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viernes, 31 de enero de 2020

TODO ARDE de Nuria Barrios

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Editorial: Alfaguara.
Fecha publicación: enero, 2020. 
Precio: 18,90 € 
Género: Narrativa. 
Nº Páginas: 296 
Encuadernación: Tapa blanda con solapas. 
ISBN: 9788420438498 
[Disponible en eBook y Audiolibro; 
puedes empezar a leer aquí]

Autora

Nuria Barrios es autora de las novelas El alfabeto de los pájaros (2011) y Amores patológicos (1998); de los libros de relatos Ocho centímetros (2015), El zoo sentimental (2000) y Baleria (2000), y de los libros de poemas La luz de la dinamo (2017), ganador del Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, Nostalgia de Odiseo (2012) y El hilo del agua (2004), ganador del Premio Ateneo de Sevilla. Como cuentista está presente en numerosas antologías, la más reciente: Tsunami, miradas feministas.

Sinopsis

¿Alcanza el amor para salvar una vida del desastre?

Esta es la historia de dos hermanos. El pequeño se llama Lolo y tiene dieciséis años. Su hermana mayor, Lena, está enganchada al crack y a la heroína. Lleva un año fuera de casa y nadie conoce su paradero. Un día de agosto, Lolo la encuentra en el aeropuerto de Barajas, donde obtiene dinero con pequeños hurtos. Para convencerla de que vuelva a casa con él, decide acompañarla al poblado chabolista donde Lena compra la droga y parece que vive. Cuando llegan allí, cae la noche y Lolo se encuentra con una realidad aparentemente caótica e infernal. Lena le da esquinazo y él se ve de repente, solo, perdido y en medio de una lucha de clanes. En el momento en que ella se entera de que la vida de Lolo corre peligro, sale en su busca. Por separado, cada hermano intenta encontrar al otro en una carrera contrarreloj.

¿Hasta dónde es capaz de llegar una yonqui por salvar a su hermano? ¿Dejará que lo maten si él pone en peligro su consumo? Y ¿hasta dónde es capaz de llegar Lolo para salvar a su hermana, que se hunde en el abismo? ¿Arriesgará su propia vida?

Todo arde habla de lo que significa la familia, de la fina línea que separa la normalidad del desastre y del rastro de luz que deja siempre el amor. 

[Información tomada directamente del ejemplar]



Recordaba que Nuria Barrios ya me había hablado de yonquis, drogas y poblados. Rescaté de mi estantería aquel volumen de relatos con el que la descubrí. En Ocho centímetros (Páginas de Espuma), hay piezas que nos hablan de todo esto. Revolví el cajón de mis recuerdos y encontré que le había preguntado por aquellos ambientes durante la entrevista que me concedió en 2015.

Todo arde conduce al lector a un poblado chabolista en Madrid, donde la vida se desdibuja y en los ojos de sus habitantes se perciben reflejos de cristal, que diría Víctor Manuel. En aquel laberinto de calles embarradas, hogueras, casas medio derruidas, miseria, letargo y muerte se mueve una de las protagonistas de esta novela. Elena, conocida por todos como Lena, tiene veinticinco años y una vida por detrás, más que por delante. Enganchada al crack y a la heroína, dejó el refugio familiar hace un año y sus padres no han vuelto a verla. Ya no sueñan con recuperarla. Tiraron la toalla y eliminaron su rastro del hogar. Sin embargo, su hermano Lolo, de dieciséis años y recién llegado de un año de estudios en Irlanda, se ha propuesto sacar a su hermana de esa inmundicia. Tras localizarla en el aeropuerto de Barajas, donde perpetra pequeños robos y engaños con los que conseguir dinero para más droga, la acompaña al asentamiento chabolista, y pasa junto a ella casi veinticuatro horas, de un atardecer a un amanecer. En ese submundo, Lolo hará todo lo posible por convencer a su hermana, por animarla a dejar las drogas, a volver a la vida de antes, y por alejarla de aquel entorno sórdido y terrible. Pero Lena,... Bueno, es que Lena está bien. O eso dice ella. 

Me gustó la narrativa de Nuria Barrios en Ocho centímetros. No eran relatos fáciles como tampoco lo es la historia que contiene Todo arde. La autora madrileña dibuja un inframundo, un Hades que suele estar oculto a los ojos de los demás, y al que se desplaza Lolo como el Orfeo que busca a su Eurídice, esa Lena que también tiene un tobillo mordido. Debo admitir que la novela refleja con suma nitidez el sórdido mundo de los poblados, donde se ve y se consume droga, donde los yonquis trapichean aquí y allá para conseguir una dosis que ya no es suficiente. Todas las descripciones me parecen muy visuales, esas reuniones alrededor de las fogatas, los fumaderos, las rencillas entre clanes están magníficamente construidas. De igual modo, la autora reconstruye perfectamente las difíciles relaciones entre padres e hijos,  o esa ceguera que solo sufren los dependientes, capaces de engañar pero solo a ellos mismos. Yo salgo de esto cuando quiera, le dirá Lena a Lolo. Y todos sabemos, incluso el lector, que no es verdad. 

De Todo arde hay muchas cosas que me han gustado. El bochorno que destilan las páginas del libro, a través de una acción que transcurre en un caluroso mes de agosto madrileño, con ese cielo plomizo y grisáceo, esa calima como la llamamos aquí, que lo hace todo aún más asfixiante. Cuesta trabajo respirar en el poblado, y no solo por el calor. El humo de las múltiples hogueras que se encienden aquí allá para señalar los puntos de venta, vuelven densa la atmósfera exterior. 

El uso del lenguaje es otro de los aspectos a destacar. Si Nuria Barrios sabe cómo es la vida en los asentamientos donde la droga campa a sus anchas, si también sabe qué efectos provoca el crack o la heroína en los consumidores, que quedan aletargados, como cuerpos inertes a merced de lo inhalado, la autora también sabe cómo se habla en ese lugar recóndito y oscuro. Los yonquis, los clanes gitanos, auténticos capos de la droga, tienen su propio idioma. Entre ellos se entienden y entre ellos se expresan, con términos llenos de contracciones, con amenazas, con insultos. Si a unas descripciones muy visuales se le suma un lenguaje muy real, la trama cobra vida ante nuestros ojos y se vuelve un cuadro hiperrealista. 

En cuanto a los personajes, aunque la novela es muy coral, Lena y Lolo son los protagonistas principales. Considero que Barrios hace un trabajo extraordinario en la construcción del adolescente. Aunque se hace uso de un narrador en tercera persona, el lector se asoma al poblado a través de los ojos del muchacho, que se mueve de aquí para allá, conociendo a toda la fauna que puebla el lugar. Lolo es un joven que tiene problemas de tartamudez. Desde niño ha sentido ese defecto como un gran estigma, que ha marcado toda su vida. Es el personaje que más me ha gustado y, aunque no hay ninguna referencia en el texto, en todo momento he tenido la sensación de que Lolo tiene cierta discapacidad. No tengo muy claro si es psíquica o simplemente emocional. Me ha parecido un joven débil, vulnerable e inmaduro. Es cierto que solo tiene dieciséis años pero, los adolescentes de ahora son de otro modo. Lolo está muy perdido, muy desorientado. Quizá por eso insiste tanto, una y otra vez, una y otra vez, en recuperar a Lena, en convencerla para que vuelva con él a casa. Y es que Lena parece ser su faro, su apoyo en la vida aunque ahora se haya convertido en un referente podrido. O por eso también, por esa necesidad de amarre que tiene Lolo, el chico se apropia de un cachorro de pitbull blue que le puede costar la vida. A alguien tiene que salvar. De este modo, el animal funciona más como una metáfora, un símil como otros que salpican el texto.

En cuanto a Lena no he llegado a conocerla interiormente. Me he acercado a ella más desde un plano físico, imaginándomela con una delgadez extrema, con costras y heridas en la piel, sucia y desaliñada, con un cabello que ya ha perdido todo su brillo, y un cerco oscuro enmarcando sus ojos. He reconocido en Lena a esos jóvenes que no saben ni en qué mundo viven, con argumentos peregrinos, que la conducen a cometer un error tras otro. Ella es feliz en el poblado. Ahí es donde está su verdadera familia. El mundo más allá de ese asentamiento es solo un lugar donde se exprime al ser humano por cuatro duros y por eso, ella, que tiene estudios de Educación Infantil, no quiere trabajar en una guardería. 

Sobre Lena no sabremos mucho, ni siquiera qué fue lo que la empujó a las drogas. ¿Un asunto familiar, tal vez? ¿La convivencia con sus padres eran tan insoportable que se vio abocada a drogarse para aguantar su existencia? Tampoco importa mucho cuál fue el detonante de su adicción. La novela arranca con una joven enganchada hace tiempo y lo que verdaderamente interesa es el ahora. Y tampoco importa quién tiene la culpa de la vida que lleva porque, en Todo arde, no hay juicio moral.  

Respecto a los escenarios, más allá de una breve escena en el aeropuerto, todo transcurre en el poblado, un lugar que podría estar en cualquier ciudad de España. Al fin y al cabo, todos serán iguales. Lo que queda claro, y creo que lo apunté anteriormente, es que Nuria Barrios conoce perfectamente estos ambientes, de ahí que todo resulte tan visual. Si buscas alguna entrevista actual, o incluso con motivo de publicaciones anteriores, la oirás decir que ha visitado asentamientos de este tipo, que siempre le ha interesado la cultura gitana y por eso sabe cómo se mueven los clanes.

Y dicen que Todo arde es un thriller con su tensión. A mí no me lo ha parecido. Cuenta con un ritmo muy pausado y si sintetizamos la trama, no se puede decir que la novela tenga mucha acción. Eso sí, se lee con muchísima agilidad pues la mayor parte del texto es diálogo. Y es que, aquí también tengo que alabar la labor de Nuria, los personajes se describen a través de sus palabras. 

Pero con esta historia de amor y salvación, como Barrios la cataloga, no he terminado de conectar. Me he sentido engullida por una espiral de la que quería salir. La lectura me cansaba, me agobiaba, me aturdía. Pensándolo un poco, quizá esa era la intención de la autora, hacer sentir al lector como se sienten los yonquis, sumidos en un ambiente pegajoso y asfixiante, del que solo tenía ganas de huir. 

Sea como fuere, creo que Todo arde no es lectura para los que buscan algo liviano que echarse a los ojos tras un día duro de trabajo. Me atrevería a decir que estamos ante una novela que requiere una lectura dosificada, a pequeños sorbos. Y es que estoy convencida de que vais a necesitar sacar la nariz de entre las páginas, con mucha frecuencia, para aspirar una bocanada de aire fresco. 







 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí:


jueves, 26 de marzo de 2015

ENTREVISTA A NURIA BARRIOS (Ocho centímetros).

Autora

Nuria Barrios (Madrid, 1962) es escritora y doctora en Filosofía. Es autora de las novelas Amores patológicos (1998) y El alfabeto de los pájaros (2011); de los libros de poemas El hilo de agua (2004), que fue ganador del Premio Ateneo de Sevilla, y Nostalgia de Odiseo (2012); del libro de relatos El zoo sentimental (2000); y de un libro de viajes, Balearia (2000). Sus relatos están presentes en numerosas antologías, entre ellas: Páginas amarillas, Vidas de mujer, Cuentos de mujeres solas, Pequeñas resistencias, Tu nombre flotando en el adiós, Comedias de Shakespeare y Cuentos breves para ir y venir. Su obra ha sido traducida al holandés, al italiano, al portugués, al croata y al esperanto. Colabora habitualmente como crítica con el suplemento literario de El País y con la revista Mercurio. Más información en www.mbagencialiteraria.es


Sinopsis

¿Qué distancia separa el dolor de la felicidad? Un pastor evangélico gitano proclama ante sus enardecidos fieles que la distancia entre uno y otra es de ocho centímetros. En ese intervalo mínimo se sitúan las historias de Nuria Barrios, intensas y vibrantes: allí donde no todo está perdido, donde la escritura hace visibles umbrales que raramente se nos muestran. Estos once relatos tienen aristas y brillan con dureza. Son once diamantes. Cortan. ¿No es acaso lo que esperamos de la literatura? Que indague, que ilumine, que nos duela.



[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]


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Hace unos días publiqué la reseña del libro de relatos Ocho centímetros de Nuria Barrios (puedes leerla aquí), un volumen que recoge historias duras pero también «ternura, cariño y amor». Me interesaba mucho hablar con la autora. Quería preguntarle por qué embarcarse en relatos de esta índole, llenos de dolor, tristeza, angustia,... ¿Qué mensaje quería transmitir a los lectores con sus historias? La ocasión llegó la semana pasada. Esto fue lo que nos contó.  


Marisa G.- Nuria, es la primera vez que leo algo tuyo.

Nuria B.- Por algo se empieza

M.G.- Has escrito novela, escribes cuentos, también has probado con la poesía, de hecho ganaste el Ateneo con poesía. Eres una escritora que no se encasilla, ¿no?

N.B.- No, según lo que vaya a escribir lo enfoco por un lado u otro. El tema mismo me pide la estructura que requiere.

M.G.- Ocho centímetros se compone de once relatos. Algunos de ellos tienen continuación, como una segunda parte que abordas en otros relatos posteriores. ¿Por qué usas esta estructura?

N.B.- Cada cuento se puede leer de forma autónoma, incluso los que están entrelazados no requieren que se lean en orden. Pero hay historias que me pedían más y por eso las continué con otros desarrollos, otros momentos de la vida de los personajes.

M.G.- El título, Ocho centímetros, es una frase que figura en el primer relato. ¿Por qué eliges esa frase como título y no cualquier otra?

N.B.- Porque ocho centímetros representa la distancia mínima pero casi milagrosa que separa el dolor de la felicidad y como todos los relatos hablan precisamente de esa zona de penumbra donde parece que no todo está perdido, me pareció que ese título representaba muy bien la atmósfera emocional de todo el libro.

M.G.- Son relatos muy duros. Se habla de enfermedad, de droga, de muerte... No son temas atípicos pero sí que es verdad que a la hora de llegar al lector, este tiene que estar preparado para enfrentarse a tal dureza. No sé si consideras que tus relatos son una apuesta arriesgada.

N.B.- Todos los temas que trato son temas por los que todos transitamos, antes o después: las amistades que se rompen, las enfermedades, la muerte, el efecto de las adicciones en un ser querido,... Son temas para todos muy conocidos pero sobre los que normalmente no ponemos el foco de atención. Yo quería centrarme en ellos porque creo que es mucho más cruel sofocar asuntos que forman parte de la vida pero que resultan dolorosos, que simplemente hablar de ellos y darle el peso y la hondura que tienen.

M.G.- El ser humano, por naturaleza o por inercia, tiende a eludir estos temas pero tú pones las cartas sobre la mesa y hablas de ellos incluso casi con naturalidad.

N.G.- Es que todo esto es muy natural. El dolor del que hablo en el libro no es el dolor de las tragedias o del drama. Es el dolor al que todos estamos abocados desde el momento en que nacemos. El dolor forma parte de la existencia y creo que al tratarlo con naturalidad, al hablar sobre él, reconocerlo como parte de nuestra vida, ver cómo el propio dolor reescribe nuestra vida, nos reescribe a nosotros,... produce un efecto catártico que te permite enfrentarte a todo lo demás, a las demás circunstancias de tu vida, a las alegrías,... con mucha más intensidad y limpieza. Sofocar el dolor no lo suprime, simplemente lo deja en estado latente y muchas veces se enturbia, ensuciando tu propia vida. Creo que es mucho mejor darle su espacio, mucho más saludable.

M.G.- ¿Y qué sensaciones quieres transmitir al lector? Porque a mí tu libro me ha dolido, me ha escocido. Son historias que me han calado hondo. 


N.B.- Es un libro del que yo no he salido de rositas. No he salido indemne. Creo que está bien que al lector le duela, sienta el impacto de las historias porque son parte de nuestra vida. Muchos me dicen que son historias muy duras pero también muy tiernas, o muy secas pero también con mucha poesía. Si es así cómo lo percibe el lector, a mí me parece estupendo. 

M.G.- En los primeros relatos, la presencia de Dios es muy fuerte. Describes ese entorno de los gitanos evangélicos del que yo sé muy poco pero parece que tú lo conoces en profundidad, ¿no?

N.B.- Sí, lo conozco sí. Yo siempre he sentido mucho interés por la cultura gitana, me gusta mucho el flamenco, me interesa mucho la historia de los gitanos y cuando la iglesia evangélica arraigó bien en España me pareció fascinante. Hubo una temporada en la que yo fui a muchos cultos en Madrid porque, además, en la iglesia se juntaban muchos de mis intereses. Por una parte veía cómo una cultura hacía propia una fe, cómo la adaptaba a sus propias características, algo muy interesante, y luego la fe evangélica se impregnaba de la forma de vida gitana... Y fíjate que entre los evangélicos había muchos artistas. En los cultos, había muchos elementos que a mí me interesaban y por eso asistía. No sé si habrá cambiado desde entonces pero hace unos años conocía ese mundo bastante bien.

M.G.- El mundo gitano llama mucho la atención, ¿verdad? No hay más que ver esos programas de televisión que a veces emiten. 

N.B.- Sí, lo que pasa es que lo hacen de forma anecdótica.

M.G.- ¿Como si fuera un espectáculo?

N.B.- Sí, un espectáculo. Creo que rozan un poco lo grotesco. Muchos de esos programas reciben muchas críticas de las asociaciones gitanas y yo las entiendo porque muestran un aspecto que, aunque es verdad que existe, no identifica a la cultura gitana, que tantas caras tiene. Pero claro, la televisión es espectáculo, y ellos tienden a coger esa parte porque es la que nos parece más estrambótica, más llamativa,...

M.G.- En tus relatos también tocas el mundo de la droga y nos adentras en esos barrios marginales, en esos asentamientos,... Uno de los personajes es una chica universitaria de buena familia, que cae en las adicciones. Ese personaje representó para mí la vulnerabilidad de todos y me llamó la atención que eligieras un perfil así, porque cuando pensamos en drogas, se nos viene a la mente familias desestructuradas, problemas económicos,... Aunque no siempre es el caso.  

N.B.- Sí, tenemos la tendencia de vincular los problemas con los demás. La heroína y el crack son drogas, como tú comentas, de gente marginal, familias desestructuradas,... pero no es cierto. Hay consumidores de heroína y crack de todas las clases sociales y de todos los niveles culturales: catedráticos, jueces, policías, médicos,...

viernes, 20 de marzo de 2015

OCHO CENTÍMETROS de Nuria Barrios.


Editorial: Páginas de Espuma.
Fecha publicación: 2015.
Nº Páginas: 184.
Precio: 15 €
Género: Relatos.
Edición: Tapa blanda con solapas .
ISBN: 978-84-8393-182-0
[Lee primeras páginas aquí]

Autora

Nuria Barrios (Madrid, 1962) es escritora y doctora en Filosofía. Es autora de las novelas Amores patológicos (1998) y El alfabeto de los pájaros (2011); de los libros de poemas El hilo de agua (2004), que fue ganador del Premio Ateneo de Sevilla, y Nostalgia de Odiseo (2012); del libro de relatos El zoo sentimental (2000); y de un libro de viajes, Balearia (2000). Sus relatos están presentes en numerosas antologías, entre ellas: Páginas amarillas, Vidas de mujer, Cuentos de mujeres solas, Pequeñas resistencias, Tu nombre flotando en el adiós, Comedias de Shakespeare y Cuentos breves para ir y venir. Su obra ha sido traducida al holandés, al italiano, al portugués, al croata y al esperanto. Colabora habitualmente como crítica con el suplemento literario de El País y con la revista Mercurio. Más información en www.mbagencialiteraria.es

Sinopsis

¿Qué distancia separa el dolor de la felicidad? Un pastor evangélico gitano proclama ante sus enardecidos fieles que la distancia entre uno y otra es de ocho centímetros. En ese intervalo mínimo se sitúan las historias de Nuria Barrios, intensas y vibrantes: allí donde no todo está perdido, donde la escritura hace visibles umbrales que raramente se nos muestran. Estos once relatos tienen aristas y brillan con dureza. Son once diamantes. Cortan. ¿No es acaso lo que esperamos de la literatura? Que indague, que ilumine, que nos duela.


[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]


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A estas alturas, seguro que ya sabéis de mi gusto por los relatos. En este género he encontrado en más de una ocasión un dulce hogar que me ha acogido y reconfortado, y por eso vuelvo una y otra vez, cuando lecturas más densas me congestionan y necesito un respiro. Así que hoy recalo de nuevo en ellos para encontrarme con la otra cara de la moneda, con el lado oscuro de la luna, porque los relatos de Nuria Barrios, como bien dice la sinopsis, cortan y duelen. 

La vida no es ningún vergel por mucho que nos lo propongamos. Es cierto que tendemos a huir de aquello que nos escuece, como la sal en una herida, que no queremos oír desgracias, ni penas, que nos apartamos disimulada o abruptamente de aquellos que arrastran su mal por las calles pero no podemos negar lo obvio, que los reveses de la vida existen, a diario, de diversa magnitud y grosor, y hay que tener arrestos para enfrentarse a ellos con entereza porque el dolor está ahí, latiendo a un palmo de distancia de nuestra piel. Y eso es lo que precisamente hace Nuria Barrios en este libro, dar voz al dolor, plantarlo delante de nuestras narices para que, de una vez, nos atrevamos a mirarlo a la cara.




Con esta cita inicial, en Ocho centímetros Nuria Barrios se enfrenta a historias cargadas de dolor y no lo hace sola. La autora invita al lector a pasear su cuerpo incólume por los ambientes más sórdidos, un paseo que nos dejará marcas y arañazos.

En total son once relatos en los que veremos a Marcos y Julia, un matrimonio que busca desesperadamente a la oveja perdida, esa sobrina enganchada al crack, con un novio yonqui al que la familia define como «ese hijoputa, cabrón, ingrato, traidor y manipulador»,  al que ella intentó ayudar para salir de las drogas y terminó sucumbiendo a su lado. Ella y su príncipe, al que no dejaría por nada del mundo -porque ellos también aman- se han convertido en una sombra más de ese poblado en el que los drogadictos han creado su propio paraíso. El matrimonio buscará la ayuda de un pastor evangélico gitano, de cuya mano conoceremos ese otro mundo.

De las drogas pasaremos a la enfermedad cruel y traicionera, la que sufre Celia ingresada y aislada de todos y de todo, en la Unidad de Trasplantes de Médula Ósea del hospital Gregorio Marañón, que ve transcurrir sus días entre cuatro paredes esterilizadas, separada de la felicidad por un simple cristal al que se asoma su familia como si ella fuera un espectáculo difícil de mirar. 

Y así iremos transitando por esos caminos empinados, perdiendo el aliento en cada paso, mirando con los ojos entrecerrados porque sí, porque esos cuerpos que son solo pellejo y huesos duelen, porque no nos gusta el olor a hospital, porque sentimos una sombra que gravita sobre nuestras cabezas. ¿Acaso todo eso no forma parte de la vida? Y llegará el sexto relato, y la cosa parece que cambiará de rumbo, se suavizará ligeramente pero no cantéis victoria. Aquí no hay tregua para el lector y si bien pasamos a otro tipo de temas, no dejarán de ser duros como ese amor que se autoimpone cuando no hay manera de que salga adelante, o el maltrato en la piel de la infancia, o la muerte natural provocada por la vejez,...

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