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martes, 11 de junio de 2019

ANDRÉS PÉREZ DOMÍNGUEZ: 'Me siento más escritor cuando escribo cuentos'

Hace unas semanas publicaba la reseña de La letra pequeña, una colección de cuentos escritos por Andrés Pérez Domínguez, autor que ya ha pasado por este espacio en calidad de novelista con obras como La clave Pinner, Los perros siempre ladran al anochecer y Los dioses cansados. Sin embargo, nunca me había acercado a él como cuentista, un género con el que precisamente se inició en la profesión. 

La letra pequeña es un volumen que contiene diez historias. De aquella lectura dije en su momento que poseía una carga intimista importante donde abundaba el monólogo interior y que estaban narrados de manera muy visual. Ha sido justo después cuando he podido conversar con el autor, cuando hemos podido sentarnos a desgranar estas historias que nacieron hace bastante tiempo, en algunos casos, y por las que el autor ha sido galardonado en algunos certámenes de relato corto. 



Marisa G.- Andrés, entre 'La letra pequeña' y el anterior volumen de cuentos han transcurrido diez años. Muchísimo tiempo.

Andrés P.- Sí, pero son diez años en los que no he dejado de escribir, ni de publicar. Después del anterior volumen de cuentos han salido a la luz varias novelas y entre una y otra no me ha dado lugar a publicar otro género. Prefiero espaciar las publicaciones pero claro, tiene el inconveniente de que se me va acumulando mucho material.

Por otro lado, los libros de cuentos tienen una complicación añadida con respecto a las novelas y es que los editores que generalmente me publican novelas no suelen estar tan predispuestos a publicarme los cuentos. Es algo que entiendo perfectamente porque los libros de cuentos tienen menos lectores, es un género minoritario, dentro de que la literatura es algo minoritario de por sí. Sé que hay muchos lectores a los que les cuesta verme en este registro, sin embargo, los que me llevan leyendo desde el principio me consideran un cuentista que a veces escribe novelas. Y aunque publique cuentos con poca frecuencia, es un género que adoro y que no dejo de practicar. 

M.G.- Pero, precisamente por ser un género minoritario, se debería fomentar más a través de las editoriales y los autores, ¿no?

A.P.- Sí, pero las editoriales quieren ganar dinero. Lo veo totalmente respetable y entendible. Quitando alguna editorial que se dedica únicamente al cuento y al ensayo, muy pocas se atreven a publicar cuentos. Es normal que los editores quieran novelas porque es la reina del mercado. Es así de sencillo.

El género del cuento sobrevive gracias a la generosidad entre comillas de quienes escribimos cuentos porque nos gusta y gracias también a tantos certámenes convocados por diputaciones, ayuntamientos y diversas entidades a lo largo y ancho de España, a los que siempre estaré muy agradecido porque empecé escribiendo narrativa breve y tuve la suerte de ganar muchos certámenes de este tipo. 

M.G.- Los cuentos requieren unas técnicas narrativas distintas a la novela. Quería preguntarte si cambia mucho tu manera de enfrentarte a un texto en función de si es un cuento o no.

A.P.- Sí y no. Siempre digo que un cuento es como correr los cien metros lisos y una novela, una maratón. Aunque en definitiva se trata de correr, en ambos casos se trata de llegar a la meta corriendo pero requiere una forma de correr diferente y una musculatura distinta. A la hora de escribir es necesario saber lo que no sirve en un cuento. En una novela puedes meter casi de todo porque es casi infinita, dentro de los parámetros que te impongas al escribir, pero en un cuento no. Un cuento es un mecanismo de precisión en el que no debe faltar nada pero sobre todo no puede sobrar nada. 

Chejov decía que si en un cuento aparece una pared con un clavo, el protagonista tiene que colgarse de ese clavo porque, de otro modo, no tiene sentido que aparezca. Un cuento es mucho más intenso, es como un frasco de perfume concentrado. El reto en el cuento es contar mucho con muy pocas cosas y además contar el momento preciso e interesante de la vida de un personaje, ese momento que es crucial aunque el propio personaje no lo sepa.

M.G.- Tengo que hacer una breve alusión a la cita que abre el volumen, esas palabras de Raymond Carver tan certeras y que cobran más sentido aún, cuando has terminado de leer el volumen.

A.P.- Me gusta mucho ese poema de Carver. Para hablar de Carver, de Cheever o de Cortázar, casi nos tenemos que poner de rodillas. Aprovecho ahora para decirte que se tiende a relacionar la palabra cuento con el mundo infantil y por supuesto, esto no es así. No es lo mismo 'Caperucita Roja' que 'El nadador' de Cheever, una de las obras maestras que inspiró la película del mismo nombre y que interpretó Burt Lancaster. En principio, la historia que narra ese cuento parece una tontería y sin embargo es algo mucho más profundo, mucho más duro, que te deja hecho polvo a final. Y es que lo que Cheever te está contando es mucho más que lo que contiene esas páginas. Esa es la magia de la literatura en general y de la narrativa breve, en particular.

M.G.- Sí, porque los cuentos no cuentan lo que leemos si no lo que está debajo.

A.P.- Efectivamente. En la brevedad de un cuento reside una metáfora, una alegoría. Por ejemplo, en el volumen hay un cuento titulado 'La mesa coja'. Narra la historia de una pareja en crisis que van a cenar al mismo restaurante en el que él le pidió matrimonio a su mujer. El hombre quiere la misma mesa en la que le hizo en su día la propuesta pero la mesa está coja. Le proponen cambiarse a otra y él no quiere. El tipo está empeñado en esa misma mesa e insiste en arreglarla para que deje de cojear porque en el fondo la mesa es una metáfora de su propio matrimonio, de su vida que se va a pique porque sabe que su mujer tiene un amante y pretende abandonarlo. Desconocemos si ella tiene motivos o no para dejarlo, eso no nos importa. Lo único que importa es que el marido quiere arreglar esa mesa por lo que significa.

M.G.- En estos textos se habla mucho de relaciones de pareja, de desamor, de infidelidades... ¿Podemos decir que todos tienen un hilo conductor?

A.P.- La infidelidad es lo que planea sobre todos los cuentos pero hurgando un poquito me di cuenta que el concepto 'letra pequeña' era aún más profundo y más interesante. Dentro de esa letra pequeña está la infidelidad pero también está el desengaño, la rutina, el tedio de la vida, el aburrimiento, la amargura,... y sin embargo, también tiene cabida la esperanza. El concepto 'letra pequeña' aparece en el primer cuento y en el último, y engloba también esa frase que tú mencionaste en la reseña, aquello de que en la vida y en el amor uno debe dejarse engañar si no quiere estar todo el tiempo enfadado.

M.G.- Una frase que a mí me dejó noqueada.

A.P.- Pero es totalmente cierta. Si tú eres muy exigente con tu pareja, con tus amigos, con tu familia porque tú quieres que ellos sean como tú quieres y no como son en realidad, al final te quedas solo. Te tienes que dejar engañar, incluso con gente cercana, pero te engañan para que no te enfades, para no hacerte daño. 

M.G.- Pero Andrés, el hecho de que todos tengan un hilo conductor invita a pensar a una escritura de golpe y porrazo, uno detrás de otro, para abordar todos estos temas de los que estamos hablando. ¿Esto es así?

A.P.- No, no. Hay cuentos muy antiguos. Algunos tienen hasta veinte años. Son cuentos que tenía por ahí. Si los agrupé fue porque tenían cierta unidad, aunque en realidad no es más que mi forma de ver el mundo. Contra eso uno no puede luchar. Tú que ya has leído varias novelas mías, podrás apreciar que en hay mucho de estos cuentos en 'Los dioses cansados' o en 'La clave Pinner', con ese protagonista que arrastra tanta amargura.

M.G.- Entre otras muchas cosas, tus historias me han hecho pensar en algo que tengo claro hace mucho tiempo. Una pareja no son siempre dos. Y no lo digo porque puedan surgir terceras personas sino porque cada miembro de la pareja aporta, a su vez, a mucha más gente a la relación, gente que influye y condiciona.

A.P.- Todos traemos una mochila que pesa más a medida que vas cumpliendo años pero en estos cuentos hay muchos triángulos. 

Por ejemplo, en 'Ojos tristes', el cuento más antiguo de la colección y que reúne buena parte de los elementos que luego estarían presente en mis novelas, hay un triángulo amoroso, pero también hay diferentes puntos de vista, la historia está narrada desde diferentes ángulos, no es una narración lineal sino que hay saltos en el tiempo,... Todo eso se puede encontrar con facilidad en mis escritos posteriores.

M.G.- Digamos que en ese cuento estabas definiendo tu estilo.

A.P.- Sí, pero hay algo más de lo que no me había percatado. He descubierto que todos mis libros son todos muy introspectivos, muy intimistas. Una amiga escritora me decía que mis novelas son thrillers intimistas y me gustó mucho esa definición. Está muy bien todo lo que le pasa al personaje por fuera pero a mí lo que realmente me importa es lo que le pasa por dentro.

M.G.- Lo que piensa por ejemplo la mujer del primer cuento 'Dibujos animados'. Me gustó muchísimo esa historia en la que vemos a una mujer furibunda y colérica que quiere abandonar el domicilio conyugal. ¿Cómo lo haces para que sea tan visual? Me ha parecido maravillosa esa voz narrativa y la realidad que se narra.

A.P.- Es un cuento tan real y tan triste al mismo tiempo. En ese breve cuento, cabe de todo, la situación de la mujer, la situación de los ancianos que viven con la gente joven, la situación de un niño, el adulterio,... Ella es la heroína del cuento. Me interesa mucho cómo se desarrolla todo cuando me travisto literariamente, cuando me meto en la piel de una mujer. 

M.G.- ¿Pero te cuesta más que hablar por voz de un hombre?

A.P.- No, no me cuesta más. Como todos somos personas, en definitiva sentimos más o menos igual. A mí me gusta mucho observar y escuchar. Hablo con muchas personas, con muchas mujeres y me voy nutriendo.

Fíjate que ese cuento que mencionas surge de algo que me contó mi madre una vez. Mi abuelo paterno vivía con nosotros y solía ayudar a mi madre a doblar las sábanas. Hace muchos años mi madre me dijo que mi abuelo le contó una vez una historia tan triste que tuvo que pedirle que parara porque se le saltaban las lágrimas. Ella no pone en pie de qué se trataba pero a mí todo aquello se me quedó grabado y lo usé para este cuento. 

Los escritores tenemos la ventaja de convertir en literatura lo que nos pasa y lo que nos cuentan aunque no sea necesariamente tal y como es porque no somos notarios y no tenemos que levantar acta de la realidad.




M.G.- ¿Y algún otro cuento que haya nacido de una historia real?

A.P. - Sí, 'El cumpleaños'. Hace muchos años, una anciana me estuvo llamando durante dos o tres semanas. Era una época en la que todavía no había identificación de llamada. La mujer llamaba a su hijo y me dejaba mensajes en el contestador, recriminándome que no la llamaba nunca. Si alguna vez llamaba y estaba yo en casa, al contestar, la mujer colgaba inmediatamente. No me daba lugar a decirle que no era su hijo. Nunca pude devolverle la llamada y así estuvo un tiempo.

M.G.- Pobrecilla... Y volviendo a 'La mesa coja'. Ese cuento me gusta especialmente no solo por la metáfora que encierra sino también por el juego con las voces narrativa. 

A.P.- Sí, es un cuento en el que vamos a poder leer el pensamiento de ella y el de él. Es más divertido jugar con las voces a la hora de escribir. 

M.G.- Pero será también más complejo.

A.P.- Sí, pero no difícil desde el momento en el que eres capaz de mirar hacia dentro y sacar lo que tienes en el interior. Cuando escribí 'La mesa coja' tenía que ponerme en la piel de él y de ella. Intentaba imaginar cómo me comportaría yo como hombre en esa situación y cómo me comportaría si fuera mujer. Me divierte mucho meterme en la piel de una mujer. Por ejemplo, cuando escribí 'El factor Einstein', la mala era una mujer. Las partes más divertidas a la hora de escribir eran aquellas que se apoyaban en ese personaje femenino. Me lo pasó muy bien haciéndolo. 

M.G.- ¿Es más experimental?

A.P.- Sí y resulta interesante cambiar el registro, analizar un punto de vista u otro. Me aporta muchas cosas, no ya como escritor sino como persona. Para poder escribir sobre algo tienes que intentar entenderlo. Para ser escritor tienes que tener mucha empatía y a la vez ser escritor te vuelve más empático. 

M.G.- Hablemos ahora de 'Duarte', otro de los cuentos. Una historia fabulosa que viene a ratificar la existencia de la justicia poética.

A.P.- En 'Duarte' hay dos personajes, el narrador y el propio Duarte. Es un cuento muy interesante en el que vamos a ver a un narrador que es un auténtico cabrón pero también da pena. El lector va a empatizar con el personaje en un momento de dado aunque no tiene que caerle bien porque el tipo es un cerdo. Sin embargo, ese cuento también encierra una metáfora, una lección. Si no te portas bien con los demás, a la larga, todo se vuelve en tu contra. Volvemos a lo que te decía de la letra pequeña, que termina por pasarte factura. 

M.G.- El propio personaje de Duarte es sumamente enigmático. Atrapa al lector y lo llena de curiosidad.

A.P.- Duarte es la encarnación de todos los miedos del narrador. Es un personaje que provoca duda en el lector. ¿Existe realmente o es una paranoia del protagonista?

M.G.- Bueno, yo interpreto que existe realmente.

A.P.- Cada lector lo verá de un modo distinto. Lo que te decía antes de la magia de la literatura. 

M.G.- Pues sí. Bueno Andrés, ahora quiero abordar una cuestión de la que ya estuvimos hablando cuando publicaste 'Los perros siempre ladran al anochecer'. Hablemos de nuevo de los finales abiertos que también aparecen en estos cuentos.  

A.P.- Retomemos el tema, claro. Mira, el lector debe entender que un final abierto no implica que el autor no sepa cómo terminar una historia. Cuando yo cierro un relato con un final abierto, sé perfectamente cómo acabarlo, lo que pasa es que no quiero que mi opinión prevalezca sobre la de ningún lector porque la suya es tan válida como la mía. Por otra parte, y esa es una de las dificultades del cuento, hay que saber cuándo poner el punto y final. A veces ocurre que, si alargamos una historia, el resultado final no es el mismo. Algo se rompe.

M.G.- Se pierde la magia.

A.P.- Claro. Sé que al adoptar esa decisión gano por un lado pero pierdo por otro. Aun así, lo que quiero es ofrecer al lector un puñetazo en el estómago y me acojo a lo que decía Cortázar, que en un cuento se gana por KO y en las novelas se gana por puntos, como si fuera un combate de boxeo. Y estoy muy de acuerdo. Los cuentos deben dejar ese bienestar amargo, aunque suene contradictorio.

Me siento más escritor cuando escribo cuentos, cuando estoy contando mi visión real del mundo, como yo veo las cosas.

M.G.- Yo te vuelvo a decir que a mí jamás me han importado los finales abiertos. Además es algo, en cierto modo, muy común en el género.

A.P.- Sé que hay muchos lectores a los que no les gustan los cuentos. Por supuesto, todos los gustos son muy respetables pero me atrevería a decir que se trata de un género que requiere a un lector que ya tenga muchas lecturas acumuladas y quiera probar cosas nuevas. 

M.G.- En cualquier caso, y para dejar esta cuestión clara, no todos los cuentos del volumen tienen un final abierto. Los hay con un cierre que impacta, que pilla por sorpresa.

A.P.- Sí, 'Flores para Amanda' termina de una manera muy drástica y sorprendente. Es un final que el lector no espera pero en esto de los desenlaces cada historia requiere un tipo de final. Además es decisión del autor y a veces acertará o otras veces, no. Lamentablemente, no se trata de una elección democrática y encima, por cada lector, habrá un posible y diferente final. 

M.G.- Por cierto, la editorial ha hecho un trabajo bárbaro con la edición. La cubierta es una preciosidad.

A.P.- Verónica Navarro es la diseñadora de la cubierta, la misma que ha hecho la de 'Falcó' para Reverte. 

M.G.- Es una imagen que resume perfectamente el contenido de esta colección.

A.P.- Es preciosa. Me hicieron varias propuestas y esta es la que más me gustó. Me parece que el libro está muy bien editado. La editorial lo ha mimado mucho. 

M.G.- Pues no me queda mucho más que preguntarte sobre el libro pero sí quería retomar algo que me comentaste una vez. Recuerdo que hace tiempo me hablaste de una propuesta de cine para una de tus novelas. 

A.P.- Sí, hace un par de años se puso en contacto conmigo un guionista diciendo que le gustaba mucho 'El silencio de tu nombre' para hacer una serie. Nos llegó una propuesta a través de mi agente. Escribieron un episodio piloto maravilloso y ahí estamos. Sé que el guionista se está moviendo con varias productoras. La idea original era hacer una serie de ocho episodios pero me dijeron que cada uno saldría por un millón de euros, tirando por lo bajo, así que no sé qué pasará al final.

No es la primera vez que me sucede. 'La clave Pinner' estuvo muy cerca de llevarse al cine y 'El violinista de Mauthausen' tuvo un par de intentos que no cuajaron.

En cualquier caso, lo más sangrante es lo del plagio.

M.G.- ¿Qué plagio?

A.P.- Te cuento. En 2017 se puso en contacto conmigo uno de los guionistas de 'El fotógrafo de Mauthausen', la película que ha protagonizado recientemente Mario Casas. Me dijeron que les gustaba mucho mi novela y me pedían permiso para usar un pasaje para la película. Se trataba de una escena en la que se narra la fiesta de cumpleaños de un niño en la que los camareros eran presos judíos y tal. Total que en un momento dado, el niño dispara a un camarero. Me pasaron las páginas del guion donde se narraba esa escena concreta, yo lo remití a mi agente y le pedí que respondiera denegando mi autorización para usar ese pasaje de la novela. Pues nada, ni caso. Lo han metido en la película. Así que ahora mismo el asunto está en manos del abogado que lleva los temas audiovisuales de mi agente. Hemos pedido una indemnización y no sé lo que pasará. 

M.G.- ¿Y para qué se meten en ese lío?

A.P.- No lo sé. Además de una manera tan tonta porque si no me lo dicen, lo mismo ni me entero o pienso que es pura casualidad pero me lo piden, pasan las páginas, les digo que no y encima lo ponen.

M.G.- Pues qué listos. A ver en qué queda todo. Bueno Andrés, no te robo más tiempo. Como siempre un placer conversar contigo.

A.P.- Lo mismo digo. Muchas gracias a ti.

Hasta aquí el encuentro con Andrés Pérez Domínguez. Aprovecho la coyuntura para volver a recomendaros la lectura de La letra pequeña, cuentos llenos de simbolismo, con un toque de suspense, bien narrados y con algún personaje inquietante.





Ficha libro

Editorial: Triskel.
Encuadernación: Rústica.
Nº Páginas: 136
Publicación: Mayo, 2019
Precio: 15,00 €
ISBN: 9788412033700
Disponible en e-Book
Puedes empezar a leer aquí.
Ficha completa aquí.







lunes, 13 de mayo de 2019

LA LETRA PEQUEÑA de Andrés Pérez Domínguez

Resultado de imagen de la letra pequeña andres perez dominguez


Editorial: Triskel.
Fecha publicación: mayo, 2019.
Precio: 15,00 €
Género: Relatos.
Nº Páginas: 132 
Encuadernación: Tapa blanda con solapa.
ISBN: 97884120337-0-0




Autor

Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) tiene una dilatada carrera como escritor, reconocida con numerosos premios entre los que destacan el Ateneo de Sevilla, el Luis Berenguer de novela o el Max Aub de cuentos. Entre otros libros, es autor de Los dioses cansados (2016), Los perros siempre ladran al anochecer (2015), El silencio de tu nombre (2012), El violinista de Mauthausen (2009), El síndrome Mowgli (2008), El factor Einstein (2008) y La clave Pinner (2004); las colecciones de cuentos El centro de la Tierra (2009) y Estado provisional (2001). También ha sido colaborador de varios medios de comunicación con El Correo de Andalucía, Onda Cero y Punto Radio.

Sinopsis

¿Qué tienen en común una mujer a punto de abandonar a su marido adúltero y la discusión de una pareja durante una escapada romántica? ¿Y un hombre ansioso por que su mujer vuelva con él y dos desconocidos atrapados en un montacargas? Lo mismo que el marido que lleva a cenar a su esposa al restaurante donde quince años atrás le pidió matrimonio o los dos amigos que asisten a la presentación de una novela. Ni más ni menos que el tipo que se ha quedado por su afición al buen comer y el enamoradizo empleado de una floristería. O el abogado cuya vida se derrumba por la llegada al bufete de un inquietante novato y el hombre que emprende un viaje para buscar a su mejor amigo y a su exnovia.

Todos saben que en la vida, como en los contratos, anida una incómoda y a menudo cruel letra pequeña. Aunque lo hayan descubierto demasiado tarde.

[Información tomada directamente del ejemplar]


El otro día, me decía Elvira Navarro, reconocida y prestigiosa voz literaria, que cada libro es como comenzar de nuevo, volver a caminar por el alambre sin red. Debe ser cierto porque, con cada publicación, un escritor no solo debe demostrar que mantiene el tipo (ardua tarea) sino que, además, resulta recomendable algún atisbo de superación. En cualquier caso, considero que un largo camino andado aporta unas tablas que se transforman en cierta seguridad, que la publicación de un libro tras otro es ya una prueba irrefutable de la valía de unas letras y en esas estamos con Andrés Pérez Domínguez. Basta echar un vistazo a las críticas de sus escritos, una balanza en la que el platillo positivo derrota con creces al negativo, a pesar de alguna resta leída y que me resulta del todo incomprensible. En lo que a mí respecta, no hay quejas. De su pluma he tenido el placer de leer La clave Pinner, de la que espero ver una segunda entrega muy pronto, Los perros siempre ladran al anochecer, con un final no muy al gusto de todos pero que a mí me pareció acertado y Los dioses cansados con la que me permitió moverme por las oscuridades de Sevilla. Encabeza mi lista de pendientes ese violinista de Mauthausen que me hace ojitos desde la estantería hace tiempo. 

La letra pequeña es un volumen de cuentos, el tercero que publica el autor. Es la primera vez que me acerco al escritor sevillano como cuentista aunque gracias a Los perros... conocí su estilo a corta-media distancia. Nos presenta ahora Pérez Domínguez un total de diez relatos en los que existe un hilo conductor. No suele ser habitual que un puñado de cuentos tenga un denominador común. Por regla general, suelen ser historias dispares, de temáticas distintas, escritos en diferentes épocas y cada uno con sus propios personajes protagonistas. No es el caso de La letra pequeña. En ellos abundan el adulterio, las discusiones, las decepciones, las rupturas, los abandonos, los silencios, los intentos de reconciliación,... todo un universo que gira alrededor de las relaciones de pareja, del día a día de una convivencia en el que existe, agazapada y camuflada, esa letra pequeña que va anexa en todo momento a nuestra vida. Y así encontraremos entre estas páginas a mujeres cansadas de sus maridos adúlteros o que quieren pillar in fraganti al infiel, parejas que intentan recomponer lo que está roto hace tiempo con una segunda luna de miel o una cena que debe funcionar como sortilegio u hombres que sueñan con el regreso del ser amado mientras una madre errónea solicita su atención o que intentan conquistar el corazón de una mujer que otros pisotean. 

Como suele ser normal en el género, de las diez piezas algunas me han gustado más que otras. Por poneros algunos ejemplos, os hablaría de El tiempo detenido, con un tercero en discordia que tendrá que abordar la complicada tarea impuesta por su amante aunque termine saliendo airoso del trance por pura cuestión de azar. O La curva de la felicidad, con un protagonista masculino que se machaca en el gimnasio para no perder lozanía y estar en perfecto estado de revista aunque la metrosexualidad no siempre es una garantía de un amor duradero. O Duarte, el cuento más largo de todos y cuya longitud permite una escena introductoria, en el que veremos a un personaje enigmático sometido a una transformación y a un protagonista masculino, estereotipo de esa clase de individuo que se comporta como un cerdo y que encima se jacta de ello. O por último, Flores para Amanda, una historia que bebe de varias fuentes, con tintes de amor platónico y un giro sorprendente como final que te deja de piedra. Pero ya que menciono los desenlaces, me remito a aquel que os comentaba antes, el de Los perros... Y lo hago porque, si leíste aquella novela corta, te puedes hacer una idea del tipo de finales que tendrán algunos de estos cuentos. Los hay que dejan un amplio margen a la imaginación del lector,  otros en los que, sin que se resuelva la situación principal, cierran la más secundaria con un toque de ternura y otros más en los que, por suerte, existe justicia poética. A grandes rasgos podemos decir que son cuentos con finales abiertos pero quiero ir un poco más allá al respecto porque, tras pensar un poco en la cuestión, me atrevería a decir que estos cuentos funcionan como fogonazos, una expresión que yo suelo usar frecuentemente al hablar de este género. Son historias en las que realmente no importa el después, sino el presente, el momento narrado, el punto temporal preciso y si me apuras, el pasado que provoca ese presente. En los cuentos, en los relatos, y sobre todo en los microrrelatos, lo fundamental es el instante, la tensión de una situación concreta. Lo demás queda difuminado o en manos del lector que, a su criterio, alarga o no la vida de los personajes.

Con una importante carga intimista, un monólogo interior generoso y algún toque de suspense, cabría señalar que estos cuentos tienen un carácter muy visual. Quizá sea por lo que acabo de comentar, por esos fogonazos de instante que permiten recrear la escena en nuestra cabeza con absoluta nitidez. Es una cualidad que me gusta encontrar en mis lecturas porque me permite adentrarme en la historia con mayor facilidad.

En cuanto a los personajes, prácticamente son ellos los narradores, los que sirven de nexo entre el lector y la historia. Hombres de toda condición, que no saben cómo lidiar una situación, que mantienen la esperanza,  cobardes que deben buscar la valentía que les falta o desalmados que reciben su merecido. En todo caso, todos ellos, hombres y mujeres, están bien perfilados y resultan cercanos al lector. No podré quitarme de la cabeza esa mujer que, con las maletas en la puerta y dispuesta a comenzar una nueva vida lejos del hogar conyugal, no puede evitar seguir los dictámenes de su rol de ama de casa y dejar su pasado en perfecto orden y armonía. Me resulta tristemente tan real...

Y por último, para los que son tan superficiales como yo, ¿acaso no es bonita la cubierta? En realidad, la ilustración no puede ser mejor reflejo de lo que encontramos en el interior de este libro,  hombres y mujeres que, a pesar de estar a un palmo de distancia, se encuentran en distintas galaxias, cabizbajos, cada uno encerrado en sus pensamientos mientras están acompañados por una vela casi consumida como la relación que mantienen, un cenicero lleno de colillas fruto del nerviosismo o la desesperación, el vino agotado o derramado, las flores mustias, el pan mohoso y una manzana en estado de descomposición. Porque eso es La letra pequeña, distancia, desesperación, moho y descomposición, un compendio de cuentos en los que no es difícil verse reflejado. ¿Quién no ha sufrido un desengaño alguna vez? ¿Quién no ha deseado hacer las maletas y largarse a otra parte? ¿Quién no ha sufrido por el regreso del amor? ¿Quién no ha sido víctima de una infidelidad? Yo sí y seguro que tú también. 

Así que, si te gusta el género, aquí tienes una estupenda lectura a la que tendrás acceso en un par de días pues sale a la venta el próximo 15 de mayo. Siempre digo que las buenas historias, si están bien contadas son doblemente buenas y la prosa de Andrés Pérez Domínguez, llena de luz y sutileza, bien merece la pena.

Cierro con una cita del texto, un breve fragmento que me dejó suspendida en el aire por un momento y al que no le falta razón.


'...en el amor, como en la vida, tienes que dejarte engañar si no quieres estar todo el rato enfurruñado' [pág. 70] 







 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí:




martes, 31 de mayo de 2016

ENTREVISTA a ANDRÉS PÉREZ DOMÍNGUEZ (Los dioses cansados).

Autor

Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) tiene una dilatada carrera como escritor, reconocida con numerosos premios, entre los que destacan el Ateneo de Sevilla y el Luis Berenguer de novela o el Max Aub de cuentos. Es autor de las novelas El silencio de tu nombre (2012), El violinista de Mauthausen (2009), El síndrome de Mowgli (2008), El factor Einstein (2008) y La Clave Pinner (2004); las novelas cortas Los perros siempre ladran al anochecer (2015), Los mejores años (2002) y Duarte (2002); las colecciones de cuentos El centro de la Tierra (2009) y Estado provisional (2001); y el relato Ojos Tristes (2001). También ha sido colaborador de varios medios de comunicación, como El Correo de Andalucía, Onda Cero y Punto Radio.

PortadaSinopsis

Cuando el inspector Nicolás Gallardo regresa a Sevilla después de pasar siete años fuera y le recomiendan hacerse cargo del caso de Leopoldo Barrena, poco puede imaginar que tras el suicidio del político retirado, en apariencia rutinario, se esconde una turbia trama de abusos, chantajes y angustia.

Un accidente inesperado tuerce los planes de un sencillo robo. Desde ese momento, las tinieblas del pasado, como heridas no restañadas, emergen de manera imparable, llevándose por delante a quienes pretenden ocultar la verdad o, peor aún, medrar a su costa. Paso a paso, mientras intenta sobrevivir a su propia biografía personal, el inspector Gallardo tratará de dar sentido a la violencia que le rodea. El resultado de su investigación ofrece un panorama desolador, que algunos creían haber olvidado: un misterioso orfanato, la vida rota de una joven y la tragedia de unos niños infelices...

Los dioses cansados es una novela coral, poblada de personajes profundamente humanos que conocemos a través de su cotidiana intimidad y narrada con una sensibilidad descarnada. En sus páginas escuchamos, entre la indiferencia culpable de los verdugos, el desesperado gritos de sus víctimas que, incapaces de perdonarse a sí mismas por pecados que nunca cometieron, más que venganza claman silencio.


[Biografía y sinopsis tomadas del ejemplar]


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Lo habré dicho más de una vez pero no por ello deja de ser menos verdad. Entrevistar a un autor-amigo tiene grandes ventajas. Por un lado no hay necesidad de adoptar una pose impostada. Yo no necesito aparentar lo que no soy y el contrario no tiene que «adornarse» porque ya hay un conocimiento previo en otras circunstancias. Además, la conversación fluye con total naturalidad, como la que pudiéramos tener sin que obrara una grabadora de por medio. Y luego está la libertad. En ocasiones, sentarse a hablar con un autor, al que no conoces de nada, sobre su trabajo (recalco esto), algo muy serio para mí, te obliga en cierto modo a vestir un corsé, a seguir unas pautas para no sacar los pies del plato. Nunca sabes cómo se puede tomar tal o cual pregunta, y al fin y al cabo, ¿quién soy yo?

Hace unos días publicaba la reseña de Los dioses cansados, la nueva novela de Andrés Pérez Domínguez que ha llegado a manos de los lectores con gran aceptación. En aquella reseña (que puedes leer aquí) expuse los motivos por los que me había gustado esta novela que es como el cubo de Rubik, llena de color y múltiples caras. Creo que quedó bastante claro que para mí es una recomendación irrefutable pero, para terminar de decidiros, quizá os venga bien escuchar, o mejor dicho, leer al propio Andrés hablar de su novela. Esto es lo que nos contó.



Marisa G,- Andrés esta novela y la anterior las abres con las siguientes palabras:


«Estoy convencido de que la principal razón por la que alguien dedica su tiempo a leer ficción es para disfrutar. A mí me gustan las novelas que cuentan historias, los libros en los que pasan cosas, los que me emocionan y al terminar de leerlos me falta tiempo para recomendarlos. No puedo sino intentar transmitir a mis lectores el mismo entusiasmo».

¿Define este párrafo lo que para ti significa un buen libro o literatura?

Andrés P.- Esas palabras son de una entrevista que me hicieron una vez donde conté mi visión de los libros, los libros que a mí me gustan. Me gustó la respuesta y desde entonces lo uso como mantra. Lo que le pido a un libro es que me emocione y me haga sentir cosas, que me enseñe, me haga reflexionar y que cuando lo hayas terminado, lo único que desees sea recomendarlo a las personas que tienes cerca. Esa es la emoción que yo quiero provocar en mis lectores o la que me gustaría provocar.

M.G.- Tu editora ha definido, y creo que certeramente, esta novela como una «una falsa novela policíaca»

A.P.- ¿Te gusta la definición?

M.G.- La verdad es que sí.


A.P.- Yo también estoy de acuerdo. Pero en realidad, La Clave Pinner, también era una falsa novela de espías, al igual que El factor Einstein o El silencio de tu nombre. Si te fijas, y te lo digo porque sé que la has leído y reseñado, La Clave Pinner tiene muchos paralelismos con esta novela. Sí que es una novela policíaca porque efectivamente hay una investigación policial y el protagonista es un inspector de homicidios, pero esto es un pretexto. A mí lo que me interesa de verdad es fotografiar el mundo, hacer una radiografía de todo lo que está pasando y me interesan todavía más los sentimientos, la historia personal del protagonista, Nico Gallardo, y del resto de los personajes. Así que lo de falsa novela policíaca me parece muy bien y creo que quien vaya a leer esta novela como una novela policíaca sin más, se va a quedar con la cáscara. Le gustará o espero que la disfrute pero también va a encontrar otras muchas cosas.


M.G.- De hecho se puede considerar incluso como una novela coral porque, aparte del inspector de homicidios y la investigación policial, vamos a conocer a una pareja, a Álvaro y a Belén, que constituyen otro hilo argumental que a ti te permite escarbar en otras cuestiones peculiares.

A.P.- Cada personaje cumple su papel en la trama. Al igual que la crisis y la especulación está reflejada en el personaje de Benito Ferreira, Álvaro y Belén representan todo lo contrario. Son aquellos que, a pesar de la crisis, pueden vivir muy bien y la crisis, más que perjudicarlos, les ha favorecido. Pero al final también se demuestra que todo es una cáscara, que todo acaba derrumbándose.

M.G.- El personaje principal es Nico Gallardo, un policía que vuelve a Sevilla después de haber estado siete años trabajando fuera. Siendo un inspector de policía, ¿lo veremos en próximas novelas?

A.P.- Ahora mismo estoy escribiendo una novela en la que recupero a Gordon Pinner, el protagonista de La Clave Pinner. Como sabes, estuve en San Petersburgo y en Moscú en noviembre para documentarme. Llevo unas doscientas y pico de páginas escritas pero si te digo la verdad, me ha gustado tanto el personaje de Nico que no descarto escribir una nueva aventura. No sé si la escribiré dejando de lado momentáneamente la de Gordon Pinner o si escribiré otra cosa de por medio que no tiene nada que ver. Ahora mismo te diría que sí porque, aunque el caso policíaco de la novela está cerrado, su vida personal sigue. 

M.G.- Es un personaje con múltiples matices.

A.P.- Sí, y es un tipo cuya mirada sobre algunas cosas es también mi mirada y me sirve para contar el mundo a mi manera.

M.G.- Yo te he reconocido en el personaje, especialmente en dos situaciones concretas. Una de ellas es en relación a la perspectiva que el personaje tiene sobre la ciudad. A Nico le gusta mucho Sevilla pero hay algo con lo que no comulga. En la novela lo dices de manera muy bonita. Nico no traga con ese «ombliguismo rancio». Esa es tu perspectiva.

A.P.- Sí totalmente, bueno la mía y la de mucha gente. Por lo menos de la mitad de la gente que vive en Sevilla. Eso fuera de Sevilla no se lo creen. Esa perspectiva también se aprecia en La Clave Pinner. Cuando la escribí, salió una reseña en El Cultural de Abc. El crítico decía que le gustaba que la novela no estuviera ambientada ni en Madrid ni en Barcelona, sino en Sevilla y además en una Sevilla totalmente alejada de los tópicos. Con Los dioses cansados pasa lo mismo, está alejada de localismos como el lenguaje.

M.G.- A mí me gusta la visión crítica de la ciudad. Nico Gallardo ha llegado a Sevilla después de siete años y la nota distinta, la analiza y la critíca, se mantiene en un plano neutral.

A.P.- Sí, porque me parece más lógico y más real. Creo que es la visión que tiene que tener alguien que viene de fuera y que no se deja embaucar, que es inteligente, que tiene su propio criterio y que además no participa de las fiestas autóctonas. Con eso no quiero decir que lo deteste, por supuesto que no, simplemente que no comulga con ello aunque lo respeta. 

Nico es muy contradictorio porque, a pesar de pensar como lo hace, ama profundamente la ciudad en la que ha nacido. 

M.G.- Y Nico no solo va a investigar un caso que forma parte del grueso de la novela sino que, además va a aportar al argumento de la novela una fuerte carga personal. Regresa a Sevilla porque tiene aquí una hija con la que ha mantenido las distancias durante mucho tiempo y siente que ha perdido esa conexión. Luego por otro lado tiene un problema dentro de su entorno laboral que le provoca más de un quebradero.

A.P.- Una hija que no sabe si es hija suya. Tan importante es la peripecia detectivesca como la peripecia interior de los personajes. Pero no solo ocurre esto con Nico Gallardo, sino con los demás también, con Benito Ferreira, con Belén, con la madre de la comisaria, la propia comisaria. Todos tienen ahí una historia subterránea que va conformando su vida y de la que solo se ve la punta del iceberg, solo se ve un reflejo. Me gusta mucho trabajar los personajes, su introspección.

M.G.- En el plano masculino hay un personaje que a mí me tocó la fibra, un personaje que sé que ha gustado a muchos lectores, me refiero a Benito Ferreira. Me ha conmovido mucho este personaje porque tiene un hijo con Síndrome de Down. Mi hermana pequeña tiene SD también y me he visto muy reflejada en las preocupaciones del personaje. 

A.P.- Benito Ferreira es uno de los personajes más carismáticos de la novela y al que los lectores le van a tomar más cariño. Me suele pasar con los secundarios. Los personajes mientras más poliédricos sean más atractivos son para los lectores. 

Nico Gallardo es un tipo honrado, es buen policía pero también tiene un par de puntos en su pasado que acaban atormentándolo y a Benito Ferreira le ocurre lo mismo. Es ludópata, extorsionador, chantajista, es el hombre para todo de un tipo sin escrúpulos pero además es un padre de familia, es un buen hombre que quiere sacar a su familia adelante, tiene un hijo con Síndrome de Down y se preocupa por su futuro. Eso es lo que lo hace más atractivo porque los malos no son malos ni los buenos son buenos. En la escala de grises es donde más cómodo me siento.

M.G.- Las luces y sombras de toda persona. 

A.P.- Totalmente. Los personajes deben ser un reflejo de la vida porque de otro modo acaban siendo caricaturas y a mí eso no me convence.

Hay dos cosas que trabajo mucho cuando escribo una novela. Por un lado la estructura, que de saltos en el tiempo y no sea lineal, que sorprenda al lector de alguna manera y me divierta a mí también. Por otro lado, trabajo mucho la caracterización de los personajes. Dedico mucho tiempo a pensar de dónde vienen esos personajes, cosas que ni siquiera salen en la novela pero necesito empatizar con ellos, tengo que entender por qué se comporta como se comporta Moreno Robles, la madre de la comisaria, Benito Ferrerira. Tengo que entenderlos a todos y tengo que ser todos en un momento dado. Eso es muy enriquecedor. Y es lo que has dicho antes, es una novela coral y eso también creo que lo hace más atractivo. Lo lógico hubiera sido contar la historia en primera persona pero de esta forma, más complicada, es mucho más atractivo para mí y para el lector también, o así lo creo, porque tiene una visión más completa de la historia. 

M.G.- Las mujeres también tienen lo suyo. A mí me ha impactado mucho la madre de la comisaria, muy fuerte, que maneja muy bien los hilos. 

A.P.- Yo tengo mucha admiración por las mujeres de la generación de mi madre. Ahí hay que inventarse poco. Basta con ver cómo se han movido siempre y cómo han hecho frente a las cosas y como lo siguen haciendo al cabo de los años a pesar de hacerse mayores. A mí ese tipo de personajes me gusta mucho porque creo que son muy reales. 

En El silencio de tu nombre había un personaje que le gustaba mucho a los lectores, Mercedes Corrientes, y también corresponde a este tipo de mujer. 

Fíjate que tanto la comisaria, como la madre de la comisaria, como Belén, o la mujer de Estaban Torres o la de Benito Ferreira son muy potentes. 

M.G.- Tienen una personalidad muy fuerte. 

A.P.- Y son muy dignas también. 

M.G.- Sí que lo son. 

Y en esta novela escarbas también en los secretos familiares, algo que da mucho juego en la literatura. Todas las familias suelen tener algún episodio espinoso.

A.P.- Pues sí. El pasado de una familia siempre está ahí y tiene sus misterios. Antes me preguntaste si voy a seguir escribiendo sobre Gallardo, pues fíjate lo poco que se sabe de su familia, no sabemos si tiene padre, madre, hermanos,... Cuánto jugo puedo sacar de su pasado. Para un escritor es muy interesante jugar a poner a los personajes sobre un tablero, escarbar en su pasado o ponerlos en situaciones complicadas. Te sientes como el director de una orquesta. 

M.G.- La burbuja inmobiliaria es otra cuestión que tocas. 


A.P.- En la novela se conjuga el pasado y el presente. Dentro de ese pasado más inmediato está la crisis. Nico cuando llega a Sevilla y ve la Torre Pelli o las Setas de la Encarnación, sin ser un sevillano rancio ni estar apegado a las tradiciones, a él le produce mucha perplejidad todo eso. 

M.G.- Perplejidad que hace patente cuando describe la zona en la que reside. Nico vive a las afueras de Sevilla, en una de esas urbanizaciones que se construyeron como núcleos residenciales, con mucha vida, cuando realmente son zonas fantasmas. Las casas están vacías. 

A.P.- Claro, como también le ocurre a Moreno Robles con su constructora. Hay muchas zonas muertas que, si no llega a ser por la crisis, serían hervideros. 

M.G.- ¿Y qué me dices del peso de la culpa? Belén tiene un cargo de conciencia espantoso que no sabe cómo va a gestionar. 

A.P.- Sí, la culpa es un elemento que suele asomar en mis novelas y en este caso no solo afecta a Belén sino también a Nico Gallardo que se siente culpable por no querer a su hija lo que debería porque no sabe si es su hija o no, o la culpa de la madre de la comisaria que también tiene su parte. Todos tienen su cuota de culpa y siempre tiene que ver con el pasado. 

M.G.- Con Belén y Álvaro me ha pasado algo muy curioso. Al principio lo  vemos como una pareja ideal, a la que todo le va fenomenal hasta que ocurre algo, un rayo que cae y quiebra la relación sin marcha atrás. Me acordé en esos momentos de la teoría del caos.

A.P.- En una novela, el azar está bien como motor de arranque pero lo que no debe ser nunca es la pieza que cierre la novela. Cerrar una novela gracias a un hecho azaroso es demasiado fácil. 

Mira te voy a contar algo que no he dicho en ninguna entrevista. A mí lo que me ha inspirado la historia de Belén y Álvaro es la película Muerte de un ciclista

M.G.- No la he visto. 

A.P.- Pues es una película maravillosa, del año 50 más o menos, dirigida por Juan Antonio Bardem, con Alberto Closas y Lucía Bosé. Es una pareja que tiene una relación clandestina y viniendo de cenar se cruzan con un ciclista, lo atropellan y lo matan. Eso va resquebrajando la relación entre ellos y además te va contando cómo es la sociedad de la época. 

M.G.- Pues la veré, la veré. Oye y algo que me provoca mucha curiosidad. Para esta novela te has tenido que documentar mucho sobre la actividad policíaca y cómo funciona una jefatura. Esto, ¿cómo se hace? ¿Llega uno a la comisaría y dice que es escritor y le abren las puertas? 

A.P.- No, no es tan sencillo. Mira esta vez me he ahorrado el viaje para documentarme pero no por ello ha sido más fácil. Cuando tú escribes una novela así, en la que el protagonista es un inspector de policía, hay una investigación policial, y bastantes escenas transcurren dentro de las dependencias policiales, corres el riesgo de dejarte llevar por las películas americanas, por los efectivos de género que a mí no me gustan. Yo no quería eso. Yo quería ver cómo trabajan los policías, saber cómo es su día a día, saber qué hay que hacer cuando se descubre un cadáver, si un inspector que ha venido de fuera puede tener su propio despacho o si se le puede dar un caso para que se aclimate o si puede actuar por su propia cuenta,... Cosas así y para todo ello hablé con un amigo mío, al que está dedicada la novela, Miguel Sánchez Sobrino, inspector de policía ya retirado, además de periodista. Un día fui con él a la Jefatura Superior de Andalucía Occidental, aquí en Sevilla, en Blas Infante, que es donde trabajan los de homicidios, algo que yo no sabía. Antes de empezar a escribir la novela, pensaba que la investigación de un asesinato o un suicidio se podía llevar desde una comisaría cualquiera, una de barrio y no es así. Pues allí conocí a otros policías que aparecen en las páginas de agradecimiento.

M.G.- ¿Pero son receptivos a la hora de hablar de su trabajo?

A.P.- No, no, es muy complicado porque ni siquiera suelen ser receptivos entre ellos mismos porque la investigación policial requiere eso. Recuerdo haber estado en las dependencias del Grupo de Homicidios, viendo cómo trabajan y ellos andar con muchas reservas, algo lógico y normal. Es su trabajo, es algo muy serio pero yo le agradezco muchísimo toda la ayuda que me han prestado que ha sido mucha. 

En cualquier caso me dieron total libertad para escribir lo que quisiera. Con esto te quiero decir que me comentaron que había unos sesenta o setenta mil policías en España y que es lógico que no todos sean buenos pero lo que sí me pidieron fue que fuera justos con ellos. 

Tengo que decir que es verdad que el trabajo de un policía es mucho más complicado y delicado de lo que la gente cree. A pesar de ello, pienso que es un cuerpo que está muy valorado por los ciudadanos. En contra de lo que la gente pueda pensar, la mayoría de los policías que yo conozco ni ha participado en una persecución en su vida ni ha sacado la pistola y usarla ni te digo. 

M.G.- A mí me da la sensación que en la novela tratas la profesión con mucho cariño. Me parece una especie de homenaje y reflejas muy bien el ambiente de la jefatura porque incluso te fijas en detalles tan curiosos como que los policías que están pidiendo el DNI en la entrada son los que están próximos a jubilarse. 

A.P.- Claro porque todo eso lo he visto. Es que he pasado muchas horas en la jefatura. Y luego el manuscrito de la novela lo ha leído algún que otro amigo policía porque necesitaba de alguna manera el beneplácito de ellos, primero porque es un tema muy delicado y luego porque siento un gran respeto por ellos y sobre todo agradecimiento. 

Se hace necesario atar todos los cabos porque el lector está tan informado como tú, es muy avezado y te puede rebatir lo que cuentas. Además sabía que la iban a leer policías y quería que todo fuera coherente.

M.G.- Antes has mencionado las líneas temporales, los saltos en el tiempo. En esta novela también hay saltos pero lo haces de una manera muy difuminada. El lector tiene que estar atento. 

A.P.- Me gusta hacerlo así porque no soy el tipo de escritor que cuando cambia el tiempo en su novela de un capítulo a otro lo anuncia. A mí todos esos recursos me parecen muy facilones. Mira, hoy me escribió una lectora y me ha dicho una cosa muy bonita, que esta novela es muy parecida a todas las demás mías pero al mismo tiempo es muy diferente. Y eso es lo que yo pretendo que todas sean diferentes. Obviamente en tus novelas siempre hay cosas de ti y con todos tus protagonistas compartes rasgos comunes. Mis protagonistas están todos adecuadamente atormentados pero yo no soy Nico Gallardo aunque su manera de ver el mundo es la mía y no solo sobre la actualidad o sobre Sevilla sino sobre la vida también.

M.G.- Sí, porque a Gallardo no le gusta estar pendiente del móvil y a ti tampoco.

A.P.- Exacto, a mí tampoco como bien sabes pero Gallardo es un buen tío, un tío honesto  que al final acaba rebelándose contra lo que no es justo y a mí me pasa igual. Me considero buena persona aunque esté mal decirlo.

M.G.- Y en cuanto a la voz narrativa Andrés, la novela está prácticamente escrita en tercera persona pero también juegas con la voz hacia al final. Aparece como un voz de la conciencia o un monólogo interior.

A.P.- Con esa voz he intentado romper la pauta. Te digo lo de antes, tienes que intentar sorprender, hacer cosas diferentes y arriesgarte porque la literatura tiene mucho de riesgo. Lo más fácil para mí hubiera sido escribir la segunda parte de La Clave Pinner hace doce años o hace seis años escribir la segunda parte de El violinista... Pero yo me empeño en hacer cosas diferentes porque me resulta más estimulante. Si me metí en este oficio hace tantos años es porque realmente me gusta escribir y lo único que me motiva es hacerlo bien. Si vuelvo a escribir una novela es porque quiero hacerlo mejor y siempre diferente. Con esto no te digo que Los dioses cansados no se pueda escribir mejor, lo mismo sí, pero yo no soy capaz de escribir esta novela mejor lo que lo he hecho. Estoy muy satisfecho con esta novela y muy orgulloso también. Sé que no le va a gustar a todo el mundo pero eso lo tengo ya asumido.

lunes, 16 de mayo de 2016

LOS DIOSES CANSADOS de Andrés Pérez Domínguez.

Portada 

Editorial: Alianza.
Fecha publicación: mayo, 2016.
Nº Páginas: 488.
Precio: 18,00 €
Género: NovelaRelato. 
Edición: Tapa blanda con solapas.
ISBN: 978-84-9104-357-7
 [Disponible en ePub]

Autor

Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969) tiene una dilatada carrera como escritor, reconocida con numerosos premios, entre los que destacan el Ateneo de Sevilla y el Luis Berenguer de novela o el Max Aub de cuentos. Es autor de las novelas El silencio de tu nombre (2012), El violinista de Mauthausen (2009), El síndrome de Mowgli (2008), El factor Einstein (2008) y La Clave Pinner (2004); las novelas cortas Los perros siempre ladran al anochecer (2015), Los mejores años (2002) y Duarte (2002); las colecciones de cuentos El centro de la Tierra (2009) y Estado provisional (2001); y el relato Ojos Tristes (2001). También ha sido colaborador de varios medios de comunicación, como El Correo de Andalucía, Onda Cero y Punto Radio.

Sinopsis

Cuando el inspector Nicolás Gallardo regresa a Sevilla después de pasar siete años fuera y le recomiendan hacerse cargo del caso de Leopoldo Barrena, poco puede imaginar que tras el suicidio del político retirado, en apariencia rutinario, se esconde una turbia trama de abusos, chantajes y angustia.

Un accidente inesperado tuerce los planes de un sencillo robo. Desde ese momento, las tinieblas del pasado, como heridas no restañadas, emergen de manera imparable, llevándose por delane a quienes pretenden ocultar la verdad o, peor aún, medrar a su costa. Paso a paso, mientras intenta sobrevivir a su propia biografía personal, el inspector Gallardo tratará de dar sentido a la violencia que le rodea. El resultado de su investigación ofrece un panorama desolador, que algunos creían haber olvidado: un misterioso orfanato, la vida rota de una joven y la tragedia de unos niños infelices...

Los dioses cansados es una novela coral, poblada de personajes profundamente humanos que conocemos a través de su cotidiana intimidad y narrada con una sensibilidad descarnada. En sus páginas escuchamos, entre la indiferencia culpable de los verdugos, el desesperado gritos de sus víctimas que, incapaces de perdonarse a sí mismas por pecados que nunca cometieron, más que venganza claman silencio.


[Biografía y sinopsis tomadas del ejemplar]


************************************


Cada lector tiene una concepción distinta de lo que considera una buena novela. A mí me gustan las historias que me hacen pensar, reflexionar, recordar, elucubrar,... y especialmente aquellas que me emocionan, me hacen vibrar o sentir un amplio abanico de sensaciones. El autor Andrés Pérez Domínguez lo define muy bien en las páginas iniciales de su novela.

«Estoy convencido de que la principal razón por la que alguien dedica su tiempo a leer ficción es para disfrutar. A mí me gustan las novelas que cuentan historias, los libros en los que pasan cosas, los que me emocionan y al terminar de leerlos me falta tiempo para recomendarlos. No puedo sino intentar transmitir a mis lectores el mismo entusiasmo».

Con estas mismas palabras, con las que ya inició su novela breve anterior, Los perros siempre ladran al anochecer (reseñada aquí), se abre su nuevo trabajo, Los dioses cansados, una novela que, en palabras de su editora Valeria Ciompi se puede catalogar como «una falsa novela policiaca». No son las etiquetas lo que preocupa a este autor sevillano, sino las emociones que su narrativa pueda despertar en el lector. No obstante, no puedo estar más de acuerdo con la definición empleada pues, si bien es cierto que Los dioses cansados tiene como sustento una investigación policial, su entramado se derrama por otros muchos vericuetos tan o más interesantes que la trama policiaca.

La novela, que se estructura en siete partes de la que daré detalles más adelante, se abre con unas páginas introductorias que narran un accidente de automóvil. En el mismo estarán implicados Álvaro y Belén, una pareja muy bien allegada, y una tercera persona, cuya identidad es mejor dejar en el aire. Esta será la presentación de un argumento que tendrá como principal protagonista a Nicolás Gallardo, un inspector de policía que regresa a Sevilla, su ciudad natal, para ponerse al frente del Grupo de Homicidios después de haber ejercido su profesión en otras ciudades durante siete años.

Gallardo no aterriza con buen pie. Flota sobre su pasado una cuestión turbia de la que inicialmente tendremos pocos datos, aunque con el apoyo de su amiga y jefa Eugenia Plaza, comisaria de la Brigada de Policía Judicial, irá poco a poco aclimatándose. Su primer caso será investigar el supuesto suicidio de Leopoldo Barrena, un político con intenciones de ejercer como candidato en las próximas elecciones. 

En paralelo a lo anterior, el autor desarrolla otro hilo argumental que buceará en otras cuestiones como la moralidad o la culpa. Sus protagonistas principales serán los que vimos en las páginas introductorias, Álvaro y Belén, cuya idílica relación se parte en dos como si el accidente de coche hubiera sido un rayo que cae sobre un árbol, fulminándolo al momento. En las relaciones de pareja hay obstáculos insalvables que nada tienen que ver con las infidelidades. Álvaro y Belén son exponentes de esa lucha que a veces emprende el hombre para distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Pero no serán los únicos personajes que se sientan culpables.

Entre medio de todo esto, unos papeles, un diario, unas fotografías y un chantaje que nos harán retroceder al pasado para ahondar en un secreto familiar, un auténtico seísmo en la vida de los personajes de la novela. Pero si los secretos familiares son muy importantes en la trama, la temática abarcará otros muchos asuntos. Cuestiones como la burbuja inmobiliaria o la especulación urbanística supondrán el reflejo social de los tiempos que vivimos. Negocios fallidos, viviendas que no se venden, deudas bancarias, embargos judiciales pondrán a los personajes en situaciones extremas. La crisis planeará por cada una de las casi quinientas páginas que componen la novela y afectará a muchos de sus personajes, de ahí que se comporten como lo hacen. Y del pasado volverá un asunto delicado que ha ocupado los titulares de los periódicos en más de una ocasión. Y por supuesto, tal y como dije antes, la culpa, esa mancha oscura que se va extendiendo en nuestro interior. ¿Cuántos personajes de la novela se sentirán culpables? Más de los que creeremos en un principio. 


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