Braulio Ortiz Poole es un reconocido periodista cultural de Sevilla. Leer sus entrevistas y artículos en Diario de Sevilla es casi una obligación. Ha entrevistado a muchísimos más escritores de los que han pasado por este espacio y, en alguna que otra ocasión, hemos coincidido en esas charlas literarias. Amable, afable, cordial, Ortiz Poole escribe para los lectores del periódico, pero también lo hace para sus propios lectores.
La semana pasada tuve la oportunidad de compartir un café con él. Lo vi llegar, andando por la calle, e inmerso en su teléfono móvil. Algo que leía en su dispositivo lo tenía totalmente abstraído. Al verme, se excusó, y me hizo un resumen de los avatares de su vida. Hasta ahí, todo normal. Lo que me emocionó fue que me preguntara por mí, por mis propias circunstancias personales, y eso me hizo ratificar lo que ya suponía, que estaba ante una persona que se interesa por el otro. Ese interés lo vuelca en su propia escritura, en unos tiempos en los que, como él dice en esta entrevista, sólo pensamos en nosotros mismos.
Braulio Ortiz Poole acaba de publicar poemario. Lleva por título Hombres que dicen Aleluya, una suerte de híbrido entre la poesía y el teatro, que cuenta con las acotaciones propias de un texto dramático y tres personajes, tres bailarines que narrarán su interior a través de estos versos.
Os dejo con la entrevista.
Braulio O.- Sí.
M.G.- ¿Por qué? ¿Qué te aporta la poesía que no te aporte la narrativa?
B.O.- Pues mira, es curioso, porque yo vuelvo a mis versos y me reconozco en ellos. Es como si, por alguna razón, fuera más fiel a quién soy en la poesía. En la novela, con eso de que urdes una ficción, de que te vales de unos personajes, quizá se cuelen cosas que, a lo mejor, no te representan tanto. La ficción no la controlas tanto como la poesía. Por eso me identifico más con lo que escribo como poeta y no tanto con lo que escribo como narrador. No reniego de lo que he hecho hasta ahora porque, al fin y al cabo, de todo se aprende y todo va conformando quién eres, pero digamos que la poesía es mi casa y la narrativa es sólo un paisaje que visito de vez en cuando.
M.G.- La poesía que hoy leemos se aleja muchísimo de aquella que estudiábamos en la época del colegio o del instituto, tan estructurada, con sus cánones. Es un género que ha roto muchos esquemas, el más transgresor, pero, ¿todo vale cuando uno se quiere expresar a través de la poesía? Hay mucha gente que piensa que, hoy día, a cualquier cosa se le llama poesía. ¿Qué es la poesía hoy? ¿Cómo se escribe hoy poesía?
B.O.- Bueno, para mí, la poesía es algo que tiene una música. El ritmo es fundamental, aunque ya no son esas rimas encorsetadas. Sin embargo, a mí me sale de forma natural una cierta métrica, una cierta música. Hay poetas que me han dicho que siempre uso endecasílabos. Es algo que hago sin pensar, me sale de forma natural, de forma intuitiva. Al igual que hay gente que tiene intuición para la música, creo que tengo intuición para los versos, para las rimas internas, para esa música.
M.G.- Yo voy a establecer una especie de comparación entre la forma de escribir poesía hoy día y esas palabras que cierran el libro, las de Vicente Escudero, en las que se hace referencia al hecho de bailar de manera irracional, sin que los músicos tengan partitura o incluso sin que sepan música. Hago como un paralelismo entre esa poesía sin reglas y el hecho de bailar sin ninguna pauta.
B.O.- Sí. De todos modos, voy a volver a la pregunta anterior, a si todo vale. Y no, no todo vale. A mí me parece que hoy hay muchos chavalitos que escriben y publican poesía con mucho éxito, pero abres sus libros y se te cae el alma a los pies. Realmente tienen una expresión muy pobretona. La poesía hay que trabajarla, hay que filtrarla. No se trata simplemente de escribir unos versos adolescentes con los que se vuelca la frustración por un amor insatisfecho. Es algo mucho más complejo. Es una expresión del alma humana y, como tal, tiene que ser compleja porque el alma humana lo es.
Y, por otro lado, me encantaba esa cita de Vicente Escudero. Realmente es maravilloso ser libre, sentirse libre, pero, para conquistar esa libertad, como hace Rocío Márquez, hay que conocer la tradición. No se da un salto al vacío. La gente que explora la vanguardia o quiere ser revolucionaria, a su modo, da un salto al vacío de manera premeditada. Lo hace porque necesita volar, pero antes ha tenido los pies en el suelo.
M.G.- Hombres que dicen aleluya es el título de este poemario. Me resulta muy original y destacaría tanto el continente como el contenido. No sé si empezar a preguntarte primero por los textos o por la estructura porque, abres el libro, y enseguida entiendes que hay algo más que poemas, una especie de vinculación especial con el teatro que también está presente en este poemario.
B.O.- Sí, de hecho le conté el proyecto a una amiga y me respondió que era como una obra de teatro. No había pensado que quizá tiene cierta dramaturgia, con muchas acotaciones y todo. Pero es que me interesa una poesía que rompe fronteras y coquetea con otras disciplinas porque la vida, al fin y al cabo, es una mezcla.
M.G.- Un híbrido.
B.O.- Sí y la literatura tiene que estar viva para que te llegue. Me gusta mucho ese cruce de disciplinas, ese cruce de historias, esa amalgama que la hace mucho más rica.
M.G.- A mí me produce mucha curiosidad la forma en la que os surgen las ideas a los que os dedicáis a escribir. ¿Cómo surge este proyecto, Braulio?
B.O.- Yo quería escribir sobre la idea de comunidad. Ahora somos todos muy individualistas y la sociedad se ha estructurado de tal forma que cada uno tiene que pelear por lo suyo y dar la espalda a los demás. Esto es algo que a mí me preocupa. Quizá se deba a mi educación de raíz cristiana pero es que me preocupa comprobar que hemos dejado de mirar al otro. Me da mucha rabia cuando voy andando por la calle, y le cedo el sitio a alguien para que pase, ver que ni da las gracias. Me parece muy triste que hayamos perdido esa comunicación con los demás. Así que buscaba un sitio en el que unos se apoyaran en los otros, que los unos encontraran alivio en los otros, y pudieran desarrollarse gracias a la ayuda de los demás. Por eso pensé que una compañía de danza era perfecta para eso. En este caso, son tres personajes que, por distintos motivos, están perdidos y extraviados pero se encuentran gracias a que el otro les da la mano. La danza me daba la oportunidad de hablar de comunidad y de compañía, de otras maneras de relacionarnos. Me parecía bonito reivindicar eso.
M.G.-Pero, ¿por qué te fijas precisamente en la danza? Comunidades hay muchas...
B.O.- Porque la danza me emociona un montón. En otras ocasiones he dicho que, cuando veo a alguien bailar, pienso que tengo alma. Es como algo medio espiritual. Es un ejercicio muy físico y, sin embargo, invoca a los dioses, recuerda a los muertos, celebra la vida y el amor. La danza me gusta mucho como espectador y me ha hecho muy feliz. Quería reivindicar eso, la belleza y la alegría, que son tan fundamentales en un mundo tan triste como el que tenemos ahora. También quería dar las gracias a compañeros bailarines, compañeros incluso del colegio, que se han dedicado al baile. También, gracias al periodismo cultural, he conocido a muchos bailarines que han ido creciendo y yo he ido creciendo con ellos, al ver su evolución.
M.G.- El libro se estructura en cuatro partes, que corresponden a cuatro personajes. Tres de ellos forman parte de la compañía de danza: Gennaro, Mateo y Theo. Y luego tenemos a Enrique, que es un espectador. ¿El lector llega a conocer, de alguna manera, a estos personajes? Por ejemplo, de Gennaro sí vamos a saber que es un bailarín en declive. ¿Llegamos a conocerlos?
B.O.- Espero que sí. Me fascina el material humano. Al escribir, me gusta meterme en los sentimientos de la gente. Esa cosa de encontrar tu lugar o esa necesidad de sentirse querido que tenemos todos. Eso me gusta explorarlo en la poesía. Así que espero que los lectores conozcan a Gennaro, a Mateo y a Theo, al igual que los conozco yo porque he sentido sus inquietudes y sus esperanzas durante el tiempo que he estado con ellos.
M.G.- Es curioso el ejercicio que has tenido que hacer porque, generalmente, cuando uno escribe poesía, es más un diálogo entre el texto y el escritor. Sin embargo, en este caso, al meterte en la piel de unos personajes, ha tenido que ser como rizar más el rizo.
B.O.- Bueno, todo puede parecer muy metaliterario o muy complicado pero, una vez que te dispones a escribir, es fácil meterse en la piel del otro. De hecho, la literatura es eso, ¿no? Intentar deducir qué piensa el otro, y construir un puente que te acerca a los demás.
M.G.- A través de unos de esos personajes vemos que la figura de la madre está muy presente.
B.O.- Sí. Es un personaje que vuela de sus raíces y que las deja atrás. Quería preguntarme qué pasa con los ilusos. De niño siempre fui muy profundo [se sonríe] y, por entonces, ya pensaba qué pasaría cuando nosotros nos fuéramos de casa y dejáramos solos a nuestros padres. Yo soy el sexto de siete hermanos. Éramos una familia numerosa y, sin embargo, me preocupaba mucho la soledad y el abandono de mis padres. Cuando mi padre murió, mi madre se quedó sola. Creo que ahí tenía una asignatura pendiente, una deuda que quería explorar. ¿Qué pasa con quien quiere irse y deja atrás las raíces?
Con este personaje, fue su madre la que llevó al niño a la danza y la que le enseñó la belleza. Yo quería dar las gracias a mi madre, que me llevó al cine de pequeño y me hizo amar la cultura. La madre del libro me permitía hablar de la vertiente espiritual del arte. Muchas veces los que somos más descreídos encontramos en el teatro, en la danza, en el cine, en la literatura, un alivio, un consuelo, que a lo mejor el mundo real no nos da, pero sí nos da la ficción. Quería hablar de esa espiritualidad laica, por decirlo de algún modo, de que no somos un mero cuerpo y de la sensación de tener alma.
M.G.- Dicen de tus poemas, y es algo que ya vimos en el libro anterior, que pones la mirada en la gente más desvalida, más de la periferia. Hay unos versos que te voy a leer: “Niños soldados / en un país sin guerra / disparan / su munición de odio al diferente” o "Aquí, al teatro, / vinimos los hombres que no teníamos casa / mendigos de espíritu, / los heridos por bala y por hastío". ¿Qué me dirías de estos versos?
B.O.- Es que es algo que me interesa mucho. El otro día me hicieron una entrevista y me dijeron que, claro, si uno baila solo en una esquina, pues se ríen de él y lo señalan. Y es que a mí los que realmente me interesan son los señalados. La gente que está bien integrada no tiene tantos problemas o tantas necesidades de ser aceptado como los otros. Me interesan los desvalidos, porque necesitan un abrazo más que nadie. Por eso, mi literatura se acerca mucho a los márgenes, porque creo que allí hay más necesidad de amor y más necesidad de vida. Y a lo mejor la vida se expresa de otro modo, pero ese que baila solo de una forma que puede parecer ridículo a los demás, en realidad tiene mucho valor. Baila solo y reivindica su soledad.
M.G.- Los lectores tenemos la mala costumbre de buscar al autor entre las líneas de su libro. ¿Hay mucho de Braulio Ortiz en este?
B.O.- Por supuesto, sí [ríe]. Estoy yo en todo lo que hago. Lo que decíamos antes que, como narrador, a lo mejor me camuflo más, pero aquí, aunque estoy hablando de otros personajes, el sentimiento de querer ser aceptado que tienen esos bailarines es el que tengo. Hay mucho de mi propia vulnerabilidad en estos poemas.
M.G.- Braulio, creo haber hecho bien los deberes. Me he dado cuenta de que cada una de las partes en las que se estructura el libro se inicia con un texto que forma parte de un artículo firmado por ti y publicado en el periódico. Si no me equivoco...
B.O.- Hay una necesidad de celebración de las cosas pequeñas de la vida y una voluntad de dar las gracias, que ya estaban en esos artículos y que ahora están en el poemario. La RAE define la palabra aleluya como demostración de júbilo y de gratitud. Y este libro quiero hablar también de gratitud.
M.G.- Siempre he envidiado a los que hacéis periodismo cultural. Has hecho muchísimas entrevistas. Yo no soy periodista, es algo que siempre recalco, pero sí he tenido la oportunidad de hablar con muchos escritores, de distintas edades, de distintos géneros. Es algo que me ha enriquecido muchísimo. Quiero pensar que es algo habitual que, a ti, por ejemplo, que has hablado con tantísimas personas, también te ha enriquecido.
B.O.- Claro. De hecho, este poemario puede entenderse como una carta de amor a los bailarines que he conocido en ese tiempo y que me han devuelto la fe en la vida y en la belleza. Y sí, para mí el periodismo cultural es un oficio, una vocación, que me ha hecho crecer muchísimo como persona. Yo no entendería quién soy sin todos estos años de periodismo cultural, que me han enriquecido muchísimo. Con todos los problemas que tiene la profesión, el balance, sin duda, es positivo.
M.G.- Y los textos, los poemas, ¿funcionarían bien si se leen de manera independiente? ¿Podemos abrirlo y leerlo sin seguir orden, sin empezar desde el principio hasta el final?
B.O.- Sí. La experiencia lectora es un acto de libertad. Cada uno puede leer un libro como quiera y muchas veces no importa tanto la trama, el argumento, como lo que te inspire ese fragmento. Y bueno, yo leo muchos poemarios sin orden y me parece fantástico.
M.G.- Hay algunos que sí tienen que ser leídos en orden. Algunos autores señalan que sus poemas hay que leerlos desde el principio al final, por orden.
B.O.- Bueno pero, al final, cada uno hace lo que quiere. El libro es ya del lector.
M.G.- Exactamente, el lector es libre. Hombres que dicen aleluya es el título. Hablamos de exaltación, de júbilo, de dar las gracias. ¿Cómo se gesta el título en tu cabeza?
B.O.- El título fue un poco accidental. Se convocaron unas ayudas a la escritura. Yo tenía el proyecto este, basado un poco en los artículos publicados en la sección Acción de Gracias y pensé en Hombres que dicen aleluya, como título. Me dieron la ayuda pero si cambiaba el título tenía que escribir al ministerio para pedir el cambio y al final, decidí dejarlo como estaba. Pero, en un principio, tuve mis dudas porque sonaba muy parecido al título del libro anterior, a Gente que busca su bandera, y temía que este libro pareciera como una segunda parte. Y no es así. Este es muy distinto al anterior. Tuve mis dudas y nada, al final, lo dejé. Es como mi nombre, Braulio, que suena raro pero ya se me ha quedado. Uno acaba aceptando los nombres que son accidentales. Lo importante es el contenido.
M.G.- Por supuesto, lo importante es el contenido. ¿Y tú, en los versos de quién te fijas, Braulio?
B.O.- De muchísima gente, pero en este libro en particular, por ejemplo, podía haber sido Chantal Maillard, que tiene un libro que se llama Matar a Platón, en el que se narra un accidente de un hombre aplastado por un camión y cómo los testigos van contando la escena. Entonces esa voz externa, esa voz que va recreando la vida, esas voces me parecían muy interesantes, y quizá sea una inspiración. Y luego la parte del espectador, la parte final, que es muy arrebatada, tengo a Luis Rosales como uno de mis referentes. Ese caudal poético que él tiene, tan espiritual y tan hermoso, a mí me ha marcado. Quiero que esté presente en todo lo que hago porque sería un mentor maravilloso.
M.G.- Estamos hablando de danza, Braulio. ¿Tú bailas mucho, aunque sea en soledad?
B.O.- En soledad y en compañía.
M.G.- ¿Bailas mucho? ¿Sí?
B.O.- Sí, me encanta bailar. Todos somos distintos a la imagen que proyectamos y sé que proyecto la imagen de alguien...
M.G.- ...más tímido, más retraído,...
B.O.- Sí y, sin embargo, bailar es una de las experiencias más bonita, más liberadora y más gozosa que puede tener el ser humano. Hace una semana estuve en la boda de mi sobrina y no paré de bailar. Me encanta bailar. De pequeño veía los musicales de Gene Kelly y yo quería ser eso. El baile es una rebelión contra el aburrimiento.
M.G.- Te he leído por ahí que tienes en mente escribir algo, y aquí enlazamos con la pregunta de antes, que gire en torno a la figura de la madre. Sé que perdiste a tu madre hace relativamente poco tiempo.
B.O.- Sí, como los dos amábamos mucho el cine, quería hablar de ese vínculo. Éramos dos personas muy diferentes pero nos unía el amor por Cary Grant, por ejemplo. Así que me gustaría hablar de Cary Grant y de madres e hijos.
M.G.- ¿Y serían poemas?
B.O.- No, sería una novela, como una comedia amable.
M.G.- No tengo más preguntas que hacerte. Te agradezco mucho que nos hayamos tomado este café.
B.O.- A ti.
M.G.- Y espero verte con ese libro de la madre. Me encantará leerlo.
B.O.- A ver si puede ser porque las cosas tan sentidas necesitan de su tiempo.
M.G.- Gracias, Braulio.
B.O.- A ti.
Sinopsis: Este libro está protagonizado por una compañía de danza y transcurre en el tiempo en que se representa un espectáculo, pero sus versos hablan principalmente de la vida. De cómo una serie de personajes heridos encontraron en el arte una forma de prolongar sus sueños y de redimirse. De la importancia de apoyarse en los otros y renunciar al individualismo que pregonan los anuncios. De cómo bailar fue siempre la manera de expresar sentimientos y explicarse lo humano, pero también de invocar a los dioses y anhelar ser eternos. Tras Gente que busca su bandera, que ganó el premio del blog Estado Crítico al mejor libro de poesía editado ese año, Braulio Ortiz Poole regresa con Hombres que dicen Aleluya, un poemario sorprendente que, como el mejor de los bailes, apela a la emoción y la belleza.
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