Editorial: Algaida.
Fecha publicación: noviembre, 2016
Precio: 20,00 €
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Género: Ficción histórica.
Nª Páginas: 456
Edición: Tapa dura
ISBN: 978-84-9067-699-8
[Disponible en eBook;
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Autor
Fernando
de Artacho nació en Sevilla. Es doctor en Historia y licenciado en Derecho por la
Universidad Hispalense, abogado de su Ilustre Colegio, y cursó estudios
de doctorado en Historia en la citada institución. También ha realizado
estudios de Ciencias Políticas y Sociales en España y Portugal. Es
Diplomado en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria por el Consejo Superior
de Investigaciones Científicas.
Asiduo colaborador en revistas especializadas y medios de comunicación escritos, ha publicado más de una treintena de libros, entre los que destacan Manuscrito sevillano, Los Caballeros Veinticuatro del Puerto de Santa María, Padrón de Nobles e Hijosdalgos de la ciudad de Sevilla en el siglo XVIII, Estudio de las Reglas de la Primitiva Archicofradía de la Coronación de Espinas de 1567 o La Nobleza sevillana a través del Privilegio de Oratorios; posteriormente ha publicado un ensayo titulado Los otros Alba.
Es presidente de la Academia Andaluza de la Historia, de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, de la Real Academia Belgo-Española de la Historia y de la Real Academia de la Mar, entre otras varias academias instituciones españolas y extranjeras.
Desde hace algunos años alterna la labor investigadora con la divulgación histórica, en novelas como Hija de la Iglesia (2004), Las dos verdades (2005), El enigma de la Santa Espina (Finalista del Premio Novela Ateneo de Sevilla), La gubia del alumbrado (I Premio Ateneo de Sevilla de Novela Histórica), El trono y el altar, Narraciones y Leyendas y el almirante Mediohombre.
Sinopsis
En
la noche del 15 de mayo de 1570, coincidiendo con la visita a Sevilla
del rey Felipe II, las campanas de la iglesia de la O, en Triana,
comienzan a doblar misteriosamente a muerto, con el toque específico que
proclama el fallecimiento del rey.
Por mandato del Cardenal se encarga una nueva cerradura cuya llave deberá colgársela el párroco al cuello y no quitársela ni para dormir. Pero en las noches siguientes se repite el mismo toque fúnebre, incluso a pesar del retén de vigilancia apostado en la iglesia. La clave de tan singular suceso parece residir en Antón González, campanero de la parroquia, a quien la malicia y las mentiras habrían conducido a la hoguera de la Inquisición casi setenta años antes.
Don Lope de Céspedes y el caballero Rodrigo de Alvarado se harán cargo de revisar el proceso inquisitorial contra el desventurado campanero. Y a partir de ese momento, como si se hubieran abierto las puertas del infierno, una serie de extraños sucesos sacudirá la ciudad.
[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]
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La cosa no podía pintar mejor, así que me dispuse a preparar la mesa, con sus viandas y su buen vino, para devorar esta novela que, continuando con el símil culinario, proponía un sugerente menú teniendo como primer plato el misterioso toque fúnebre de las campanas de mi vecina iglesia, coincidiendo con la visita a Sevilla del rey Felipe II en el mes de mayo de 1570. Los toques a muerte se repetirán en las noches siguientes, siempre de la misma forma pero sin un origen conocido, pues el campanero asegura que no son obra suya. Entonces, ¿quién hace sonar las campañas? ¿Qué anuncian?
Con estos mimbres, desde el comienzo de la novela es inevitable que los lectores se sientan atraídos y quedemos enganchados a la historia desde su primera página. Sin duda, la trama me ha parecido inquietante y original, así como el contexto histórico que abarca el reinado de Felipe II, con la Inquisición desplegando sus redes por toda la sociedad de la época. Y es que pronto el Santo Oficio cobrará gran protagonismo en la novela.
Sería justo destacar el amplio trabajo de documentación que ha realizado Fernando de Artacho. Es algo a lo que nos tiene acostumbrados y en esta ocasión no iba a ser menos. No se trata solo de la profundidad y la rigurosidad con la que nos demuestra los procedimientos del Santo Oficio, sino también el reflejo y los detalles de la época en la que se enclava la trama. Y centrándonos en la Inquisición, no cabe duda de que fue una época convulsa.
Se respiraba el miedo a ser denunciado falsamente, ya fuera por envidia, celos o cualquier otra artimaña que acabara con el denunciado ante un tribunal de la Inquisición. Había que demostrar la inocencia enclaustrado en lúgubre sótano, soportando el hambre, la sed e inimaginables torturas. Todo esto ocurría en el Castillo de San Jorge, sede del temido tribunal en Sevilla- muy cerca de la parroquia de la O y por ende, muy cerca de mi casa. Los autos de fe tenían lugar en la plaza de San Francisco y aunque al pensar en ellos y en el Santo Oficio nos imaginamos que todo era fruto de tremendas injusticias, la novela nos demuestra que eran procesos de lo más garantistas en su época y un modelo de ejercer el Derecho, algo con lo que yo no contaba y que me ha hecho pensar cómo serían el resto de juicios a los que te podías ver enfrentado.
Pero si podía ser relativamente fácil verse envuelto en serios problemas por una falsa denuncia, más difícil era sin duda que un veredicto erróneo pudiera ser revocado y corregido, devolviendo su integridad y el buen nombre al condenado, hubiera fallecido ya o no. Sin destripar nada de la novela, a través de sus páginas nos podremos hacer una buena idea de ello.
Pero si podía ser relativamente fácil verse envuelto en serios problemas por una falsa denuncia, más difícil era sin duda que un veredicto erróneo pudiera ser revocado y corregido, devolviendo su integridad y el buen nombre al condenado, hubiera fallecido ya o no. Sin destripar nada de la novela, a través de sus páginas nos podremos hacer una buena idea de ello.
De igual modo, Fernando
de Artacho dibuja un certero reflejo de la sociedad de la época,
retratando costumbres, los distintos gremios existentes, los protocolos y
la facilidad con la que se podían adquirir nuevos apellidos que dieran
lustre al linaje y poder así escalar en la sociedad sevillana,
–aplicando al pie de la letra el “Dadme doblones y os daré blasones”-.
Es este un punto más a favor de la novela pues el lector se siente
habitante del siglo XVI, paseando por las calles sevillanas. Entre todas
esas costumbres retratadas, el autor rescata una que me resulta peculiar y que aún llega a nuestros días. Se trata de la procesión de Impedidos y Enfermos de la citada parroquia de la O, una procesión que pretende llevar la Comunión a aquellas personas que, por incapacidad o enfermedad, no pueden acudir a la iglesia. Así, cada año, en uno de los domingos del mes de mayo, se cuela a través de las ventanas de mi casa, bien temprano, el tintinear de una campanita que anuncia la llegada de la procesión y sus discurrir bajo mis balcones.