jueves, 16 de mayo de 2024

CARLOS SOBERA: ❝De pequeño, contar historias me chiflaba❞

Hace un par de semanas, el actor y presentador, Carlos Sobera, pasó por Sevilla para promocionar su primer libro, A contracorriente (Espasa). Se trata de una autobiografía con la que, desde el humor, el conductor de First Dates hace repaso a su trayectoria profesional, al tiempo que nos cuenta más sobre sí mismo. ¿Cómo fue Carlos Sobera de niño? ¿De dónde viene su pasión por el teatro? ¿O cómo se inició en televisión? Con mucha honestidad y frescura, Sobera comparte con nosotros momentos de su vida, nos cuenta anécdotas, nos abre su corazón. A contracorriente es un libro para saber más de aquel niño que se sentía asfixiado en Barakaldo, con el que llegas a conocer al autor en mayor profundidad, con el que te lo pasas bien leyendo.

Carlos Sobera me concedió un ratito de su tiempo y aquellos treinta minutos me resultaron divertidísimos. Os dejo con nuestra charla.


Marisa G.- Carlos, un placer tenerte aquí, en Sevilla, y conocerte con este libro que acabas de publicar. Creo que la primera pregunta obligatoria y la que te haremos todos es ¿por qué este libro? ¿Cuál es la intención y cómo surge la idea?

Carlos S.- La idea surge por parte de Espasa. Ellos estaban interesados en que escribiera un libro sobre mis vivencias. Luego lo han llamado autobiografía y, es verdad, es autobiográfico porque, al fin y al cabo, cuento mi vida. Sin embargo, yo me planteé este reto más bien como un intento de escribir un libro sobre ese sueño que tiene un niño de siete u ocho años de llegar a ser actor, y todo el camino que ha transcurrido desde entonces hasta hoy, contando lo bueno y lo malo. Pensaba que, si hay gente que quiere ser actor o comunicador, o cualquier otra cosa en la vida, que este sueño mío le pueda servir, contando lo bueno y lo mano. Este libro es un testimonio de mi trabajo, mi profesión y mi vida, más que una autobiografía.

M.G.- Fíjate que, cuando la editorial me mandó información sobre el libro, se mencionaba la palabra memorias. Siempre que recibo un libro de memorias, lo primero que hago es buscar la edad del autor. En tu caso, son sesenta y tres, si no me equivoco. Pero, todavía te queda mucho que contar.

S.B.- Yo espero que sí, ¿no? Por eso espero llegar hasta los noventa y poder escribir otro libro. De hecho, en este libro hay muchas cosas estrictamente personales de las que no hablo o hablo muy por encima. No hablo de mis amores, de mis desamores, de mi familia en profundidad. Hay muchas cosas que se quedaron en el camino.

Mira, Juancho, Ignacio Gallardo, el director de Marca, me escribió ayer y me dijo que le había encantado mi libro porque decía que era como una carta de amor a la profesión; a Patricia, mi mujer; y a la vida. Y dije: ¡Coño, tío, lo has clavado! Yo no he tenido talento para decir que mi libro es eso, pero es verdad, es realmente eso.

M.G.- Es que se nota que hablas con mucho cariño de todo lo que se recoge en el libro. Y, en cuanto al título, A contracorriente, es casi una definición de tu carácter, ¿no? Te consideras una persona a contracorriente. Hacer lo contrario de lo que se esperaba de ti ha sido tu forma de vida. 

C.S.- Sí, siempre, siempre. De pequeño vestía como alguien mayor. Me ponía abrigos largos que me permitían entrar a las discotecas. Ahora a los sesenta, voy con vaqueros y camisas hawaianas. Además fui padre con cuarenta y ocho años, en vez de con veinticinco o con treinta y cinco. Y cuando todo el mundo esperaba que yo fuese un maravilloso notario, de repente decidí que lo mío era ser actor. Y cuando fui actor, decidí que era el momento de ser presentador. Si me decían que no hiciera un programa porque no iba conmigo, yo me empeñaba en hacerlo. Siempre he ido un poco a contracorriente en ese sentido, diciendo no a cosas que nadie entendía que dijera no, y diciendo sí a cosas que tampoco mucha gente entendía que dijera que sí. Pero, no sé, he ido...

M.G.- Dejando espacio a tu intuición. 

C.S.- Sí, creo que eso es vital. A veces, me he equivocado. De hecho, me he equivocado bastantes veces pero creo que eso es lo bonito del camino, elegir lo que te apetece, lo que crees que pega contigo, con tu forma de ser. Hacer lo que te gusta para aprender. Luego, aciertas o no, pero el acierto o no acierto no está en función del éxito o del fracaso en términos de audiencia, sino que está en función de otras cosas importantes como el aprendizaje, la experiencia o la gente a la que conoces.

M.G.- Pero esa forma de ser, de ir a contracorriente, imagino que, de joven, o de más joven, sí te habrá traído algún que otro conflicto familiar, ¿no? A veces, los padres esperan una cosa del hijo y resulta que el hijo sale por otro lado. 

C.S.- Bueno, en el caso de la carrera, no fui a contracorriente. Mis padres se empeñaron en que estudiase una carrera y les dije que no se preocuparan, que iba a estudiar una y encima sabía cuál. Elegí Derecho. Lo de ser abogado me molaba porque tiene mucho que ver con la comunicación. La puesta en escena de un juicio es muy parecida a la de una obra teatral. Los jueces, fiscales y abogados son como actores. En el fondo, tienen que interpretar e incluso convencer de sus tesis a los demás. Por entonces, yo estaba muy influenciado por la serie Ironside, de Perry Mason, que iba en silla de ruedas y tal. Además, estudiar Derecho me iba a venir muy bien en la vida, porque aprendes cosas que te vienen de maravilla a la hora de firmar contratos, de casarte, de divorciarte, de todo. Pero luego, sin embargo, cuando decidí dejar la universidad, a mis padres les costó aquello un disgusto, especialmente a mi madre. Me decía, pero hijo, ¿cómo vas a dejar un trabajo seguro, con un sueldo fijo? Pero hasta ahí había llegado, tenía que ser coherente y apretar el acelerador hasta el final, para dedicarme a lo que realmente me gustaba. Tenía una carrera universitaria por delante pero, ¿quería ser profesor universitario hasta los sesenta y siete? No. Me tuve que ir y me fui.
 

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M.G.- En este libro cuentas pasajes de tu trayectoria personal y profesional. Tu carrera profesional la conocemos, más o menos, pero, y aunque no profundices mucho, también hablas de tu esfera personal e íntima. Y en estos casos, siempre me pregunto, ¿cuesta trabajo exponerse, contar cosas que, a lo mejor, sólo conoce tu círculo más cercano?

C.S.- Sí, claro que cuesta exponerse. Y cada vez que cuentas algo, lo lees treinta veces antes de decirle a la editorial que lo meta o no. Yo llego a confesar que me enamoré hasta las patas de una compañera de clase que se llamaba Aratxu. Creo que ella se lo imaginaba pero hasta que no lea el libro no se va a enterar porque fui incapaz de decírselo. Sí, cuando cuentas cosas así, sentimientos con tu padre, con tu madre, cosas que han pasado en la familia, o cómo me he sentido en el ejercicio de la profesión, o cuando han herido mi sensibilidad, te ves ahí....

M.G.- Vulnerable.

C.S.- Muy vulnerable. De repente, te entra una cosita pero bueno, me parecía que si escribía un libro así, tenía que ser honesto. No puedo contarlo todo ni debo contarlo todo pero, por lo menos, un mínimo de honestidad tengo que poner en el libro, porque si no, ¿para qué?

M.G.- Empezamos a leer el libro, y vamos descubriendo muchas cosas de ti y algunas muy sorprendentes. No sabía que habías sido profesor universitario. No sabía tampoco que habías comprado un teatro. ¡Y que no sabes nadar! Es decir, hay muchas cosas curiosas sobre tu vida.

C.S.- Sí. [Ríe]. Me acuerdo que en Canarias, haciendo la función Palabras encadenadas, mi regidor intentó enseñarme a nadar. Me pasé quince días en las piscinas de los hoteles, con manguitos, intentando aprender a nadar. No lo conseguí.

M.G.- Pero eres de tierra con mar.

C.S.- Sí, son contradicciones. Mi mujer me dice que si no aprendí a nadar fue porque no me dio la gana, porque todos mis amigos saben nadar. Y sí, es verdad, pero algo me debió de pasar de pequeño. No me acuerdo que pudo ser pero algo me tuvo que traumatizar. Mi primer contacto con el río, al que me llevaban mis padres, no tuvo que ser bueno. Le cogí manía al agua y me daba pánico. Bueno, me sigue dando pánico. No me meto en una piscina que tenga más de un metro de profundidad. 

M.G.- Y cuando hablas de la infancia y de la adolescencia, confiesas que no fuiste un niño feliz. No encajabas en el sitio que ocupabas o te faltaba algo.

C.S.- El entorno. Tuve la gran fortuna de tener una familia maravillosa y era muy feliz, a pesar de que vivíamos en una casa muy humilde. No había grandes lujos pero no nos faltaba nada. Pero a mí me pesaba mucho el entorno. Barakaldo se me caía encima porque era un pueblo muy industrial, muy oscuro, muy triste, lleno de suciedad, de contaminación, de carbones por todas partes. Los paseos que hacía en tren, desde Portugalete hasta Barakaldo, pasando por Sestao, era como viajar dentro de una película de Ridley Scott. Una cosa tremenda. En aquella época, claro. No había alegría en las calles. Hasta los policías vestían de gris. Era una cosa tristísima, con poca iluminación porque en las calles había cuatro farolas que daban una luz de 125v y se iba cada dos por tres. No había escaparates tampoco. Recuerdo que en mi calle había una tienda de pinturas que era asquerosa, de la que salía un olor que llegaba hasta mi portal. Yo tenía que pasar por delante para ir al colegio y veía aquellos botes de pintura... Era todo horroroso. No había luces de neón ni el escaparatismo de ahora. Era todo una tristeza, con tan poca luz, poco sol, y mucha lluvia. No sé. Yo tenía alma de poeta y a mí aquello me agobiaba, me angustiaba. Y es en ese sentido cuando digo que no fui feliz.

M.G.- ¿Y cómo fue esa búsqueda de tu lugar? En el momento en el que decides que aquello no era para ti, que querías irte a otro lado para buscar otro futuro, ¿cómo fue ese momento?

C.S.- Pues mira, cuando cumplí dieciocho o veinte años, empecé a coger algo de independencia. Tenía coche, empecé a viajar y a ver otros mundos. Por entonces, España ya había pegado un cambio radical. De la España del año 65 a la España del año 82 había mucha diferencia. Pero, a partir del año 82, este país cambió de manera vertiginosa. Fue entonces cuando me fui a buscar lo que me gustaba, lugares bonitos. Cuando me casé me fui a vivir a Loiu, que está en pleno campo vasco, donde había luz. Allí, la ría divide la zona izquierda de la de la derecha. Y la vida es tan injusta que en la derecha están las cosas buenas y en la izquierda, las malas. Y encima luce el sol en la parte derecha pero no en la parte izquierda. ¡Hay que joderse! Así que me cambié también de lado de la ría, y fui buscando las cosas que me gustan, el contacto con la naturaleza y con la gente, edificaciones bonitas y ciudades humanizadas. Siempre he buscado eso en mi vida. 

M.G.- Eres actor. Te hemos visto en teatro, en series de televisión, has presentado muchos programas. Si miramos tu trayectoria, muchos te conocemos por tu aparición en televisiones nacionales pero también has hecho mucha tele autonómica. De hecho, vas y vienes de un lado a otro.

C.S.- Sí, sí. Y además exijo ese reconocimiento. Yo me vengo de ETB a España, a Madrid, triunfo como presentador, y no tengo ningún inconveniente en volver a ETB a presentar Date el bote. Yo ya había hecho Millonario. Se lo decía a los de ETB, que estaban todo el puñetero día premiando a Carlos Arguiñano, a Ramón García, a Anne Igartiburu, a Patxi Alonso,...  Y son todos gente que se han ido y no han vuelto, y ni volverán nunca porque están ya instalados. Pero yo, he triunfado en Madrid y he sido capaz de volver para trabajar. Y he trabajado al mismo tiempo en Madrid y aquí, porque siempre he tenido cariño a mi primera televisión, que fue ETB. Nunca se me han caído los anillos por regresar a ETB. Incluso, en el año 2002, cuando dejé Telecinco, rechacé una oferta de Antena 3 para irme a ETB. Y la gente me decía que no estaba bien del bolo que, habiendo triunfado a nivel nacional, como iba a rechazar una oferta de Antena 3 para volver a ETB. Pero es que lo me ofrecía Antena 3 no me gustaba y lo que me ofrecía ETB, sí. Quería hacer cosas que me gustaran. Ya habría tiempo para volver. Y volví. Y dos años más tarde, me puse a trabajar a la vez en ETB y en Antena 3 porque ya me hicieron una oferta que me gustó. Y también he estado trabajando en Canal Sur. Y en el 2010 me ofrecieron hacer un programa para Canal 7 de Murcia, un programa muy parecido a Los mejores años de nuestra vida, de entrevistas, grupos musicales y actores de la tierra y lo acepté. Porque primero era trabajo y, después, porque era un programa muy bonito. Quería hacerlo. No importa que estuviera en Murcia, como si estaba en Sebastopol. No hay televisiones pequeñas, como no hay papeles pequeños. Hay trabajos buenos...

M.G.- Y que gustan.

C.S.- Eso es. 

M.G.- Bueno, pues de esa época de programas en televisiones autonómicas cuentas una anécdota muy divertida, con la que me he reído mucho, que tiene que ver con el tropezón de una actriz francesa.

C.S.- Con Catherine Deneuve. ¡Madre mía! 

M.G.- Me imaginaba la escena porque la describes muy bien.

C.S.- Aquel día pensé que mi carrera se acababa. Mira que yo adoraba a Catherine Deneuve. La había visto en películas desde pequeño. Me parecía la diva francesa por excelencia. ¡Estaba enamorado de ella! Y claro, cuando surgió la oportunidad de que viniera a un programa de ETB para una entrevista, se me ocurrió inventarme algo para salir en plano con ella. Pero dio un tropezón en una puerta de plató y cuando vi la leche que se metió aquella pobre mujer, que casi se parte la cabeza,... Es que el tropezón fue terrible. Las puertas de plató tienen un zócalo de diez centímetros. No fue un golpecito fue una hostia en toda regla. Y cuando se levanta, veo que se dirige a mí. Yo no sé francés pero entendí todo lo que me dijo, todo lo que me llamó, todo, todo, todo,... ¡Cómo vocalizaba aquella mujer! Estuvo un minuto lanzándome improperios y yo sudando tinta roja, negra, china,... Todo. 

M.G.- Es muy divertida la anécdota pero si te dieran la oportunidad de dar marcha atrás, ¿harías o no harías algo? ¿Te arrepientes por no haber hecho algo o por haberlo hecho?

C.S.- Sé que es una respuesta muy manida pero, la verdad, es que no. Si me arrepiento de algo, igual sería de no haberme ido antes, a probar fortuna a Madrid. No haberlo intentado con veintiocho años, en vez de con treinta y cinco. Pero luego lo pienso y creo que la vida siempre te coloca en tu lugar. Igual, hacerlo así me vino bien porque llegué con cierta madurez y habiendo vivido ya el éxito y el fracaso en ETB, con lo que ya nada me afectaba tanto. Ni el éxito me volvía loco ni el fracaso me torturaba en exceso. Me torturaba, pero no en exceso. Sin embargo, si hubiera venido igual con veinticinco años, cualquier cosa me hubiera hecho un daño terrible. No lo sé. O hubiera tenido un éxito maravilloso y me hubiera vuelto gilipollas. Yo qué sé. Yo creo que al final llegué en el momento oportuno. 

A veces dices no a un proyecto y te equivocas, sabiéndose que iban a ser buenos, porque yo sabía que Pasapalabra o Gran Hermano eran ofertas irrechazables. Y otras veces, aceptas propuestas que son muy fallidas, pero es que aprendes de eso también y aprendes mucho. Con lo cual, si estoy aquí hoy, hablando contigo Marisa, es porque también tomé aquellas decisiones. Igual tomo otras y no estamos aquí. Igual estaría en Hollywood, rodando con Penélope Cruz, como podría estar en China, encarcelado por tráfico de... Yo qué sé.

M.G.- Quién sabe... Bueno, el libro cuenta con un capítulo precioso, un homenaje que a mí siempre me parece necesario. Ese hablar de los padres. 

C.S.- Es que esto... Joder, cuánto más tiempo ha pasado, mejor lo he entendido.

M.G.- ¿A que sí? Te doy toda la razón.

C.S.- Cuando uno vive con sus padres, cuando uno tiene siete años o incluso dieciocho, no te enteras de nada. Pero cuando uno se va de su casa, y deja allí a los padres, y sobre todo, cuando uno forma su propia familia y tiene hijos, empiezas a comprenderlo todo. Mis padres fueron maravillosos. Mi padre era un cachondo mental, con una vitalidad y un optimismo que me contagió siempre. Me hizo feliz. Y mi madre era una mujer con una capacidad de amor, de complicidad, y de entendimiento brutal. Yo no hacía nada malo pero ella tuvo que pasarlo conmigo... porque yo le daba una vara a la pobre mujer. Yo componía canciones y me ponía a cantárselas al oído. ¡Qué amor tiene que tener una madre por su hijo para aguantar esa tortura! Y no un día, ¡meses!, ¡años! Mis padres fueron siempre un ejemplo. Yo les veía siempre trabajar con ahínco, con ilusión,... Y luego, mis padres nunca viajaron. Mi madre, por ejemplo, hasta que fue a México donde me casé con Patricia, el único lugar que conocía era Madrid. Mi madre no sabe lo que es Barcelona o Sevilla. No te digo ya París o Londres. Y yo la llevé a México con ochenta y siete años. Entonces, no viajaban. No salían a cenar como podemos hacer ahora.

M.G.- También hablas en el libro de los profesores que marcaron tu vida. O esas lecturas que te han hecho amar el teatro. Cuentas que te leíste las obras de Lorca en una tarde.

C.S.- Sí. Y sé que puede haber gente que no se lo crea pero juro por Dios que fue verdad. Aquello fue una tarde de domingo. Tendría trece o catorce años. Estaba solo y, de repente, vi un libro que tenía las obras completas de teatro de Lorca. Me puse a leer. Empecé por La zapatera prodigiosa y me encantó. Luego seguí con Mariana Pineda, con Yerma,... Bueno, me entusiasmó y además era una lectura facilísima, aunque no sé si llegué a entender todo lo que Lorca quería decir. Lo leí todo del tirón. Me entusiasmó. Y luego, a partir de ese momento, con catorce años, me gastaba el dinero de mi paga en comprar obras de Moliere, de Lope de Vega, de Calderón,... Era alucinante. Yo buscaba obras de teatro en las librerías de Barakaldo y las compraba. Me entusiasmó.

M.G.- ¿Y qué supone para ti esa pasión por el teatro?

C.S.- Interpretar es una forma de comunicar. Para mí eso es fundamental, porque yo quiero comunicarme y entenderme con la gente. Y deliberar todo lo que llevo dentro, -creatividad, amor y tensión-, todo me sirve para liberarlo. Y luego el teatro me parece un lugar mágico, es un lugar de comunión maravilloso. Te expones, pero te expones con un trabajo que provoca emoción en la gente, muchas emociones muy diversas, muy contradictorias, muy seguidas. Y eso me hace muy feliz. El ver a alguien que se ríe conmigo, que llora conmigo, es que me entusiasma. 

Esto es algo que no cuento en el libro pero yo, cuando era chaval, con diez u once años, nos reuníamos en la calle para jugar. Y uno de nuestros juegos favoritos era contar historias. Éramos dos amigos. Pedro contaba historias de terror y yo contaba historias de humor. Y todos los amiguitos de la calle, nos metíamos en un portal, nos sentábamos en las escaleras, y Pedro salía y contaba su historia. Y luego contaba yo las mías de humor. De pequeño, contar historias me chiflaba. Eso lo he llevado siempre dentro. Lo tengo más claro que el agua. Y esto no lo cuento en el libro. Y esa necesidad de salir a un escenario... No te digo ya a un teatro porque, cuando estuve en el Festival de Mérida, con tres mil quinientas personas pendientes de ti, de tu historia, ver que se ríen, o que lo pasan mal, o que disfrutan,... ¡Hostia, es que eso no tiene parangón! 

M.G.- Es un subidón. 

C.S.- Absoluto. De repente, sabes que has nacido para eso y es eso lo que quieres hacer en la vida. 

M.G.- Actor teatral pero también de series de televisión. Si no me equivoco, tu primera serie fue Al salir de clase. ¿Cómo lo viviste? ¿Qué supuso para ti?

C.S.- Fue mi escuela, una escuela de interpretación y de vida. De interpretación porque hacer series diarias te enseña mucho. El nivel de exigencia es alto y todos los días vas aprendiendo, memorizando, actuando. Llega un momento en el que coges un callo tremendo y, te echen lo que te echen, tiras para delante. Y luego fue una escuela de vida brutal porque conviví sobre todo con los más jóvenes. Yo, probablemente porque soy como soy y tengo este carácter, conecté con ellos de maravilla porque era mi primera vez pero también la de ellos. Así que, en los camerinos, en los pasillos, en las comidas,... tuvimos una comunión brutal. Y aprendí de ellos lo que no está escrito. Disfruté, crecí, me divertí y fue algo extraordinario.

M.G.- Para escribir este libro habrás tenido que tirar mucho de memoria, desbloquear, quizá, algún recuerdo que tu mente había arrinconado porque no sé si has contado algún episodio delicado. 

C.S.- Bueno, sí que cuento alguna cosa un poquito delicada, cuando, por ejemplo, hablo de mi final de periplo en Atresmedia. Pero son cosas que hay que contar para que la gente vea que, aunque parezca que estás aquí arriba, sigues estando como todo el mundo a otro nivel, y te siguen pasando también cositas raras. Me parecía honesto hacerlo.

M.G.- De todos modos, es un libro al que no le falta el humor. Creo que eso también es una cualidad de tu carácter. Al margen de ir a contracorriente, el humor está muy presente en tu forma de ser.

C.S.- Sí, sí, sí. Incluso, a veces, el humor me traiciona porque le pongo humor a todo, hasta a las historias más dramáticas. Yo recuerdo que cuando presentaba Volverte a ver, coincidí con Josep, director del programa. Volverte a ver era un programa muy duro, de gente que buscaba a su familia y, a veces, se contaban historias tremendas. Pero yo tengo un sentido del humor de tal magnitud que, a veces, me traiciona y hago chistes donde no debo. Los invitados hacían algún comentario, a lo que yo soltaba algún comentario y claro, la gente se reía. Y el director me decía por el pinganillo: ¡¡Carlos, no, no, que rompes el ambiente de tensión!! Y enseguida tenía que reconducir. Pero es que no puedo evitarlo. El humor me ha salvado de muchas cosas. Cuando ejercito el humor, eso me sirve para salvar momentos malos personales o familiares. Me hace relativizar las cosas y superar mis conflictos. 

M.G.- Pues ahora que dices esto y que te tengo aquí, te quiero preguntar por algo que siempre me ha intrigado. Por ejemplo, cuando uno hace un programa como First Dates, un programa alegre, pero tiene un día malo, un día de perros, ¿cómo hace para gestionar lo que siente por dentro y la imagen que exterioriza?

C.S.- Mira, pasan dos cosas que son muy curiosas. Una es tu sentido de la responsabilidad, que es lo que se llama también profesionalidad. Puede ser que un día hayas discutido con tu mujer, que tengas un problema con tu hija, que tengas a un tipo que te está tocando las narices en el trabajo o donde fuere, pero son tus problemas. Estás ahí para presentar un programa, tienes que pasártelo bien porque la gente viene con ilusión al plató, el público enciende la tele para ver el programa y no puedes estar jodiendo la marrana. Tienes que estar donde tienes que estar y haces ese esfuerzo. Pero, por otro lado, pasa otra cosa que es mágica. Es algo que nos pasa a los que amamos la profesión. Te puede doler el estómago, puedes estar agotado porque llevas dos días sin dormir pero, de repente, se abre el telón y todo cambia. Es así, magia pura y dura. Sales al escenario, el regidor te da la entrada y te cambia todo. Se te pasa el dolor, el mal pensamiento, la mala sensación. Te vuelves otro. Toda tu energía sale a flote y te salva. Te conviertes en un tío simpático, agradable y feliz, que se olvida de todo. Es increíble. Y eso es magia. No lo controlas tú. Simplemente se produce. Pero claro, creo que, en el fondo, se produce porque estás haciendo algo que te entusiasma, de tal manera que te olvidas de todo.

M.G.-  Y dejas los problemas aparcados.

C.S.- Sí, porque es como cuando eres niño, ¿sabes? De repente, sales a jugar, a disfrutar, y olvidas que tienes que cenar, que meterte en la cama, que tienes deberes. Pasa exactamente igual.

M.G.- Es guay, eso. Pues vamos a darle un pequeño repaso a First Dates y ya vamos terminando. De este programa, dices en el libro que no conoces otro con más frescura y libertad que First Dates.

C.S.- Sí y es verdad. Es un programa que no tiene actores, aunque algunos piensan que sí. Es gente de la calle, gente maravillosa, auténtica, que se abre, que se muestra tal y como es, que es divertida, que es súper especial. Los elegimos así, claro que sí. Claro que lo hacemos a propósito. Buscamos sorprender a nuestro público...

M.G.- Y los primeros sorprendidos sois vosotros porque no sabéis cómo van a reaccionar. 

C.S.- Claro. Yo no hablo con ninguno antes de empezar el programa. Los recibo a puerta gayola y lo hago a conciencia porque quiero que lo que me cuenten me sorprenda a mí, al mismo tiempo que al espectador. Yo sé que, cuando alguien me dice una burrada, voy a poner una cara tremenda. Y sé que el espectador, al mismo tiempo que está viendo mi cara, él está poniendo la misma cara en su casa. Es total libertad y total frescura. Es maravilloso. Aparte de que es un programa que sirve para muchas cosas, como para visibilizar las tendencias sexuales, también es un caldo de cultivo de libertad, de frescura, de espontaneidad,...

M.G.- Es un catálogo de la diversidad que podemos encontrar. Y claro, al igual que te encuentras a personas muy peculiares, porque las hay, también encuentras a gente muy buena, muy bondadosa, gente que solo quiere compañía. Eso es muy tierno.

C.S.- Cuando me llegan personas muy mayores, tiendes a preguntarles si con ochenta y cuatro años quieren formar una familia, pero no por los hijos, sino por estar con alguien, y te responden que no, que no,... Que cada uno en su casa. Y le preguntas: pero entonces, ¿qué quieres? Pues compañía, responden. Que podamos quedar para ir al cine, a tomar chocolate con churros, a bailar. Y a mí se me abren las carnes porque tiene ochenta y cuatro años, está viuda, ha vivido cincuenta años en matrimonio y no quiere a alguien para irse a la cama, sino a un compañero de vida, para hablar, para conversar, para compartir. Ya solo con eso, creo que el programa está justificado. Es como cuando veo a Juan y Medio en Canal Sur. Es enternecedor y, sobre todo, es demostrativo de cómo somos. Afortunadamente, las personas necesitamos amor, necesitamos dar y recibir, y si no, no somos felices. Y eso es lo básico.

M.G.- Eso es así. Vamos a terminar ya, Carlos. Mira, en el prólogo, y dirigiéndote a los lectores, dices: «Claro que no intento ni quiero contarlo todo porque espero que haya más citas entre nosotros».

C.S.- Ojalá, ojalá, las hubiera.

M.G.- Bueno, como todavía tienes solo sesenta y tres años y te queda mucho que contar, esperaremos otro libro tuyo.

C.S.- Sí, pero voy a esperar unos añitos. Antes le comentaba al compañero que, por ejemplo, igual escribo un libro con consejos para ligar bien y cosas así, como un manual de primeras citas, pero en plan cachondo, dando consejillos. Sobre todo, a esa gente que es un poco más tímida, para que se abra, se desinhiba. Es muy importante encontrar el amor y para ello hay que desinhibirse y no tener miedo a hacer el ridículo. Hay mucha gente que, por miedo a hacer el ridículo, no consigue tener a su lado al amor de su vida. Pero no sé. Tampoco quiero que la gente piense que ya voy a escribir otro porque van a sufrir. No, no, igual no escribo ninguno, que estén todos tranquilos.

M.G.- Bueno, de momento, nos quedamos con este, que está muy bien. Leemos, aprendemos y conocemos otras facetas tuyas y, encima, está escrito con mucho humor. La verdad es que se pasa muy bien leyéndolo.

C.S.- Me alegro mucho, de verdad. No quería ser un tostón. De hecho, en el epílogo pido perdón porque luego, cuando he releído el libro, me he preguntado que qué era esto. No sé, me pasa igual cuando me veo haciendo programas de televisión. Siempre me pregunto que este tío dónde va. 

M.G.- No, no, no...

C.S.- Me pasa, me pasa.

M.G.- Bueno, Carlos, lo dejamos aquí. Un placer hablar contigo en Sevilla. Nos vemos en la próxima y seguiré pendiente de lo que hagas en televisión, en teatro, o en lo que sea.

C.S.- O en lo que sea, sí. Ojalá nos veamos por aquí otra vez. 

M.G.- Un placer.

C.S.- Gracias.

Sinopsis: La autobiografía de uno de los presentadores más famosos.

«Este libro sirve para contar mi sueño, pero también quiere ser un estímulo para todos aquellos que se planteen conseguir algo en sus vidas».

A contracorriente son las memorias de uno de los presentadores más icónicos de la televisión. Con su característico sentido del humor, Carlos Sobera nos relata cómo ya desde su infancia y adolescencia fue tomando decisiones que iban en contra de lo que se esperaba de él. Sin embargo, estos cambios de rumbo en el ámbito profesional lo llevaron a desembarcar en el mundo del espectáculo, y lo han convertido en uno de los rostros más queridos y reconocidos de nuestro país.

El autor, desde la honestidad y con una gran transparencia, nos invita a conocer los detalles más personales de su vida, marcados, inevitablemente, por la España que le ha tocado vivir.


viernes, 3 de mayo de 2024

EL BARRACÓN DE LAS MUJERES de Fermina Cañaveras


Editorial: Espasa
Fecha publicación:enero ,2024
Precio: 20,90 €
Género: novela histórica
Nº Páginas:  504
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 9788467071764
[Disponible en eBook;
puedes empezar a leer aquí]

Autora


Fermina Cañaveras nace en Torrenueva (Ciudad Real) en 1977, es diplomada en Relaciones Laborales por la Universidad de Castilla-La Mancha, diplomada en Turismo y licenciada en Geografía e Historia por la UNED.

Dedica su vida a la investigación desde hace once años. Su trabajo está centrado en el área de mujeres y la represión durante los conflictos del siglo XX en el Centro de Estudios de Memoria y Derechos Humanos de la UNED. Colabora con asociaciones como la Recuperación de Memoria Histórica, Fundación FIDGAR o Aranzadi, entre otras. El barracón de las mujeres es su primera novela.

Sinopsis

Yo, Isadora Ramírez García, que perdí mi nombre cuando abandoné España junto a mi madre, Carmen, y a mi tía Teresa en 1939 en busca de mi hermano Ignacio, voy a contarte mi historia, María. Para que sepas quién soy y quién era tu abuela, y todo aquello que reunió a nuestras familias durante la Guerra Civil para separarlas después. Sabrás de sus pérdidas, que fueron las mías, del dolor inhumano y las lágrimas constantes… Y lo que pasó cuando nuestros destinos se separaron y yo me convertí en una de las prostitutas del campo de concentración de Ravensbrück, un lugar lleno de puentes y palomas blancas, cuyas plumas se ensuciaron de sangre y semen por dos razones: la simple y llana supervivencia y la lucha incesante, con armas escasas, contra el fascismo.

Quieres saber del campo de concentración infame que atentó contra la vida de miles de mujeres; ahí está la historiadora que eres, María, y que nunca ejerció como tal, pero la periodista en la que te has convertido, entre vasos de whisky, demasiados, y que aún busca una identidad que le niegan los secretos de familia, lo que quiere saber realmente es qué esconde la caja de los dolores feos.

Tres días, María, tres días y podrás abrir esa caja en la que, al contrario que en el mito clásico, la esperanza no ha buscado refugio, sino que voló de rama en rama para posarse a las puertas del puerto de Vigo, de una calle de París; se quedó enredada en las alambradas de Ravensbrück, regresó malherida a las puertas de la pensión Soledad y allí cantó de nuevo por la libertad, las mujeres, los oprimidos y la revolución.

Personajes reales y ficticios, un horror inimaginable, pero también amistad, resistencia y fraternidad componen esta novela de la que no se sale inmune sobre los perdedores de la guerra de España y su exilio a infiernos donde la crueldad es incomprensible incluso desde la más profunda de las insanias.

[Información tomada de la web de la editorial]


Hacía mucho tiempo que una novela no me hacía llorar pero El barracón de las mujeres lo ha conseguido. Y es que la historia que narra esta novela es dura y dolorosa, pero también real. Saber que una de las protagonistas vivió en cuerpo y alma lo que se relata en esta novela estremece. Os cuento y, para empezar, os dejo la cita que abre la novela.


«Así como Auschwitz fue la capital del crimen contra los judíos, Ravensbrück fue la capital del crimen contra las mujeres». Sarah Helm, superviviente de Ravensbrück
 

El barracón de las mujeres cuenta con dos hilos narrativos que se irán desarrollando de manera paralela. Por un lado, tenemos a María, una periodista de investigación, venida a menos. María no pasa por un buen momento. Ha perdido la chispa y la agudeza necesaria para convertirse en una periodista de excepción. En lo personal, también tiene problemas con Carla, su pareja, con la que mantiene frecuentes discusiones. Para combatir la espiral de desánimo y declive personal se sumerge cada día en el alcohol. Es ese momento de ir a la deriva, a María le sucede algo más. Su abuela, el referente más importante de su vida, acaba de fallecer. 

«Desde niña escuchaba a mi abuela, militante del Partido Comunista de España y un gran defensora de las libertades de las mujeres, contar multitud de vivencias que había hecho mías y compartido con el gran público». [pág. 12]

A la abuela Sole le corre la República por las venas, así que su mortaja no podía ser otra más que la bandera tripartita. Sole regentaba una pensión y siempre fue una mujer muy querida en el barrio, donde conoció a mucha gente y ayudó a otras tantas. A su velatorio acudirán todas aquellas personas que la quisieron, pero también estará presente una mujer que María no conoce. Esa presencia incómoda despertará la curiosidad de la joven. Tratará de averiguar quién es esa figura,  «una anciana menuda, de pelo blanco recogido en un moño, con el rostro triste», y al preguntarle a su madre, ésta solo le dice que esa mujer de nombre Isadora, es una antipática y una amargada, la causante de muchos de los problemas que en el pasado tuvo su abuela, una mujer de la que ella no quiere saber nada. La respuesta de la madre no hace más que aventar la curiosidad de María y se abre ante ella un misterio cuya resolución nos llevará de sorpresa en sorpresa.

Con la muerte de la abuela, María tratará de recomponer su propia vida. El misterio alrededor de la abuela, su papel en el Partido Comunista, y la presencia de Isadora en el funeral es un aliciente para ella, así que decide mudarse a casa de la abuela y comenzar con la investigación. Tras rebuscar aquí y allá, encontrará un legajo de documentos bajo una baldosa de la vivienda, lo que supondrá un gran hallazgo. Y entre esos documentos, una foto sin rostro. Es el cuerpo de una mujer en cuyo pecho se lee la inscripción FELD-HURE y un número




¿Qué significa esa palabra? Eso lo tendrá que descubrir María. Pero ahí no acabarán las preguntas porque, al reverso de la fotografía figura un nombre y una fecha: Isadora García Ramírez. 14 de octubre de 1945. Otra vez el nombre de Isadora. ¿Quién es Isadora? ¿Por qué su abuela tiene esa foto? 

Ese no será el único hallazgo que la joven encuentre en casa de Sole. Con la información que tiene en su poder, María obviamente tratará de localizar a la mujer misteriosa para conocer su historia y saber qué relación tiene con su abuela. Y ahí comienza el otro hilo narrativo de la novela, justo cuando la joven localiza a Isadora y le pide que le cuente su historia.

«Después de llevar media vida pensando que una mentira duele menos que la verdad, voy a contar mi verdad, que es la de muchos que se quedaron en el camino. Son demasiadas guerras perdidas, María. La más dolorosa es la del olvido». [pág. 76]

A lo largo de varias tardes, Isadora le irá contando su vida a María. Se retrotraerá en el tiempo y  hará repaso a su árbol genealógico, incidiendo en el devenir de sus abuelos, de su hermano Ignacio, -a quien considera culpable de todas sus desdichas-, o de su tía Teresa, la mujer más importante para ella.


«Mi tía no solo fue mi tía Teresa; fue mi maestra, mi confidente, mi amiga, mi compañera. Cabezota e impulsiva. Todo Madrid la conocía como "la roja del pelo rojo". Nadie se dirigía a ella por su nombre de pila. Su pelo era rojo como ella y como la sangre  derramada de tantos compatriotas. Mi tía era una tormenta, siempre tronando. Pero con un corazón limpio y puro, igual que ese aire que dejan los aguaceros después que pasan». [pág. 107-108]


A través de este personaje, el lector conocerá cómo muchas personas abandonaron España con la llegada de Franco. En el caso de Isadora, veremos su periplo tras el exilio y cómo acabó en Ravensbrück, donde ejerció la prostitución. 


«Soy una puta, una puta de campo de concentración, una puta libre, con una colección infinita de heridas y arañazos en el corazón, y hay algunas que duelen mucho más que estar horas y horas siendo violada por un oficial nazi». [pág. 86]


Pero para conocer todo lo que vivieron las mujeres que ejercieron la prostitución, María contactará con el Amical de Ravensbrück, una organización fundada en 2005, que tiene como objetivo «recuperar la historia y la memoria de todas las mujeres y niñas españolas que pasaron por ese campo». Sonia, la portavoz de esta institución será la encargada de facilitarle una lista con las reclusas españolas que pasaron por los campos de concentración, entre las que figura Neus Catalá.

Al final, y a medida que María vaya encontrando las piezas, la joven irá conformando el puzle, y descubrirá quién es quién en esta historia. El lector, junto a María, terminará por descubrir quién es Isadora, qué relación tenía con su abuela y, lo que no es menos importante, quién es realmente su madre. Como veis la novela está llena de preguntas que esperan respuesta y todas las incógnitas quedarán despejadas con el desenlace.

Qué me ha gustado de esta novela

Vaya por delante que esta novela me ha encantado en todos los sentidos. La historia de la abuela de María nos conduce a la vida de aquellas mujeres comunistas que trabajaron para el Partido Comunista y la República, sin importarles poner su vida en riesgo. A través de Sole vamos a conocer a una red de mujeres que se las apañaban para esconder a camaradas perseguidos, que pasaban información, que se organizaban en cédulas, y contribuían a poner a salvo a los que estaban en el punto de mira. Pero más allá de las fronteras de España, otros grupos clandestinos también se organizaban para ayudar a cruzar los Pirineos. 

A su vez, y a través de Isadora, comprenderemos cómo fue la vida para los republicanos al finalizar la guerra civil, las decisiones que tuvieron que tomar para salvar el pellejo, o para localizar a esos padres, hermanos o novios que marcharon a la guerra y nunca más regresaron. En el caso de Isadora, de la que no podemos olvidar que es un personaje real, y con el inicio de la II Guerra Mundial, sabremos el camino que anda hasta llegar a Ravensbrück, un campo de concentración donde, además de someter a los presos a trabajos forzados, se construirá un pabellón donde un grupo elegido de presas ejercieron la prostitución. Si todo lo que sabemos sobre los campos de concentración es de por sí desgarrador, lo que se relata sobre las violaciones a las que estas mujeres eran sometidas llega a producir un dolor lacerante. Y para muestra, este botón:


«El día de mi bautismo me violaron diecisiete veces». [pág. 288]

A ello se unen las descripciones de los experimentos que los médicos nazis llevaban a cabo, o el trato vejatorio y las humillaciones que sufrían estas mujeres, de manos de las guardianas. Lo que se vivió dentro de los campos de concentración fue una auténtica pesadilla, que se convirtió más terrorífica aún en el caso de las putas de campo.

La novela nos permite adentrarnos en los límites de Ravensbrück y conocer la distribución del campo, como el Uckermark, anexo de Ravensbrück  en el que se trataba de curar a los homosexuales. Seremos testigos en primera fila de las torturas y el sadismo que se ejercía en aquel lugar. El barracón de las mujeres se centra principalmente en las putas de campo y nos explicará qué pasos tenían que seguir las mujeres que terminaban en el barracón 27 y las penalidades que tenían que soportar si quedaban embarazadas, así como los supuestos privilegios que tenían por ser simplemente putas. Pero la novela sobrevuela por todo el recinto y pondrá también el foco de atención en el resto de presos. Impresiona la valentía que demostraban aquellos hombres y mujeres que, incluso en tan dramática situación, jamás se rendían e ingeniaban ciertas artes para luchar contra los nazis y decantar la balanza de la guerra hacia la derrota de Alemania. Y si ellos eran valientes, la novela también nos mostrará la cobardía de los nazis cuando veían que iban a perder la guerra. El lector descubrirá de qué manera los altos mandos de los campos de concentración tratarán de borrar el reguero de muerte y sangre que habían dejado a su paso.

El barracón de las mujeres es una historia que nos habla de horror pero también de secretos, que me ha impactado muchísimo. Cuando tengo que hablar de una novela así, me cuesta mucho utilizar la expresión «disfrutar de la lectura». El verbo disfrutar quizá no sea muy apropiado para una temática como esta pero hay que reconocer que esta novela atrapa. Para mí ha sido un aliciente saber que Isadora fue una persona que existió realmente, aunque la autora nunca llegó a conocerla, pues falleció en 2008. Nos lo cuenta en esta entrevista.

La labor de documentación ha debido ser exhaustiva y eso se nota en la narración hasta el punto de leer y tener la sensación de «pasear» por las distintas zonas que conformaban Ravensbrück. Por cierto, ¿sabes por qué este campo se llamaba así? La autora te lo cuenta en la novela. Fermina Cañaveras describe los pasos que María va dando en su investigación, siguiendo casi la misma línea que siguió la autora para reconstruir la historia de las putas de campo, con lo cual, lector tiene la sensación de ser parte activa en la obtención de la información. 

Qué no me ha gustado

Repito lo que dije antes, que esta novela me ha encantado. La única pega que le pongo es la falta de pulido. No suelo ser quisquillosa con estas cosas. No me echo las manos a la cabeza si en algún momento me topo con una palabra a la que le falta la tilde, pero bajo mi punto de vista El barracón de las mujeres necesita una revisión porque, con relativa frecuencia, he advertido la ausencia de tilde en palabras que deberían llevarla. Ahí van un par de ejemplos:


«Me arme de valor, rescaté la poca dignidad que conservaba, recogí mis pedazos del suelo, me senté en la cama, peque un sorbito de agua al vaso que había sobre la mesita de noche...» [pág. 13]

«Sin apenas darme cuenta, cruce la plaza Mayor como una autómata que conoce su destino». [pág. 59]


Si no he contado mal, me he topado con unos seis casos más. Vuelvo a decir que no soy puntillosa con este tipo de lapsus porque todos somos humanos, pero si lo comento es, en primer lugar, para que el lector lo sepa y, en segundo lugar, por si hay opción a una rectificación en las siguientes ediciones. Es que una novela como esta, dedicada a estas mujeres, con una protagonista que pisó realmente este mundo, y con una temática como la que se aborda en el libro, debe estar exenta de cualquier mácula. Lo digo con la mejor de las intenciones.

Personajes

El barracón de las mujeres entremezcla personajes reales y ficticios. Desconozco si María y Fermina Cañaveras guardan mucha o poca similitud. Probablemente más de los que me pueda imaginar. Pero entre los personajes ficticios me gustaría destacar a Sole, una mujer comunista hasta el más allá. Me gusta el perfil de este personaje, el de una mujer que, a priori, pensarías que es una persona más de su tiempo, dedicada a regentar una pensión, en la que entran y salen huéspedes, y cuya vida se limita a atenderlos a todos. Sin embargo, la novela nos va a desvelar otra cara distinta de este personaje, una faz mucho más comprometida y valiente.

Y entre los personajes reales, cómo no destacar a la propia Isadora Ramírez García. En esta novela, ella representa a todas las mujeres que ejercieron la prostitución en los campos de concentración. Al personaje lo vamos a conocer en dos momentos de su vida. Por un lado, en 2008, cuando María contacta con ella. En esa fecha, Isadora es una anciana a la que le queda poco tiempo de vida. Por otro, nos asomaremos a su pasado cuando, a los 17 años, y tras finalizar la Guerra Civil, ella abandona España para buscar a su hermano. 

Otros personajes reales serán Maria Radu, presa polaca que habla español; la conocidísima Neus Catalá, miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña durante la Guerra Civil y que fue también una de las supervivientes de Ravensbrück; o Catherine Dior, la hermana del famoso diseñador. 


Estructura y estilo

Como dije al principio de la reseña, El barracón de las mujeres se articula sobre dos hilos argumentales. El presente de la novela transcurre en Madrid, en el año 2008 y será la propia María la que nos hable en primera persona. El otro hilo lo conforma la historia de Isadora que, tras hacer repaso a su familia, comienza su relato justo cuando acaba la Guerra Civil, para terminar con la caída del Tercer Reich, la liberación de los campos y el regreso de Isadora a España. 

La estructura que conforma la historia de Isadora cuenta con tres partes, a lo largo de las cuales se distribuyen un total de treinta y un capítulos, abarcando una horquilla temporal que va desde 1939 hasta 1945. Todo ello, entreverado con capítulos que narran el presente.

Fermina Cañaveras escribe una novela a la que no le falta crudeza pero sin caer en el morbo. La autora se limita a describir una dura realidad, sin añadir nada más porque, ya de por sí, la historia es suficientemente dramática.


En definitiva, El barracón de las mujeres es un precioso homenaje a unas mujeres que lucharon juntas y se mantuvieron unidas. También es una historia que nos habla del dolor y el sufrimiento, de los secretos, de los lazos que no son de sangre, pero resultan ser igualmente fuertes. Admito y advierto que es una historia desgarradora que encoge el corazón. Hay pasajes duros que te ponen los vellos de punta.  Concretamente un diálogo entre Teresa e Isadora, entre tía y sobrina, me hizo perder el resuello y me dejó sin respiración. En mi caso, mi cerebro pretendía hacerme creer que lo que estaba leyendo era ficción, pero no podemos olvidar que las barbaridades que se cuentan en la novela ocurrieron realmente. 

Y, precisamente, para que no olvidemos, cierro esta reseña con una reflexión de la propia Isadora:



«¿Qué pasará con las putas como yo? Nos olvidarán, a nadie le va a importar lo que nos han hecho, nadie querrá saber que han experimentado con nosotras, que nos inyectaron esperma de chimpancé o que nos metieron ratones en la vagina, ni que perdimos la condición de ser humano... Nadie nos recordará, incluso nosotras dejaremos de recordar. Yo no pienso hacerlo, porque olvidar es peor que morir». [pág. 404]


[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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jueves, 2 de mayo de 2024

LAURA MARTÍNEZ-BELLI: ❝Siempre busco historias que toquen mis dos lados: México y España❞

A Laura Martínez-Belli la conocí en el último Certamen Internacional de Novela Histórica que se organiza en Úbeda cada año. Entonces, acudió a la ciudad de los Cerros para presentar La otra Isabel, una novela con la que se pretendía rescatar la figura de Isabel Moctezuma, princesa mexicana que tuvo una hija con el conquistador español, Hernán Cortés. Ahora, la autora nacida en Barcelona, pero con una sólida vinculación a la ciudad de México, publica La mesa herida (Espasa), un libro que primero vio la luz en esa ciudad y del que ahora podemos disfrutar los lectores españoles.


La mesa herida es una emotiva e interesante novela, que gira alrededor de la figura de Frida Kahlo. La famosa pintora mexicana, convertida hoy en un icono pop, pintó en 1940 un cuadro titulado tal y como Martínez-Belli nombra su novela, de grandes dimensiones, de corte alegórico, y con el que la pintora pretendía plasmar sus emociones tras descubrir la infidelidad de Diego Rivera con su hermana Cristina. 

Movida por el deseo de poner su arte al servicio del Partido Comunista, Frida Kahlo envió este cuadro a Moscú en el año 1947. Según se desprende de la novela, la pintura no tuvo buena acogida entre los soviéticos. Tiempo después, aquel cuadro desaparecerá. ¿Qué pasó con él? En esta novela, Laura Martínez-Belli fabula lo que pudo suceder. Lo hará a través de dos hilos narrativos. Uno protagonizado por la propia Frida Kahlo y otro encabezado por una joven rusa, de nombre Olga Simonova, que quedará fascinada con la obra de la pintora mexicana.

Martínez-Belli estuvo la semana pasada en Sevilla y pude conversar con ella. Os dejo con la entrevista. 

Marisa G.- Laura, un placer tenerte aquí en Sevilla y volverte a ver después de que te viera en Úbeda, donde fuiste a presentar tu anterior novela, La otra Isabel. En aquella novela hablabas de México y en esta, La mesa herida, a través de Frida Kahlo, también. Sé que has estado viviendo en México durante mucho tiempo y que tu obra literaria, hasta ahora, gira alrededor de esa ciudad. ¿Qué significa México para ti?

Laura MB.- Uff, México para mí es el descubrimiento de la vida. Fue un rayo de luz que se abrió en el cielo. Fue todo muy bonito y viví allí muchas experiencias. Yo llegué a México con veinte años, un momento muy especial en la vida de cualquier persona. Fue mi nacimiento, digamos, a la vida adulta y bueno, una pasión, un primer enamoramiento también.

M.G.- La mesa herida, como digo, es el título de tu nueva novela pero también el  nombre de un famoso cuadro de Frida Kahlo. La trama de esta novela gira alrededor de la pintora y de esta obra. ¿Cuál fue tu motivación para fijarte en Frida y en este cuadro? 

L.MB.- Fue el propio arte. Es decir, primero llegó La mesa herida, el cuadro, y luego la figura de Frida Kahlo, porque La mesa herida incluía una historia. Yo siempre busco historias que toquen mis dos lados: México y España. Al menos, lo intento. Y en esta ocasión, surgió esta historia de arte robado y desaparecido, algo tan misterioso, con ese cuadro tan grande, que viaja a Moscú y luego desaparece en Varsovia, durante los años de la Guerra Fría; un cuadro que, además, es de Frida Kahlo. Al saber todo eso, pensé que ella estaba reclamando mi atención y tuve que rendirme a su presencia tan fuerte. Si yo tenía un pequeño micrófono a través del cual poder hablar sobre mujeres desconocidas o mujeres artistas, porque hay muchas mexicanas muy interesantes, ¿por qué no hablar de Frida Kahlo? Es verdad que, bueno, escribir otra novela sobre Frida... Pero es que el cuadro es que engloba todos mis temas literarios. Es un cuadro que habla sobre la maternidad frustrada, sobre el engaño, sobre la pérdida, sobre el deseo de ser madre, también sobre el amor a la naturaleza, el teatro del mundo en el que nos representamos. Todo eso, que son mis temas literarios, y en medio de todo, Frida. Entonces pensé que, si iba a escribir esta historia, tenía que hacerlo de un modo diferente, como no se hubiera contado antes.

M.G.- El cuadro nace a raíz de un desengaño amoroso que sufre Frida. Ella pilla a Diego Rivera con su hermana Cristina, sobre una mesa y sobre esa mesa, Frida pinta el cuadro. Un cuadro que desaparece, si no me equivoco, en el año 1955 y Frida fallece en 1954. Es decir, nunca supo que el cuadro había desaparecido.

L.MB.- No, nunca lo supo. Ella lo dona a la Unión Soviética en el año 47 porque, desde el año 45, se empezaron a restablecer las relaciones diplomáticas entre México y la URSS. Así que, en el año 47, el cuadro se envía a Moscú. Ella nunca se entera de que el cuadro desaparece, no vuelve a tener noticias del cuadro porque en esos años es cuando a ella la someten a diversas operaciones. Frida se pasó un año entero en un hospital de México. La sometieron a operaciones durísimas, las más duras de su vida. Terminaron amputándole una pierna en esos años. Así que ella nunca más vuelve a pensar en La mesa herida. Si alguna vez preguntaba por el cuadro le decían que estaba en Rusia. Y ella lo daba por bueno, si saber que, al llegar a Moscú, el cuadro lo habían mandado a bodegas. Diego le ocultaba la verdad por no lastimarla. 

Después de la muerte de Frida, Diego sí se empeñó en que el cuadro regresara a México. Al principio, organizó todo un entramado para llevar a cabo una exposición de arte mexicano que tenía que viajar por los países del Este. No se sabe muy bien qué pasó pero el cuadro se perdió. Pero ella nunca se enteró de eso. 

M.G.- Que desaparezca un cuadro de esas dimensiones... Porque era bastante grande.

L.MB.- Casi dos metros... Y además una tabla. Eso fue una de las cosas de más complejidad para mí. Es decir, un lienzo lo enrollas y lo puedes sacar en un tubo o en lo que sea, pero una tabla requiere una logística mucho más compleja. 

La novela me la iba dando la propia historia. Ha sido un reto muy divertido y simpático. Además, yo trabajé un tiempo en compañías de seguros para obras de arte antes de ser escritora y durante la escritura me iba acordando mucho de todos esos robos que estudiábamos, de cómo trabajábamos con la Interpol. Ha sido como volver un poco a mis orígenes y poner en práctica todo lo que había aprendido en esos años, como por ejemplo, cómo se reentela un cuadro, cómo lo puedes sacar,... Y luego en Varsovia, ahí con mi mapa, viendo qué rutas podían tomarse para sacar el cuadro del país... En fin, que ha sido muy bonito.

M.G.- Ha sido un proceso interesante de investigación.

L.MB.- Ha sido muy divertido porque, como siempre digo, escribir novela histórica es como nadar con manguitos. Algunos me oirán y dirán, ¿pero qué está diciendo esta mujer? Pero creo que la histórica te proporciona una red. Tú puedes dar un triple salto mortal y no te la pegas, porque la historia está abajo, te ayuda y te sostiene. Pero cuando no existe esa red, tienes que hacer que todo sea verosímil, que todas las piezas encajen. Eso es lo más bonito de novelar. Después de La otra Isabel, que esta tan histórica, esta novela me ha dado la oportunidad de ficcionar y eso me hizo darme cuenta de lo difícil que es conseguir que todas las piezas del rompecabezas encajen y también que es un reto ponerte el listón más alto. Creo que un escritor debe subirse el listón con cada novela porque, para hacer lo mismo que has hecho otras veces... Es que entonces llega un momento en el que no te sorprendes ni tú.

M.G.- Ni tú ni los lectores. Pero, volviendo al cuadro, vemos una pintura muy peculiar. Ella fue dibujando los elementos que conforman su vida y vemos a un cervatillo, a dos niños, que se dicen que son los hijos de Cristina; también hay una figura amorfa que parece que la abraza; un esqueleto,.. En fin, que es un cuadro muy alegórico.

L.MB.- Totalmente alegórico y simbólico. Y eso también fue lo que me llamó la atención. Al ver el cuadro, me pregunté: si Frida pintaba su realidad, ¿qué quiso pintar aquí? Y ahí se hace un ejercicio de ir empatando su vida con el cuadro. ¿Qué quiere decir con este cuadro? ¿Qué significa esa sangre, las heridas, o las ausencias que se ven? Porque, al final, la mesa es una mesa vacía. Y Diego, que para ella era el centro del universo, no aparece en el cuadro. Hay algo que puede ser Diego, pero jibarizado, empequeñecido, monstruoso. Para mí ha sido fascinante intentar desentrañar qué significa el cuadro.


[Si quieres leer nuestra conversación, dale al play]

M.G.- Se ha escrito mucho sobre este cuadro, del que salió una noticia que anunciaba su supuesta reaparición. Pero eso quedó ahí, sin más, ¿no? [puedes leer la noticia aquí]

L.MB.- Yo creo que ese cuadro es una copia. He podido ver el cuadro retratado en el catálogo de Varsovia, que fue la última vez que se publicó una foto oficial del cuadro, y he visto ese otro que se supone que es el original y son diferentes. La cara de Frida, la cara del cervatillo,... no es igual. Y luego resulta que el que apareció es una tela, es un óleo sobre lienzo. Partiendo de ahí, los expertos a los que consulté para escribir La mesa herida juran y perjuran que es una copia. Es que me acababan la conversación. Me decían que, como era una tela, no había nada más que hablar. Y ahí acababa la conversación. El original es una tabla, así que es imposible ahora sea una tela. Pero bueno, tú sabes que el engaño en el arte es todo un arte, nunca mejor dicho. 

M.G.-  Hay mucha trampa en este mundillo.

Bueno, la novela se sustenta sobre dos hilos narrativos. Estamos hablando mucho de Frida, porque ella protagoniza una parte de la historia transcurre en México, desde el año 35 hasta la muerte de la pintora y del mismo Diego. Pero también están esos capítulos titulados Más allá. En esos capítulos, Frida nos habla en primera persona.

L.MB.- Sí, desde el más allá. Justamente por lo que comentábamos antes, porque ella se muere en el 54 y el cuadro desaparece en el 55. Entonces, el aliento de Frida no llegaba hasta el final de la novela, pero yo sabía que esta novela necesitaba que Frida hablara hasta el final. Llegó un momento en el que esos capítulos de Frida desde el más allá hacían falta y me hacían falta como lectora, no ya como escritora. La extrañaba como lectora. Por eso se me ocurrió que hablara desde el más allá y claro, así, ella tiene una omnisciencia que no tiene viva y eso me ayudó a explicar muchas cosas.

M.G.- Y el otro hilo narrativo transcurre en Moscú. Esa parte de la historia la va a protagonizar una joven llamada Olga, a la que le gusta pintar. De algún modo, el cuadro de Frida Kahlo va a llegar a sus manos y ocurrirá algo que no vamos a contar.

L.MB.- Sí. Olga es el reflejo de todas esas personas que hemos visto alguna vez un cuadro de Frida Kahlo y nos hemos quedado enganchados. Ella no entiende el cuadro. No sabe si le gusta o le disgusta pero lo mira y sabe que ahí hay algo importante. Olga se da cuenta de que está ante algo importante, pero no sabe por qué. 

En ese momento, Frida no era nadie. Su marido, Diego Rivera, era el importante. En México la conocían como la esposa de Rivera pero en Moscú no era nadie. Pero, a pesar de todo, se impone el arte por el arte. En la novela, el arte es un símbolo de salvación, es aquello que te libra de la censura, de la represión, del silencio. Olga sabe que tiene que salvar el cuadro, aunque no sabe por qué. Hasta la gente le dirá que por qué arriesga su vida por un cuadro tan feo, que no vale nada. Pero a ella le da igual lo que le digan. La misma obsesión que Frida tenía por Diego, la tiene Olga por el cuadro. Hay otros muchos paralelismos entre las dos.

M.G.- Del hilo que transcurre en Moscú, cuentas cosas muy interesantes. No olvidemos que estamos en la época del Telón de Acero. Me gusta mucho el personaje de Olga. Me lo está haciendo  pasar bien. Es una mujer muy atrevida, que va tomando decisiones.

L.MB.- Irá creciendo. De hecho, entre los lectores, habrá equipo Olga y equipo Frida. A mí me hace mucha gracia que la gente tome partido por una de las dos. A Frida se la conoce más pero Olga es más novedosa y engancha más. Pero también, otras personas que no conocen tanto la historia de Frida, me dicen que les encantan las dos partes. Pero es verdad que hay quien ha cogido parte por una o por otra porque, a la vez que Frida se va haciendo más pequeña, Olga va creciendo. Frida se va haciendo más pequeñita no por otra cosa,  sino por la enfermedad. Dentro de todo tiene la resistencia y la resiliencia de ser una mujer súper fuerte en un cuerpo muy estropeado, muy enfermo, pero creo que de ella nos contagia su cabeza y sus ganas de vivir. Es su resistencia y su amor lo que admiramos de ella. La última frase que pinta en un cuadro es ¡Viva la vida! Una mujer que sufre tanto y pinta eso... 

M.G.- Era vitalista.

L.MB.- Sí, vitalista. Y es con eso con lo que conectamos, muchas generaciones después. De todos modos, es verdad que Olga no se empequeñece ante la fuerza de Frida. Es algo que hay que hacer notar porque Frida podía llegar a ser un agujero negro que lo fagocita todo, y Olga no se deja eclipsar.

M.G.- Olga trabaja en un organismo, en la Voks, que supuestamente tenía como objetivo fomentar las relaciones culturales entre países pero luego su misión es otra distinta. 

L.MB.- Claro, la propaganda funciona así. Te hace creer que hay libertad. Un estado represivo nunca te va a decir que vives en un estado represivo. Siempre te van a decir que hay libertad, que te van a dar cosas que merecen la pena. Lo que no merece la pena de ver no te lo mostramos para que no se corrompa tu alma. Pero, en el fondo, lo que se está haciendo es coartar la libertad. 

M.G.- Cierto. Bueno, volvamos a Frida y a Diego. A ella la vamos a ver muy atormentada. Lo pasó muy mal. Y no solo por los problemas de salud que tenía sino también por el amor. El amor no se puede obviar cuando se habla de Frida y Diego. En la novela se dice que lo suyo no era un matrimonio, sino una cadena perpetua. Ese amor los consumía pero no podían vivir el uno sin el otro.

L.MB.- Era una relación enfermiza. Diego muere dos años después que ella porque, de verdad, no podían vivir el uno sin el otro. Era enfermiza de libro. Si Freud coge a Frida y a Diego escribe un libro. Pero también se admiraban mucho. Quizá la palabra que define su relación no sea amor. No tenían una relación marital. De hecho, cuando vuelven a casarse, cada uno vivía en su casa. Eran casas que estaban unidas por un puente. Cuando uno quería ver al otro, cruzaban el puente. Es así como Frida se entera de que Diego está con Cristina, cruzando el puente. Estaban separados pero también estaban el uno para el otro, en caso de necesidad. Había amor, había admiración, pero era un amor enfermizo. Era una relación tóxica, como se llaman ahora. 

M.G.- Se amaban, se admiraban, pero ambos eran muy infieles. Cada uno tenía sus cosas.

L.MB.- Sí, porque tenían una relación abierta. Lo suyo no era carnal, era intelectual. La veneración que ella tenía hacia él era un poco como la de Dalí por Gala, ¿sabes? Ese tipo de relaciones que tienen los artistas. Pero Frida no era su musa. Ella era otra artista más. 

M.G.- Sí, porque ella va ganando terreno en el mundo del arte.

L.MB.- Bueno, ya ves que ahora, a él se le conoce por el esposo de Frida.


M.G.- Laura, los dos personajes femeninos están atravesados por el mismo dolor. Uno de los temas que tocas en la novela es la maternidad o la imposibilidad de tener hijos. Frida tuvo tres abortos, si no me equivoco, y a Olga la vamos a ver también en una situación complicada. Esa maternidad está flotando en la novela.

L.MB.- La maternidad es una palabra que atraviesa toda la novela, porque esa es la herida de Frida, no la infidelidad. Ella llevaba bien la infidelidad. Los dos eran infieles. De alguna manera, llegó un momento en el que si ella lo perdonaba. Sin embargo, la maternidad, el no poder llevar a buen término un embarazo, ese era su dolor. Porque sí se quedaba embarazada pero su útero estaba muy mal y no los retenía. Ese no poder conservar un bebé dentro, eso a ella la mató. Y en la pintura depositó todo ese cariño que no pudo dar porque era sumamente cariñosa. Esa fue la Frida que yo encontré y la que quise reflejar en la novela. Era cariñosa, maternal, fraternal, bondadosa, muy generosa, perdonaba,... Se pasaba de buena, como diríamos hoy. Pero lo de la maternidad le dolió muchísimo. Así que la maternidad atraviesa toda la novela, incluso a nivel subtextual. Por un lado, Frida no puede ser madre y Olga, tampoco, o ha tenido algunas pérdidas. Pero, por otro lado, también está la madre Rusia, la tierra a la que pertenezco, ser hija de la tierra. La maternidad está en todo el libro.

M.G.- Tú conoces muy bien México porque has vivido allí muchos años pero otros escenarios de la novela son Moscú y Berlín. ¿Esos escenarios como los has tratado?

L.MB.- Pues con muchísima imaginación. Para mí, escribir de México o de España no me causa ningún problema. Enseguida me transporto, veo, siento, como, huelo, o vivo. No tengo problema. Pero, de repente, tengo que irme a Moscú, en esa época además, y claro, eso fue un reto para mí. Porque el reto de esta novela no ha sido Frida, sino, entre comillas, Berlín y Moscú. El hacer sentir que estás allí, en esa época tan gris. Ese ha sido el verdadero reto pero también ha sido fascinante. Me ha encantado. Me costó, sudé tinta, pero creo que lo logré.

M.G.- El próximo 13 de julio se conmemora el 70 aniversario de la muerte de Frida. ¿En México se organizan actos? ¿Se celebra de algún modo especial?

L.MB.- No, no. A lo mejor alguna cosa de alguna institución, pero no. De hecho, creo que el sitio donde menos gracia hace, y esto pongámoslo con mucho cuidado, es en México porque ellos sienten que, de alguna manera, Frida está sobrevalorada. Por supuesto, que la mitad la venera, pero luego hay otra mitad a la que Frida le cae mal. A esa otra mitad, le parece que Frida no es eso. Pero eso es muy mexicano también.

M.G.- El renegar...

L.BM.- Sí, el renegar un poco de tus figuras emblemáticas. Tiene que venir alguien de fuera a decírtelo y a explicarte por qué la vemos con esta veneración. Y entonces ellos, como que lo aceptan. Seguro que habrá alguna exposición en la Casa Azul o en la casa estudio de Diego Rivera, pero a nivel calle, no.

M.G.- Ya te entiendo. Bueno, Laura lo vamos a dejar aquí. No sé si nos volveremos a ver en Úbeda con esta novela.

L.BM.- No lo sé, pero si puedo ir, iré aunque sea a hacer bulto [ríe]

M.G.- Lo dejamos aquí. Gracias.

L.BM.- Muchísimas gracias

Sinopsis: ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar para salvar la obra de Frida?

México, 1935. Cuando descubre que Diego le es infiel con su hermana Cristina, Frida, que atraviesa un periodo de depresión ligado a su imposibilidad de ser madre, utiliza el dolor como inspiración para crear La mesa herida, una enigmática pintura de gran formato que años después formará parte de la primera exposición de artistas mexicanos en la Unión Soviética.

Moscú, 1947. Olga, una burócrata rusa con una existencia tranquila y comprometida con el Partido, reencuentra su pasión por el arte al conocer la impactante obra de la pintora mexicana. Sin embargo, su vida dará un vuelco cuando se vea envuelta en un oscuro complot para destruir el cuadro. ¿Hasta dónde estará dispuesta a llegar para salvar el trabajo de la artista?

Traiciones, heridas, robos, falsificaciones y tráfico de arte se entretejen en este emocionante thriller histórico, inspirado en hechos reales, que nos lleva a descubrir uno de los misterios más grandes de la plástica mexicana: la desaparición de una pieza única que lleva más de medio siglo perdida.


 
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