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miércoles, 29 de septiembre de 2021

INTEMPERIE (DRAMA - 2019)

Año: 2019

Nacionalidad: España

Director: Benito Zambrano

Reparto: Luis Tosar, Luis Callejo, Jaime López, Vicente Romero, Manolo Caro, Kandido Uranga, Mona Martínez, Miguel Flor De Lima, Yoima Valdés, María Alfonsa Rosso, Adriano Carvalho, Juanan Lumbreras, Carlos Cabra

Género: Drama

Sinopsis: Un niño que ha escapado de su pueblo escucha los gritos de los hombres que le buscan. Lo que queda ante él es una llanura infinita y árida que deberá atravesar si quiere alejarse definitivamente del infierno del que huye. Ante el acecho de sus perseguidores al servicio del capataz del pueblo, sus pasos se cruzarán con los de un pastor que le ofrece protección y, a partir de ese momento, ya nada será igual para ninguno de los dos.

[Fuente: Filmaffinity]


Os hablaba la semana pasada de la última novela de Jesús Carrasco, Llévame a casa (puedes leer la reseña aquí), que tantísimo me ha gustado. El nombre del autor extremeño consiguió hacerse un hueco en el mundo literario gracias a su primera novela, Intemperie (Seix Barral, 2013). Mucho se ha hablado de aquella obra, de su trama, de la hostilidad de su contexto, del mensaje. La crítica la alabó y eso hizo que el mundo del cine pusiera sus ojos en aquella historia. Fue Benito Zambrano, cineasta de Lebrija (Sevilla), del que admiro tanto obras como Solas o La voz dormida (por cierto que me entero ahora que está preparando la adaptación de la novela de Cristina Campos, Pan de limón con semillas de amapola), el que dio un paso al frente para llevar Intemperie a la gran pantalla. Y lo hizo con dos grandes: Luis Callejo y Luis Tosar.

La película se estrenó en 2019. He tardado tres años en sentarme a vela. ¿Por qué? Creo que todo se debe a las opiniones que fui leyendo sobre la novela. Temí que fuera un largometraje que me dejara noqueada. Sin embargo, tras comprobar que la prosa de Carrasco me sentó tan bien, y teniendo en cuenta que adoro a Benito Zambrano y que me encanta todo lo que hace Luis Tosar, por fin me he sentado a ver Intemperie. El resultado ha sido mejor de lo que esperaba, pero tampoco me ha dejado una huella indeleble, de esas que perduran con el paso de los años. Os cuento con detalle.

Intemperie narra la historia de un niño de once años (Jaime López), del que jamás sabremos su nombre. Hijo de una familia muy pobre, el niño ha estado al servicio del capataz (Luis Callejo) de un cortijo cercano. Gracias a eso, la familia del pequeño ha podido tirar para delante. Sin embargo, y mientras el capataz supervisa las labores en el campo, el niño consigue huir. Llena su morral de comida y roba de la casa una brújula, un cuchillo y un reloj de oro. Cuando la huida y el robo llegan a oídos del capataz se inicia una búsqueda incesante. Todos los hombres del cortijo rastrean un territorio caracterizado por la sequedad de la tierra y el fuego de un sol que cae a justicia. El niño pretende llegar a la ciudad para empezar una nueva vida, alejada de la tiranía del capataz, pero el cerco sobre él se cierra cada vez más, hasta encontrar a un cabrero (Luis Tosar) que tratará de ayudarle en su huida. 

A grandes rasgos, este sería el argumento de la película. Desconozco por qué derroteros transita la trama de la novela pero, lo que nos narra este largometraje es esa huida del niño a través de un terreno hostil e inhóspito. Desde primer momento, el espectador no sabrá por qué el niño quiere huir del cortijo. Desconocemos si lo someten a un duro trabajo, si sufre golpes y maltrato, si añora tanto a su familia que no quiere estar lejos de sus padres y sus hermanos. El motivo de la huida es como una niebla densa que flota a lo largo de todo el metraje hasta que, muy cercano el final de este filme, una pregunta estallará en el aire, que tendrá como única respuesta un profundo silencio. No será necesario pronunciar ni una sola palabra. Ese silencio y algún gesto ocasional del capataz será más que suficiente para entender el porqué de esta huida.

¿Qué destaca la película?

Transcurriendo siete años después del final de la guerra civil, la película pone en evidencia la pobreza de un país sumido en la miseria, especialmente en un entorno rural, en el que el hambre es un miembro más de las familias. Intemperie es el reflejo de la durísima vida en el campo, cuando la práctica totalidad del trabajo se lleva a cabo precisamente así, a la intemperie, es decir, a cielo descubierto. Sin techo sobre la cabeza, trabajan los jornaleros y también el Moro (Luis Tosar), que con sus ovejas va de aquí para allá, en busca de agua y pastos para sus animales, en absoluta soledad.

Intemperie también cuenta cómo viven las familias más pobres, los desheredados de la tierra, hacinados en cuevas, sin nada que llevarse a la boca. Son familias que se ven obligadas a aceptar vaya usted a saber qué cuando un capataz, erguido en su caballo, señala con el dedo a uno de tus hijos para llevárselo al cortijo. Cierra los ojos porque la oportunidad que te brinda la vida no la puedes rechazar. Eres un afortunado. Que lo sepas. 

Pero Intemperie es sobre todo un relato de amistad y lealtad. La relación que se forja entre un hombre y un niño es la base de toda esta historia. Aunque en los primeros contactos, el niño se muestra reticente y desconfiado -no hay que olvidar que huye de un hombre adulto-, entenderá que el Moro es un hombre justo, cabal y honrado, que solo quiere ayudarlo desinteresadamente. Poco tiempo pasarán juntos, pero las pocas horas en medio de un secarral, sin nadie alrededor, unen mucho. El Moro le contará algunas cosas de su vida. El niño mantendrá silencio la mayor parte del tiempo.

Personajes

Tres son los personajes protagonistas de esta película. El capataz es un hombre exigente y despiadado. Trata con severidad a sus empleados y muestra su poder ante hombres, mujeres y niños, sin importarle absolutamente nada. Se pasea por las tierras causando temor a los más desvalidos. No obstante, a pesar de su carácter cruel, posee un lado religioso. ¿Acaso no siempre fue así? El trabajo en el campo es duro. No solo por las labores de labranza y recogida de la cosecha, no solo por el sol a sol, por tener que sufrir las inclemencias del tiempo, sino también por estar bajo el yugo de los terratenientes, o bajo el poder de la mano derecha de estos, esos escalafones intermedios a los que no les importa tratar con dureza a los jornaleros si con eso satisfacen a sus señores. El látigo en el campo. El rezo en la iglesia.

¿Quién interpreta a este personaje? Al capataz le da vida Luis Callejo. Me pasa con este actor lo que me pasaba hace muchos años con Antonio de la Torre. Lo veo hacer muy buenos papeles, de todo tipo porque, lo mejor que tiene es que no se encasilla, y parece como si los espectadores no lo hubiéramos tenido muy en cuenta. Hasta ahora. En esta ocasión, se mete en la piel de un hombre tan perverso como este capataz que anda loco buscando a un niño, al que quiere recuperar sin un solo rasguño. ¿Qué esconde este hombre tan adusto? 

El Moro es un hombre que está de vuelta de todo. Desencantado por la vida, ha dejado de creer en el hombre. Curtido en las guerras de Marruecos y en la guerra civil española, el Moro prefiere la soledad. Más vale solo que mal acompañado. Está cansado de ver cómo el hombre lucha contra el hombre, cómo se la da tan poco valor a la vida y se respeta tan poco a la muerte. El Moro ha ido cosechando valores con los años, costumbres que transmitirá al niño, como un legado que le deja en herencia.

Interpretado por Luis Tosar, bajo mi punto de vista no es el mejor trabajo de su carrera. No me cabe la menor duda de su capacidad interpretativa pero su papel como pastor solitario no me ha impactado como sí ha ocurrido con otras películas. En cualquier caso, estoy abonada a este actor que sabe elegir tan bien sus papeles, por eso veré todo aquello a lo que preste su talento. 

El niño conoce desde pequeño lo dura que puede resultar la vida. La suerte se cruzó en su camino y apareció ante él la figura del capataz. ¿Suerte? Eso dicen. Sin embargo, el pequeño pergeña un plan de huida. Quiere alejarse de ese hombre y caerá en las manos de otro, pero tan distinto a aquel. El niño aprenderá que no todos los hombres son iguales. Que los hay crueles y malvados, pero también otros que están dispuestos a dar la vida por otro ser humano. El niño ve en el Moro ese padre que nunca ha tenido, al que se abraza cuando el dolor de su alma le escuece, un adulto que lo protege y que no lo ha echado a las manos del demonio.  

Tengo que destacar el trabajo de Jaime López. En 2015 formó parte del reparto de Techo y comida (Juan Miguel del Castillo), junto a Natalia de Molina. En la reseña de aquella película, que puedes leer aquí, no hice mención alguna a su papel, pero en esta ocasión, me ha encantando. La expresión de su rostro es un muestrario de emociones, desde el miedo, la desconfianza, el dolor, el abatimiento, el cansancio, la curiosidad,... Hay una escena final en la que el niño lo borda, tan creíble, tan entregado. 

Y otros personajes acompañarán a estos tres protagonistas. El Triana, otro hombre de confianza del capataz, está interpretado por un estupendo Vicente Romero. Manolo Caro hace de tullido, con una caracterización fantástica. Y especialmente desaprovechada está la figura de María Alfonsa Rosso.

Escenarios

Los hechos de Intemperie ocurren en un lugar al que apenas se presta atención. Se habla de una ciudad, sin que se precise cuál es. Lo que se presenta ante nuestros ojos es una zona casi desértica, en la que la tierra y el pasto tienen el mismo color. Esas tonalidades más el calor asfixiante que padecen los personajes bien podrían hacer pensar en los desiertos de Almería. Pero hay un detalle en la película que va a terminar por ubicar al espectador. Eso sí, tienes que ser rápido. El trayecto de un autobús de línea sitúa la acción en Granada. Y efectivamente es en la provincia andaluza donde se rueda esta película. Localidades como Orce o Galera serán el contexto espacial de la historia.

¿Me ha gustado esta película?

Me ha gustado el mensaje y los valores que transmite, el énfasis en la amistad sincera. Los escenarios son fundamentales en esta historia llena de aridez, tan necesarios para mostrar la dureza en la que viven sus personajes. Sin embargo, en lo que a mí respecta, el argumento me ha parecido algo difuminadoMe falta algún tipo de introducción en esta historia, unas breves pinceladas que me pongan en situación. ¿Cómo llegó el niño a vivir bajo el supuesto amparo del capataz? ¿Mejoró algo la vida de su familia una vez que el niño cambió la cueva en la que vivía por el cortijo?  Son cuestiones que quedan muy en el aire. Por otra parte, quizá hubiera estado bien ahondar un poco más, y no de manera tan sutil, en los motivos por los que el niño huye. Las evidencias no confunden al espectador que entenderá definitivamente qué le ocurre al pequeño pero, sin ser demasiado explícito, se podría haber mostrado alguna escena que retrate esa circunstancia.

Sin embargo, la película cuenta con otro punto a favor. La banda sonora me ha parecido espectacular. De entrada, oiremos a Silvia Pérez Cruz cantar Intemperie, melodía escrita por Javier Rubial, y con la ganó el Goya a la Mejor Canción Original en 2019. Y no me extraña porque es una belleza y la letra dibuja muy bien la historia del niño.





Allí donde miran los ojos del agua,
un duelo de fuego señala mi mancha.
Campanas de duelo a golpes de fragua,
no tiene consuelo mi herida tan ancha.

Vienen por los cerros ladrando mi nombre,
me llaman los perros de la madrugada.
De un golpe certero me hicieron un hombre,
con temple de acero y lengua de espada.

La luna estaba en la cumbre
cuando se puso de parto
y tuvo un niño de lumbre
sobre cunita de esparto.

Mancharon mi almohada, tumbaron mi nido,
mi alma arrasada, mi rumbo perdido,
que el cielo se asombre nadie lo esperaba,
la mano del hombre con el hombre acaba.

Que la gloria reine sobre este chiquillo,
quien me trae un peine para este flequillo,
y para su boca dame miel de caña,
que no pruebe el vino del odio y la saña.


En definitiva, y como dije al principio, Intemperie me ha gustado más de lo que esperaba. Posee un ritmo lento pero es que el calor aploma los cuerpos. Es esta una historia de la que muchos hablan de western español. Yo prefiero ver en ella el retrato de una España rural polvorienta, recalentada, triste, cruel y hambrienta.





Tráiler:                                                                                              Puedes adquirirla aquí:

 



viernes, 24 de septiembre de 2021

LLÉVAME A CASA de Jesús Carrasco

Editorial: Seix Barral
Fecha publicación: febrero, 2021
Precio: 19,90 €
Género: narrativa
Nº Páginas: 320
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 9788432237737 
[Disponible en eBook y Audiolibro;
puedes empezar a leer aquí]

Autor

Jesús Carrasco nació en Olivenza (Badajoz) en 1972. Su primera novela, Intemperie (Seix Barral, 2013), lo ha consagrado como uno de los debuts más deslumbrantes del panorama literario internacional, y ha sido galardonada con el Premio Libro del Año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, el Premio de Cultura, Arte y Literatura de la Fundación de Estudios Rurales, el English PEN Award y el Prix Ulysse a la Mejor Primera Novela. Ha quedado finalista del Premio de Literatura Europea en Holanda, del Prix Méditerranée Étranger en Francia. Elegida como Libro del Año por El País en 2013 y seleccionada por The Independent como una de las mejores novelas traducidas de 2014 en Reino Unido, Intemperie ha sido publicada en veintiocho lenguas y ha sido adaptada al cine por Benito Zambrano. Su segunda novela, La tierra que pisamos (Seix Barral, 2016), ha sido galardonada con el Premio de Literatura de la Unión Europea.

Sinopsis

Juan ha conseguido independizarse lejos de su país cuando se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal debido a la muerte de su padre. Su intención, tras el entierro, es retomar su vida en Edimburgo cuanto antes, pero su hermana le da una noticia que cambia sus planes para siempre. Así, sin proponérselo, se verá en el mismo lugar del que decidió escapar, al cuidado de una madre a la que apenas conoce y con la que siente que solo tiene una cosa en común: el viejo Renault 4 de la familia.

«De todas las responsabilidades que asume el ser humano, la de tener hijos es, probablemente, la mayor y más decisiva. Darle a alguien la vida y hacer que esta prospere es algo que involucra al ser humano en su totalidad. En cambio, rara vez se habla de la responsabilidad de ser hijos. Llévame a casa trata de esa responsabilidad y de las consecuencias de asumirla», Jesús Carrasco.

Esta es una novela familiar que refleja de forma brillante el conflicto de dos generaciones, la que luchó por salir adelante para transmitir un legado y la de sus hijos, que necesitan alejarse en busca de su propio lugar en el mundo. En esta emotiva historia de aprendizaje, Jesús Carrasco traza una vez más personajes formidables sometidos a decisiones fundamentales cuando la vida los pone contra las cuerdas.

[Información tomada directamente de la web de la editorial]



Llévame a casa es una de las novelas más bonitas que he leído este verano. Además, ha supuesto mi estreno con Jesús Carrasco, autor al que le tenía muchas ganas. Intemperie lleva un tiempo esperando turno entre esas lecturas pendientes, pero no me arrepiento de haberme estrenado con el autor a través de la lectura de su última novela. Llévame a casa me ha enamorado. Me ha mostrado una historia que, en cierto modo, conozco bien. Por eso creo que, efectivamente, ha sido como si Carrasco me llevara a casa. A mi casa.

¿No os pasa a veces que empezáis una lectura, en cualquier momento, en cualquier lugar, y nada más leer las primeras líneas sentís que vas a disfrutar mucho de la historia que tienes entre las manos? A mí me pasa. Me pasó con Llévame a casa. La abrí justo antes del almuerzo de un día de verano, rodeada de familia que bullía. Leí unas cuantas líneas, me dejó pensando, y opté por cerrar el libro, para volverlo a abrir cuando todo el mundo, tras el almuerzo, desapareciera a descansar.

Llévame a casa está protagonizada por Juan Álvarez, jardinero de profesión y afincado en Edimburgo desde hace cuatro años, donde trabaja en el Real Jardín Botánico de Escocia. Juan llevaba tiempo recibiendo mensajes de su hermana Isabel. Ella le enviaba avisos sobre la salud del padre, sobre su deterioro, pero Juan no los consideró nunca nada grave. Continuó con su vida en la ciudad escocesa, con sus plantas y sus flores, hasta que el regreso a los orígenes se hace inevitable. El padre fallece el 2 de agosto de 2010. Veintinueve horas más tarde, Juan llega al pueblo.


«El suelo de terrazo del recibidor le lleva de vuelta a su origen. Viene de un apartamento, el de Edimburgo, en el que hasta la cocina tiene moqueta. Un suelo silencioso, mullido y cálido, no particularmente higiénico, pero que reacciona químicamente en la cabeza de Juan ahora que tiene delante las losas que ha pisado desde que era niño». [pág. 17]


Lo que allí se encuentra no es más que tristeza, nostalgia, y rencor. Con la muerte del padre, su madre se queda sola. Este es un hecho en el que él ni siquiera se había parado a pensar porque al frente de la intendencia del hogar familiar siempre ha estado su hermana Isabel. Así ha sido hasta ahora pero las cosas cambiarán mucho. Juan, que ya lleva el billete de vuelta en el bolsillo y solo piensa quedarse en el pueblo unos siete días, el tiempo necesario que marca el protocolo, verá cómo su deseado regreso a Edimburgo se difumina tras una conversación con su hermana. Isabel no está dispuesta a que las cosas continúen como hasta ahora. Ella también tiene vida, sueños y familia. Es hora de que Juan se ponga al frente de una batalla que le atañe a los dos, que se haga cargo del cuidado de una madre que requiere cada vez más atención. Ante Juan se abre un abismo. No sabe cómo rebatir la propuesta que le hace su hermana, cómo librarse de las obligaciones que le caen encima. Pensará y manejará algunas opciones, tratará de organizarlo todo para que él pueda regresar a esa vida sencilla pero cómoda que le espera en Escocia. Sin embargo, hay demasiados cabos que no puede atar. ¿Qué hará Juan? ¿Asumirá su responsabilidad? 

¿Qué me ha gustado de esta novela?

Todo. Llévame a casa contiene vida y realidad. Es un retrato del difícil trance que les toca a los hijos cuando tienen que hacerse cargo de unos padres cada vez más dependientes e incapaces. En tales circunstancias, siempre hay hijos que se implican más que otros. Es así. A Juan siempre le ha venido muy bien residir fuera de España para no tener que involucrarse en la atención a los padres. Para no tener que pringar que dicho así, suena descorazonador, pero es la absoluta verdad. Le vino también muy bien que Isabel diera el cayo y estuviera siempre ahí para todo lo necesario, aunque ella tuviera que estar constantemente cogiendo un avión para asomar por el pueblo. En Edimburgo, Juan se ha construido una vida libre de preocupaciones ajenas porque para él, ese hombre y esa mujer que hoy ya son mayores, suponen un lastre del que siempre ha querido huir. 

En esta novela, Carrasco narra ese cara a cara entre los hermanos, fija en el reloj la hora de la verdad, el día D para decir todo lo que se piensa y poner las cartas sobre la mesa. El autor esgrime las argumentaciones de Isabel con una maestría irreprochable pero, aunque me he sentido muy identificada con ella, tampoco puedo decir que no comprenda a Juan. ¿Quién quiere ver a sus padres languidecer? ¿Quién quiere encerrarse con la vejez cuando tu piel es aún joven? Sé que hay una especie de compromiso adquirido desde que nacemos que, por poco sentido moral que tengas, sabes que tienes que asumir. Hay quien ve en los hijos ese seguro de jubilación tan necesario en la vejez, pero es extremadamente complicado el papel de hijo-cuidador, de hijo con su propia vida, trabajo y familia que, ahora, también tiene que hacerse cargo de unas personas mayores que se vuelven niños, casi peor que niños, porque tu autoridad se cuestiona, porque no los puedes castigar, porque tus métodos son tan distintos a los de ellos, que no los quieren aceptar. Por eso, también puedo llegar a entender la pereza, la apatía, las ganas de escapar que tiene Juan, -yo también las sentí-, que haya «remado en aquella dirección porque únicamente alejándose de su origen, sentía, podía fundar su propia vida». 

Todo ese retrato en el que se conjugan la vida y la muerte, la juventud y la vejez, la obligación y el deseo queda dibujado en la novela con una nitidez meridiana. Pero Llévame a casa es también el retrato cálido, como las tardes de verano, de la vida en los pueblos. De mujeres sentadas al fresco del atardecer, de niños jugando en la plaza, de chimeneas de leña, de botellas de cristal reutilizadas para llenarlas de agua, de naftalina en los armarios, de colonia en envases de litro, de vestidos negros que cuelgan en los armarios para esos momentos que, lamentablemente, siempre van a llegar, de expurgos de lentejas, de viajes en 4 latas y sin cinturón de seguridad. Carrasco destapa una vieja caja de hojalata, que un día guardó galletas de mantequilla, en la que ha estado encerrado todo el costumbrismo de este país.

Y también es algo más que eso, es el camino que transita Juan hasta una reconciliación, primero consigo mismo, con su egoísmo, su distanciamiento, su ingratitud, lo que permitirá dulcificar la relación con su hermana, acercarse a la madre que, poco a poco, se va perdiendo, y añorar a un padre al que ya no puede abrazar.  Llévame a casa es regresar al lugar al que pertenecemos.  

No puedo puntualizar ningún aspecto que me haya defraudado en esta novela. Simplemente, no lo hay.

Personajes

Juan Álvarez. Bajo mi punto de vista, lo primero que define al personaje es el deseo de huir, escapar de una realidad que se le antoja incómoda. Es mucho más agradable vivir ajeno a una situación que solo conlleva decrepitud y agonía. Enfrentarse al deterioro de los padres no es plato de buen gusto. Aunque tu vida se limite a trabajar como jardinero en una ciudad gris y lluviosa, y no tengas poco más que algún escarceo rápido, todo eso resulta un oasis frente a la obligación de atender a unos padres que cada vez necesitan más ayuda y atención. 

Admito que hay veces que Juan me ha enervado. Lo he odiado. Lo he aborrecido. Me han entrado ganas de posicionarme junto a Isabel y escupirle a la cara lo que pienso de él. ¿Cómo se puede uno desentender de los padres? ¿Cómo no corresponder y devolver todo lo que te han dado? Pero Juan, en los inicios de esta novela, dice cosas como la siguiente:


«Si yo estoy tan lejos, señora, es porque no quiero estar aquí. Así de sencillo. He decidido renunciar a mis obligaciones como hijo. Ahora soy un apátrida en lo que a la familia se refiere». [pág. 52]


Pero si te abren los ojos, si te cantan las cuarentas, si te pegan un buen tirón de orejas, tienes que tener muy poquísima vergüenza para no reconocer la verdad. Juan quedará atrapado en un callejón sin salida. Tratará de abrir algún boquete por el que salir, pero lo que él no sabe es que, en realidad, la vida le está regalando un tiempo de descuento, la oportunidad de rectificar, de conocer realmente a sus padres y dejar de pensar que no eran más que «los hijos de la guerra y el hambre»

En la vida de Juan hubo disputas con su padre, malentendidos, frialdad, falta de gestos cariñosos pero lo que también hubo fue amor, aunque él no fuera capaz de verlo, aunque sus padres no fueran como esos de las películas americanas que se besan y se dicen «te quiero», aunque se limitaran a vivir para trabajar, sin comprender que hay otra vida más allá de aquella a la que han sido condenados. Juan, como todos los hijos, no es más que una víctima de esa maldición en la que todos caemos, víctima de la ceguera en nuestra juventud, de la ignorancia al pensar que ellos, los padres, estarán siempre ahí, que no saben nada de la vida, que se quedaron anclados en su tiempo. Para cuando queramos darnos cuenta de nuestro error, ya será tarde. Juan entenderá muchas cosas mientras está junto a la madre, será incluso capaz de juzgar el comportamiento de otros hijos con los que coincidirá.

Y luego está Isabel, la hija mayor, que vive en Barcelona con su familia. Durante la enfermedad del padre ha tenido que estar yendo y viniendo, y eso la ha quemado mucho. Hay mucho rencor y reproche en este personaje. ¿Cómo no iba a haberlo? Desde que su hermano se marchó a Escocia hace cuatro años, ella ha tenido que hacerse cargo de todo. En todo este tiempo, su hermano ha regresado al pueblo en tres ocasiones, y dos de ellas han sido a la fuerza. A la fuerza. 

Isabel es un pozo de bilis que lleva años tragando. Se siente desgastada porque resulta agotador llevar sobre los hombros «la responsabilidad, impuesta desde fuera y desde dentro, de cuidar de quien no es ella como si fuera ella misma», porque es muy duro sentirse en un «estado de guardia permanente». Y está tan cansada que termina por reventar. Yo también reventé un día. 


«...esto no es mío, se dijo. No me pertenece a mí esta mochila. Yo ya tengo que cuidar de mis hijos y vivir mi vida». [pág. 174]

 

Y si se ha hecho cargo de todo hasta ahora es por ser la «hija mayor, por mujer, por obstinación de la madre, por incomparencia de su hermano». Carrasco dedica a Isabel el capítulo 20, a sus sueños que ha ido demorando por cuidar de los padres, a su agotamiento, a los reproches de su madre, a la buena voluntad, a sus remordimientos, que ha tratado de compensar con una ayuda económica para que a sus padres no les faltara de nada. Pero ya no puede más, no puede soportar por más tiempo que su mente esté constantemente en alerta, «lo quiera o no». ¿Cómo no vamos a alinearnos con ella? El lector juicioso y cabal, la entenderá perfectamente

En la vida real, la relación entre los hermanos es tal y como la pinta Carrasco. Isabel aguanta, cede, soporta, hocica, atiende, acompaña, cuida,... por no dejar solos y abandonados a sus padres. Y sobre todo calla. No quiere añadir más problemas a los problemas diarios que llegan cada día. Pero hay un momento en el que se tiene que parar a pensar. ¿Por qué ella para todo? ¿Por qué no una corresponsabilidad en las obligaciones familiares? ¿Por qué Juan puede tener su vida y atender a su trabajo sin interrupciones? La reprimenda de Isabel le cae a Juan como un jarro de agua fría. Juan tratará de sacudirse la responsabilidad que le ha caído encima.  Lo intentará. Pero no hay escapatoria posible. 


«Uno no puede huir de sí mismo, ni esconderse. Por mucho que se vaya a Escocia, a Australia o a la estación espacial, uno se lleva sus jugos gástricos consigo, y tarde o temprano, le sube la acidez al esófago y el eructo que produce es pestilente». [pág. 95]


Y luego está la madre que, en verdad, y ya muerto el padre, no es más que el objeto de discordia entre sus hijos. ¿Quién se va a hacer cargo de ella ahora que se queda sola? Qué fabulosa es esta madre que nos dibuja el autor. En su vejez, como sabiéndose ya un juguete roto, permanece al margen de las disputas de los hijos, aunque se encuentre presente. Es como si la cosa no fuera con ella. «Haced conmigo lo queráis», seguro que pensará. Hay padres y madres que dicen eso a sus hijos, o que lo piensan, aunque no se atreven a pronunciarlo. Esta es una madre figurante en un teatrillo en el que los reproches vuelan como flechas. ¡Ay, esa madre! Esa madre que fue la representación del orden más pulcro, convertido ahora en un caos absoluto. De adulta a chiquilla, porque hay enfermedades que tienen esas «rarezas en las que la senectud y la infancia se encuentran»Hay que cuidarla, llevarla al médico, prepararle la comida, atender todas sus necesidades más básicas. Y los hijos sabemos que existen las residencias de mayores, que también hay señoras extranjeras que se encargan de los viejos, que con dinero, todo es más fácil. Inmenso debate el que se abre en este punto, porque no hay alivio, ni consuelo, ni tampoco se trata de librarnos del estorbo. Aun así, ¿dónde queda el amor? El amor de los hijos, el amor de tu sangre, el de esos a los que tú has parido. No hay dinero que supla ese amor. Y en qué situación tan difícil nos pone la vida a los hijos. ¿Cómo atender a aquellos que nos aman en estos tiempos de prisas? Por eso puede ocurrir que luego llegue el arrepentimiento, que nos pese como una losa aquello que dijimos en un momento de crispación, aquello que no hicimos. Nadie habla de esa culpa que arrastramos los hijos, del remordimiento por no haber elogiado antes los guisos de la madre, y agradecer el esfuerzo del padre, lo que tanto nos dieron.

Estructura y estilo

Desconozco la situación personal de Jesús Carrasco, si ha encarnado el papel de Juan o de Isabel. Pero, de lo que no me cabe la menor duda es de que tiene una extraordinaria capacidad para retratar unas circunstancias llenas de penalidades, que solo los que hemos pasado por ella somos capaces de entender en toda su extensión. Miro mis notas y caen en cascada una cita, y otra, y otra, y otra más. Cada reflexión es un puñetazo en el estómago. No puedo más que asentir pesadamente con la cabeza cada vez que leo una emoción, un sentimiento, un dolor. Y lo mismo da que tú, lector, hayas estado en un lado u otro, hayas sido Juan o Isabel. Porque a los dos los vas a entender perfectamente. Me ha fascinado la manera en la que el autor transmite cada uno de los estados emocionales por los que pasan los personajes. Pura verdad. 

Sin remarcar casi el espacio y el tiempo, porque esta historia es universal y atemporal, con un total de cuarenta y nueve capítulos, y acudiendo ocasionalmente al estilo indirecto, la historia está contada por una narrador en tercera persona. Quizá para un relato tan íntimo y personal como este, se podría haber empleado la primera persona pero no he echado en falta la voz propia de los personajes. No me ha hecho falta que sean ellos los que me hablen para entender sus reacciones, sus deseos, sus incomodidades, sus silencios, sus reproches,... Todo encaja.

Llévame a casa es de esos libros que reabren heridas para volverlas a cauterizar cuando llegas al final de la lectura. Me ha gustado muchísimo esta novela. Mucho, de verdad. Y eso que tiene un desenlace me ha dejado sumida en un pozo de tristeza. Pero es que no podía existir otro final más que el que nos ofrece Carrasco. No hay más cera que la que arde. Aún así, he disfrutado de cada página, de cada una de esas sentencias que han caído sobre mí como auténticos obuses. A veces he sido Isabel. A veces he sido Juan. Porque soy hija y hermana. Porque también tuve unos padres que un día se volvieron niños.

Muy, muy recomendable.

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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