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lunes, 12 de septiembre de 2022

LOS GARBANZOS DE DOÑA VIOLETA de Reyes Aguilar Caro

Editorial: Ediciones Alfar
Fecha publicación: mayo, 2022
Precio: 18,90 €
Género: narrativa
Nº Páginas:246
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
ISBN: 978-84-7898-927-0
[Disponible en eBook]


Autora

Reyes Aguilar Caro nació en Sevilla en julio de 1969. Es autora de las novelas El juego del hombre invisible y El Blues de la Perplejidad; y de las obras sobre el Betis, El Manquepierda, una filosofía de vida y Oselito y el Betis.

En su blog se convierte en la dama de sevillano nombre, recorre en bicicleta las calles de ella misma entre Santa Catalina y el Polígono San Pablo. Observa la vida y la escribe con tinta verde; Reyes es de las pocas mujeres que se ha atrevido a escribir un libro sobre fútbol y lo hizo sobre la historia del Real Betis Balompié, quien sigue inspirándola. Defiende los cielos machadianos en una Sevilla heterodoxa de azoteas, con el entusiasmo por bandera.

Sinopsis

Una historia conmovedora que se inicia con el golpe de estado en Sevilla en julio de 1936, momento previo a la Guerra Civil. Con unos personajes bien definidos por la autora, a lo largo del libro, con exacto rigor histórico, la historia va cobrando vida. Un homenaje más a todas las víctimas del franquismo narrado por la mente maravillosa de Reyes Aguilar. No dejen de leerla, porque no sólo no defrauda, sino que enamora.

[Información tomada directamente del ejemplar]

He estado tentada de llamar por teléfono a Reyes Aguilar Caro en muchas ocasiones, durante la lectura de esta novela. Había párrafos y capítulos que me empujaban a contactar con ella, simplemente para que me escuchara suspirar. Y es que Los garbanzos de doña Violeta consiguen eso, que suspires, que sientas a los personajes como parte de tu familia, que recuerdes momentos vividos en tu infancia, que te acuerdes de tu madre, a la sigues añorando profundamente, a pesar de haberla perdido hace algunos años. 

Los garbanzos de doña Violeta es la segunda novela de esta dama de nombre sevillanísimo, después de que en 2016 publicara El Blues de la Perplejidad. En aquella novela ya se hablaba del mapa personal e íntimo de la autora, del andalucismo, del Betis, de la Alameda de Hércules, de la calle Peris Mencheta, de la lucha, de la música. Gira Aguilar Caro hacia otros derroteros en Los garbanzos de doña Violeta, sin perder sus referentes y sus principios. 

Siguiendo dos hilos temporales. -uno ubicado entre los años 1936 y 1937, mientras que el otro se centra en el año 2000-, la autora va a hablarnos en estas páginas de lo que más sabe, de Sevilla, de su historia, de su barrio macareno, y de sus vecinos. En la calle Primavera número 5 del barrio de la Macarena vive Violeta. La joven trabaja como chica de los recados en el taller del prestigioso modista Aldo Carlini, un nombre que nos puede hacer pensar en orígenes italianos pero nada más lejos de la realidad. Su trabajo consiste en entregar a domicilio los vestidos que las señoras de la alta sociedad sevillana encargan a la firma. En su mismo inmueble reside Carmelita, que regenta una tienda de ultramarinos en los bajos del edificio, y que vende «fiao». Su hijo Luis, que tiene la misma edad que Violeta, le ayuda en la gestión del establecimiento.  Pero el hijo de Carmelita no quiere ser un tendero toda su vida. Le gustan los libros, leer, y sueña con ser profesor de Literatura algún día. Los jóvenes llevan juntos toda la vida y ya se sabe que el roce hace el cariño. Podían haber sido felices.

Podían haberlo sido si no fuera por aquel fatídico 18 de julio de 1936. Cuando la vida transcurría entre dificultades, pero tranquila entre las calles del arrabal macareno, llega el alzamiento y con él las revueltas, los chivatazos, las detenciones, las desapariciones, los fusilamientos, la sangre y la muerte. El sinsentido. El barrio de la Macarena, como otros tantos de Sevilla, trató de hacer frente a la sublevación. Los vecinos lucharon mano a mano pero el avance era inexorable. Adiós a la vida humilde pero sencilla. Se cierra esa puerta para abrir miles de ventanas a través de las que solo se podía ver el dolor y la tristeza. Llegaron los lamentos de las esposas despojadas de sus maridos, de los hijos sin sus padres, de las madres que miraban por última vez al fruto de sus entrañas. Y entre todos aquellos que fueron separados de los suyos estaba el joven Luis. Al hijo de Carmelita también se lo llevaron por delante, justo en el momento en el que el amor con Violeta comenzaba a florecer. Una madre y una novia quedarán heridas de por vida. La joven tratará de buscar la manera de ayudar a Luis y para ello recurrirá al hijo de doña Piedad, una distinguida dama sevillana que siempre huele a jazmín, y no a sudor como las esposas de los rojos, a la que acostumbra a llevarle a casa las creaciones de Aldo Carlini. En esa casa señorial también reside Isabel, pero en calidad de criada. Violeta e Isabel se harán inseparables porque el dolor, la pena y la desgracia unen mucho.

En cuanto al presente, los hechos seguirán desarrollándose en el barrio macareno. En el año 2000, Violeta ya no es Violeta a secas. Un matrimonio le ha permitido colocar el «doña» por delante. Su marido es un hombre que vive perdido en sus recuerdos. Su mente se ha emborronado pero algún momento de lucidez le trae a la memoria lo despreciable que fue. Sin hijos, doña Violeta invierte parte de su tiempo cuidando a su marido, mientras recuerda a los que ya no están, los años de la guerra, lo que vivió el barrio, lo que ocurrió con la gente de la calle Primavera, número 5. Ella también suspira, como he suspirado yo al verla recorrer aquellas calles que antaño bullían alegremente con el sonido de sus tacones. Violeta lleva demasiado peso a sus espaldas, demasiados recuerdos y emociones. Vive por inercia, pero ya sabemos que, a veces, el pasado vuelve a llamar a nuestra puerta, despertando emociones adormecidas, y reviviendo un corazón que ya latía lánguidamente.

Los garbanzos de doña Violeta ha sido una lectura tierna, emotiva, conmovedora y nostálgica. Su argumento hace un recorrido por aquellos años de la guerra, poniendo el foco de atención en la humanidad o la vileza de sus personajes. Entre estas páginas encontraremos las vidas sencillas de gente de barrio, que se levantan cada día con esperanza, que sufren por los reveses de una guerra fratricida, que se apagan con la pérdida, o que renacen frente a un pequeño hilo de esperanza. Esta novela nos habla de un amor que perdura hasta el infinito, del sacrificio por los demás, de la renuncia a la felicidad, del miedo y el silencio, del sudor y la fatiga. Y junto a los personajes vivirán la esperanza, la traición, los celos, los remordimientos, y la añoranza de aquel que echa en falta sus orígenes y su tierra. 

Me ha gustado leer Los garbanzos de doña Violeta, a la que no le faltará algún giro suave, alguna sorpresa que volverá a iluminar los apagados ojos de sus personajes. Para mí, el primer capítulo de esta historia fue como un punch. En esas primeras líneas alguien rellena los casilleros de una quiniela, despacio y concienzudamente, alguien coloca el boleto bajo el cristal de una mesa, y al hacerlo contempla unos ojos que le miran desde una foto en blanco y negro.


«El cristal de la mesilla de noche guardaba la quiniela cada lunes repetida como una costumbre, casi como una tradición, sin importarle el partido o la clasificación de cualquiera de los equipos que la competían. Él cogía el bolígrafo y copiaba, como un escolar en su cuaderno de caligrafía, los resultados de la semana anterior con precisión de relojero. Grafías exactas y exactos resultados en los mismos casilleros jornada tras jornada». [pág. 13]

 

Este pasaje, y los siguientes, me hicieron entender que estaba ante una novela con aroma a cisco picón, a bolitas de alcanfor, a café recién molino en aquel molinillo color verde betis que mi tía Ana usaba en su casa del pueblo. Entendí que Los garbanzos de doña Violeta iba a trasladarme a un universo doméstico que ya se había perdido para siempre y fue ahí, con esas primeras líneas de la página trece, donde algo tierno se removió en mi interior. Lancé mi primer suspiro. Vendrían más. 

Aguilar Caro se deja la piel hablando de su barrio, de cómo aquellas calles resistieron el envite de los nacionales, dibujando como auténticos héroes a esos hombres y mujeres que, sin miedo a la muerte, «plantaron cara al fascismo con apenas nada con lo que defenderse, dando una lección de solidaridad y de humanidad de la que se deberían sentir orgullosas generaciones venideras de vecinos que habitasen aquellas casas, aquellos corralones de vecinos de la Macarena, que ocupasen aquellas calles desde San Luis a San Marcos, desde San Julián a la Alameda de Hércules»Toda la obra está cargada de pasión y emoción, ensalzando a una vecindad que ya, por sobrevivir a las penurias de aquellos años previos a la contienda, hicieron auténticas heroicidades.

Y tan volcada está la autora en esta narración que he creído encontrarla como un personaje más. Margarita será también una voz en esta historia, pero su presencia únicamente estará vinculada al presente. ¿Quién es esta mujer? No quiero dar detalles para no desvelar los momentos más significativos de la historia. Os diré que Margarita es como una nieta postiza, una joven que ha crecido muy unida a Violeta por circunstancias que no debo contar. Margarita se parece mucho a Reyes. O eso creo. Tiene su pelo, sus ojos, su mirada. La autora le ha prestado incluso al personaje alguna que otra dolencia. Pero Reyes Aguilar tira también de su entorno, y en otro guiño simpático, convierte en protagonista colateral a alguna amistad suya. 

Sí tengo que decirle a la autora que doña Violeta me ha parecido tan entrañable que me he quedado con ganas de más. Me hubiera gustado que se alargara alguna escena, como ese encuentro que tiene lugar en el Bar Plata, donde doña Violeta está a punto darle la mano al pasado. Me hubiera gustado ver su reacción, escuchar sus palabras y sentir cómo su corazón palpitaba, sin creerse lo que estaba escuchando. También tengo que decirte, querida Reyes, que me hubiera encantado acompañar un poco más lejos a doña Violeta en ese desenlace tan literario que tú has dibujado para tu novela. Es que se le coge mucho cariño a este personaje, a Violeta. Y la llamo así, sin el doña, porque el tratamiento será para los que no han conocido su pena ni su tristeza, no para mí, que la he vivido a través de las páginas de este libro. Para mí, solo será Violeta.

Sevilla

La novela nos dejará asomarnos a la Sevilla de antes pero también a la más reciente. Hay pasajes muy visuales en los que podremos contemplar cómo era el día a día en las calles de un barrio. Ese arrabal macareno será otro protagonista más. El lector podrá andar sus calles y visitar los espacios más singulares de esa zona sevillana.

Y ya, cuando la guerra se haya desatado, visitaremos las cárceles, los presidios inventados, reconvirtiendo salas de cines o barcos anclados en el puerto, donde se hacinaban los hombres de todas las edades. Resulta muy real la descripción de la atmósfera que se respiraba en esos recintos o el ánimo de aquellos hombres «muertos en vida», que esperan temerosos que alguien pronunciara su nombre para subir a un camión y despedirse de la vida. Entre estas páginas veremos los campos de concentración o los campos de trabajo, donde los recluidos pasaban las horas construyendo canales para el riego o cualquier otra labor en la que muchos perdían la vida.

Estilo y estructura

La novela está narrada en tercera persona, a través de un narrador omnisciente, cargado de ironía cuando se trata de hablar de la gente de alcurnia y de los falangistas. Con capítulos muy breves, la historia se cuenta en desorden, alternando sin patrón fijo los hilos temporales, pero tejida con cordura.

La prosa de Reyes Aguilar Caro es muy evocadora. Acostumbra la autora a desplegar extensos párrafos, conectando frase tras frase, concatenando subordinadas, por lo que hay que afinar bien la entonación para que el texto cobre todo su sentido.

Pesa más la narración que el diálogo en estas páginas, salpicadas por fragmentos de un diario y también por los discursos de Queipo de Llano, aquel que paradójicamente está enterrado en lugar santo, en la basílica de la Macarena, ubicada en ese barrio que el teniente general arrasó, despojándolo de buena parte de sus vecinos. Su tumba, bajo el amparo de la mirada de la Virgen Macarena, sigue levantando ampollas en esta ciudad. 


«Un lugar donde descansa sin conciencia alguna el de la voz de trueno, un hecho incomprensible que para doña Violeta, y como para tantos, se silenciaba con la resignación y el miedo impuesto que aún llevaban adheridos a los recuerdos; era lo que había y nadie podía quejarse ante algo tan tremendamente doloroso. La Virgen no es de nadie, se decía para sus adentros aquella señora cada vez que entraba en la Basílica sin mirar la tumba del General, el descanso con honores de aquel asesino sin alma el encargado de arrebatar tantísimas vidas»  [pág. 37]


Poco más os puedo contar. Las páginas de Los garbanzos de doña Violeta, a pesar de que parte de su trama transcurre en unos años que yo no viví, tienen el aroma de mi infancia, huelen a ese cajón donde mi madre guardaba las pocas fotos que tenía de joven, aquellas en las que mi padre vestía de soldado, las de la romería de su pueblo, y las dos únicas instantáneas que le hicieron el día de su boda. El mundo en blanco y negro. Me gusta esta novela porque he conectado fácilmente con lo que ella contiene, con esa cotidianidad de los personajes que me resulta familiar, como esas cocinas y baños pintados de verde agua, con las pastillas de jabón Heno de Pravia, guardadas entre las sábanas de la cómoda para darles olor, un mundo donde había muchas carencias pero en el que la buena vecindad era un hecho, el amor perduraba, y la felicidad consistía en gastarse dos pesetas.


«Dos pesetas una foto para inmortalizar un momento, un estado de ánimo, una relación y una peseta la butaca en principal para comerse a besos, ajenos a Cary Grant y al programa de mano donde se anunciaba una graciosa comedia y en español, ese era el precio de la felicidad». [pág. 85]



[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí



viernes, 22 de julio de 2016

EL BLUES DE LA PERPLEJIDAD de Reyes Aguilar Caro.



Editorial: Ediciones Alfar. 
Fecha publicación: marzo, 2016
Precio:16,00 €
Género: Narrativa.
Nª Páginas: 334
Edición: Tapa blanda.
ISBN: 978-84-7898-660-6
[Disponible en eBook]



Autora

Reyes Aguilar Caro (Sevilla, 1969). Es autora de las novelas El juego del hombre Invisible, El Manquepierda, una filosofía de vida y la preliminar de Oselito y el Betis, de Andrés Martínez de León.

Estudiante cuando la tardanza hace a la dicha buena de Filología Hispánica en la Universidad de Sevilla y columnista de El Correo de Andalucía, desde donde cada semana se asoma a la opinión en su azotea, un lugar soñado y real donde habitúa a tender sus sueños con alfileres de palabras.

Observadora con gafas de lejos, ciclista urbana, melómana eléctrica y bloguera.

Sinopsis

Lola es una psicóloga vecina de un barrio humilde de la periferia sevillana que trabaja en sus tesis doctoral sobre el carácter del sur, tan alejado de esquemas técnicos.

Acude a la Hemeroteca cada día, con su bici, la cual amarra en la puerta de un bar, que sin saberlo, le abrirá las puertas de ella misma. Cuando más perdida está, en plena crisis existencial y académica, un emparedado de chorizo picante le facilitará la razón de ser como especialista en descifrar la mente humana.

La barra del bar El Gorrión se convertirá en la razón a lo que no encuentra sentido, con la ayuda de su dueño, Pedro, antiguo guitarrista de un grupo que desde una foto en blanco y negro se asoma a su distinguida clientela, todos dueños de vidas tan diferentes, y al mismo tiempo, tan iguales. Un escayolista catedrático de la calle experto en sevillanía; un librero melómano y observador que solo se centra en las avellanas y en las conversaciones ajenas; un seductor a las sevillanas maneras y olor a Varon Dandy, probador de zapatos profesional y observador de piernas; una panadera, simpática y sola, de ojos vivos y cama vacía; un comunista serio que con dos tintos se vuelve alegre y se emociona hablando de su Macarena; y Pachi, el alma mater del grupo, guitarrista internacional y guadianesco que sabe qué se esconde tras la música.

Tras esa foto en blanco y negro de aquellos cuatro músicos que formaron el grupo Los Replays transcurre una historia que traslada a Lola a una época que por edad no conoció pero que le cambiará la vida, así como la confirmacióin de que el verdadero psicólogo es quien se encuentra tras la barra de un bar.

Una regresión a la Sevilla política y musical de los años sesenta, por donde sus protagonistas enseñan a una psicóloga a serlo y sobre todo, a doctorarse en ella misma.

[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]



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En esta vida cada uno tiene que encontrarse a sí mismo, dejar que nuestro cuerpo y nuestra mente nos hable, identificar aquello que nos hace feliz o lo que nos incomoda en nuestro día a día, hallar el equilibrio, conocerse y quererse, así como aceptarse. Todo esto que en principio puede parecer una utopía, un conjunto de metas inalcanzables, frases vacías o pura teoría tiene mucho sentido en la nueva novela de Reyes Aguilar Caro a la que ha titulado El blues de la perplejidad. ¿Y por qué un título tan peculiar? La respuesta debes encontrarla entre las algo más de trescientas páginas de la novela pero te puedo adelantar que sonará mucho blues, alternándose con otros estilos musicales, mientras la perplejidad terminará por conducirnos a la certeza. 

El blues de la perplejidad narra una reconciliación pero no una cualquiera. La joven Lola está licenciada en psicología y lleva un año embarcada en la preparación de su tesis doctoral que versará sobre cómo los andaluces, gracias a su carácter, son capaces de hacer frente a las adversidades o como ella la ha titulado «Investigación aplicada en ciencias del comportamiento». Si menciono la palabra reconciliación no quisiera inducirte a pensar que se trata de una novela de amor, esas novelas en las que hay corazones rotos y sanaciones posteriores. Amor habrá en este blues, claro que sí, pero también otras muchas cosas, y entre ellas, como digo, una reconciliación, la que experimenta Lola consigo misma, la que tiene que ver con nuestro yo interior, con nuestra aceptación.


En El blues de la perplejidad conoceremos inicialmente a una Lola perdida, una mujer que no termina de encontrar su hueco, ni sabe qué es lo que quiere. Su tesis doctoral la engulle cada día más, incapaz de encontrar el rumbo porque ni siquiera tiene brújula para el terreno personal. No obstante, la vida a veces nos echa un cable y cuando más desorientados estamos, surge alguien de la nada que nos tomará de la mano para guiarnos. Esto es lo que le ocurrirá a Lola, solo que ella no tendrá únicamente una mano a la que asirse sino muchas más, todas las que encuentra en el bar  El Gorrión, una de esas tascas sevillanas con serrín en el suelo y fotografías antiguas en las paredes, donde se reúnen un nutrido elenco de personajes, dispares y carismáticos, que casi constituyen una familia. En ese bar, en el que Lola se refugia cada vez que la atmósfera de la Hemeroteca municipal donde prepara su tesis la agobia, encontrará la verdadera psicología, aquella que no se imparte en las aulas universitarias. Recibirá de la  mano de esos parroquianos, catedráticos en experiencias vitales, las lecciones más importantes y lo que será aún mejor, la brújula, el norte, el rumbo,... no solo para su tesis sino también para su propia vida.

Pero no penséis que El blues de la perplejidad tiene como única protagonista a esta joven desubicada. ECada uno de los asiduos del bar Gorrión será  puntal importante en la novela. mpezando por Pedro, el dueño de la tasca, chipionero de nacimiento pero «sevillanizado que es algo que ocurre mucho a la inversa».  Pedro vive solo con su perro y sus recuerdos, los de juventud y los del algún amor quebrado. Tras su barra de aluminio no solo sirve cervezas frías al personal sino también consejos. Como buen tabernero, casi hace las veces de confesor mientras friega los vasos de Duralex

A contar sus pecados y a tratar de entender la vida acude cada día al bar los personajes más pintorescos de toda Sevilla. Albero, el más sevillano de todos, que lo mismo te habla de la última faena del torero más puntero en la Maestranza, que de Semana Santa o de esos barrios de calles estrechas y olor a antiguas culturas. Y allí acudirá también Rafa, un librero y melómano, quizá el más retraído de todos ellos pero que posee un templo para las almas desmadejadas, la librería Ocnos. La panadera Trini paseará sus ojos de enamorada entre la concurrencia intentando localizar al que la hace suspirar. Mientras que Julián, el dependiente de calzados, ese galán de chaqueta sobre los hombros y aroma a Varon Dandy paseará palmito seduciendo a toda hembra que se le cruce. Y no nos podemos olvidar de Fermín, al que le gusta hablar de política, republicano convencido, comunista que vive de espaldas a la iglesia pero a la Semana Santa y a su Macarena que nadie la toque. Y por último Pachi, un guitarrista de recorrido internacional, que aparece y desaparece como los ojos del Guadiana pero que tendrá un peso específico en la novela.

martes, 5 de julio de 2016

ENTREVISTA a REYES AGUILAR CARO (El blues de la perplejidad).

Autora

Reyes Aguilar Caro (Sevi­lla, 1969). Es autora de las nove­las El juego del hom­bre Invisible, El Man­quepierda, una filosofía de vida y la preliminar de Oselito y el Betis, de Andrés Martínez de León.

Estudiante cuando la tardanza hace a la dicha buena de Filología Hispánica en la Univer­sidad de Sevilla y columnista de El Correo de Andalucía, desde donde cada semana se asoma a la opinión en su azotea, un lugar soñado y real donde habitúa a tender sus sue­ños con alfileres de palabras.

Observadora con gafas de lejos, ciclista urbana, melómana eléctrica y bloguera.



Sinopsis 

Lola es una psicóloga vecina de un barrio humilde de la periferia sevillana que trabaja en su tesis doctoral sobre el carácter del sur, tan alejado de esquemas técnicos.
Acude a la Hemeroteca cada día, con su bici, la cual amarra en la puerta de un bar, que sin saberlo, le abrirá las puertas de ella misma. Cuando más perdida está, en plena crisis existencial y académica, un emparedado de chorizo picante le facilitará la razón de ser como especialista en descifrar la mente humana.

La barra del bar El Gorrión se convertirá en la razón a lo que no encuentra sentido, con la ayuda de su dueño, Pedro, antiguo guitarrista de un grupo que desde una foto en blanco y negro se asoma a su distinguida clientela, todos dueños de vidas tan diferentes, y al mismo tiempo, tan iguales. Un escayolista catedrático de la calle experto en sevillanía; un librero melómano y observador que solo se centra en las avellanas y en las conversaciones ajenas; un seductor a las sevillanas maneras y olor a Varon Dandy, probador de zapatos profesional y observador de piernas; una panadera, simpática y sola, de ojos vivos y cama vacía; un comunista serio que con dos tintos se vuelve alegre y se emociona hablando de su Macarena; y Pachi, el alma mater del grupo, guitarrista internacional y guadianesco que sabe qué se esconde tras la música.

Tras esa foto en blanco y negro de aquellos cuatro músicos que formaron el grupo Los Replays transcurre una historia que traslada a Lola a una época que por edad no conoció pero que le cambiará la vida, así como la confirmación de que el verdadero psicólogo es quien se encuentra tras la barra de un bar.

Una regresión a la Sevilla política y musical de los años sesenta, por donde sus protagonistas enseñan a una psicóloga a serlo y sobre todo, a doctorarse en ella misma.



[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]

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Dicen que el mundo es un pañuelo. No sé si será para tanto pero lo que sí tengo claro es que Sevilla es muy pequeña y, a la larga, nos conocemos todos. Con Reyes Aguilar comparto amigos escritores, todos sevillanos, todos han escrito alguna vez sobre esta tierra que los vio nacer. Los nombres de Manuel Machuca y Paco Gallardo sirven para romper el hielo en esta conversación con la autora de El blues de la perplejidad, una mujer que se me antoja de raza, con redaños, ávida de descubrir su horizonte por lejano que parezca, que le apasiona la música, leer y escribir. 


Nacida tan solo un año antes que yo, Reyes Aguilar despliega en las páginas de su última novela una Andalucía de la que aún me queda mucho por saber y desde aquí le agradezco que haya desempolvado recuerdos que jamás debieron quedar sepultados bajo el olvido. Para siempre guardaré en mi memoria una estampa que mi imaginación ha ideado tras la lectura de este libro, una bandera verdiblanca que, colgando desde la Giralda, se entregaba a los vientos.




Con El blues de la perplejidad, Reyes Aguilar asoma a los lectores a la Sevilla de los años 70, una época donde no podías hablar más de la cuenta, tiempos en los que la represión intentaba mantener a raya a la libertad. Los jóvenes de antaño se han convertido en hombres y mujeres que aún siguen rememorando vivencias. Desde la actualidad, un puñado de personajes encabezado por la psicóloga Lola, nos harán retroceder en el tiempo mientras suena de fondo una lista de melodías atemporales.  Esto es lo que su autora nos contó.

Marisa G.- Reyes, con tu libro nos acercas a la Sevilla del año 70 y a unos acontecimientos que me cogió muy pequeña pero antes de entrar en materia, tengo que decirte que me encanta la cubierta, sencilla pero preciosa. Esa azotea sevillana es el reflejo de todas las demás que se despliegan a lo largo y ancho de esta ciudad. Creo que aquí somos muy de azoteas, donde encontramos otra verdad de la ciudad.


Reyes A.- Totalmente. En las azoteas es como si la vida se condensara. Yo recuerdo que siendo una niña me subía a la azotea de la casa de mi tía, donde ella tendía sus sábanas y no había otra cosa que me gustara más que correr entre las sábanas y sentir su frescor en la cara. Y en casa de mi madre, subir a la azotea era como sentir la libertad. Bastaba con mirar al cielo y vivir.

M.G.- Tampoco es que se vea gran cosa, las antenas, la ropa tendida de los vecinos,... y sin embargo, da ese puntillo de vida, ¿verdad? Es otra manera de mirar la ciudad.

R.A.- Desde las azoteas, la ciudad se vuelve más accesible. Para mí es una sensación de libertad increíble, un locus amoenus como decían en el Renacimiento.

M.G.- Bien, pues dices que este libro es fruto de tu amor por la música y de tu pasión por observar pero la música no solo es protagonista de esta novela sino que en la anterior, El juego del hombre invisible, también tenía un papel importante.

R.A.- Sí, también. Es inevitable porque me gusta mucho la música y me acompaña en todo lo que hago, menos para escribir o para leer. Me gusta escribir de música y me encantaría escribir con música pero no puedo, me resulta imposible. Además muchos acontecimientos de mi vida están unidos a determinadas canciones, aunque esto le pasa a mucha gente. La música es mi compañera y por eso me encanta meter referencias musicales en mis libros porque también me ayuda a definir a los personajes e incluso me parece más satisfactorio así. Meter música en mis libros es como engrasar la cadena de una bicicleta. Todo fluye mejor. 

M.G.- Sevilla, los años 70, todo lo que ocurrió en aquella época,... musicalmente no puede faltar grupos como Triana o Silvio y Sacramento, dos grandes referentes del momento que a día de hoy lo siguen siendo, a pesar de los años transcurridos.

R.A.- Sí pero aún así no están reconocidos.

M.G.- ¿No crees que Triana esté reconocido?

R.A.- No, para nada. Por ejemplo, no creo que la película que se estrenó hace unos meses para hacerles un tributo reconozca lo que realmente era Triana. Triana era necesidad de libertad, necesidad de cambio, de ser felices. Si escuchas todos los discos de Triana, canción a canción, y vas apuntando las palabras que con más frecuencia salen te vas a encontrar con términos como guitarra, mañana, amor, libertad,... Para homenajear a Triana hay que reflejar la época en la que vivieron. Hijos del agobio era un canto brutal a la transición que ya llegaba, a la lucha contra la dictadura,... Eso es Triana.




M.G.- Y dado que tu novela es tan musical, por decirlo así, no sé muy bien cómo interpretarla. ¿Es una novela de amor a través de la música o es una novela sobre la música a través del amor? ¿Tú como lo ves?

R.A.- No es una historia de amor como tal, aunque hay amor entre dos personajes. Más que nada, El blues de la perplejidad  es una novela de autodescubrimiento, de amor pero hacia una misma. Lola, la protagonista, está muy perdida y no sabe qué hacer con su vida y gracias a la música se encuentra con ella misma y le encuentra sentido a todo. En cualquier caso es una historia de amor por la música y de amor con la música. Las dos proposiciones me sirven.

M.G.- A lo largo de toda la novela hay muchísimas referencias musicales, tantas que casi se puede hacer una playlist. ¿Tú recomiendas ir escuchando esas canciones a medida que vamos leyendo?

R.A.- Si no las conoces sí pero afortunadamente casi todo el mundo conoce las canciones que menciono en la novela. Por ejemplo, Since I've Being Loving You de Led Zeppellin, a lo mejor no te suena el título pero en cuanto empiezas a escucharla, solo por los primeros compases, ya sabes cuál es. 

Si alguien me dice que está escuchando las canciones que salen en el libro porque quiere acompañar lo que lee con la música, para mí es una satisfacción grandísima como autora porque yo he escrito este libro para que se reconozca la música y lo que ocurrió en Sevilla en una época concreta.

M.G.- Todo el conocimiento musical que tú vuelcas en esta novela es algo que has ido adquiriendo con el paso del tiempo. No te has sumergido ex profeso en el mundo de la música para escribir esta novela, ¿cierto?

R.A.- No, no,... Lo que sé de música lo he aprendido porque me gusta. Yo intento aprender cada día más porque la música es lo que más me gusta, además de leer y escribir. Es una curiosidad que tengo desde pequeña.

M.G.- En esta novela, Lola es la protagonista principal, una psicóloga que intenta hacer una tesis sobre cómo los andaluces se valen de su carácter para hacer frente a las adversidades. Ella intenta documentarse en una hemeroteca pero se da cuenta que realmente la información más valiosa está en la calle y en los bares.

R.A.- Exacto. Ella ha terminado su carrera de psicología y está preparando la tesis para doctorarse pero se da cuenta de que lo que le han enseñado en las aulas no es suficiente. Lola entiende que la psicología verdadera está en la calle y no en los libros. El gorrilla que aparca coches te enseña más de la vida que un catedrático. Este te enseñará lo que sabe y serán cosas importantes, pero el de la calle te enseña mucho más, eso seguro.

M.G.- La teoría que se aprende en las aulas luego no tiene validez práctica en la vida, ¿verdad?

R.A.- Claro. En El Gorrión, el bar de la novela, para mucha gente que tiene mucha vida vivida y sabe mucho de lo que hay en la calle. Ahí es donde está la sabiduría.

M.G.- En la novela hablas de muchos acontecimientos que a mí me pillaron siendo muy pequeña, como la riada del Tamarguillo, la Operación Clavel, el Eurobetis,... o por ejemplo todo lo que relatas en relación a la autonomía de Andalucía. Yo soy funcionaria y me he tenido que aprender el Estatuto de Autonomía y sus antecedentes de pe a pa pero jamás había leído nada sobre otras cuestiones sobre la autonomía que tú mencionas en el libro.




R.A.- A mí es un tema que siempre me ha interesado y también me pilló siendo muy pequeña. Mira, yo recuerdo de pequeña un programa infantil que había los sábados por la mañana en el que siempre salía un hombre que dibujaba muy bien. Creo que se llamaba José Ramón. Como a mí me ha gustado mucho dibujar yo me quedaba embobada viéndolo. Eso era el año 76 o 77. Bueno pues recuerdo que un día que venía con mi tía del colegio, nos encontramos a unos hombres pegando unos carteles sobre la autonomía. Era un cartel que había pintado José Ramón, y que mostraba un arcoíris con unos niños cogidos de la mano y un balcón con la bandera de Andalucía. Yo no tenía ni idea de todo aquello. Lo único que sabía es que aquel dibujo me encantaba y no dejaba de mirarlo. Y a esto que uno de los hombres me pregunta si me gusta el dibujo, le digo que sí y me regala uno. Todavía lo tengo enmarcado en mi casa. Con aquella vivencia a mí se me encendió una luz. Hay muchas cosas que los andaluces no conocen. Solo nos fijamos en el 28 de febrero pero ¿qué pasa con el 4 de diciembre? Nada. Solo nos importan las medallas de Andalucía que cada año se le da a un grupo de personas.

M.G.- Siempre valoramos lo que se vende fuera.

R.A.- Tenemos una Andalucía que no conocemos y con mi novela he querido dejar constancia de ciertos episodios que los andaluces deberían de saber como lo que le ocurrió a Caparrós (se refiere a Manuel José García Caparrós, era un trabajador malagueño de y militante de CCOO que murió asesinado durante la manifestación de la autonomía andaluza el 4 de diciembre de 1977). O también aquella Copa del Rey que jugó el Betis. La gente aprovechó para sacar banderas verdiblancas a la calle cuando era algo que no se podía hacer. 

M.G.- La gente usó aquel partido como excusa.

R.A.- Hubo gente que se fue a Madrid a ver la final y de camino aprovecharon para reivindicar la autonomía en Andalucía.

M.G.- Y la escena que narras de la bandera de Andalucía colgando de la Giralda. Se me ha quedado grabada en la mente. He estado buscando alguna foto pero no la he encontrado. Me encantaría poder verla.

R.A.- Sí. Creo que hay un cartel con esa imagen. He estado buscándolo durante mucho tiempo para comprarlo pero no lo he encontrado tampoco.

M.G.- En esta novela se hace mucho hincapié en esa pasión que tenían los jóvenes en los años 70, esa faceta luchadora, de no callarse, aunque tenían que reprimirse mucho. Hay mucha contraposición entre la juventud de entonces y la de ahora. Todo aquel movimiento hubiera sido impensable con la juventud actual, ¿verdad?

R.A.- Imposible. Ahora un joven lo tiene todo, aunque no tengan trabajo pero no les falta el móvil, la moto, el aire acondicionado en sus casas, buena alimentación,... Todo. Yo nací a caballo entre las dos generaciones. Soy muy joven para la transición y muy mayor para la época actual pero de los dos lados he bebido. He vivido cómo mi madre no se podía comprar una lavadora sin el consentimiento de mi padre y por otro lado también he vivido y vivo la independencia de la mujer que no tiene ni que casarse ni tener pareja para ser madre. Eso era impensable hace cuarenta años. 

M.G.- Pero ante algún problema, injusticia o reivindicación, hoy en día la gente pasa mucho. Si no fuera por la juventud de entonces lo mismo no tendríamos mucho de lo que tenemos hoy.

R.A.- La gente joven de hoy está acomodada. Si los jóvenes fueran consecuentes con el futuro de este país, saldrían a la calle pero la revolución no la pueden hacer unos pocos. Hay que salir a la calle todo el mundo y la gente no tiene ganas

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