permiten acercarte a los cuadros hasta el nivel del craquelado, de las grietas de la pintura. Por ejemplo, hay una aplicación que se llama Google Arts & Culture, Arte y Cultura, que te permite acercarte muchísimo a los detalles., porque han escaneado millones de obras de arte de todo el planeta. Yo la he usado y he visto cosas en esas ampliaciones de obras de arte que ni a ojo desnudo,  delante de las pinturas, percibes. Pero también me he granjeado amistades entre los conservadores de algunas colecciones importantes de arte y me han permitido acceder a las reflectografías de infrarrojos de los cuadros, a las radiografías de las pinturas y he podido ver mucha pintura subyacente, muchas intenciones fallidas de los pintores. Y todo eso también son cosas que te dicen, que te comunican información sobre el proceso de elaboración de una obra. Con todo eso he jugado, pero, al final, lo que cuenta de verdad es ponerte delante de la pintura y fijarte en las cosas.

Mira, te contaré una pequeña anécdota, una curiosidad que a mí me dejó muerto. Cuando escribí El maestro del Prado le tuve que dar nombre a aquella persona que se me acercó en el museo, en mi adolescencia. Si él me dio su nombre, yo no lo recuerdo. Así que me inventé un nombre para él, Luis Fovel. Nosotros nos encontramos delante de La Perla de Rafael. Y doce años después, en el proceso de elaboración de El plan maestro, volví a acercarme a La Perla y descubrí que, en una esquina de la pintura, sobre un tronco seco que pintó Rafael, él dibujó como grabado a navaja de una letra mayúscula, que era una F. Yo no la había visto. Igual inconscientemente la vi y pensé que mi personaje debía tener una F en su apellido, pero no fui consciente nunca. Fui consciente cuando lo vi por enésima vez, por millonésima vez, repasando el manuscrito de El maestro del Prado. El arte tiene eso, admite muchas lecturas. Igual que una novela, admite muchas lecturas. En el fondo es un espejo de nosotros mismos y cada vez que tú te miras en distintas etapas de tu vida, obtienes un reflejo distinto. Y eso a mí me tiene también fascinado.

M.G.- Como las obras de arte que también pueden transmitir mensajes diferentes dependiendo de la persona que las esté viendo.

J.S.- Sin duda. Y dependiendo de la edad de la persona que las está viendo. Es decir, que tú con dieciséis años ves una cosa en Las Meninas, otra con veinticinco, otra con cincuenta y cinco y otra con ochenta. Eso es una de las magias más desconcertantes que tiene el arte para mí. El arte, o déjame matizar, la expresión artística para mí, porque abarcaría también la literatura.

M.G.- Has mencionado a Luis Fovel. ¿Te has parado a pensar por qué aquel señor se paró a hablar contigo y no con otra persona?

J.S.- Lo he pensado muchas veces y no lo sé. Quizá, su razón fue la misma que a mí me lleva ahora a escribir estos libros, el poder excitar la imaginación y la capacidad de mirar de tus semejantes, porque eso que has descubierto con los años no quieres que se pierda. En realidad, nuestra herencia para nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros bisnietos, no son las propiedades y no son las cosas materiales. Nuestra herencia de verdad es nuestra mirada.

M.G.- Fantaseemos un poco, si lo volvieras a encontrar, ¿qué le dirías?

J.S.- Bueno, le pediría un teléfono de contacto para recurrir a él cada vez que me que me encontrara ante una obra de arte, que intuyera que tiene una historia que contarme.

M.G.- El Louvre tiene su propio fantasma. 

J.S.- Es verdad. Tiene su fantasma casi oficial, que es Belphegor. Yo lo utilizo en la novela. En realidad, Belphegor es un personaje que se inventó Maquiavelo en un librito satírico, que él escribió en Florencia. Pero como los franceses son expertos en apropiarse de las cosas de los otros, -Picasso es francés, como sabes, y Goya casi también es francés- [ríe], pues también se apropiaron de Belphegor y lo convirtieron en el fantasma oficial del Louvre. A mí eso me maravilla, porque yo creo que todos los museos tienen sus fantasmas, pero pocos los reivindican. Y ojalá a partir de este libro, el Prado de repente convierta a Louis Fovel en su fantasma oficial. Sería maravilloso.

M.G.- Con fantasma o sin fantasma, cuentas algo curioso de una de las salas del Prado.

J.S.- El Prado tiene muchas curiosidades, pero una de las que a mí me llama la atención es que no existe la sala 13. Yo la convierto en una sala fantasma. Tú vas a ver Las Meninas, que están en la sala 12, y de ahí saltas a la sala 14, donde vas a ver el Cristo de Velázquez. No hay una sala 13 intermedia. No la hay por razones de superstición, igual que no hay un Renault 13 en la escudería de los coches Renault. Pero a mí eso me ha dado mucho juego, porque se convierte en una sala espectral que puedes buscar y donde pueden pasar cosas de otra realidad. Y me sirve a nivel literario para que ocurran cosas ahí, claro. No te voy a contar cuáles.

M.G.- No, no me las cuentes. Lo que sí es cierto es que este libro, a medida que lo vas leyendo, te invita a visitar un museo. Aquí no tenemos una pinacoteca con el prado, lamentablemente, pero sí tenemos el museo de Bellas Artes. También me están entrando ganas de usar esa herramienta que me has descubierto, Google Arts & Culture, y ampliar los cuadros, a ver si también encuentro mensajes.

J.S.- Búscala. De todas maneras, te voy a decir una cosa. Es verdad que en Sevilla no tenéis un museo equiparable al Prado pero tenéis una cosa muy valiosa. Hay muchas obras de arte en Sevilla que están en su sitio original, que están en el sitio para el que fueron concebidas. Tú te puedes ir al Hospital de la Caridad y ver las obras de Valdés Leal colgadas donde las puso Valdés Leal. Y el sitio donde están colgadas las obras también dice mucho de ellas. Si trasladáramos Las postrimerías de Valdés Leal al Prado perdería parte de su significado. Esto también es importante tenerlo en cuenta. No tenéis un Prado pero tenéis esto otro que es tan valioso o más.

M.G.- No había caído en ese detalle. Me está interesando mucho esta conversación porque me voy a casa llena de muchas anécdotas y con muchas ganas de continuar con la lectura. Javier, te agradezco mucho que hayas venido a Sevilla y hayas compartido conmigo este ratito. Me interesa mucho todo lo que cuentas en el libro. Es cierto que hoy día, con el ritmo que llevamos, si visitamos un museo tratamos de verlo todo y no vemos nada.

J.S.- Piensa una cosa, los cuadros son libros sin palabras. Son libros mudos y el trabajo que yo me he dado es el de ponerle esas palabras que les faltan para hacerlos accesibles. Es una tarea muy bonita y, sobre todo, si consigo estimular la curiosidad, espero que, intergeneracional -que se acerque el lector joven al igual que el lector maduro-, habré conseguido mi objetivo. Ojála ahora haya muchos padres que se lleven a sus hijos a los museos para practicar esa segunda mirada o muchos abuelos que se lleven a sus nietos.

M.G.- A mí me has despertado mucha curiosidad, así que te lo agradezco. Javier, un placer tenerte en Sevilla.

J.S.- Muchas gracias. 

Sinopsis: La esperadísima vuelta a las librerías del maestro del misterio.

En 1990, Javier Sierra fue abordado por un sujeto singular en el Museo del Prado. Este le confesó que existía una comunidad secreta que, desde hacía siglos, se había dedicado a proteger una selección de obras que servía de puerta entre distintos mundos. Aquel tropiezo dio lugar a El maestro del Prado (Planeta, 2013).

Desde entonces, el autor se ha obsesionado con encontrar de nuevo a ese personaje y, en su camino, ha descubierto que existe un «plan maestro» que otorga al arte un sentido esencial. Este lleva siglos siendo urdido por unos misteriosos maestros que han transformado a nuestra especie hasta límites insospechados. Algunos mitos se refieren a ellos como dioses instructores, otros como daimones; también como ángeles y espíritus. Sus ideas han moldeado nuestra especie con aportes como la agricultura, la astronomía, las matemáticas o la expresión artística. Pero ¿quiénes son ellos?

Una apasionante novela que te hará viajar a través del arte a una historia desconocida de la civilización.

jueves, 24 de abril de 2025

JESÚS TERRES: ❝Me gusta compartir los sitios en los que soy feliz, por eso en mis cartas siempre se cuela la vida❞

El día que me cité con Jesús Terrés para hablar de su último libro, Vivir sin miedo, llovía a mares. Fue aquella semana en la que parecía que el mundo se había vuelto del revés. Sevilla recibía la típica lluvia insistente del norte día sí y día también. Pero aquel tiempo intempestivo no impidió que Jesús y yo conversáramos con calma y tranquilidad. 

Debo decir que la lectura de este libro, que muchos catalogan como un volumen de relatos, aunque su autor lo percibe más como un diario, me ha abierto puertas a importantes reflexiones, sobre el pasado, el presente y el futuro. Y es que Jesús Terrés recopila en este libro un buen puñado de emociones, compartidas previamente a través de las redes, en las que es fácil identificarse.

Terrés empezó a escribir cartas, a compartir sus emociones en marzo del año 2020. ¿Cómo olvidar esa fecha? Teníamos la pandemia encima, el miedo nos hostigaba, la incertidumbre devoraba las horas de nuestros días y Jesús sintió la necesidad de teclear y plasmar todos los sentimientos que lo atravesaban. Al principio, pocos lectores. Pero a aquellas sesiones de desnudo emocional que tenían lugar los sábados se fueron uniendo más y más gente. Hoy, una selección de todos aquellos textos conforma este libro. Y hoy también, comparto mi charla con su autor.

Marisa G.- Jesús, un placer conocerte y tenerte en Sevilla, aunque sea con esta lluvia.

Jesús T.-  Me siento como en casa [ríe].

M.G.- Ya te digo. He estado leyendo tu libro, algunos fragmentos. Y como primera pregunta te planteo una situación. Alguien entra en una librería, coge tu libro, lo abre al azar, lo ojea y es posible que piense que son relatos. De hecho, he leído reseñas que lo catalogan como tal. Sin embargo, yo lo veo de otro modo, como reflexiones íntimas o monólogos interiores. No sé cómo lo percibes tú.

J.T.- Me parece estupendo que cada cual tenga su interpretación del proyecto. Es maravilloso. Lo acepto y ya está. Pero para mí es como una ópera, como un continuo. Es una historia contada poco a poco. Si pienso en relatos, por ejemplo, en literatura americana, son textos muy independientes, que no tienen nada que ver uno con otro. En este caso no es así porque aquí hay un paraguas global que es la mirada emocional sobre la vida de alguien. Así que, para mí no es tanto un libro de relatos como un diario.

M.G.- Este diario lo estuviste compartiendo desde marzo de 2020. Empezaste a compartir estos textos que publicabas cada sábado. Si no me equivoco, el primero, o casi el primero, después de esa breve introducción que aparece en el libro,  fue Tengo miedo y no pasa nada. ¿Qué reacción hubo a esas palabras, si hubo algún tipo de reacción?

J.T.- El marco vital de ese texto fue justo el primer fin de semana del encierro, el más severo, cuando no podíamos bajar de casa. Aquello fue muy fuerte. Lo hablaba con mi mujer el otro día. No podíamos pasear, sólo bajar al supermercado. Fue muy heavy lo que vivimos. Creo que lo hemos olvidado un poco o que pensamos que aquello fue una película. Bueno, pues yo empecé aquel primer fin de semana. Por entonces, no había lectores. Creo que sólo había dos, con nombres y apellidos. Pero si escribía, no era para que se leyese o se compartiese. Al principio, era una sencilla necesidad de expresar un miedo, de sentir que necesitaba contar aquello. ¿Qué me está pasando a mí? ¿Qué está pasando?

M.G.- Por aquellas fechas, a cada uno le dio por hacer algo. Era una manera de evadirse. Hubo gente que hizo pan. Otros empezaron a hacer deporte indoor. Otros escribían. Siempre se ha dicho que escribir es una forma efectiva de exorcizar nuestros miedos, de enfrentarnos a ellos. Entiendo que tú has comprobado que realmente eso es así, que funciona.

J.T.- Pues yo ahí, con todo cariño, tengo que decir que no estoy de acuerdo.

M.G.- ¿No?

J.T.- No, porque yo soy muy amigo de la terapia. Hago mucha terapia y respeto mucho el trabajo de los psicoanalistas. Y escribir es escribir y hacer pan es hacer pan. Y para mí escribir se parece más hacer pan que a otra cosa. Creo que los miedos, los conflictos y tus movidas se solucionan con tu terapeuta. Escribir es simplemente contarlo pero no se soluciona.

M.G.- Pero quizá, a la hora de escribir, de plasmarlo en un papel, es una forma de poner nombre a lo que nos ocurre, ¿no?

J.T.- Exacto, sí, esa es la palabra mágica. Cuando tú nombras algo, y da igual que lo escribas, se lo cuentes a tu madre, a tu pareja, a tu novio, a tu novia, ya lo estás sanando un poquito. Es darle luz a ese miedo, es sacarlo a la calle y decir que esto es lo que sientes. Hacer eso es bueno, es sano pero sólo con eso no se arregla.

M.G.- No se soluciona pero se reconoce.

J.T.- Sí, le da luz, que no es poca cosa.

M.G.- Pues, desde ese marzo de 2020, has estado escribiendo. Este libro es una selección de esos mejores textos, ¿qué criterios se han tenido en cuenta para seleccionar estos y no otros?

J.T.- Ha sido muy difícil, muy complicado. Mira, aquí, en Sevilla, entendéis muy bien qué es la musicalidad. Para mí, como lector, la musicalidad es muy importante, tanto dentro de una misma carta como de una carta con las demás. Para mí, esto tenía que ser como una sinfonía en la que nada estorbase y que una cosa te llevara a la otra, como en un flamenco bonito, como en una ópera bonita, en la que las cosas suben, bajan pero en la que nada sobra, ni nada choca. Así que, si un texto no tenía musicalidad con el anterior o con el siguiente, ¡fuera!

M.G.- ¿Y han quedado fuera muchos de ellos? 

J.T.- Muchos. 

M.G.- Imagino. Leyendo la nota de prensa que manda la editorial se nos dice que este libro contiene cartas íntimas en dos formatos, el literario y el prescriptivo. ¿Te suena esto?

J.T.- Me resulta extraño. Creo que lo dicen porque soy un escritor muy vitalista. Me gusta mucho vivir. Me gusta mucho comer, beber, la alegría, los bares,... Siempre digo que si yo no vivo, no puedo escribir. En mis textos, ya sean literarios o algún encargo -soy periodista-, siempre estoy recomendando cosas. Quizá, por ahí, es por lo que viene la parte prescriptiva. Me gusta recomendar sitios para comer, me gusta compartir mis alegrías, recomendar los sitios en los que soy feliz y si, por ejemplo, me he comido un pescadito muy bueno en el Inchausti, pues decirlo. O una ensaladilla en el Donald, pues también lo digo. Me gusta compartir los sitios en los que soy feliz por eso en mis cartas siempre se cuela la vida.

M.G.- De eso hablaremos en un ratito porque ahora quiero preguntarte lo siguiente. En este libro, ¿encontramos a Jesús Terrés en estado puro o Jesús Terrés es simplemente el mensajero?

J.T.- En estas cartas está el Jesús Terrés más puro que hay. Usando un lenguaje muy taurino, creo que todavía podría acercarme más.

M.G.- Por acercarte se entiende abrirte más.

J.T.- Sí. Cruzarme más pero me falta valentía como escritor. Creo que todavía podría acercarme más, desnudarme más, que haya más sangre.

M.G.- Pero compartes con los lectores una parte muy personal y no sólo tuya, también de tu entorno, de Laura, tu pareja, o de algún amigo, al que mencionas en varias ocasiones. Es decir, no sólo hablas de ti sino también de tus circunstancias, por decirlo de alguna manera.

J.T.- Sí, cuando hablo de un aspecto íntimo de una persona de mi vida, le pregunto: oye, ¿te importa? 

Hace poco hemos vivido en casa un aborto muy complicado. Le pregunté a mi mujer si le importaba que hablara de eso, si se sentía cómoda. Porque si ella no está cómoda, no lo comparto. Pero cuando se trata de mí, de mis sentimientos, de mis emociones, mi dolor o mi herida trato de acercarme todo lo posible al acantilado.

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M.G.- ¿Y eso no te deja en una posición muy vulnerable?

J.T.- Sí, muchísimo. Mi vida como escritor es más solitaria de lo que parece. Por las presentaciones puede parecer que hay más gente pero mi vida es muy monacal. Escribo solo, cuando no hay nadie. Y cuando voy a tener un encuentro con lectores, como el que voy a tener hoy, aviso y pido que se me cuide porque no es justo. Lo sabéis todo de mí pero yo de vosotros no sé nada. 

M.G.- Jugamos con ventaja.

J.T.- Sí, porque me he desnudado. Me asusta mucho. De hecho, es que ni voy a cenas de prensa. Es raro verme en una. No estoy cómodo.

M.G.- No...

J.T.- No. Prefiero volverme a mi habitación, con mi libro.

M.G.- Y, a la hora de escribir estas piezas, ¿qué te inspira? ¿Qué ocurre en tu vida para decir: Me voy a sentar a escribir sobre esto?

J.T.- La vida. La vida es maravillosa. La gente en la calle, me encanta. Soy un viajero cercano. Me encanta pasear Sevilla, pasear por sus calles, y siempre hago oreja.

M.G.- Pues eso mismo te iba a preguntar, si eres de los que escuchan una conversación ajena. Muchas veces, tomando un café a solas en una cafetería me he encontrado a un grupo de amigas, de señoras mayores, teniendo conversaciones interesantísimas. Siempre digo que de esas conversaciones se puede escribir algo.

J.T.- Es que yo me meto en las conversaciones. Siempre con educación. A veces pregunto: ¿en serio? Señora, cuénteme. No sé, me gusta. O hablo con un camarero y le pregunto si pasa algo ese día. Saco mucho de la vida. 

M.G.- Sociabilizas. 

J.T.- Sí. Me gusta. Como turista. Soy muy escuchado, más que hablado.

M.G.- Jesús, el libro se estructura en tres grandes bloques: Cada día nace el mundo, Un corazón sin amargura, Pese al miedo, eligió vivir. ¿A qué motivo corresponde hacer esta distribución?

J.T.- A que, cuando se hace un libro de artículos o de relatos, tienes dos opciones: ser cronológico o no. Mi anterior libro de textos, Nada importa, no fue cronológico. Los eligió la editora de Círculo de Tiza, Eva. Ella hizo su selección como editora y yo estaba encantado. Pero aquí, estando la Covid en los primeros artículos, era muy difícil no tenerlo presente. En este proyecto sí ha sido muy importante el tiempo, ser fiel a lo que fue pasando en el tiempo, a nivel íntimo, a nivel social. Y son como tres partes: miedo, observación y esperanza.

M.G.- En cualquier caso, no se obliga al lector a leer de forma lineal, ¿no?

J.T.- No, no, no...

M.G.- Porque yo lo he leído a salto de mata.

J.T.- Para nada. El otro día hablé con Toni Segarra, un publicitario al que admiro mucho. En plan broma, y puteándome con cariño, me dijo que mi libro le recordaba a El libro de arena de Borges. Me comentó que ni lo había empezado por el principio ni lo iba a acabar porque se cae. Está ahí. No se iba a leer el comienzo ni se iba a leer nunca el final. Esa idea me gustó. Lo cojo, lo abro, leo un texto. Lo dejo. 

M.G.- Dentro de dos semanas, lo vuelvo a coger y leo otro texto.

J.T.- Sí. Y me parece maravilloso.

M.G.- A mí me parece una manera muy bonita e interesante de leer un libro como este, como el tuyo. Creo que, de ese modo, se afianza la relación con el texto.

J.T.- Sí. Además, es mi manera de entender las cartas porque es como un libro de correspondencias. En cada una de ellas hay un mensaje. No dos. No ninguno. Un solo mensaje. Soy muy cuadriculadito, muy monacal y en cada salmo, digamos, hay una cosa que quiero decir. Si lees un texto, vas a aprender una cosa.

M.G.- Aprendes hoy una cosa y dentro de quince días aprendes otra.

J.T.- Exacto. Me pasa que si encuentro dos mensajes en un texto tengo que quitar uno. Me lo autoimpongo. No puedo mandar dos mensajes.

M.G.- Ya. Alguien me dijo hace ya bastante tiempo que el miedo es libre. La teoría la conocemos todos. Sabemos que el miedo está ahí y hay que hacerle frente pero, a la hora de la práctica, ¿cómo se hace para vivir sin miedo o para vivir con miedo?

J.T.- Creo que has dado en la clave. No se puede vivir sin miedo. Se trata de vivir con miedo y de entender que el miedo es un acompañante en la vida. Vamos caminando y tenemos la alegría, tenemos el miedo, tenemos la precaución. El miedo tiene su función. El miedo es el que te avisa por la noche para que no vayas por una calle. Es una alerta que te ayuda. Lo que no puede ser es que el miedo te gobierne, igual que no puede ser que otras cosas te gobiernen. Yo creo que se trata de tener una relación sana con el miedo, más que tratar de eliminarlo, porque no se puede ni se debe eliminar el miedo. Yo creo que se trata de convivir con él, de entender que está ahí y ya está. No tengo la respuesta cuando alguien me pregunta qué pasa cuando el miedo es una montaña. Yo he estado ahí también, cuando el miedo es una montaña. El único consejo que se puede dar es ir pasito a pasito.

Durante un tiempo hice alpinismo, me gustaba escalar. Y me acuerdo que una vez fuimos a escalar una montaña y a mi profesor le dije que no podía escalar esa montaña. Me daba ansiedad. Me respondió que no mirara a la montaña. Tenía que mirar a otro punto, a un árbol. Ese era el objetivo, el árbol. Y después del árbol, una piedra. Y después de la piedra a un risco. Si miraba a la montaña me acojonaba. Me pareció muy inteligente lo que me dijo mi profesor.

M.G.- Hay que aprender, pero cuesta trabajo.

J.T.- Cuesta mucho. Cuesta mucho.

M.G.- ¿Y cuál es tu miedo más terrible?

J.T.- Pues, ahora mismo... Me voy a sincerar mucho. Mi padre murió cuando yo tenía dieciocho años y llegué tarde. Cuando uno tiene dieciocho años es muy complicado. Ahora mismo mi mamá está enfrentándose a ... Se hace mayor, tiene casi ochenta años. No sé cuándo será nuestro último viaje juntos. Me da mucho miedo no pasar tiempo con ella, perderla, no estar a la altura. Ella no me pide nada. No es una madre que me haga chantaje emocional. Pero cada vez que estoy cuatro fines de semana sin verla y pasa el tiempo...

M.G.- Esos cuatro fines de semana ya no vuelven.

J.T.- No vuelven, no. Y el tiempo pasa y sé que me arrepentiré de no estar con mi mamá. 

M.G.- Nos ha pasado a todos, Jesús.

J.T.- Ya, pero eso me aterra. Es mi mayor miedo.

M.G.- Bueno. A ver, los textos nacen con la llegada de nuestro amigo coronavirus pero, hasta donde yo he llegado leyendo, el virus no es protagonista en todos los textos. Hay uno en el que se habla del trabajo de los sanitarios y otro en el que se habla de un positivo pero no te centras en contar todo lo que el virus provocaba. La pandemia es un contexto.

J.T.- Exacto, es un contexto. Igual que en los últimos textos está la dana. Son cosas que pasan, pero para mí lo importante siempre son las emociones. Yo no soy un periódico, no soy un diario. No es tan importante qué ha pasado fuera, sino en qué se traduce aquí de ahí. Para mí, la historia está ahí.

M.G.- Y hay un montón de referencias a películas, a series, a música, a libros. La literatura, el cine, la música siempre ha sido una magnífica tabla de salvación. En aquellos momentos nos ayudó mucho ver cine, leer libros,... Nos salvó de acabar medio locos.

J.T.- Especialmente, la literatura. El libro siempre va a sobrevivir. Es el objeto más bello, más bonito, más perfecto que hay. En aquel encierro, se convirtió en un refugio. Pero en un refugio de verdad, emocional, físico, mental. 

M.G.- Incluso aunque estuvieras leyendo un drama terrible eso te permitía alejarte de la realidad. Te lanzabas a otro drama diferente. Y también así era una manera de despejar la mente y de vivir otra vida. 

J.T.- Completamente. Soy muy optimista y creo que se lee más que nunca. Pese a que se cambien los formatos, ahora se lee más. Una de las cosas buenas que tuvo la pandemia es que nos obligó a todos a volver a los libros. No podías salir, no podías pasear, pues te ponías a leer. 

M.G.- Algo bueno tuvo. 

Jesús, Vivir sin miedo me suena a título de canción. Creo que hay una canción que se titula así y el miedo vertebra todos los textos pero también hablas de otras cosas. Por ejemplo, soy fiel defensora de vivir el momento, este instante que estamos hablando, que es bellísimo.

J.T.- Sí. He descubierto la cotidianidad a mis cuarenta y ocho palos. Lo feliz que me hace el café de debajo de mi casa, la tortillita de camarones de aquí. Lo sencillo, lo cotidiano. No la promesa de un viaje futuro, sino lo cotidiano.

M.G.- El momento. El ahora. 

J.T.- Sí, este ratito, esta conversación, el hoy. En el hoy es donde está la gracia. La gracia no de divertido, sino la gracia casi religiosa, la plenitud. La plenitud está aquí, no está en mañana.

M.G.- Y, al hilo de lo que estamos comentando, una de las mejores citas que he leído y que comparto es la que aparece al inicio del libro, que la vida es disfrutar, buscar las alegrías porque las penas ya vendrán solas y que nunca pienses en ganar, sino en vivir. Creo que es el mejor resumen de lo que estamos hablando.

J.T.- Sí. Esto es de una entrevista de Jesús Quintero, que a mí me gusta muchísimo. Lo amaba muchísimo, aprendo mucho de él. Revisito sus entrevistas, que me gustan mucho. Y esto era una entrevista suya. En mis cartas hablo de lo que quiero y me gusta mucho poner en duda algunas cosas que se dan por hecho, sobre todo, en el mundo masculino, como el éxito. A nosotros nos obligan siempre a estar compitiendo, a ganar. ¿Pero qué es ganar? A mí me enseñaron que ganar era correr más, ser más fuerte. Y no. Jesús Quintero tenía razón ahí. No se trata de ganar. 

M.G.- Se trata de vivir. 

J.T.- Se trata de vivir.

M.G.- Qué triste final el de Jesús Quintero.

J.T.- Muy triste. Las personas tan sensibles...

M.G.- En fin... Y me has comentado que haces terapia. Entiendo que hacer terapia te habrá ayudado a abrirte en este libro, a exponerte, a contar lo más íntimo. Quizá, si no hubieras hecho terapia, este libro no existiría.

J.T.- Sí. La terapia es importante para mí, para mi camino. Para otra persona, a lo mejor es el cante. La vida es muy compleja y no creo que haya un camino bueno para todos. En el mío, la terapia fue como si me estuviera cayendo por un barranco y encontrara un arbolito al que me agarrara. Me agarré a ese. Otro se agarra a otro arbolito distinto, a una guitarra, a la pintura. A mí me salvó hacer terapia. Me ayudó a recolocarme.

Siempre he escrito. Desde que tengo veinte años, escribo y trabajo, cobro y facturo. No me salvó la escritura. Me salvó la terapia. Me salvé yo porque es algo que aprendes. La terapia es sólo una puerta, un instrumento para que tú hagas el trabajo. A mí me sirvió y a cualquier otra persona le puede servir viajar sola, rezar, no sé... Me sirvió a hacerme las preguntas adecuadas. Ojalá hubiera podido hacérmelas ahorrándome tanto dinero y tantas horas. Me hubiera encantando.

M.G.- Bueno, bien está lo que bien acaba. 

J.T.- Es mi camino. Lo abrazo con sus sombras y sus luces.

M.G.- He estado bicheando tu Instagram. Está repleto de fotografías bellísimas y de textos. Me pregunto si la idea de recopilar estos textos, ¿se te ocurrió a ti o te viste impulsado por la gente que te lee?

J.T.- Pues impulsado. No soy padre, pese a que he escrito mucho sobre ser padre, ni he plantado un árbol. 

M.G.- Pero has escrito un libro.

J.T.- Creo que me hubiera muerto tan feliz sin escribir un libro. Pero, con mi primer libro, me escribió Eva Serrano de Círculo de tiza, me lo propuso y dije que sí. El segundo, pues lo mismo, pero con Destino. Y este ha sido más por las lectoras. Tengo muchas lecturas, afortunadamente, que lectores. Me gusta más hablar con mujeres. Son más emocionales y más sensibles. Fue una petición y me voy dejando llevar. Ninguno de los tres libros ha sido un capricho mío. Tampoco voy a hacer algo que no quiera hacer pero me pareció una buena idea. Pero no fue mía, no quiero tener ese mérito. Ha sido de las lectoras, en este caso. 

M.G.- ¿Y da pie a que haya un Vivir sin miedo 2? 

J.T.- ¿Por qué no? ¿Por qué no? Yo no pienso en el lector cuando escribo. Me levanto muy temprano, me pongo con mi café, con mi gato, y no hay nadie detrás. Le doy a enviar y me da igual si hay dos personas que diez, que cuarenta mil. Pero hay personas que me transmiten que algunas cartas le tocan, le llenan y eso es muy importante. Me da mucha vergüenza y me da mucha alegría. Pero tengo muy claro que las cosas se acaban y que llegará un día en el que yo me levante y ya está. A mí me gusta cerrar.  

M.G.- A veces, alargar es contraproducente.

J.T.- Me pasó con Nada importa, que era un blog. Lo cerré cuando estaba en su mejor momento. No quiero ser como los Rolling Stones. Un día me levantaré y ya está. A otra cosa. 

M.G.- Si tienes más proyectos en mente siempre es bueno dejar algo en buena situación que en declive.

J.T.- Que languidezca y tú ahí repitiéndote o traer  siempre lo mismo. Nada, eso sí. Voy a dejarme llevar. A ver, a lo mejor hay una segunda parte. Ojalá.

M.G.- Bueno, pues si hay una segunda parte, espero poder verte por aquí. Con menos lluvia y un poco más de sol.

J.T.- Me encantaría.

M.G.- Seguiré leyendo. Algunos textos me han dejado muy, muy tocada. Te agradezco muchísimo que hayas querido plasmar en papel tus emociones para que las podamos tener en casa. 

J.T.- Qué bien.

M.G.- Muchas gracias Jesús, por estar en Sevilla. Un placer conocerte y espero verte pronto. 

J.T.- Gracias.

Sinopsis: Un canto a la vida, al amor y a la belleza de las cosas sencillas. Los relatos íntimos que han enamorado a más de 35.000 personas. Por el autor de Nada importa y Buscaba la belleza.

Cada sábado por la mañana desde la última semana de marzo de 2020 Jesús Terrés manda un relato íntimo a más de treinta y cinco mil lectores. ¿De dónde nace la necesidad de esta correspondencia sostenida en el tiempo? Del apremio de escribir, de romperse, de no dejar un cajón por abrir, de transcribir la belleza del mundo, de iluminar el camino. Quizá por eso, poco a poco, semana a semana, lectoras y lectores le hicieron un hueco en sus rutinas. Una intimidad compartida que hoy en día supone la newsletter literaria en español más leída. El presente libro muestra una selección de los mejores textos, que giran en torno a la búsqueda, la felicidad en las pequeñas cosas, la valentía para ser uno mismo y la capacidad de encontrar la luz en cada grieta: los grandes temas que han llevado a Terrés a ser uno de los máximos exponentes de la literatura del hedonismo y las emociones.


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