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lunes, 24 de mayo de 2021

EL HIJO DEL PADRE de Víctor del Árbol

Editorial: Destino
Fecha publicación: marzo, 2021
Precio: 20,90 €
Género: narrativa
Nº Páginas: 416
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 9788423359165
[Disponible en eBook y Audiolibro;
puedes leer aquí]

Autor

Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) fue mosso d’esquadra desde 1992 hasta 2012 y cursó estudios de Historia. Es autor de las novelas El peso de los muertos (Premio Tiflos de Novela 2006), El abismo de los sueños (finalista del XIII Premio Fernando Lara 2008), La tristeza del samurái (Prix du Polar Européen 2012), traducida a una decena de idiomas y bestseller en Francia, Respirar por la herida (finalista en el Festival de Beaune 2014 a la mejor novela extranjera), Un millón de gotas (ganadora en 2015 del Grand Prix de Littérature Policière), La víspera de casi todo (Premio Nadal de Novela 2016), Por encima de la lluvia (2017) y Antes de los años terribles (2019). En 2018 fue nombrado caballero de las artes y las letras de la República Francesa.

Sinopsis

¿Quién es Diego Martín? Ni siquiera él lo sabe. Un padre de familia, un esposo, un respetable profesor universitario. Uno de los hijos de la emigración de la España rural a la España industrial en los años sesenta. Alguien que se ha hecho a sí mismo renunciando a sus orígenes, a sus raíces. Y a la vez alguien incapaz de liberarse de ese pasado, de la sombra de su padre, del enfrentamiento ancestral entre la familia Patriota y la suya. Un hombre que se está convirtiendo en aquello que más odia.

El detonante es Martin Pearce, un seductor enfermero que cuida de su hermana Liria, ingresada desde hace años en un centro psiquiátrico. Martin, que de entrada parece un chico sensible, refinado y cautivado por la belleza, esconde otra cara que Diego descubrirá de la peor manera posible.

¿Qué hizo Martin Pearce para desatar a un Diego desconocido? ¿Qué ocurrió para que este rompiera con su familia y se enfrentara con todos ellos? Diego todavía recuerda ese pasado con la mirada del niño que fue y comprende que quizá ha llegado el momento de verlo con unos nuevos ojos.

¿Para qué necesitamos conocer la verdad sobre nosotros mismos si podemos escondernos en la mentira?

[Información tomada directamente del ejemplar]



Llevo un par de semanas dándole vueltas a la reseña de este libro. ¿Cómo resumir / agrupar / sintetizar todo lo que Víctor del Árbol cuenta en El hijo del padre? Reviso mis notas. Le doy varias vueltas a las veinte páginas que nacieron durante la lectura de esta novela, veinte páginas llenas de apuntes, reflexiones, meditaciones, frases extraídas del libro, preguntas,.... ¿Cómo os lo cuento para que podáis entender hasta donde llega la magnitud de esta novela? No lo sé. Releo y releo esas notas. Voy de hito en hito, recordando el relato completo. Los personajes, los sentimientos, los hechos. Espacio y tiempo. No sé si voy a ser capaz de comprimir todo esto. Vaya por delante mis disculpas porque, probablemente, esta reseña no esté a la altura.

El hijo del padre es la segunda novela que leo de Víctor del Árbol. Por casa andan todas las anteriores, desde La tristeza del samurái. Pero fue con Antes de los años terribles cuando descubrí literariamente al escritor. El autor dice que sus novelas no forman parte de un género estandarizado, sino que son fruto de su propio género, del género Víctor del Árbol. «Quien me haya leído ya sabe lo que significa», me dijo la última vez que nos vimos (puedes leer la entrevista aquí). Y yo asiento porque es verdad. Víctor del Árbol tiene algo en la yema de los dedos que sabe trasladar al papel. No sé si es una sensibilidad especial o un modo de mirar diferente al resto de los mortales. Pero lo que sí tengo claro es que en sus novelas, y más concretamente en sus personajes, la vida se detiene. Y qué personajes los de esta última novela.

El hijo del padre es la historia de Diego Martín. La novela arranca en un lugar que, de por sí, aviva la curiosidad. En la Unidad de Evaluación Psiquiátrica, alguien transcribe las notas que Diego escribió entre enero y septiembre de 2011. En ellas, se recoge una confesión.  Se habla de un secuestro, de tres días de tortura y de un asesinato. Diego Martín confiesa que secuestró a Martin Pearce, lo retuvo en la Casa Grande, y el 11 de noviembre de 2010, le pega dos tiros en la cabeza. Después, se entrega a la policía. 


«Martin Pearce también me arrebató eso, mi vida. Cuando extiendo la mano y la busco, solo encuentro arena entre mis dedos». [pág. 25]


Con un inicio de esta envergadura, relatado en un capítulo introductorio, donde el personaje da cuenta a grandes pinceladas de sus días en reclusión, el lector se adentrará en la vida de Diego Martín. El presente de la novela se desarrollará a partir de una inesperada llamada de teléfono. Le anuncian que su padre acaba de fallecer. Para él, aquel hombre «déspota y caprichoso» llevaba muerto más de veinte años. Como prácticamente lo estaba toda su familia, con la que rompió lazos mucho tiempo atrás. La muerte del padre hace estallar una vida que él ya tenía enterrada. Tendrá que regresar a sus orígenes, a donde todo empezó. Regresar al pueblo, a la casa familiar, a la Casa Grande, donde tendrá lugar la muerte de Martin Pearce tiempo después. Tendrá que volver a ver a su madre. Y a sus hermanos: Octavio, Alberto, Gloria. Solo Liria, la hermana pequeña, se salva de su rencor.  Es el único miembro de la familia con el que Diego mantiene contacto. 

El entierro del padre le permite conocer Teresa, la pareja de su padre en los últimos años, después de que este se divorciara. Ambos mantendrán un breve encuentro, intercambiarán pareceres, hablarán del que ya descansa bajo tierra. Teresa tiene una misión que cumplir, dar a Diego una carta escrita de puño y letra de su padre. Aunque hubo un tiempo en el que Diego quiso a su padre como los hijos aman a los que nos dan la vida, hoy no quiere nada de él, le repugna todo lo que tenga su olor, todo lo que él haya tocado. ¿Qué pueden contener esos papeles que a él le puedan interesar? ¿Acaso lo que haya ahí escrito podría hacer cambiar la opinión que él tiene ahora de su padre? 


«- A mi padre le gustaba mucho inventar historias, y estoy seguro de que te contó unas cuantas. Pero pareces una mujer lista, así que ya debes de saber que mentía tanto como hablaba. Se le daba bien manipular a la gente». [pág. 83]


El regreso de Diego Martín supone reencontrarse con su pasado, con unos hechos que pusieron patas arriba las bases de lo que se supone que es una familia. Diego no quiere nada del legado familiar, sin embargo, el padre le deja en herencia la Casa Grande, un inmueble que solo ha traído desgracias a la familia. Poner un pie en aquella casa conlleva recordar todo lo que ocurrió. En el desván, una vieja maleta guarda en su interior una fotografía y una pistola en perfecto estado. Diego recuerda y se traslada mentalmente al año 1936. A través de ese flashback, navegaremos por la genealogía del personaje. Conoceremos al abuelo Simón, que maltrataba a la abuela Alma Virtudes y a sus hijos. Sabremos de aquel tío anarquista al que asesinaron con tan solo diecisiete años. Nos asomaremos a la rivalidad entre la familia Patriota, dueña y señora del lugar, frente a los Martín, gente humilde, de la tierra, humillados por los que ostentan el poder. Nacerá la guerra, y habrá bandos y represalias, vencedores y vencidos.  

Moviéndonos en la línea del tiempo, y con frecuentes saltos en la cronología, iremos conociendo, por un lado, cómo es la vida de Diego en el presente. Los hechos que se producen dentro de su matrimonio, la relación que mantiene con su hijastra, las coacciones y amenazas de un compañero de trabajo. Por otro, cómo fue la vida de los Martín en el Pueblo, los años en los que el abuelo estuvo en la División Azul, cuyo regreso implicó tener que «mendigar favores», el tiempo que el padre pasó en el Sahara Occidental, como legionario, lo que ocurrió con Liria, el porqué de la ruptura familiar, una unidad que se deshizo como si fuera un terruño aplastado con el pie. Y las consecuencias que todos esos actos dio lugar. ¿Qué pasó en esa familia? ¿Por qué la madre dice lo siguiente?:


«Los embustes de Liria acabaron con mi matrimonio y me enemistaron con mis hijos». [pág. 91]


Lo que fuera que ocurrió dio pie a un juicio donde la unidad familiar quedó definitivamente dinamitada. Cada uno de los miembros quedó marcado y se hundieron en un profundo pozo. Amargura, resignación, desequilibrio mental. La familia se hizo añicos porque hay traiciones, venganzas, odios, recelos y violencia. «A la familia se le perdona, Diego», le dirá Octavio, el conciliador, a su hermano mayor porque «lo que ocurrió fue jodido para todos, pero han pasado casi veinte años. Hay que olvidar, hermano». Pero Diego no puede olvidar, sobre todo, cuando va a visitar a Liria con la que siempre tuvo una conexión especial.  De familias habla El hijo del padre. También de VERDAD (así, en mayúsculas), porque «se le suele dar mucha importancia a esa palabra, pero todos juegan con ella como niños con una copa de cristal: la manosean, la comprometen y la traicionarán sin comprender ni su fragilidad ni su valor. La mayoría no sabe qué hacer con ella, de modo que fingen que no existe, a menos que puedan cambiarla por otra más conveniente». Pero también se abordarán  otras cuestiones que prefiero callar porque esta novela no es para hablar de ella, aunque haya tanto que decir, sino para leerla y dejarse engullir por su complejo entramado.

Tengo que admitir que a veces he sentido vértigo con la lectura. Me ha perturbado esa sensación de incomodidad que te inunda cuando sientes que algo terrible va a ocurrir. Dentro de estas familias se respira una aire enviciado, que provoca inseguridad, porque sabes que ahí no estás a salvo. Hay escenas que me han quitado el aliento. También me ha escocido profundamente la tensión y la agresividad que se vive dentro de las familias de esta novela. La red de relaciones que se forja entre unos y otros da para un largo debate. Ya sabemos que en todos lados cuecen habas, por eso no es extraño encontrar rencillas y conflictos, de mayor o menor calado, en todas las familias. Aquí, las cuitas son de altura. El lector se encontrará con asuntos desnaturalizados que germinan a la sombra de la duda. Y yo hablaba antes de la verdad, pero ¿cuál es la verdad en el seno de las familias? Dejo que seas tú mismo quien lo descubra en el caso de los Martín.

Estamos ante una saga familiar en la que Diego encabeza el rosario de personajes. Profesor universitario de cuarenta años de edad, está casado con Rebeca, una mujer de buena familia que no es consciente del origen humilde de su marido. Junto a ella, Diego optó por dejar atrás lo que un día fue porque «renunció a sus raíces, inventó otra historia que contar, tejió una tela de araña donde se confundieron la fabulación y la realidad». Rebeca aporta al matrimonio una hija. Ana, a la que Diego unió su vida cuando la niña tenía seis años, jamás confió en él. Ahora que ha crecido y es una universitaria, la relación entre ambos se tensará mucho más. Diego lleva una vida estable aunque algo gris. Parece de esos hombres que están estancados, que viven dentro de un matrimonio aburrido y rutinario, y por eso, alguna vez se permite algún escarceo que tampoco le aporta absolutamente nada, ni siquiera el cosquilleo que proporciona tocar una piel joven o el morbo que pude implicar ser pillado en falta. Diego solo siente vacío, decepción, asco, culpabilidad en lo prohibido. «Era un infeliz vocacional». Eso es él. 

Diego es de esos hombres que tratan de caminar erguidos aunque su espalda tienda a encorvarse como efecto del peso que porta sobre la misma. Da la impresión de sentirse totalmente desubicado. No forma parte de su familia, con la que ya nada lo une. Tampoco se siente acogido en esa Barcelona en la que reside ahora, y que etiqueta a los que son como él, como charnegos.


«Era una palabra del pasado pero que seguía clavada como una astilla en alguna parte de su memoria, escupida con desprecio hacia los recién llegados por los que se consideraban dueños de la tierra, los que siempre estuvieron aquí, aunque todo el mundo venga de alguna parte. Sinónimo de harapiento, muerto de hambre, el dedo que señalaba a su abuelo, a su padre, a él durante mucho tiempo». [pág. 37]


Diego se crió entre chabolas, en esa zona de la ciudad a la que llegaban los desheredados, «un suelo blando que la lluvia transformaba en torrentes de agua sucia que arrastraba colina abajo toda clase de inmundicias. Todo iba a parar a la parte baja convertida en un vertedero que daba la espalda a la verdadera ciudad». Y aunque él consiguió construirse una nueva vida, un nuevo pasado, una nueva identidad, no ha podido jamás desprenderse del olor a pueblo y del barrizal con el que manchó sus pies cuando llegó a Barcelona. A Diego le pesa su pasado. Le pesa su familia. Y le pesa aquella sentencia que escuchó decir a su abuelo Simón, el día que junto a él, lo vio lanzar un anillo con una piedra negra a un estanque. «Espero que no te jodas la vida como hemos hecho todos los hombres de esta familia». Y en esa jodienda tiene mucho que ver una casa, la Casa Grande, otro personaje más de esta novela.

Porque los escenarios son muchos y dispares. Está Pueblo, ese enclave de Extremadura de donde proceden los Martin. Un lugar al que el autor no ha querido poner nombre pero que hace las veces de un Macondo español, un universo en el que ha querido desplegar la ficción. Y dentro de Pueblo, el lector se encuentra con la Casa Grande, un inmueble que ha marcado para siempre a las familias del lugar. 

«Quien más y quien menos tenía que ver con aquel caserón levantado en 1863 por un lejano Patriota enriquecido en Cuba, cuyo nombre se perdía en los orígenes de la genealogía de aquella familia que durante décadas gobernó la comarca con un puño de hierro. Todo el mundo tenía algún pariente que había trabajado en sus tierras como jornalero, en las alquitaras, en la fábrica de envasado o en el servicio doméstico». [pág. 60]


Propiedad de los Patriota, la Casa Grande pasó de las manos de los poderosos a las manos de los humilde, de los Martín. Un inmueble que supone todo un símbolo, que representa la ejecución de una venganza, y que encierra buena parte de la desgracia de los hombres de la familia, como bien apuntaba el abuelo Simón.

Y sigo comentando de los personajes, algunos depravados, con un lado negro y que incluso, a pesar de su faz más tenebrosa, también tienen algún ramalazo de humanidad y conciencia.

Entre los personajes, podría hablar de Martin Pearce, al que dejamos abandonado al inicio de esta reseña, con dos tiros en la cabeza. La relación que une a Pearce con Diego no la voy a desvelar. Digamos que todo fluye de manera natural entre ellos, que la relación se forja por las inevitables circunstancias. Las primeras impresiones no son siempre las más certeras. Diego, con el tiempo, irá descubriendo ciertos secretos de Martín, de este joven de veinticuatro años, criado en una familia en la que «todo era pecado, todo era malo, peligroso o dañino. Oscuro y enfermizo». Otra familia más, la de Pearce, que terminará por hacerse polvo. Martin es un tipo que sabe camuflarse, mimetizarse con el entorno, y ofrecer su mejor versión. En mi idioma, un tipo así tiene un nombre.

Y os podría seguir hablando del padre de Diego, cuyo nombre solo conoceremos en la última página; del tío Joaquín, aquel anarquista al que le arrebataron la vida tan pronto; de Beatriz Patriota que será personaje del pasado con billete de ida al presente; o de Liria, esa mujer que ocupa todo el espacio de su hermano Diego. Adentrarme en la vida de Liria es desgranar en exceso la novela. No lo haré. Quisiera que fueras tú el que descubriera las motivaciones de Diego, el porqué actuó como lo hizo, independientemente de su verdad.  Son muchos los sucesos que transcurren en la novela, muchos los personajes, muchos los años narrados,... Porque El hijo del padre es también el retrato de una época, de todo el siglo XX en España. De ahí que muchos personajes vivan en primera persona los acontecimientos más importantes de nuestra historia.

Por otra parte, he disfrutado mucho con la atmósfera de Pueblo. Me ha parecido magistral la manera en la que el autor recrea la vida en los pueblos, en los tiempos de hoy y en los de ayer. Solo los que han pasado parte de su vida viviendo en esos reductos diminutos, en pequeñitas localidades, donde hay otras reglas, saben cómo es la atmósfera que se respira. En ciertos pasajes, he podido recordar las sensaciones que tenía durante mis temporadas en el pueblo, aquellos veranos corriendo por el campo o la visión de esas sillas de anea, vacías y abandonadas, junto a las puertas de las casas, cuando el sol castigaba en las horas centrales. Sillas que siempre quedaban a la espera de que bajaran las temperaturas, para volver a ser ocupadas y convertirse en testigos de mudos de la cháchara de las vecinas. 

En los pueblos, todos saben de todos, y eso supone un gran problema en tiempos de guerra y posguerra, o cuando hay líos de falda. No había forma de ocultarse ni pasar desapercibidos. Lo que hoy me haces tú, queda dentro de mí, y ya veremos si mañana, cuando cambien las tornas, no seré yo quien me cobre la ofensa. Así eran y son los pueblos, lugares con una justicia propia, enclaves en los que todos los estamentos están implicados. La Iglesia también. Por eso todo lo que ocurre entre los Patriota y los Martin, por eso todo ese odio y rencor, macerado a fuego lento durante años. 

¿Qué más os podría contar? Siento que se me quedan tantas cosas por decir pero, a la vez, no queriendo hablar más de la cuenta. Aún así, cabe añadir que Víctor del Árbol consigue atraparte en una narración plagada de emociones y con unos personajes complejos. El hijo del padre es compacta, densa, detallada y, sin embargo, fluye. Tiene mucho que ver el estilo del autor, esa forma intimista de contar las vivencias de unos personajes, a los que hace protagonistas de una vida llena de socavones. Bajo mi punto de vista, y aunque hay pasajes que me han interesado menos -los capítulos dedicados a Rusia y al Sáhara-, esta novela conforma un todo de enormes dimensiones, en los que Víctor del Árbol demuestra un hábil manejo de la estructura narrativa. Combinando voces y haciéndonos avanzar y retroceder en el tiempo, el lector llega a un desenlace en el que la palabra «verdad» cobra todo su sentido.  ¿Qué piensas hacer con toda esa rabia que te ha ido consumiendo por dentro, Diego?

Escrito con una prosa que no solo es elegante, sino inteligente, El hijo del padre erosiona la piel, la magulla, la hiere. Es muy complicado hablar de una novela como esta, tan brutal, que se dilata tanto en el tiempo, con un conjunto de personajes llenos de aristas. Lo que ves en esta reseña es solo la punta del iceberg. Por ello, te invito a leerla. Merece mucho la pena descubrir por qué Diego mató a Martin Pearce y qué le pasó a Liria. Para mí son dos de las grandes incógnitas de una novela espléndida que arranca al lector un aluvión de preguntas. No te la pierdas. 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí:


martes, 6 de abril de 2021

VÍCTOR DEL ÁRBOL: ❝Todo lo que me ha configurado como hombre está plasmado en esta novela❞

Leer las novelas de Víctor del Árbol es sumergirse en un mar de emociones que siempre remueve por dentro. Al pensar en sus historias, es fácil imaginarse al lector, lápiz en mano, destacando aquel pensamiento, aquella reacción o alguna que otra reflexión. Lo he pensado muchas veces. Y soy consciente ahora de que ocurre lo mismo cuando conversas con él, cuando lo escuchas hablar. Con la cadencia que caracteriza su discurso, va dejando caer perlas aquí y allá, axiomas que el oyente va grabando en su mente.  Más aún cuando se trata de su última novela, El hijo del padre, de la que es fácil encontrar a una legión de lectores rendida ante una historia dura, compleja, pero muy real. 

La familia Martín. La familia Patriota. Una casa. Un pueblo extremeño. Una verdad.

Hablamos de su última novela. Hablamos con Víctor del Árbol.

Marisa G.- Víctor, ¿qué te voy a preguntar con una novela así? Lo más lógico, ¿el porqué de esta historia?

Víctor A.- No te puedo explicar una génesis cronológica o lógica. Funciono mucho por intuición. Cuando una historia comienza a darme vueltas en la cabeza, tarde o temprano termina por salir. En realidad, esta novela es el resultado de las anteriores. El germen de El hijo del padre ya aparece en Un millón de gotas o en La tristeza del samurái. La relación entre el padre y el hijo, esa relación que tenemos con la memoria, todo eso ya lo he ido tocando de alguna manera en otras novelas. Creo que había llegado el momento de enfrentarme a mi propia historia, sin literatura.

M.G.- ¿A tu propia historia?

V.A.- Sí. Al protagonista, a Diego Martín, le he prestado muchos recuerdos, muchas imágenes. No soy Diego, pero contando esta historia me he dado cuenta de que he contado la mía propia, mi propia infancia, mi propio pasado, la relación conflictiva con mi padre, el hecho de ser charnego, de venir de una familia de Extremadura, pero crecer en esa Barcelona de aluvión. De alguna manera, todo lo que me ha configurado como hombre está plasmado en esta novela, con mucha calma y sosiego. Además, la pandemia me ayudó mucho.

M.G.- ¿A reflexionar?

V.A.- Sí, y a escribir de una manera más íntima. Creo que eso se nota mucho en El hijo del padre, si la comparamos con otras novelas. Me ayudó a escribir una historia despojada de artificio aunque, como novela que es, tiene que tener una serie de recursos técnicos. Mira, si lo pienso, te podría decir que la génesis de esta historia está en el hecho de que yo ya sé quién soy. Me he convertido en un hombre, que está en paz con su pasado, con sus fantasmas, y que no tiene que arreglar cuentas con nadie. Desde ese punto de vista, con esa tranquilidad, he podido escribir una crónica ficcionada de todos los fantasmas que a mí me han alimentado desde que empecé a escribir en 2005, El peso de los muertos

M.G.- Armar la novela no ha tenido que ser fácil. Aquí hay muchos personajes que cuentan su historia, algunos con su propia voz, hay muchos escenarios, hay muchos tiempos. ¿Esta novela nació con la idea de ser algo más sencillo y se fue complicando a medida que escribías?

V.A.- No. Era plenamente consciente de cómo la iba a escribir, de las voces, de los tiempos,... Por el hecho de escribir con mano firme y segura, sabía que no iba a improvisar. Tenía clarísimo que quería ser generoso en esta novela, generoso con el lector, generoso con mi verdad, con mi subjetividad, como persona y como escritor. Quería escribir una novela americana, una novela generacional, una saga, esas novelas que a mí me apasionan porque son generosas en los temas, en las voces, como Las uvas de la ira de John Steinbeck. Quería escribir una novela que hiciera una instantánea de una época y ser lo más generoso posible. Esta novela está muy pensada.

M.G.- Como debe estarlo también el inicio. Colocas a Diego delante del lector, y el personaje empieza a hablar. Pasadas esa página, al lector lo inunda un aluvión de preguntas.

V.A.-  Esta novela va sobre la verdad, cómo la construimos, para qué sirve, cómo la manipulamos. Quería demostrarle al lector que siempre tenemos la tendencia a juzgar sin conocer. Todas las personas lo hacemos. Es algo muy humano el juzgarnos a nosotros mismos, pero también juzgar a los demás. Yo sabía que con la confesión de Diego en la primera página, en la primera línea, lo íbamos a juzgar inmediatamente. El lector se iba a posicionar. Pero cuando él dice que esta es la verdad pero que ni siquiera es la parte fundamental de la verdad, lo que te estoy diciendo es que tengas paciencia porque te voy a enseñar la otra cara de la moneda, y solo entonces podrás realmente juzgar a Diego.

M.G.- En la nota de prensa se habla de thriller pero, sinceramente, bajo mi punto de vista, esta novela no encaja en la concepción clásica de thriller.

V.A.- No, no,... Lo he dicho varias veces y lo repetiré siempre. A mí me gusta hablar del género Víctor del Árbol. Quien me haya leído ya sabe lo que significa y quien no, pues ya lo descubrirá cuando lo haga. No es ni mejor ni peor que cualquier otro género, pero sí que tiene la ventaja de no tener etiqueta. Es solo una voz, un universo recurrente donde entras o no entras. 

M.G.- Has mencionado la expresión «saga familiar». En esta novela encontramos frases tremendas sobre las familias. Por ejemplo, «quererse, perdonarse, olvidar, eso es lo que hacen las familias»" o  lo que le dice Octavio a Diego, «a la familia se le perdona». ¿A la familia siempre se le perdona todo, Víctor?

V.A.- Es el pacto secreto que hacemos con los nuestros. Ese vínculo de la sangre que todo lo guarda en el universo cerrado de la familia. Somos una unidad frente a los demás. Es el mundo contra nosotros y nosotros contra el mundo. ¿Qué pasa cuando alguien decide romper ese pacto? ¿Qué pasa cuando alguien decide hacer saltar por los aires los secretos familiares y enfrentarse al patriarca? Ocurre que la familia te expulsa, reniega de ti. O tú acabas renegando de la familia, que es un poco lo que le termina pasando a Diego. 

A medida que va avanzando la novela, Diego me da mucha pena. Es una persona totalmente desclasada, desarraigada. No encaja en el mundo que él se ha construido, pero tampoco tiene raíces porque él mismo ha decidido apartarse de su familia.


M.G.- Al hilo de ese universo de la familia del que hablas, llama mucho la atención la violencia en ese ámbito, que a veces es muy soterrada y otras más explícita. Es muy duro vivir en el seno de una familia donde ocurren ese tipo de sucesos que vemos en la novela.

V.A.- Sí, pero para entender de donde viene esa violencia, he utilizado al narrador omnisciente que te lo explica. Tenemos dos puntos de vista. Por un lado, tenemos a Diego Martín que nos cuenta lo que él ha vivido desde su óptica. Por otro lado, está ese narrador omnisciente que lo conoce todo y que le da al lector información de la que el protagonista carece.

A Diego Martín le cuesta más entender de dónde viene la violencia de su padre y de su madre porque él no conoce toda la historia pero nosotros, sí. El lector sí sabe de dónde viene el padre. Sabemos la infancia que tuvo en la Casa Grande y la relación que tuvo con su padre, que estuvo en la División Azul.  Por todo eso, sabemos que esa violencia tiene un origen familiar, que es como una maldición, porque no son capaces de relacionarse con el mundo de otra manera. La violencia de los Martín nace del miedo. Cuando nos sentimos perros acorralados, siempre mordemos. Eso es lo que hizo el abuelo, el padre y, de alguna manera, es lo que también hace el hijo. El gran error de Diego Martín es entender las relaciones con el mundo como conflicto. En vez de tratar de entender, Diego lucha, intenta imponerse para sobrevivir. Es lo que le han enseñado. Está equivocado porque no sabe quién era su abuelo ni su padre. Nosotros, los lectores, sí lo sabemos. Por eso, a medida que va avanzando la novela, cada vez juzgamos menos a Diego, al padre, al abuelo. Empezamos a entender la verdad, esa polifonía de sonidos que alcanza su clímax en las últimas diez páginas.

M.G.- Y en esas últimas diez páginas, en la última más concretamente, conoceremos el nombre del padre porque, en ningún momento previo se nombra. ¿Por qué?

V.A.- Siempre tengo muy claro a los personajes, antes de empezar a escribir. Sin embargo, en este caso, no me atrevía a ponerle nombre al padre. Había probado varios, pero ninguno me funcionaba. Así que lo dejé. Pensé que en algún momento ese nombre aparecería y sí que aparece, pero lo hace en la última página, y como última palabra de la novela. Eso fue muy revelador porque para mí, el padre de Diego es como una sombra, que se va moldeando poco a poco. Al lector le pasa lo mismo. El padre se va configurando poco a poco en su mente, en su imaginación, lo va corporizando, a medida que vamos teniendo más y más información sobre el personaje. Al final, ese nombre solo se revela cuando nos ponemos en paz con él, cuando podemos nombrarlo. Hasta el final de la novela, Diego no consigue aceptar la realidad de su padre, y eso significa reconocer que él ha hecho un constructo de su identidad sobre una mentira, sobre una excusa, que le ha permitido esa épica de hombre hecho a sí mismo. Nadie se hace a sí mismo. Todos venimos de algún lugar, y hay que aceptar la herencia que nos ha tocado, la buena y la mala.

M.G.- Pero hablando de personajes-sombra, no podemos dejar atrás a ese tío Joaquín, el anarquista de la familia Martín, que marca el destino de todos los personajes.

V.A.- Así es. El tío Joaquín es el inicio del conflicto de la familia Patriota y la familia Martín. Entre ellos nace un odio que se va a ir perpetuando de generación en generación, hasta perder su origen. Sin embargo, ese odio sí alcanza al propio Diego Martín. El tío abuelo Joaquín es esa memoria dolorosa de la que nos cuesta  hablar. Como tenemos esa tendencia a juzgar que antes te comentaba, solo sabemos juzgar en bandos, en los buenos o en los malos. Claro, unos son buenos o malos en función del lado en el que nosotros estamos. Pero las ideologías importan muy poco en la novela. En realidad, Joaquín tiene muy poco de anarquista. No es más que un crío de dieciséis años, un jornalero que ha aprendido a leer, que se ha tragado sin saber digerir un montón de libros que no entiende. Al final, todo se reduce a una cuestión de miseria. Hay una minoría privilegiada, los señoritos, que son los dueños del cortijo, de la Casa Grande; y hay una familia humilde, de jornaleros, que trabajan para ellos y que son sistemáticamente humillados, vejados y esclavizados. En ese núcleo lo que hay es rencor, puro y duro.

Las grandes historias, los grandes conflictos, sobre todo en los pueblos, siempre se explican a través de las pequeñas historias intrafamiliares. Ya no se trata de si uno es de derechas o de izquierdas, porque las ideologías no están nada claras. Lo que ocurre es que hay gente que defiende una serie de privilegios heredados y otra gente que quiere alcanzar la dignidad, otra forma de vivir. Los que tienen los privilegios luchan a muerte por defenderlos. Y los que quieren esos privilegios luchan a muerte por alcanzarlos. Ese tipo de odio se vuelve inmortal.


M.G.- Es verdad que tenemos que conocer al personaje para poder juzgarlo pero también es cierto que, en esta novela, hay algún que otro lobo con piel de cordero.

V.A.- Todos somos lobos con piel de cordero. 

M.G.- ¿Todos?

V.A.- Todos, todos,... En un momento dado, todos podemos mutar de piel fácilmente. Lo que me interesa de la identidad es que da igual lo que hayas hecho porque tú no eres lo que has hecho. Ni siquiera eres lo que te ha pasado. Tú eres tú. Eres una identidad que se construye. La memoria o el pasado no tienen sentido porque no se pueden cambiar. Se puede entender o aceptar, pero no tiene sentido revisitarlo para reinventarlo porque lo que pasó, pasó, y no volverá. ¿Por qué tenemos constantemente esa necesidad de regresar al pasado para justificarnos en el presente? A veces, el pasado solo nos sirve para eludir nuestra propia responsabilidad.

M.G.- Víctor tenía por aquí apuntado preguntarte por qué Extremadura, por qué ese pueblo. Casi que me has contestado al comentarme antes que tu familia es extremeña.

V.A.- Mi familia es de Almendralejo. En la novela, el pueblo se llama el Pueblo, con mayúscula, a modo de Macondo. Es un reflejo no literal de Almendralejo porque he querido crear un universo donde pudiera caber también la ficción. Pero sí, Tierra de Barros es la tierra de mi abuelo paterno. De ahí vienen mis raíces.

M.G.-  Y en ese pueblo hay una casa, Casa Grande, que pertenece primeramente a la familia Patriota y luego pasará a mano de los Martín. Esa casa es un símbolo.

V.A.- Es un símbolo, sí. Al final, terminas entendiendo por qué el padre le deja en herencia esa casa precisamente al primogénito, al que no quiere saber nada del pasado.  En realidad, lo que le está dejando en herencia es la memoria. Es decir, le está diciendo que no puede huir de lo fue, y que tiene que aprender a aceptarlo. La Casa Grande es ese baúl que toda la familia Martín lleva a cuesta.

Por otro lado, me parece muy triste que un hombre, como el padre, que ha sufrido lo indecible en esa casa, construye su vida sobre el rencor. Se pone como objetivo comprar esa casa algún día, y destruirla. Y es que, a veces, uno elige muy mal sus proyectos de vida. El padre es un personaje triste, que reina sobre las ruinas de la memoria, del recuerdo. 

M.G.- La novela funciona como retrato de la vida en los pueblos, y como retrato de la Historia del siglo XX. La horquilla temporal es muy amplia, y con muchos hitos históricos.

V.A.- Se aborda toda la Historia de España. Por hacer como un resumen, creo que esta es la historia de un reencuentro entre Diego Martín y el fantasma de su padre. A través de los recuerdos de Diego Martín, lo que estamos haciendo es revisitar toda la historia de esa saga familiar y, al mismo tiempo, ver en qué momento de esa historia tan convulsa de este país, encaja esa escena familiar, y ver cómo marca a la gente normal y corriente. Porque la familia Martín no son actores políticos ni militares. En realidad, son apolíticos, pero la historia los envuelve, los arrastra y los zarandea una y otra, y otra, y otra vez. Ellos no pueden hacer más que surfear, mantenerse a flote. Diego es el único que, de algún modo, ha sido capaz de sobreponerse a la historia, de salir de esa miseria heredada para convertirse en un hombre, hecho y derecho, pero inacabado porque no es capaz de ponerse en paz con su pasado.

M.G.- Me han gustado muchísimo todas esas referencias pictóricas que abundan en la novela. No es algo muy habitual.

V.A.- Adoro la pintura. Es la instantánea de un momento o de un paisaje. Pero, además, lo que me parece más importante es la mirada del pintor. Un paisaje o un retrato no es más que un estado de ánimo que el pintor transmite. Pero en la novela, en función del cuadro que el protagonista va viendo, puedes acceder a su estado de ánimo también. 

Lo que me gusta mucho de Diego Martín es que, siendo un hombre que viene de una familia sin cultura, más allá de la popular, encuentra una manera de transcender en los libros, en la música, en la pintura. En eso, Diego y yo nos parecemos. A mí, la pintura, la música, la filosofía, la historia, el teatro,.. todo eso me ayudó a ampliar mi mundo, a salir de ese barrio de aluvión, de ese estigma familiar, para romper esa cadena y darme cuenta de que el mundo es mucho más bello, y que no es solo conflicto. De alguna manera quería hacer ese homenaje a la literatura que es mi gran pasión, pero también a la pintura.

M.G.- Sabes que la novela hay que leerla a pequeños sorbos porque erosiona la piel. Al menos es lo que me ha pasado a mí. Es una novela que duele. Con un novelón como este, ¿después qué? 

V.A.- Yo también me lo he preguntado pero ahí está el desafío. Soy consciente de que he escrito una grandísima novela. No sé lo que van a decir los demás pero, en mi fuero interior, yo lo sé. El hijo del padre es un broche de oro a una temática muy recurrente en mis novelas anteriores, como son las relaciones paterno-filiales, la identidad, la memoria, la patria,... Creo que con esta novela he cerrado un círculo de diez años. Como persona, yo también lo necesitaba. Este es mi testamento en cuanto a ese periodo de novelas. A partir de aquí, toca seguir creciendo. Ya encontraré otros caminos, pero ¿sabes qué es lo que me mantiene como escritor? Es esa mirada de niño, esa mirada de observar y curiosear, de asombrarte por todo. Ahí está la clave.

M.G.- Víctor, tengo muchas más preguntas que hacerte pero el tiempo apremia. Gracias por esta novela. Gracias por este encuentro que, en estos tiempos, casi es un milagro. Y espero verte en la próxima.

V.A.- Gracias a ti.

Sinopsis: ¿Quién es Diego Martín? Ni siquiera él lo sabe. Un padre de familia, un esposo, un respetable profesor universitario. Uno de los hijos de la emigración de la España rural a la España industrial en los años sesenta. Alguien que se ha hecho a sí mismo renunciando a sus orígenes, a sus raíces. Y a la vez alguien incapaz de liberarse de ese pasado, de la sombra de su padre, del enfrentamiento ancestral entre la familia Patriota y la suya. Un hombre que se está convirtiendo en aquello que más odia.

El detonante es Martin Pearce, un seductor enfermero que cuida de su hermana Liria, ingresada desde hace años en un centro psiquiátrico. Martin, que de entrada parece un chico sensible, refinado y cautivado por la belleza, esconde otra cara que Diego descubrirá de la peor manera posible.

¿Qué hizo Martin Pearce para desatar a un Diego desconocido? ¿Qué ocurrió para que este rompiera con su familia y se enfrentara con todos ellos? Diego todavía recuerda ese pasado con la mirada del niño que fue y comprende que quizá ha llegado el momento de verlo con unos nuevos ojos.

¿Para qué necesitamos conocer la verdad sobre nosotros mismos si podemos escondernos en la mentira?

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