martes, 8 de octubre de 2024

IRENE REYES-NOGUEROL: ❝Mi intención con este libro es reivindicar la importancia de la tradición oral❞

Primera entrevista de la temporada y le toca el turno a una paisana. No conocía a Irene Reyes-Noguerol, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Profesora de lengua y literatura en secundaria, el nombre de esta sevillana apareció en la lista que la revista Granta publicó en la que figuraban los veinticinco mejores narradores jóvenes en español. Recientemente, y de la mano de Páginas de Espuma salió a la luz Alcaravea, un volumen de cuentos en el que la escritora mezcla historias familiares con otras protagonizadas por nombres tan conocidos como Lope de Vega o Van Gogh.

Hace un par de semanas tuve el placer de conversar con Irene. Ahí va nuestro encuentro.

Marisa G.- Irene, un placer conocerte. No te conocía y eso que somos de la misma ciudad.

Irene R.- Es verdad. No habíamos coincidido antes.

M.G.- Y tampoco te había leído nunca. Pero, por iniciar esta entrevista,  y corrígeme si me equivoco, ¿Alcaravea sería tu tercer volumen de cuentos?

I.R.- Exacto, es el tercero.

M.G.- Caleidoscopio salió en 2016, De Homero y otros dioses, en 2018. Fíjate que, hablando un día con Eloy Tizón, sobre los muchos años que habían transcurrido entre su último libro de cuentos y el anterior, él me contó sus motivaciones.  En tu caso, han transcurrido seis años hasta que hemos podido ver Alcaravea. ¿Por qué tanto tiempo?

I.R.- Pues primero, por motivos prácticos. Estaba estudiando una oposición, y ya sabemos lo que es una oposición, así que estuve totalmente centrada ese año, hasta que conseguí la plaza. Y luego, porque también me lo he querido tomar con bastante calma. Siempre he querido ver la literatura como una pasión, como algo que me gusta realmente hacer. Si se convierte en una obligación, o si siento que le debo rendir cuentas a alguien, escribir ya no me resulta tan cómodo, ni me resulta tan placentero. 

Necesito ciertos momentos o ciertos estados de ánimo para poder sentarme y para poder echarle horas a un texto tranquilamente, dedicarme a investigar todo lo que es la psicología de los personajes, y luego hacer la corrección. Claro, todo eso es complicado de hacer porque estamos hablando de una oposición. Luego, también empecé a trabajar. Todo era difícil. Pero bueno, cuando llegó el reconocimiento de Granta y empecé a tener un poco más de exposición pública, se me juntó todo. Con esa mezcla de circunstancias, todas positivas, gracias a Dios, me resultó bastante difícil escribir. Y en los años posteriores me lo he querido tomar con calma porque quería un libro con el que me sintiera lo más satisfecha posible. Quería publicar solamente aquello con lo que estuviera contenta. Por eso, tampoco he querido apresurarme demasiado, porque quería escribir cuentos necesarios para este libro, que estuvieran bien estructurados, construir un libro sólido, y no escribir por escribir. Tampoco quería publicar relatos que tuviera escritos de antes, como una especie de conjunto sin motivación.

M.G.- Alcaravea es una palabra que no había oído jamás. Leyendo la sinopsis entiendo que es una planta. Me gusta mucho ese juego que se establece con las propiedades de esta planta para explicar qué vamos a encontrar en estos cuentos. Me parece una sinopsis muy original y muy ilustrativa.

I.R.- Muchas gracias. La alcaravea, efectivamente, es una palabra bastante rara. Yo la conozco simplemente, no porque la haya escuchado muchas veces en mi vida, sino por una nana que me cantaba mi madre y que, a su vez, cantaba mi abuela y mi bisabuela. En esa nana aparece la palabra alcarevea. Mi intención con este libro es reivindicar la importancia de la tradición oral, que no solemos valorar como se merece. Siempre nos centramos en la relevancia que tiene la palabra escrita, por su capacidad de perdurar en el tiempo, por la permanencia, y dejamos muy de lado todo aquello que está más relacionado con la tradición oral, con aquello que nos ha contado nuestra familia, desde que somos pequeños, con aquello que viene de nuestros antepasados, y así hasta el inicio de los tiempos. Creo que es necesario darle importancia a toda esa tradición que siempre se ha quedado en segundo plano y destacar la figura de esos antepasados, de esos ancestros, que fueron los encargados de transmitirnos esta tradición oral y, bueno, resaltarlos no solamente en este sentido, sino también como personajes, como los que aparecen en el libro. 

M.G.- A mí es una palabra que me hace pensar en ambientes rurales, en remedios naturales, en antepasados. Y hay mucho de relaciones familiares en estos cuentos. Hablas de tu esfera personal en algunos de ellos. 

I.R.- Sí, sí, exactamente. Este libro se podría estructurar en dos partes. Una de ellas está dedicada a los personajes de relevancia histórica, y otra está centrada en aquellos personajes que son parte de mi tradición familiar, que forman parte de toda esta memoria íntima que todos nosotros tenemos, cada uno con nuestra familia. Son historias que yo había escuchado desde que era niña, como también hubiera podido escuchar las historias de los otros personajes, más reconocidos. Aparecen, por ejemplo, Lope de Vega, Van Gogh,... 

Cuando me paré a reflexionar sobre cómo podía estructurar este libro, pensé que, en realidad, todas estas historias, tanto las de los personajes familiares como la de los históricos, me han llegado de la misma manera.  Yo no he conocido a estos personajes familiares, pero sus historias me han llegado a través de lo que se ha ido contando en mi familia, al igual que en el caso de los personajes con relevancia histórica, cuyas historias me han llegado cuando los he estudiado. Así que me pareció curioso plantear un libro donde existieran estos personajes que están a caballo entre la realidad y la ficción. Porque claro, las historias que cuento de mi bisabuela o de mis tíos-abuelos son relatos que yo he escuchado, pero que de ninguna manera he podido presenciar, porque no hemos coincidido en el tiempo. Pensé que podría ser interesante equiparar las vidas de esos personajes más relegados al ámbito íntimo, al ámbito familiar, con las vidas de esos otros personajes que todos hemos conocido y que todos hemos estudiado.




M.G.- Alcaravea es un volumen de doce cuentos. Hablemos de algunos de ellos. Por ejemplo, el primero, Carta a Theo. En este primer cuento es Van Gogh quien nos va a hablar. Creo que, enfrentarse a ese primer cuento, es como un puñetazo para el lector. Lo digo por la forma en la que está escrito. Como se dice en el propio texto, las líneas se atropellan y el lenguaje rebosa,... Esa forma de escribir dice mucho de la temática que se aborda. Es como un delirio.

I.R.- Sí, exactamente. En ese texto se trata el miedo absoluto que siente Van Gogh, al pensar que, en algún momento indeterminado, va a dejar de ser él mismo, que va a perder la identidad, que, de repente, ya no va a sentir su cuerpo como suyo, sino que va a ser desterrado completamente de su propia mente. Un pánico absoluto. 

Este texto es el único que tiene esa especie de escritura, sin ningún tipo de punto. Pensé que era bastante acorde a lo que se estaba contando. Es decir, es como dices tú, un delirio porque el personaje está totalmente sobrepasado y abrumado por esta situación que no puede controlar de ninguna manera. Sentía que la expresión tenía que ser así, atropellada, acumulativa, donde no hubiera ningún tipo de pausa importante, de manera que las oraciones fueran sucediéndose una tras otra, sin que hubiera ningún tipo de descanso. Sentía que, en este delirio en el que se encuentra inmerso el personaje, el único tipo de expresión debía ser una más directa, sin el filtro de la conciencia, y donde sólo hay un único punto final, que es cuando ya termina la carta para su hermano.

M.G.- De todas maneras, te he escuchado decir en una entrevista que esta es tu forma habitual de escribir, ¿no? Sin ningún tipo de puntos.

I.R.- Sí, esta es mi forma natural de escribir. Por eso, también me hacía especial ilusión que este cuento fuera el que abriera el libro, porque es mi forma natural de escribir desde hace ya varios años. Escribo todavía con bolígrafo y papel, con una letra horrorosa, horrible, sin dejar márgenes, y escribo sin usar puntos. Claro, todo se va acumulando. Además tengo un estilo bastante retórico, barroco, en algunas ocasiones. Pero es que, si incluyo alguna pausa importante en el texto, se me pierde el ritmo. Para mí, el ritmo y la musicalidad es algo fundamental a la hora de escribir. De manera que, también por este motivo, necesito escribir de esta forma tan particular, sin ningún tipo de puntos. Luego los pongo, cuando los paso a ordenador.

M.G.- Leyendo ese cuento, y todos los demás, Irene, entiendo que el lector tiene que poner de su parte. Es decir, tiene que entrar en ese juego casi de adivinanzas porque no recurres a lo explícito, a lo simple, sino que dejas en el aire ciertas cosas y somos los lectores los que tenemos que ir uniendo puntos.

I.R.- Sí, nunca he sido muy partidaria de lo explícito. Siempre me ha resultado mucho más atractiva la sugerencia. Aquello que queda implícito, que queda sin decir, se mantiene en el aire, como en suspensión. Por ejemplo, es lo que ocurre en el segundo cuento, en el de esta pequeña bailarina de la Ópera de París. No sabemos qué es lo que le pasa a la niña, en que tremenda situación está, a qué está sometida. Sólo lo sabremos al final, cuando se dice directamente. Pero a lo largo de todo el texto vemos la presencia de las ratas, e intuimos algún elemento más que nos hace pensar que algo no va bien, que hay algo con lo que la niña no está cómoda, algo que impide que ella sea plenamente feliz como, por ejemplo, otra niña cualquiera. Es algo que ella envidia. La niña siente el deseo de ser otra, de tener otras cosas con las que no puede contar porque el mundo adulto se le ha echado encima demasiado rápido. 

M.G.- Ese cuento incomoda mucho, incluso al lector. Vas leyendo y sabes que hay algo oscuro. 

I.R.- Sí. Quería mantener la incertidumbre a lo largo de todo el texto hasta el final, donde ya aparece el motivo real.

M.G.- En otro de los cuentos vamos a escuchar la voz de una mujer, de Ana Ruiz. ¿Cómo ha sido meterse en la piel de la madre de Antonio Machado?

I.R.-Bueno, estamos acostumbrados a escuchar historias sobre los dos hermanos Machado, Antonio y Manuel, pero yo había investigado también sobre su madre, sobre Ana Ruiz Hernández, y me pareció un personaje muy particular porque había sido la única mujer práctica que tenía la cabeza donde la tenía que tener, dentro de una casa de gente que se había dedicado al arte, a la abstracción, al mundo intelectual, del que, por supuesto, ella también formaba parte. Me gusta mucho que sea un personaje especialmente sensato. Cuenta con una sabiduría que muchas veces no tenían los que estaban a su alrededor. 

En este texto se cuentan las vivencias que ella tiene en su ciudad, en Sevilla, cómo conoció a su marido, las pérdidas que vive a lo largo de los años, el exilio al que se ve forzada junto con su hijo Antonio. Escribir este cuento ha sido una experiencia bellísima porque era un personaje que siempre me ha resultado bastante interesante y llamativo, al que no se ha tratado lo suficiente. Tiene esa fuerza de ser una mujer práctica, que tenía la cabeza, como digo, donde tenía que tenerla, que vivió una situación durísima como es el exilio.

Además, en este texto, imaginé que ella tendría un arraigo bastante importante con la ciudad, ya que vivió aquí muchísimos años. Y claro, es el dolor de aquella persona que está abocada al destierro, al exilio por demanda externa, no voluntariamente. Me imaginé cómo serían las sensaciones de esta mujer después de haber vivido toda su vida por las calles de Sevilla, después de tener absolutamente todos sus recuerdos aquí, desde joven hasta adulta, e incluso anciana. Me pareció atractivo y llamativo intentar meterme en la piel de ese personaje, relatar un poco los eventos principales de su vida y, al mismo tiempo, mientras va al exilio, va perdiendo la cabeza, y su memoria vuelve a los recuerdos de Sevilla y piensa que regresan a la ciudad que la vio nacer.

M.G.- Me gustaría destacar que la atmósfera que se respira en estos cuentos tiene mucho de sensorial. Hay referencias a los colores, como en esa Carta a Theo. También encontramos sonidos como Petit Rat, como esas pisadas de las ratitas que la niña protagonista escucha, o ese tac tac en Esos días azules, que evoca ciertos sonidos. Es decir, recurres a los sentidos.

I.R.- Sí, efectivamente. Me gustaría que cuando el lector se enfrentara a estos relatos, le quedara una impresión, no solamente de texto escrito y plasmado sobre un papel, sino también que le quedaran en la memoria las imágenes. Normalmente juego bastante con los símbolos, con todo lo relacionado con los sentidos, como estás comentando. Creo que es una prosa que está muy relacionada con nuestra ciudad, muy barroca, donde lo sensorial, todo lo relacionado con la vista, el olfato o el oído es fundamental. Estamos acostumbrados a una cantidad de estímulos sensoriales que, en general, conforman un panorama de belleza absoluta en la mayoría de ocasiones. Y eso es algo que intento trasladar normalmente a los textos, es decir, que no se queden en la pura narratividad, sino que, gracias a esa sensorialidad, intenten acercarse, al menos un poco, a la parte más lírica, a la poesía.

M.G.- Y hablas mucho de duelo, pérdida, abusos, locura, dolor,... Escarbas en lo más oscuro del ser humano y, a veces, desde la mirada de la infancia, con lo cual el contraste es brutal.

I.R.- Sí. A mí, la figura de los niños siempre me ha parecido una figura bastante llamativa y muy productiva a nivel literario, porque la mirada del niño, por supuesto, nunca puede ser la de un adulto. Estamos acostumbrados a leer desde perspectivas semejantes a las nuestras. Creemos que poseemos la verdad absoluta, aunque eso sea algo que no puede existir de ninguna manera. Pensamos que podemos tener todo bajo control, que manejamos, tanto nuestro propio temperamento como nuestras relaciones con los demás, y nuestra manera de ver el mundo. Sin embargo, la visión de un niño me parece muy interesante porque es una visión, no diría distorsionada, pero sí es cierto que en ella se mezclan elementos que pertenecen a la realidad con otros elementos que pertenecen al ámbito de la ficción o de la imaginación. El niño siempre está jugando, descubre las cosas mediante el asombro, todo lo relacionado con lo lúdico. Y claro, cuando un niño se enfrenta a una situación de extrema dureza, como sucede en algunos de los textos de este libro, su perspectiva se ve todavía aún más radicalizada en este sentido.

Creo que el choque entre la infancia y el mundo adulto, que arrasa con toda la ingenuidad y la inocencia infantil, y que les llega demasiado pronto a estos niños, hace que la perspectiva del niño se vea todavía más enriquecida. El niño intenta digerir una realidad difícil que no puede entender por completo porque hay información que siempre le es ocultada, pero que, al mismo tiempo, sí es capaz de percibir determinadas cosas que hacen que él vaya completando su propia visión del mundo a partir de retazos o de retales de aquello que, de alguna manera, le están comunicando y al mismo tiempo, se le está dejando un poco velada.

M.G.- Hablabas antes de la tradición oral, por eso, en estos cuentos en los que hablas mucho de tu familia, me gusta verte casi como una juglaresa. Hay mucho de homenaje a tu familia en este libro, especialmente a tu bisabuela, como punto de partida de una generación vinculada al hecho de contar historias. ¿De qué manera influyen todas esas raíces a la hora de elegir una profesión, una trayectoria profesional? 

I.R.- Para mí, las raíces siempre han sido algo fundamental. Soy una persona que está, valga la redundancia, muy arraigada, tanto a la tierra como a mi familia, y creo que eso ha sido algo esencial en mi formación, tanto personal como profesional. En el ámbito personal, por supuesto, siempre ha hecho que me interese mucho por las historias de mis antepasados, que valore mucho a las generaciones que han venido antes que la mía, que sienta que merecen un reconocimiento, como puede ser, por ejemplo, plasmar todas sus vivencias en un texto. No me gustaría que las experiencias de mis antepasados, simplemente porque ya no estén o porque ya sean ancianos, fueran consideradas como algo menor. Yo siento que tienen una importancia vital y es necesario reivindicarla, tanto en mi familia como en todas las otras familias. Al mismo tiempo, también ha sido muy determinante toda esta influencia familiar en lo que es la trayectoria profesional, porque mis padres y mis tíos son también profesores. Todos, de humanidades. Eso ha hecho que yo sea hoy también profesora de lengua y literatura, porque es algo que he visto desde niña, y que tenía muy claro prácticamente desde el principio.

Siempre me gustaron los cuentos, siempre me gustó la docencia, y es algo de lo que tengo la suerte de disfrutar cada día con los alumnos. Y bueno, también creo que ha influido en que yo haya decidido escribir, no sólo porque ellos sean filólogos, sino también porque la parte anterior de la familia, aunque no pudo estudiar, como mis abuelos, siempre sintieron pasión por todo lo relacionado con la música, con la poesía, los cuentos, las nanas,... Por eso me parece fundamental destacar el papel de la oralidad, porque todas esas personas, cada una con su aportación a lo largo del tiempo, ha hecho que yo hoy, después de conocer todas sus historias, me sienta muy agradecida por todo lo que ellos han contribuido en favor de las generaciones actuales. He querido seguir ese ejemplo y continuar con ese gusto por la literatura en todas sus vertientes.

M.G.- Volvamos a los cuentos. Tengo que confesarte que mi favorito es Oír el mar, en el que vamos a ver a un Lope de Vega totalmente desmadejado, al que casi ya no le importa el éxito de sus obras porque su interés está centrado en una persona que yo no conocía. Esta historia y este cuento a mí me ha fascinado, me ha encantado.

I.R.- Muchas gracias. Pues sí, efectivamente, este cuento trata de la relación de Lope de Vega con Marta de Nevares, que fue considerada, no sé si su último amor exactamente, pero, por lo menos, uno de sus últimos grandes amores. Sabemos que él tuvo muchísimos amoríos a lo largo de su vida, que tuvo una historia amorosa muy extensa. Desde la primera vez que oí esta historia, me gustó el personaje de Marta de Nevares, y me interesó cómo él consiguió, de alguna manera, una especie de redención de todo lo que había pecado, de toda esa ambición que había tenido, de todo el daño que había hecho. A través de este amor, mucho más puro y ya vivido en la madurez, él consiguió redimirse. Marta de Nevares era mucho más joven que él pero murió antes. Ella termina sus días sumida en la locura y en la ceguera. En este texto quería resaltar una faceta de Lope de Vega, a la que no estamos acostumbrados. Siempre se nos habla del amante, del poeta, del espectacular dramaturgo, pero quería mostrar esa otra faceta íntima, donde él encuentra, por primera vez, un amor sincero y desinteresado, por el que merece la pena darlo todo. Creo que esto es algo que no se ha tratado lo suficiente. 

Al principio de este cuento, aparecen unos versos de José Hierro que hablan de esta historia de amor. Es un poema preciosísimo. Se llama Lope, la noche Marta. Recuerdo que, cuando lo escuché en la facultad, me conmovió absolutamente. Me sentí totalmente conmovida por la historia de este hombre que tanto mal había hecho en su vida, sobre todo, a las mujeres y a muchas familias. Y ahora, de repente, en la vejez, deja todo eso de lado, deja también de interesarse por el éxito literario y por el prestigio. Su vida da un vuelco y pasa a centrarse en lo que realmente importa, en ese último gran amor que supuso la figura de Marta de Nevares. 

M.G.- Dos de los cuentos del volumen son más largos, rozando, casi, casi, la nouvelle. ¿Eso implica que estás haciendo pruebas para una narrativa más extensa?

I.R.- No lo sé todavía. Esos dos cuentos fueron pensados, desde el principio, con una estructura mucho más marcada y más concreta, que la mayoría de los que aparecen en Alcareva. Además, están divididos por partes. Es algo bastante significativo que refleja cómo un autor construye un texto, incluso cuando todavía es simplemente un esquema mental. A mí me gustan muchísimo las formas breves. Siempre las voy a reivindicar porque creo que es necesario y, en España, no se hace lo suficiente. Esa forma breve, con esa intensidad sobre la extensión, me parece algo hermoso en la mayoría de ocasiones. El cuento es un género muy bonito, muy interesante, porque, dentro de la condensación, permite también la profundización en el instante, en los detalles. En este sentido, se asemeja más a la poesía. Por eso, de momento, no me he enfrentado todavía a una novela. Creo que, por el estilo que tengo, más retórico, una novela extensa no iría acorde con mi forma de escribir. Sería demasiado cargante tanto para la escritora como para los lectores.

De todos modos, sí me interesa mucho la nouvelle, la novela breve, ese tipo de novelas que se basan en la interconexión entre distintos relatos, con algún motivo común. Eso es algo que sí me planteo en un futuro próximo. Una novela más extensa, más tradicional, no, -aunque nunca se sabe-, pero una nouvelle sí que me gustaría escribir algún día.

M.G.- Y como profesora de literatura en secundaria, tienes entre tus alumnos a los jóvenes. Algo que me preocupa bastante y sobre lo que me gustaría conocer tu punto de vista, dada tu profesión. ¿Cómo es la relación de los jóvenes con los libros, la literatura, la lectura? 

I.R.- Es una relación bastante complicada, la verdad. No puedo mentir. Entiendo que, para ellos, que son una generación que ha nacido inmersa en el estímulo audiovisual y tecnológico constante, es muy difícil que se sientan atraídos por un texto escrito hace trescientos años o, en general, por un poema, que es lo que normalmente les suele costar más trabajo descifrar. Es algo totalmente comprensible porque es la marca que tiene esta generación. Un texto literario, que necesita una pausa, una reflexión, un estudio, un comentario, nunca les va a ofrecer el mismo placer instantáneo que le puede ofrecer un estímulo, como puede ser lo que proporciona Instagram, TikTok, o cualquiera de estas redes sociales. Cuando nos enfrentamos a un grupo de adolescentes, uno tiene que ser consciente de que existen unas limitaciones determinadas por las coordenadas temporales en las que han nacido. De todos modos, creo que se puede intentar enseñar literatura a partir de una identificación, normalmente emocional, entre los textos literarios y los alumnos porque, además, la adolescencia es una etapa en la que todos los sentimientos están a flor de piel. Ellos experimentan todo con una fuerza, con una crudeza con la que uno nunca vuelve a vivir la vida. Yo intento que ellos, cuando lean un texto literario, sean conscientes de que esas vivencias, esas experiencias que está presentando el autor, independientemente del siglo en el que está escrita la obra, tiene que ver con ellos. Pueden entender perfectamente todo lo que está relacionado con el amor, con la pérdida, con la ausencia, con la venganza,... A mí me importa mucho, cuando estoy dando clase, que ellos no vean el texto como si fuera algo muerto, algo que no tiene actualidad ninguna, sino que entiendan que, gracias a ellos, la literatura es capaz de acceder a una especie de vía de resurrección, por decirlo de alguna manera, y es capaz de obtener una nueva vida precisamente a través de esos nuevos ojos de generaciones jóvenes. Mediante esta identificación emocional con los textos de autores previos puede existir ese camino de ida y vuelta que es la literatura. Es decir, que no sólo se agote en la expresión del autor, sino que también la mirada del lector permita devolver ese texto al origen.

M.G.- Última pregunta, Irene. Antes lo mencionamos, que apareciste en la lista de la revista Granta, como una de los mejores narradores jóvenes en español. Entiendo que esto te ha dado ese impulso para ser más visible e imagino que te sentirás muy orgullosa por esa distinción, pero ¿tú sueles dar mucha importancia a este tipo de listas o, por el contrario, prefieres no pensar demasiado?

I.R.- Yo me siento muy agradecida porque Granta quisiera reconocerme, sobre todo porque era algo que no me esperaba en absoluto. Me llegó de repente. Fue mi familia la que me animó a presentar el libro, pero yo no lo habría imaginado nunca. Es algo por lo que voy a sentir siempre mucha gratitud. Pero es cierto que no soy de las personas que se fijan únicamente en los libros seleccionados por determinadas listas. Por supuesto, me fijo en ellos, pero también me fijo en los demás. Es decir, entiendo que dentro de esta lista podrían estar muchísimos otros escritores de una calidad literaria espectacular que, por un motivo u otro, no han entrado dentro de esta selección. De manera que yo entiendo que las listas, en general, son algo subjetivo en la mayoría de las ocasiones. Al final, un jurado también es humano, tiene sus preferencias, y ellos mismos resaltan siempre que hay muchos otros escritores que podrían estar perfectamente en la lista, aunque, por determinados motivos, pues no pudo ser. De Granta, simplemente puedo decir que, aparecer en la lista, me ha servido para tener un poco más de proyección en la esfera más pública porque siempre he sido una persona más independiente. Además, soy muy tímida, pero es verdad que me ha abierto muchas puertas en este sentido. Gracias a aparecer en esta lista, el libro anterior se ha podido reeditar varias veces y ahora he podido publicar con esta editorial maravillosa, como es Páginas de Espuma. Lo más probable es que, sin ese apoyo y ese impulso que me concedió Granta, habría sido muchísimo más complicado llegar a donde he llegado hoy.

M.G.- Pues felicidades por aparecer en esa lista. Irene, muchísimas gracias por este ratito de conversación y espero poder verte en otro momento.

I.R.- Muchas gracias.

Sinopsis: La alcaravea es una planta silvestre de flores pequeñas. Sus semillas tienen distintos usos que podrían replicar los cuentos de este libro:

Medicinal: en infusión, esta especia calma los cólicos infantiles (muchos son los niños que lloran aquí, a pesar de las nanas), pero, además, su uso tópico sirve para limpiar y cicatrizar heridas, sean las de madres derrotadas por la vida, las de un visir enamorado o las de un hermanastro tímido.

Culinario: un sabor, amargo y dulce a la vez, condimenta la mayoría de los relatos. En ellos, hay desolación y hasta horror en ocasiones, pero siempre se asoma la luz de la ternura que salva.

Relajante: su aroma, usado en aceites y lociones, tiene una cualidad tranquilizante que los protagonistas habrían agradecido.

Si aún les interesa conocer otras propiedades de Alcaravea, entren en sus páginas y descubran sus beneficios.


viernes, 4 de octubre de 2024

ENAMORAO DE LA VIDA de Miguel Marín

No solo de thrillers y novelas históricas vive el hombre. Cuando entras en una librería, se abre ante ti todo un mundo de posibilidades que se adaptan al tipo de lector que eres, al momento que vives, a tus circunstancias personales. Hay lectores que buscan lecturas llenas de experiencias y escritores que desean compartir las suyas a través de un libro. Es lo que le ocurre a Miguel Marín, a Migueli, como le llaman sus amigos. Creador del circuito español de cantautores, Miguel ha publicado Enamorao de la vida… aunque a veces duela, título del primer libro de este músico que publica con Ediciones Khaf. Pero, ¿quién es Miguel Marín?

Foto proporcionada por el autor
Migueli, además de cantante y compositor, ha sido profesor, educador, cuidador y voluntario incansable de mil causas sociales. También musicoterapeuta y counsellor. Su vida es un mosaico de experiencias, una auténtica canción contra el catastrofismo. Su música se ha hecho visible en infinidad de escenarios de Europa y América, tanto en grandes festivales como en pequeños locales, siempre llena de cercanía, compromiso y humor.

Enamorao de la vida… aunque a veces duela ofrece, en clave biográfica, un amplio conjunto de experiencias de una vida siempre al servicio de los demás. Se trata de un libro escrito con generosidad y alegría, la que proporciona el descubrimiento del otro como una parte de nosotros mismos. Por eso, este es un libro especialmente dedicado a aquellos que consideran que siempre hay un motivo especial para enamorarse de la vida, más allá del “rozamiento» que a veces nos produce.

Si le pidiéramos a Migueli que nos resumiera su libro brevemente, nos respondería que Enamorao de la vida recoge sus experiencias acompañando a gente que ha vivido situaciones complicadas. Este libro refleja «mi paso por comunidades, formas de vida realmente diferentes, eficientes y fantásticas. Mi amor por tanta gente diferente en valores, lugares, cultura,… etc». Pero Enamorao de la vida no es propiamente una biografía, aunque se basa en las situaciones interesantes, fuertes o divertidas que el autor ha vivido. El objetivo de este libro es compartir, sugerir y multiplicar experiencias y encuentros, con objeto de implementar cambios que mejoren nuestra vida. Y en ese proceso de cambio, la música juega un papel importante. «La música es un don para todas y todos. Y transforma porque llega mucho más hondo que las ideas, que la conversación. Llega a lo más profundo y nos lleva a lugares soñados, como el Amor, lugares donde nunca llegarán las palabras, las ideas, el pensamiento. Lugares que nos hacen crecer y renovarnos».

Aunque este es el primer libro que escribe, Miguel afirma que en su casa se leía mucho y siempre ha estado rodeado de libros. «Mantengo la curiosidad por lo que sale y siempre ando buscando poesía y teatro para leer con gente». Embarcado en diferentes proyectos, ha visitado los centros penitenciarios para hacer lecturas de obras como La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca. Feliz por haberse adentrado en el mundo de la escritura después de dieciséis discos, confiesa sentirse muy satisfecho con este libro, del que paso a dejaros su sinopsis.
Enamorao de la vida

Este es un libro escrito en primera persona, es decir, un libro que derrama vida a cada página. En él, el cantautor Migueli comparte una vida dedicada a los demás, al servicio de los que sufren, de aquellos que habitan las fronteras no siempre visibles de nuestra experiencia cotidiana.

Es también un libro lleno de música, con acordes alegres y otros menos divertidos, pero todo ellos, sin excepción, sembrados de energía, humor y buen rollo. Migueli dedica su vida a cuidar, y esa experiencia se transforma ante nuestros ojos en una partitura vital, emocionante e íntima a partes iguales.

Toda canción propone un viaje, y un viaje es también este libro. Un viaje a través de la vida de su autor, sí, pero también de las vidas de muchos que se cruzaron en su camino, y que desnudan ahora sus almas ante el lector.

Este libro es, en suma, una colección de radiografías de corazones atentos a lo que sucede a nuestro alrededor, y que tantas veces no somos capaces de ver.

lunes, 23 de septiembre de 2024

LOS SIGUIENTES de Pedro Simón

Editorial: Espasa
Fecha publicación: septiembre, 2024
Precio: 21,95 €
Género: narrativa
Nº Páginas:312
Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta
ISBN:  978-84-670-7174-0
[Disponible en eBook y Audiolibro;
puedes empezar a leer aquí]


Autor

Pedro Simón (Madrid, 1971) es periodista del diario El Mundo y ha obtenido una decena de galardones por sus artículos. Entre ellos destacan el Premio Ortega y Gasset 2015 en la categoría de Periodismo Impreso por su serie de reportajes La España del despilfarro y el Premio al Mejor Periodista del Año de la APM en 2016. En 2020, fue finalista de los premios internacionales de la Fundación Gabo. En 2021 ganó el Premio Rey de España de Periodismo.

Es autor de una docena de libros entre los que destacan sus novelas Peligro de derrumbe, Los ingratos (Premio Primavera de novela 2021) y Los incomprendidos. Ha publicado también las antologías de reportajes Siniestro total, Crónicas bárbaras y Las malas notas y el ensayo Memorias del alzhéimer. Es uno de los autores, junto con Eduardo Madina, Javier Gómez Santander y Antonio Lucas, de Perder la gracia, una crónica generacional a cuatro voces editada por Alfaguara.

Sinopsis

Gabriel, Darío y Carmen son tres hermanos con suertes muy distintas que tienen que asumir una nueva y delicada tarea en sus vidas: ocuparse por fin del padre, Antonio, octogenario y viudo. El plan acordado es compartir los cuidados del anciano a partes iguales y llevarlo de casa en casa con su vieja bolsa de viajes por breves periodos de tiempo.

Así es el comienzo de algo irremediable. Así es envejecer y enfermar. Así acabaremos todos. Así fue el principio y será el final. Pero van pasando los meses y papá empeora. La herida abierta de un antiguo episodio familiar lo acelera todo. Entonces optan por tomar una decisión. 

Esta es una historia que versa sobre la dicha y el dolor de los hijos. Un viaje generacional en torno a la soledad y la culpa, la memoria y el perdón.

Una novela que habla de la necesidad de decir y, también, sobre todo, de la heroicidad de callar. 

[Información tomada directamente del ejemplar]


«Todo el mundo te habla del día en que tu padre no te conocerá, pero nadie te prepara para ese primer día en que tú no conoces a tu padre». [Los siguientes, pág. 227]


En el año 2021, el periodista y escritor Pedro Simón llegó a mi vida. Lo hizo con un premio bajo el brazo, el Premio Primavera de Novela que ese año se otorgó a este autor por la novela Los ingratos. En los círculos literarios suele ser común despotricar de los premios concedidos en esta esfera, especialmente si no se lo conceden a uno. Que si este premio está apañado, que si la calidad de las novelas es inexistente, bla, bla, bla. Es una polémica de la que intento mantenerme al margen pero, para los que tanto hablan, hay que decir y reconocer que Los ingratos fue y es una novela estupenda, que he leído este verano. No obstante, si me aboné a la narrativa de Pedro Simón fue con su obra posterior, Los incomprendidos (puedes leer mi reseña aquí). Admito que la segunda novela me gustó más que la primera. Y debo reconocer ahora que, lo que Pedro Simón ha hecho en Los siguientes, es del todo indescriptible.

¿Conocéis ese latigazo que nos cruza cuando escuchamos una canción al sentir que parece que hablan de nosotros, de nuestras vidas? A mí me pasa también con algunas novelas. Y, hasta la fecha, me ha pasado con todas las que ha escrito el autor. En Los ingratos me sentí parte de la historia a través de un personaje muy secundario, el mongol -término despectivo que a mí se me clava en la piel-. Muchos ya sabéis que tengo una hermana con síndrome de Down a la que adoro. Me volvió a ocurrir con Los incomprendidos, sintiéndome esa tía Clara de la novela, refugio y cómplice de los sobrinos. Y ahora, con Los siguientes, siento que Simón ha calcado mi relación con mis hermanos y mis padresY es que el autor sabe explorar el mundo de las relaciones familiares, como muy pocos saben hacerlo.

Los siguientes habla de abuelos, de hijos y de nietos. Habla de los lazos que se forjan y se destruyen entre estas tres generaciones. Habla de un momento concreto de la vida, esa etapa en que los padres se vuelven hijos y los hijos, padres. Esa última estación en la que el abuelo es consciente del fin de sus días y los de su alrededor asisten a esa decrepitud, casi como convidados de piedra, sintiendo que aquello que ven sus ojos no les pasará a ellos mismos, porque son tan estúpidos que ni siquiera son conscientes de que, en el mejor de los casos, también tendrán que apearse en esa última estación. Los siguientes aborda ese periodo en el que la luz va disminuyendo paulatinamente, y lo hace enfocando el asunto desde distintos ángulos, ofreciendo al lector una visión global de ese momento duro y doloroso que ninguno querríamos vivir. 

Carmen, Darío y Gabriel son tres hermanos, los tres hijos de Antonio, un hombre octogenario y viudo, que cada día puede valerse menos por sí mismo. Carmen y Gabriel, son a la vez, padres de Hugo y Hernán, dos nietos muy distintos pero que podrían ser muy iguales, si la vida dejara de jugar con nosotros, poniéndonos piedras en el camino. Los siguientes narra la historia de unos hijos que tienen que hacerse cargo de un padre cada vez más dependiente. Como ocurre en la mayoría de las familias, los tres tendrán que reorganizar sus vidas para ocuparse del padre, mientras Antonio, rueda como una pelota de una casa a otra, sintiéndose un lastre, una carga para sus hijos, y con el agravante de que, además, acarrea un quintal de sentimiento de culpa con motivo de un episodio del pasado.

Los siguientes habla de enfermedad, de dolor, de muerte, de rabia, de ira, de perdón, con una galería de personajes reducida de las que os paso a dar cuenta.   

Personajes

Las tres voces principales corresponderán a los tres hijos que, en primera persona, nos contarán sus emociones.

Carmen

Ella es la encargada de iniciar la narración con un párrafo que te deja tiritando:


"El primer día que tuve que limpiarle el culo a mi padre, me mentí diciéndome que era igual que cuando se lo limpiaba a mi hijo". [pág. 11]

 

Trabaja como auxiliar de enfermería en una residencia de ancianos. Conoce de primera mano lo que es la vejez, la decrepitud, la muerte. No por tratar a diario con tan desagradables compañeros está más acostumbrada o le resulta más fácil enfrentarse a esas situaciones. Ella misma lo reconoce en esos argumentos que utiliza para convencer a su padre de que no es tan grave que le tenga que limpiar el culo. Hay que dejar de lado el asco y poner cariño a espuertas, como ella misma se dice, para devolver todo lo que otros hicieron por ti. Porque ella sabe que, probablemente para sus padres tampoco resultaba agradable tener que limpiarle el culo cuando era pequeña. Lo hacían sin más y lo hacían con una sonrisa, a pesar del olor nauseabundo o del aspecto de aquello que encontraban en el pañal.

Carmen es la hija que controla la vida del padre. Ella sabe cuándo le toca médico a Antonio, qué pastillas debe tomar, a qué hora debe tomarlas, o cuándo hay que ir a la farmacia para retirar más medicamento. Carmen quisiera tener a su padre bajo su ala las veinticuatro horas del día, pero es imposible. Sus propias obligaciones le impiden atenderlo todo lo que ella querría. Sabe que, como entre sus manos, su padre no estará igual de atendido. Y a veces, aunque una no quiera, aunque se resista, aunque te sientas mal por ello, te ves obligada a tomar una decisión que te pone entre la espada y la pared.

Darío

Lo sabe. Sabe que Carmen es así. No le molesta, pero sí siente a veces que su hermana lo trata como un inútil. 


«Que si necesito lo que sea, que la llame; que nuestro padre hace mejor de vientres (así lo dice ella) después del desayuno; que no me olvide de su salvado pero que tampoco lo atiborre a kiwis; que ya ha hablado con mi vecina dominicana y que lo que necesite; que en el táper van unas alubias muy suavitas y en la bolsa van unas croquetas de jamón congeladas; que no se me pase la cita del viernes con el médico». [pág. 37]

 

Darío es el hijo pequeño de Antonio. Trabaja como guardia jurado en una nave de material informático. Se podría decir que es la oveja negra de la familia, el más «defectuoso», pero hay que reconocer que es un buscavidas, una persona que, en momentos de dificultades, siempre saca la cabeza del agua para respirar. 

El trata a su padre de tú a tú. Para Darío, Antonio no es el padre-niño, sino que sigue siendo un adulto, su padre, a pesar de su vejez y de sus achaques. Darío no entiende a esos hijos que se exasperan con sus padres, porque los tienen que atender, porque ocuparse de ellos les desbarata los planes de fin de semana, el descanso dominical, las vacaciones, o esa escapada a la sierra con los amigos. 


«El hijo que le dice a su padre: te has meado, o se te ha escapado el pis, o tienes que tener más cuidado, hombre; el que lo trata como a un niño, el que lo mira desde arribita, el que lo da por amortizado, el que le recuerda su mierda, el que le dice en voz alta: ya te measte; ese, decía, ese es un hijo de la grandísima puta sin corazón. Y yo puedo ser un desastre a veces, o no haber acabado ninguna de las tres carreras, o desparramar más de la cuenta, o ser un padrino de mierda que no va a ver a su ahijado porque no sabe ni qué decirle, o acabar a cuatro patas con la cabeza metida en el retrete, pero un hijo de punta no soy. Eso sí que no». [pág. 52]

 

No es mejor ni peor hijo que Carmen. Es distinto. A su modo, también se preocupa de su padre pero prefiere darle cancha, dejarle una pequeña parcela de libertad. Él piensa que si el hombre está enfermo, ¿por qué amargarle los pocos años de vida que le quedan?


«Mi hermana tiene demasiado controlado a papá. Le ordena. Le atosiga. Le coarta la poca libertad que le queda: no bebas esto, no comas lo otro, no salgas así vestido a la calle, no hagas lo de más acá, no hagas lo de más allá, no, no, no». [pág. 140]


A Antonio le gusta estar con Darío. No es que sea un hijo modélico pero, por lo menos le prepara unos cafés milagrosos, que al anciano le revitalizan. 

Gabrie

Es el hijo mayor. Ingeniero de profesión, es el que parece tener una vida más desahogada. Trabaja mucho y viaja también mucho por trabajo, pero cuando llega a casa lo encuentra todo en su sitio gracias a la nómina que le paga mensualmente a Erlinda. Pero siempre se ha dicho que el dinero no da la felicidad y debe ser cierto porque Gabriel es un alma en pena. Su tormenta interior no cesa nunca, y vive sin vivir. Ocho años atrás la vida le sonreía, augurándole un futuro lleno de dicha y felicidad, pero en una milésima de segundo todo cambió.  Desde entonces está metido en un pozo oscuro y frío. Su relación con el padre se quebró en mil pedazos. Refiriéndose al hombre que le dio la vida, dice:


«No soy un monstruo. No soy lo que creen. Pero, ocho años después, me duele verlo». [pág. 67]

 

Gabriel es el personaje que levantará más ampollas en el lector. Está lleno de rabia y de rencor. Él es ese padre que viene a demostrar a otros que sus preocupaciones son estúpidas, que hay cosas mucho más graves por las que preocuparse. ¿Tu hijo no aprueba ni una sola asignatura? ¿Llega borracho a casa todos los fines de semana sin poder tenerse en pie? Qué mierda importa todo eso. Gabriel se cambiaría por ellos sin pensárselo dos veces. Es ese personaje que permite relativizar las preocupaciones.

Si toda la novela erosiona la piel, los capítulos dedicados a Gabriel te arrancarán la piel a tiras. Escuece mucho sentir el dolor de este padre que preferiría mil vives vivir lo que a otros padres ni se les pasa por la cabeza. El tormento que siente Gabriel lo ha dejado hecho un despojo. Quiere perdonar pero no sabe cómo hacerlo. 

Con Gabriel he muerto y he resucitado. De su mano he bajado al infierno y he corrido antes de que llegue ese último instante para buscar la rendición. 

Antonio

Es el padre-niño. Es el «Antonio-sin-Olivia». Si yo me he sentido Carmen al leer esta novela, Antonio sería mi padre. Él es ese autobusero que formó una familia junto a Olivia, la esposa que ya no está, y a la que echa tanto de menos. Con su trabajo, Antonio consiguió sacar a los suyos adelante. Dio estudios a sus hijos y hasta ahorró lo suficiente como para comprarse una parcela en la sierra. Aquel pedazo de tierra fue el logro más grande de Antonio, un terruño al que iban en familia cada fin de semana, donde jugaban sus hijos pequeños, un espacio en el que encontraba felicidad.


«Porque, en la parcela, mi padre se convertía en explorador y en inventor y en albañil y en jardinero y en portero de fútbol y en niño chico». [pág. 111]


Antonio es de la generación PNM (por no molestar). Ya no toma decisiones. En su lugar, ahora la toman sus hijos y lo que ellos digan, bien estará. Si lo ponen allí, bien. Si lo ponen aquí, también bien. Incluso si lo llevan a aquel lugar. ESE. En mayúsculas. Todo está bien para él. Porque Antonio, a sus más de ochenta años lo soporta todo. Los reveses, los desplantes, los envites. Y lo hace con un «No pasa nada, hijo». Pero sí que pasa. Pasa que Antonio guarda un secreto, algo que sus hijos no saben y que, por supuesto, se llevará a la tumba. ¿Qué efecto causaría en los hijos la verdad? Nunca lo sabremos.

Temas

Los siguientes toca temas de carácter universal que a todos, antes o después, en mayor o menor medida, nos afecta. Para empezar, una de las cuestiones que aborda es la del rol del cuidador, asunto que siempre me ha interesado. Sólo los que han tenido que cuidar de una persona dependiente o gran dependiente, o están en ese proceso, pueden entender el desgaste psicológico que supone los cuidados hacia esa persona. Un hijo, con padres que todavía están activos, ágiles de mente, con buena salud, y que se valen por sí mismos para las cuestiones más básicas de la vida, puede llegar a pensar que la vida continuará así sine die. Sin embargo, cuando empiezas a ver que tu padre ya no se puede levantar tan fácilmente de una silla, o que a tu madre se le olvida que tiene la olla puesta en el fuego, o surgen los problemas de salud, uno detrás de otro, es entonces cuando comienzas a verle las orejas al lobo. Y déjame que te diga que, el hecho de que tus padres tengan sesenta o sesenta y cinco años no es garantía de nada, porque conozco a amigos con padres de noventa y tres años que todavía se asean solos y a amigos con padres de setenta que ya no pueden ni levantarse de la cama. 

Sea como sea, e independientemente del número de miembros de la unidad familiar o de la edad de los padres, no deja de ser llamativo que, a pesar de los avances en la sociedad, la mujer sigue ostentando mayoritariamente ese papel de cuidadora, aunque tenga familia propia y un trabajo tan estresante y acaparador como el que pueda tener un hombre. Es lo que le ocurre a Carmen y ella lo expresa dolorosamente bien en las siguientes líneas:


«[...] yo tenía tres bonitas papeletas para hacerme cargo de papá a distancia que mis hermanos no tenían: vivía muy cerca de su piso, trabajaba con ancianos como nuestro padre, era mujer». [pág. 12-13]

 

Todo se tambalea en la vida de una persona cuando, obligada por las circunstancias, tiene que asumir un papel que, hasta la fecha, había ostentado otra persona. Carmen lo entendió perfectamente el día que su madre falleció, porque Olivia se encargaba de todo, de la logística de su hogar y de su marido pero, al fallecer, Antonio quedó a la deriva, se convirtió en Antonio sin Olivia, quedando al cuidado de unos hijos a los que no quería molestar, para los que él se sentía una carga, cayendo el peso más determinante en una hija que ahora, además de las suyas propias, tiene que hacer malabares para asumir otras responsabilidades y obligaciones añadidas.

* El duelo. En la novela se incide mucho sobre un pensamiento que a todos se nos ha cruzado alguna vez por la mente porque, ante el dolor de una pérdida cuesta mucho entender que el día amanezca brillante y soleado, que se escuchen las risas de los niños, que el mundo siga su trajín como si no le importara lo que te ocurre. Son esos días o semanas en los que uno se siente como un extraterrestre, un ser lánguido y desmadejado, que arrastra su pena por las calles, mientras contemplas a los demás vivir como si nada.


«Alguien debería pensar en todo eso cuando llena Madrid de luces de Navidad, Hernán. Debería pensar que hay padres que tienen ingresado un hijo a vida o muerte y salen al mundo exterior de las guirnaldas». [pág. 172]


* La muerte nos iguala. Creo que es uno de los actos de justicia más brillantes de la vida. Carmen, por su trabajo, está en constante contacto con la muerte. Sabe que la figura oscura se pasea por los pasillos de la residencia de ancianos en la que trabaja y que, acostumbra a hacer visitas inesperadas. Hoy le toca al de la 101. Mañana, quizá le tocará al de la 212. Carmen nos habla mucho de la vejez, de la enfermedad y de la muerte. Todas las muertes tienen algo en común. Todas las vidas, no. Ella se hace preguntas que asustan.


«Las vidas no se parecen. Se parecen las muertes. Y eso es lo que me da miedo, me gustaría decirle a veces a Hugo, pero creo que todavía no tiene edad.

Da miedo cuando te preguntas: ¿será así la mía? ¿Moriré como mamá? ¿O lo haré como ese cuerpo envuelto en una manta térmica de la carretera? ¿O me iré como esta señora a la que le hago el embozo de la cama? De vieja. De su misma enfermedad. Sola». [pág. 34]


* Las residencias de ancianos. Y entramos para mí, en el tema estrella. Residencia de ancianos, ¿sí o no? Cada uno de los hijos tiene una visión distinta del asunto. Carmen no quiere. Gabriel no ve otra solución posible. Darío siempre anda en el término medio. Y Antonio, lo que digan sus hijos, porque no quiere molestar. En este sentido, la novela escarba en el conflicto moral que asalta a los hijos llegados a ese punto de no retorno. ¿Qué hacer cuando tu padre y tu madre necesitan cuidados que ya no puedes darles? Es durísimo que tengan que abandonar su casa para siempre, pero la vida hoy día está configurada de tal modo que a muchas familias no les queda otro remedio. En Los siguientes, vamos a ver lo que piensan los hijos de esta cuestión, las argumentaciones que esgrimen cada uno, las gestiones que hacen sin que todavía hayan comunicado la noticia al padre.


«Fueron las Navidades más tranquilas y calladas, pero sobre todo las más hipócritas, no me digas que no, Carmen. Una puede engañar a todo el mundo, pero a una misma no, Carmen, a una no. Fueron las Navidades más hipócritas porque los tres hijos sabíamos eso, pero él todavía no». [pág. 177]


Mis propias reflexiones

Pedro Simón vuelve a colocarme entre las páginas de esta nueva novela. Me temo que yo soy Carmen, la controladora. Soy la que sabía cuándo le tocaba médico a mis padres, la que conocía perfectamente las pastillas que se tenían que tomar, a qué hora debían tomárselas, para qué servían y hasta qué efectos secundarios podían tener. Hice amistad con las farmacéuticas del barrio de mis padres, hablé varias veces con sus médicos, con sus enfermeras, con la trabajadora social del centro de salud, con la enfermera de enlace y con las administrativas que gestionaban las citas médicas. A muchos les conté mi vida, me desahogué con ellos, y removí Roma con Santiago para que a mis padres (y también a mi hermana pequeña) les concedieran la ley de dependencia.

A diferencia de Carmen, yo no tuve que limpiarles jamás el culo a mis padres. Pero sí tuve que cambiarle varias veces a mi padre la bolsa de recolección que iba conectada a su sonda urinaria. Os parecerá una asquerosidad pero en aquellos momentos a mí me daba igual. A veces, en ese breve instante que se producía entre desconectar una bolsa y colocarle otra, a mi padre se le escapaba la orina y sí, me mojaba las manos. Yo, como Carmen, jamás usé guantes. Lo podía haber hecho perfectamente. Es más, debía de haberlo hecho pero, yo qué sé, en esos momentos no caí. Algunas tareas cayeron sobre mí de golpe y tuve que aprender como pude. Sustituí los guantes por todo el amor y el cariño.

Y digo que a mis padres no he tenido que limpiarle el culo jamás pero a mi hermana pequeña, a esa belleza de 50 años con síndrome de Down, sí se lo tengo que limpiar de vez en cuando. Y no me importa absolutamente nada hacerlo. Ni me resulta agradable ni desagradable. ¿Acaso mi cuerpo no expulsa lo mismo que el de ella? Lo hago porque tengo que hacerlo, porque ella lo necesita, como lo necesitaré yo algún día, y mientras uso toallitas húmedas a destajo, o cambio un pañal por otro, me río y la hago reír a ella. Ya está. Culo limpio. Hay muchas Carmen en el mundo. 

Pero creo que la gravedad no está en que un hijo o una hija tenga que limpiarle el culo a su padre o a su madre porque ellos ya no puedan hacerlo por sí mismos. Lo más penoso no es lo que los hijos sientan, sino lo que sienten los padres. Debe ser mucho más duro para ellos tener que aceptar que están perdiendo autonomía, que ya van cuesta abajo y sin frenos, que la cosa no va a mejorar sino todo lo contrario. Es decir, la peor parte no se la llevan los hijos como cuidadores, sino los padres como personas dependientes, a los que les asalta una vergüenza infantil. Antonio lo dice muy claro: «un hombre al que su hija le ve el culo es un hombre perdido».

Y si yo soy Carmen, mi padre fue Antonio. Él también compró una parcela con mucho esfuerzo. Encontrar el término parcela en la novela me ha hecho mucha gracia. Debe ser algo generacional. Mi padre no decía vamos al pueblo, o vamos a la urbanización, o vamos al campo, o vamos a la otra casa. No, él decía vamos a la parcela, como lo dice Antonio. Y como Antonio, mi padre fue también inventor (no os imagináis el sistema de riego y canalización de agua que ideó; ni un ingeniero entendía aquello, tan solo él), y también albañil, poniendo ladrillo aquí y allá (todavía me enternece recordar aquella pequeña placa de cemento en la que grabó con sus números algo bailarines la fecha en la que se terminó de construir la piscina), y jardinero, y niño chico. Mi padre, en sus últimos años, se caía con frecuencia. Y siempre se reía de sí mismo. Y nosotros nos reíamos con él. Yo no sé cómo no se abrió la cabeza más de una vez. A veces, lo veías con heridas o chillones. Pero él siempre se reía. Siempre. Hasta que su demencia senil se lo tragó y ya dejó de reír. Qué gran tipo, mi padre. 

Y aquellas caídas, aquellos despistes de mi madre con la comida, la casa manga por hombro porque ya no podían con el día a día nos llevó, o mejor dicho, los llevó a una residencia de ancianos. Fui yo la que, con el beneplácito de mis hermanos mayores, movió los hilos. Porque mi hermana mayor y yo ya no podíamos hacer más de lo que hacíamos. Tres años estuvimos tratando de mantener a flote una casa con tres tripulantes que necesitaban más cuidados cada día. La casa de mis padres llegó a convertirse casi en un sainete, de tanta gente que entraba y salía por la puerta, haciendo lo que podían (unos), lo que tenían la obligación de hacer, a cambio de un estipendio (otros).

La decisión de solicitar plaza en una residencia de ancianos no fue fácil. Las mismas dudas, incertidumbres, miedos que asaltan a los personajes de esta novela nos asaltaron a mis hermanos y a mí. Al conflicto moral interno se unieron, a veces, los comentarios pseudo-inocentes de otras personas, las preguntas cargadas de maldad. Los hijos que llevan a sus padres a una residencia de ancianos son cuestionados y juzgados. Si por algunos fuera, deberían ser quemados en la hoguera. Pero, ¿quién les da derecho a opinar? ¿Acaso saben cómo es tu vida, cuáles son tus obligaciones, tus limitaciones, tus horarios? Hay que ser muy valiente, y no un hijo de puta, para tomar la decisión de trasladar a tus padres a una residencia de ancianos. No nos vayamos a equivocar. Aún recuerdo aquel 25 de julio de 2018 cuando mis padres abandonaron para siempre la casa que los había acogido desde el año 1977. No volvieron a poner un pie en ella. Recuerdo hacer inventario, catalogando lo que tenían que llevarse y lo que no, hacer una lista de las cosas necesarias, meter la ropa en las maletas, un sinfín de bártulos, toda una vida condensada en unas cuantas bolsas. Mi madre preocupada por dejarlo todo en orden. Bajar las persianas, cerrar puertas y ventanas. ¡El gas, que no se nos olvide! Despedirse de los vecinos entre lágrimas. El trayecto en coche hasta la residencia se hizo eterno, tratando de llenar los incómodos silencios con comentarios estúpidos, gastando bromas, procurando quitar hierro al asunto, cuando en el ambiente se sentía la tristeza, densa y pesada. Aire irrespirable. Y luego, al llevar, sacar aquellas vidas del vehículo, con sus pertenencias. Los abrazos, los besos, la congoja en el corazón. «Volveremos pronto a veros». Y la trabajadora social pidiéndonos que dejáramos pasar unos cuantos días, que no fuéramos al día siguiente, ni al otro, ni al otro,...  porque tenían que aclimatarse. «Adiós, papá. Adiós, mamá». Y los hijos mirando hacia atrás mientras se encaminaban hacia la salida, con un dolor interno que quemaba, la boca seca, sin poder tragar. Y luego, al llegar a la calidez de tu propio hogar, sentarte en el sofá, mirando al vacío, con los ojos clavados en la negrura de un televisor apagado, y esa cabeza tuya con miles de pensamientos que te rondan. ¿Estarán bien? ¿Qué pensarán de mí? ¿Se sentirán traicionados o abandonados?


«Y, al final, justo en ese momento en que le abracé y le besé para decirle feliz año, papá -esas tres palabras nada más-, yo me sentí la hija más hija de puta del mundo, la más mala, la más desaprensiva, la más triste, la más equivocada». [pág. 178]


Hoy quiero pensar que no me equivoqué. Pero, ¿y si lo hice y no supe verlo? Quizá debí hacer las cosas de otro modo. Sacrificarme más, quizá. Arrastro el sentimiento de la duda cada día y ya no puedo ni pedirles perdón. 

Mucha gente podrá pensar que este libro es deprimente pero se equivocan. Los siguientes es un continuo aprendizaje, es un constante enfrentarte a lo que viviste, a lo que estás viviendo, a lo que te tocará por vivir. Es un vademécum de la vida, un diccionario emocional que recoge un buen puñado de emociones, las que invaden a los hijos que tuvimos que llevar a nuestros padres a una residencia de ancianos. Algunos lo hicimos con todo el dolor de nuestro corazón pero hay que ser realistas y sí, también hay otro tipo de hijos. Hijos que piensan así:


«Abuelos a los que toda la familia da por amortizados, que es como si estorbaran, como si sobraran, como si ya estuviesen tardando en palmarla porque ni sienten ni padecen y -como le escuché decir por el móvil a una mujer que fue de visita a la residencia - es deprimente gastar un sábado por la tarde en ir a verlos». [pág. 100]

 

Y yo os digo que el gesto de amor más maravilloso que podéis regalar es ir a verlos y darles vuestro tiempo. Hablar incluso con los que no son miembros de vuestra familia, preguntarles por su vida, hundirte en sus miradas y regresar juntos al pasado de su memoria, cogiéndoles la mano.

Estructura y estilo

Los siguientes cuenta con una estructura muy definida. Prácticamente la totalidad de la novela se sustenta sobre un patrón que permite ir alternando las voces de los tres protagonistas. En el último tercio esa estructura cambia ligeramente hacia un capítulo coral, en el que se suman las voces de otros personajes que, hasta el momento, han permanecido en silencio. 

«¡¡Qué tío!! ¡¡Cómo narra!!» Anoté estas dos exclamaciones casi en las primeras páginas de la novela. Y es que es impresionante cómo Pedro Simón es capaz de poner palabras, no ya a los sentimientos que no nos atrevemos a verbalizar, sino incluso a esas emociones que nos da reparo pensar, como si nos avergonzáramos de nosotros mismos. ¿Sabéis lo que os digo? Ese pensamiento que se nos cruza por la mente y nuestro Pepito Grillo nos susurra al oído: ¿Cómo puedes pensar algo así? Simón se lanza de cabeza a esa piscina llena de emociones universales y tan humanas, con las que es fácil conectar. 

A ello se une que a Los siguientes no les falta su punto de misterio. Gabriel es el personaje que más inquietud generará. Sabemos que algo ocurrió. Lo sabemos desde las primeras páginas, pero desconocemos qué puede ser. ¿Por qué Gabriel ha roto relaciones con su padre? Avanzamos en la lectura y Simón se contiene lo justo. No tarda demasiado en lanzar el obús sobre nuestras cabezas. En ese punto el lector se queda en estado de shock. Pero nos esperan más sorpresas porque Antonio, como dije antes, guarda un secreto. Un secreto que podría haberlo cambiado todo.


En definitiva, cada página de esta novela te sacude. Cada una de ellas. Todas. Los párrafos se van sucediendo, colocándote la congoja, la más oscura, a la altura del pecho. La novela te cuestiona, te obliga a preguntarte. ¿Qué hice yo por mi padre? ¿Acaso supe ver que mi madre no me decía esto o aquello por no molestar? Y por no molestar, nosotros, los hijos, quizá demasiados ocupados, demasiados inmersos en nuestras rutinas, no vimos la necesidad de nuestros padres y continuamos con nuestra propia vida, inconscientemente o intencionadamente, ajenos a lo que acontecía a nuestro alrededor. 

Pero no olvides, querido lector, que nosotros seremos los siguientes:


«Tu padre como una novela por entregas de tu yo futuro, del pobre protagonista en que te acabarás convirtiendo. Como en uno de esos folletines que se compraban en el quiosco en los que pone fin».  [pág. 216]


Por cierto, y por destensar el ambiente, ¿os fijasteis en la fotografía de la cubierta? Es muy fácil descubrir a Pedro Simón niño en esa instantánea, ¿verdad?

No dejes pasar esta novela. 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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