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martes, 17 de octubre de 2023

FERNANDO FABIANI: ❝Tratar de perseguir la salud absoluta nos hace enfermar❞

Si mis cálculos son correctos y la memoria no me falla, me he sentado dos veces a conversar con Fernando Fabiani. Médico de familia, es un magnífico divulgador en temas sanitarios. En 2016 comenzó a publicar una serie de libros ilustrados centrados en los avatares que él, como médico de familia, vivía con los pacientes en su consulta. Con muchísimo humor, desmintió mitos, aclaró síntomas, compartió anécdotas, y siempre hizo hincapié en la relación médico-paciente. Ahora, tras tres libros en esta línea, Fabiani vuelve con una nueva publicación, La salud enferma (Aguilar). No aparta el humor totalmente, porque él considera que es el mejor vehículo para comunicar, y no le falta razón, pero sí se pone algo más serio para, a través de diez capítulos, centrarse en cuestiones que a todos nos atañen. 

Con su habitual y cercana forma de transmitir, Fabiani nos cuenta en este libro cosas muy interesantes, que te deben hacer reflexionar. ¿Por qué miras tus síntomas en internet? Lo que a ti te pasa, ¿es realmente una enfermedad? ¿Qué papel juega el médico de familia en la vida de sus pacientes? ¿Hasta qué extremo somos capaces de llegar? No puedes perderte lo que comenta sobre la cibercondria, o sobre el nutricionismo (que no es lo mismo que la nutrición), o la  dismorfia del selfie,... Fabiani te abre los ojos y te ayuda en cuestiones tan importantes y serias como nuestra salud.

Hace unos días el autor encontró un hueco para promocionar y conversar sobre La salud enferma. Os dejo con nuestra conversación. Os recomiendo que, mejor que leer esta conversación, que la escuchéis porque vais a conectar con Fernando a otro nivel. 

Marisa G.- Fernando, nueva aventura relacionada con la salud, obviamente. Nos sigues hablando de la salud, porque es lo tuyo, pero no te apartas totalmente del humor. El libro tiene sus pildoritas.

Fernando F.- Sigo convencido de que el humor es una herramienta esencial para contar cosas importantes. Es un gran vehículo para que nos veamos reflejados y cuando uno se ve reflejado en algo, está en la situación ideal para corregirlo. Utilizo el humor como una forma de hacerlo más cercano y para que entiendas que cada uno de los capítulos están escritos también para ti. Por otra parte, el humor también me permite seducir al lector, que necesite saber cómo se resuelve esto o aquello que él también se ha encontrado. 

Es verdad que es un libro con menor carga de humor que los anteriores porque, aunque intento que no se pierda el tono durante todo el libro, hay momentos con datos, con mayor profundidad. Intento que entendamos el porqué de las recomendaciones con las que termino cada capítulo. Cada capítulo acaba con unos pequeños tips con los que puedes intentar sobrevivir, en tanto que nuestra sociedad va cambiando. 

M.G.- La salud enferma. Y la palabra enferma usada como adjetivo y como verbo.

F.F.- Sí, como las dos cosas. Sí, porque la salud absoluta que nuestra sociedad tiene asumida, esa salud absoluta, sin el menor sufrimiento, sin ningún tipo de patología, sin ningún dolor, sin ningún picor, es algo enfermo. Es decir, es un concepto erróneo porque eso no existe. Y como queramos pensar que existe, vamos a estar frustrados permanentemente, porque no nos vamos a sentir sanos. Esa salud, mal entendida, está enferma y, al mismo tiempo, tratar de perseguir la salud absoluta nos hace enfermar. Así que, sí, la palabra enferma como verbo y como adjetivo.

M.G.- El libro cuenta con una introducción que me ha parecido brutal. En esas primeras páginas lanzas unas reflexiones muy interesantes. Hablas de esta sociedad que idealiza el concepto de salud y también comentas que el sentimiento de enfermedad vende y no solo comercialmente, sino que también es un motor vital.

F.F.- Claro, porque resulta que nos atemorizan con poder enfermar. Te conviertes en Gollum. ¿Te acuerdas de El señor de los Anillos? Yo quiero un anillo pero tener ese anillo y, a la vez, sentir temor por perderlo hace que mi vida se vaya al traste. Yo tengo que tener salud para disfrutar de ella, pero no para protegerla con pánico a perderla ni perseguirla de manera obsesiva. Tenemos que disfrutar con hábitos saludables y, por supuesto, tengo que cuidarme. Pero mi único objetivo en la vida no puede ser intentar mantener una salud absoluta toda la vida. Eso es imposible. Porque si persigo la salud de manera obsesiva, lo que estoy haciendo es perderla. Lo digo tal cual. Perseguir la salud de manera obsesiva es la vía más rápida para perderla. Y en este conflicto vivimos todos en esta sociedad.

M.G.-Todas estas reflexiones me conducen a pensar que el hecho de estar enfermo no lo debemos magnificar, sino que es otra circunstancia más de la vida y punto.

F.F.- Claro. Es que la enfermedad convive con nosotros. Pero te voy a decir más, es que yo puedo tener enfermedades y sentirme sano. En este libro no abogo por estar sin enfermedades. Las enfermedades nos van a tocar antes o después, a unos más, a unos menos, a unos más duras de llevar, y a otros más leves. Pero enfermedades vamos a tener. Pero es que, incluso con enfermedades, te puedes sentir sano. Ese sí que es un concepto de salud que a mí me vale, porque esa es la salud de verdad.

Tengo un montón de pacientes que vienen a la consulta con enfermedades y se sienten sanos, y yo no me atrevería a llevarles la contraria. Yo convivo con mis circunstancias. Llámales circunstancias. Nosotros, como médicos, tenemos que decir si lo que siente el paciente es una enfermedad o no. Eso es problema nuestro. Pero cada paciente, y yo mismo como paciente porque también lo soy, tengo que convivir con mis circunstancias, que me limitan en unas cosas y me permiten hacer otras. Y con mis circunstancias, yo me puedo sentir sano.

M.G.- ¿Y para cuándo la Organización Mundial de la Salud va a cambiar esa definición que tiene sobre salud? Tú lo comentas en el libro. Con esa definición es imposible sentirse sano.


[OMS. La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social]


F.F.- Fíjate que a mí esa definición me genera un conflicto. Por una parte, me encanta que en la definición aparezca el concepto «mental y social». Porque la salud no es algo sólo físico y orgánico. Y esa definición es de los años 50. Que hace 75 años, para hablar de salud se incluyera también la salud mental y la  salud social, eso me parece un avance brutal a mediados del siglo XX. Sin embargo, en pleno siglo XXI, se sigue sin invertir en salud mental. Y la salud social está como está. Pero es verdad que decir que la salud es un estado de bienestar absoluto a todos los niveles físicos, sociales,... Ostras, esto no lo alcanza nadie. Como se dice en el libro, que siguiendo la definición de sano, lo que se dice sano, estaré en algún orgasmo y me dura muy poco. Porque el estado de pleno bienestar mental, social, físico,... Eso, ¿dónde se vende? ¡Eso es imposible! 

M.G.- En el libro recoge diez situaciones, en diez capítulos, para hablar de ciertas cuestiones. Vas constantemente poniendo ejemplos de tal manera que el lector se va a sentir muy integrado, como parte de lo que cuentas, un elemento importante. En fin, que todos esos ejemplos van a funcionar muy bien para empatizar con lo que narras en el libro.

F.F.- Sí. Me parece que eso te va a ayudar a entender. Si te dijera que en un capítulo te voy a explicar cómo se interpreta un análisis, seguramente no te interesaría. Pero claro, cuanto te cuento que estás en tu casa, que son las doce de la noche, que te llega un correo desde la aplicación de tu mutua de salud, para descargarte el análisis, y lo haces, y lo ves todo lleno de asteriscos, te empezarán a sudar hasta las pestañas. Ahí piensas que no estaría mal que supieras lo que significan esos asteriscos. Al final, el ejemplo, la descripción de la situación es para que entiendas que todas esas cosas nos afectan y para que prestes atención al capítulo.


[Si prefieres oír nuestra conversación, dale al play]


M.G.- Pues, te confieso que soy cibercóndrica. Se podría decir así, ¿no? Esto es un clásico. Esto de buscar nuestros síntomas y patologías en internet que, además, siempre nos remiten al mismo punto. Da igual lo que busquemos, siempre nos va llevar a lo peor. ¿Por qué insistimos en utilizar Google como nuestro primer médico cuando sabemos que eso es totalmente contraproduciente?

F.F.- Es inevitable que lo hagamos y de aquí a nada le preguntaremos a la inteligencia artificial. Ya se está haciendo. Fíjate cómo van cambiando las cosas. Pero yo creo que es natural, lógico y defendible el que la gente se informe. Desde el sector sanitario, ni desde ningún otro, el mensaje no puede ser que no miremos en internet. Informarse no puede ser malo. Otra cosa es que sepamos dónde nos estamos metiendo. Una vez que sabemos dónde nos estamos metiendo y miramos los resultados de una búsqueda, vamos a ver que aparecen 157.000 páginas. ¿En cuáles entras?

M.G.- En el primer o segundo resultado.

F.F.- Porque está estadísticamente estudiado que casi nadie llega a la segunda página de resultados. Sólo te fijas en los diez primeros y esos diez están ahí, ¿por qué? ¿Porque son los más fiables? No. Están ahí por el posicionamiento, por las técnicas de marketing y, a veces, por el patrocinio. Así que, cuidado. En segundo lugar, una vez que entro en la página que elijo, tengo que mirar qué tipo de página es. ¿Hay una institución detrás que me dé fiabilidad a esa información? ¿O hay un profesional detrás que me dé fiabilidad? Porque si es que no, lo mejor es que no lea nada. Y aún así, habiendo una institución fiable detrás, una vez que entre, tengo que leer la información con calma. Probablemente me encuentre una descripción de opciones, de probabilidades, donde inevitablemente hay un sesgo que tenemos todos. Y es, si yo leo en esa página muy fiable que hay nueve opciones que son muy buenas pero una es muy mala, la que va a captar mi atención es la mala. Pero no porque yo sea pesimista, sino porque es lo que temo. Y a las doce de la noche, cuando tú estás buscando tu síntoma en Google, en la soledad de tu habitación, y ves que hay una opción que es mala, es la que te hace sufrir, la que te hace perder la perspectiva. Si escuchas cascos, piensa en caballos, y no en cebras. Pues si tienes dolor de garganta a primera hora de la mañana, piensa en una faringitis, y no pienses en cosas más feas. Estos son los problemas de las búsquedas en internet. Tenemos que aprender a buscar en fuentes fiables y a mirarlo todo con calma.

M.G.- Y hablando de fuentes fiables o de fuentes no fiables, también tocas el tema de los influencers y de Instagram, donde se da mucha información. La gente se cree todo a pies juntillas. Eso es un peligro.

F.F.- Bueno, sobre el uso de redes sociales, hay una estadística a nivel nacional que demuestra que aproximadamente siete de cada diez personas que estamos en redes sociales seguimos a uno o varios influencer. Hasta aquí bien. El tema es que ese mismo estudio dice que le damos una alta credibilidad. Todo lo que nos dice esa persona, independientemente de a qué se dedique, nos lo creemos. Es decir, si tú sigues a un influencer porque explica rutinas de ejercicios pero mañana te recomienda que te tomes un complejo vitamínico, o que te pongas una crema para los granos, o que vayas a ver una película, le das la misma credibilidad a todo. Hay que distinguir. Yo sigo a muchos compañeros, gente que admiro, nutricionistas maravillosos y que son auténticos influencers. Si los sigues para asesorarte sobre nutrición, es de lo mejor que puedes hacer en tu vida para cuidar tu salud. O sea, no es un «no» a los influencers. Lo que tenemos que hacer es ser conscientes de que nos llega mucha información y que tenemos que poner ciertos filtros.

Hay una premisa que es muy sencilla. Si la misma persona que te orienta sobre tu salud, sea en redes sociales o en una página web, te está vendiendo un producto a la vez, ten cuidado porque hay cierto conflicto de interés.

M.G.- Las colaboraciones pagadas, que se llaman.

F.F.- Mucho cuidado con la publicidad encubierta. En ese caso, el problema no está en que consumas un producto, que ya tiene un coste para ti. El problema está en que las redes sociales te pueden hacer sentir enfermo y por eso terminas consumiendo el producto.

Me estás hablando de Instagram, una de las redes más utilizadas ahora mismo. Pues ya hay estudios que analizan cómo repercute Instagram a nuestra salud mental, sobre todo en los adolescentes, que son los que más la utilizan. Nos repercute a todos los niveles y disminuye nuestra autoestima, nos genera problemas de conciencia, de imagen corporal,... Los complejos que todos tenemos se ven ahora multiplicados por la visibilidad en las redes sociales. Incluso, está llegando gente a las clínicas de cirugía estética, no ya con la foto de una actriz famosa, sino con una foto propia a la que le ha aplicado un filtro. Eso tiene un nombre. Se llama dismorfia del selfie. Es decir, me he acostumbrado a verme con filtros, que me hace la cara más afilada, que me pone pequitas, que me pone la nariz más puntiaguda,... Y empiezo a identificarme más con mi imagen filtrada que con mi imagen real. Y tanto es así, que quiero parecerme a mi yo filtrado. Esto es una realidad y con esto no digo que no se utilicen las redes sociales. Yo soy un fan de las redes sociales, pero creo tenemos que ser conscientes de qué riesgos tiene para nuestra salud.

M.G.- Esto que me estás contando es espeluznante.

Bueno, también hay que tener en cuenta que hay cosas que consideramos enfermedades cuando no lo son.

F.F.- Sí, la no enfermedad o convertir en enfermedad lo que no es. A día de hoy fácilmente podemos ver que se habla mucho del síndrome pre-menopausia. Síndrome es una enfermedad y, que yo sepa, todas las mujeres, si viven lo suficiente y lo esperable, lo lógico es que, al igual que un día les vino la regla, otro día se les retire. Pero eso no es una enfermedad. Podrá tener molestias, incomodidades pero no es un síndrome. Pero eso no quiere decir que no merezca atención su circunstancia, pero no hay que hacerla sentir enferma. Simplemente es un proceso natural. ¿Acaso el envejecimiento es una enfermedad? ¿Por qué hay medicinas antiaging? Envejecer no es una enfermedad. Claro que, con 90 años te saldrán cositas porque no conozco a nadie de esa edad que se mueva como uno de 15. Nada de eso son enfermedades. Nos empeñamos en encontrarle un nombre a todo, buscar un diagnóstico a todo porque queremos cargar la mochila con diagnósticos, a medida que vamos cumpliendo años.

Ahora también nos enfrentamos a un problema de medicalización de la vida. Porque, ¿cuántos problemas que hoy día catalogamos como problemas mentales son simplemente la propia vida? El saco de la salud mental es muy grande y, por supuesto que requiere mucha atención, mucha inversión y recursos, pero cuidado porque, a veces, esos supuestos problemas de salud mental son sólo problemas sociales. Por ejemplo, pasar una mala racha económica y no llegar a final de mes; que la coordinadora de tu trabajo te tenga explotada; que una persona de tu familia esté enferma;... Todo eso hace que te angusties, que sufras, que no duermas, que estés intranquila, que no tengas apetito. Y si quieres buscar un diagnóstico a todo eso podemos hablar de trastorno de adaptación, de ansiedad, de insomnio,... Le podemos poner mil etiquetas. Pero lo que te pasa es una preocupación lógica por algo que te está ocurriendo. Y ese malestar, ese sufrimiento, no se arregla con pastillas ni con psicoterapia. 

Estoy cansado de escuchar eso de que el psicólogo le viene bien a todo el mundo. Mire usted, pues no. Afortunadamente no hay que ir al psicólogo a hacerse una ITV. Si llega un momento en el que me hace falta un psicólogo o una psicóloga, perfecto, porque hacen una labor estupenda. Pero eso de que todos tenemos que ir al psicólogo, pues no. Igual que no todos tenemos que ir al médico, o al fisioterapeuta. Y lo peor es que la búsqueda de un psicólogo responde a veces a algo perverso, a algo que te genera la sociedad. Porque alguien te dice que deberías saber gestionar lo que te está pasando. O sea, ¿me estás diciendo que tengo un montón de marrones en mi vida, que esto no hay quien se lo trague, que estoy pasando una racha terrible, y que el problema es mío porque no lo sé gestionar? ¿Que tengo que ir a un psicólogo para que me ayude a gestionar que mi jefe es para matarlo? Pues mira, menos psicólogo y más sindicato. Porque hay mucha gente con problemas laborales serios, que trabajan el doble de horas de las que cobran, en unas condiciones que no deberían ser, y que llegan a las consultas con ansiedad, con angustia, con fobias, con insomnio. ¿Y qué hacemos? Los mandamos a todos al psicólogo. Pero, a lo mejor, lo que habría que hacer es revisar la situación laboral de esa empresa. Esto es algo que me pasa mucho en la consulta. Pacientes que llevan un tiempo de baja por circunstancias insostenibles y me cuentan que en su empresa, la mitad de los trabajadores están igual. El problema está en que el sistema sanitario es el desagüe de todos los problemas sociales, a los que no se les da otra solución. Al final, a mucha gente, lo único que les queda es hablar con su médico de familia. Es una de las virtudes que tenemos. Ahí estamos para lo que necesiten pero, como médico, ves que se le está tratando de dar solución desde la salud a problemas que son sociales, problemas que no son puramente médicos. Pero para resolverlos de manera correcta hacen falta recursos.

M.G.- Y, al hilo de lo que comentas, de esas enfermedades que no lo son, también mencionas que solemos tener un nuevo síntoma cada cuatro días y hablas también de la hipervigilancia y nos propones que apliquemos el PTI. ¿Qué es eso?

F.F.- El PTI es maravilloso. A ver, seamos conscientes de que tenemos muchos síntomas. Aproximadamente, un adulto tiene un síntoma cada cuatro días, así que puede ser que, en una semana, te toquen dos. Habrá semanas que sean mejores y semanas que sean peores. Pequeños síntomas, pequeñas cositas. Pero, si a todos los síntomas les prestamos atención, no nos queda tiempo para vivir. O estamos atentos a los síntomas o vivimos, pero las dos cosas a la vez es muy difícil. ¿Y qué tenemos que hacer con los síntomas? Bueno, pues prestarles la atención justa y esto lo podemos ver de dos maneras. Una, como te propongo yo, con el PTI -paciencia y tolerancia a la incertidumbre-. Si te pincha la espalda, pues paciencia porque, a lo mejor, mañana ya no te pincha. Y mucha tolerancia a la incertidumbre porque, si te sigue pinchando y no sabes qué es, no te alteres. Hay que aprender a vivir con no saber exactamente la causa de todo. No tienes que saber al 100% el porqué de lo que te está pasando. 

Y luego, la otra manera es la de mi madre. Mi madre tiene cuatro hijos. Ella sabe lo que es tener hijos y criarlos. Algunas veces, cuando se enteraba de alguna trastada que hacían mis hermanos o yo, ella decía que una madre se da cuenta de todo pero no siempre se da por enterada. Eso es lo que podemos hacer también con los síntomas. Tú te vas a levantar por la mañana y vas a notar que te duele la garganta, que tienes un poco de mocos, que estás ronca,... De todo eso te vas a dar cuenta pero no te des por enterada, no le prestes atención. Hay que prestar atención únicamente cuando realmente se requiera porque el síntoma se vuelva más intenso, porque evidentemente tengas datos para pensar en gravedad, o porque se prolongue en el tiempo. Así que llamémosle PTI o llamémosle sabiduría materna, pero cualquiera de las dos creo que nos da la misma clave.

M.G.- En una parte del libro hablas de los niveles de atención arterial, que han ido variando con el tiempo. Ha pasado lo mismo con el umbral del colesterol. Antes era más alto y lo han bajado. ¿Por qué lo que hoy es normal, mañana no lo es?

F.F.- Te diría que no siempre hay la suficiente evidencia científica detrás de esos cambios. Y aquí, no lo olvidemos y no nos engañemos, hay un poder importante de la industria farmacéutica. Si yo mañana bajo diez puntos la cifra de colesterol normal, si digo que el límite es 220, pero mañana nos reunimos y decidimos que el límite es 200, al bajar 20 puntos, inmediatamente y de manera automática, he hecho que tenga el colesterol alto, millones de personas en el mundo, que ayer lo tenían normal. Todos los que ayer tenía 215 de colesterol y era normal, hoy lo tienen alto. Ostras, ¿acaba usted de crear millones de potenciales pacientes con colesterol alto? Sí. ¿Por qué? Porque he movido la rayita de la cifra normal. Y esto tendría sentido si gracias a esa modificación se toman medidas que realmente demuestran que van a mejorar tu salud, pero esas medidas no siempre están detrás. De hecho, hay guías que dan una cifra y guías que dan otra. Por lo tanto, hay que ser muy estricto con la aplicación de estas cosas, porque a veces pequeños cambios de parámetros crean legiones de pacientes por un cambio de paradigma. Y por eso hablo en el libro de muchas cosas, pero a los primeros a los que doy mucha caña es a nosotros mismos, a los médicos. No debemos de etiquetar de enfermos a personas que, a lo mejor, no lo son, porque eso tiene consecuencia a nivel de vivencia, a nivel de tratamiento, y hay que ser muy estrictos.

La hipertensión, en sí misma, no es una enfermedad. Es un factor de riesgo, pero la asumimos como enfermedad. ¿Qué significa factor de riesgo? Pues que tener la tensión alta y no se controla, aumenta el riesgo de que, con el paso de los años, tengas algunas complicaciones, como problemas cardíacos, problemas cerebrales,... Perfecto. Tengo que controlar la tensión para prevenir una enfermedad. O sea, estamos en una fase de prevención de enfermedad. Pero automáticamente asumimos que la hipertensión en una enfermedad, bailamos la cifra, y olvidamos cosas importantes. Pero si es que haciendo ejercicio, bajando de peso, y disminuyendo el consumo de alcohol, la tensión baja de media a dos puntos. No lo olvidemos.

M.G.- Otros capítulos interesantes del libro. Supermercados que parecen farmacias y farmacias que parecen supermercados. Y es verdad que, en estos establecimientos, nos llaman la atención ciertos productos que se suponen que mejoran nuestra salud y lo mismo, no es así.

F.F.- En un supermercado, todos los embalajes de los productos están orientados directamente a condicionar nuestra compra, por cuestiones de marketingNos hacen pensar en enfermedad, nos hacen pensar en prevenir enfermedad, o en aliviar una enfermedad. Y por lo tanto, al hacernos pensar en esto, condiciona nuestra elección. Por ejemplo, cuando tú quieres elegir un yogur, tú quieres un yogur y ya, pero ves que lo primero que te dice la industria es: ¿qué enfermedad quiere usted mejorar? ¿Usted quiere que el yogur le suba las defensas, le fortalezca los huesos, le baja el colesterol, le ayude a ir al baño? ¿Qué yogur quieres? Pues yo solo quería un yogur para comérmelo de postre, con una frutita. No, no, tienes que elegir una enfermedad para saber qué yogur elegir. Eso me parece perverso. Yo vengo a comprarme un yogur y ya está. Pues esa amenaza de la salud lleva a condicionarnos con algo preocupante. Y los mensajes intentan hacer aparentar como saludable un alimento que no lo es. Eso se consigue con los productos «con» y los productos «sin». Es decir, tú piensas que un producto es saludable por el hecho de que le hayan quitado o puesto algo.

Los nutricionistas lo dicen muy claro y lo explican muy bien. Ellos dicen que tenemos que tener cuidado con lo que se llama nutricionismo. Se trata de no ver el valor integral del alimento, sino de asumir que ese alimento es bueno o malo por un nutriente concreto. Eso no es así. Hay que mirar el conjunto. Si tú mañana quieres comprar una crema de cacao para untar, buscas una que no tenga aceite de palma. Y lo ponen en grande, «sin aceite de palma». Tú ves eso y piensas que esa crema es buenísima porque no lleva aceite de palma, algo que llevas escuchando que es muy malo.  ¿Y está bien que no lleve aceite de palma? Sí, muy bien. ¿Pero eso lo convierte en una opción saludable como merienda? Pues no, porque no lleva aceite de palma pero sí lleva otros ingredientes perjudiciales, azúcares, grasas saturadas,... ingredientes que no son recomendables tomar, salvo excepcionalmente. Aunque yo le quite un ingrediente, eso no convierte el alimento en saludable. 

Por otro lado, es que también, a veces, hay trampas. Por ejemplo, los productos sin azúcar. Lo ponen bien grande en la etiqueta. ¡Qué bien, sin azúcar! Pero claro, si le quitan el azúcar, el alimento se vuelve triste, así que le añadimos un montón de edulcorante y grasas. Por lo tanto, aunque ponga sin azúcar, no quiere decir que sea saludable. Por mucho que le quites, lo que realmente deberías quitar es la bollería industrial. Pero lo mismo pasa con el «con». Lo vemos en un montón de alimentos destinados para los niños. Esto me parece especialmente cruel porque esas madres, preocupadas por la salud de sus hijos, van al supermercado y empiezan a encontrarse productos no saludables como galletas, cereales de desayuno, bollería, con mensajes de «con cinco vitaminas e hierro». Y esa madre piensa que eso es buenísimo para su niño. Pero es que, por mucho que tú le añadas vitaminas a algo no saludable, va a seguir siendo no saludable. Las vitaminas están en la fruta. No hace falta que te las comas de un bollo. 

M.G.- Fernando, pero yo digo una cosa. Si hay productos que, por ejemplo, van destinados a bajar el colesterol y no lo bajan, ¿ahí nadie mete mano? ¿Las organizaciones sanitarias no hacen nada al respecto?

F.F.- Bueno, lo primero que debemos hacer es ser conscientes de que, para mejorar nuestra salud, no hace falta ningún producto con un logo. Hay que irse al mercado. Tú vas al mercado, vas a tu frutero de referencia, y le preguntas qué hay de temporada. Y te dice, pues la sandía, los melocotones, las uvas,... Y luego te vas a por verduras y lo mismo. Y de ahí, a la pescadería. Y luego a por legumbres,... Ahí está la esencia de la salud. Porque, cuando nos metemos en el mundo del etiquetado y los reclamos, debemos tener cuidado. Cuidado porque, además, hay mucha letra pequeña. De hecho, hay que coger una lupa, y los que tenemos cierta edad, ya ni eso. Se están poniendo de moda las app para leer etiquetas. Y está bien leer etiquetas pero si tenemos que leer muchas etiquetas, igual es que estamos comprando mucho producto etiquetado. 

En esto que te comento hay mucha estrategia. Por ejemplo, imagina que quieres añadir un micronutriente a un alimento, uno que ayude a mejorar nuestro sistema inmunitario. Imagínate que añado un 15% de vitamina B6, reconocida por instituciones europeas como necesaria para el normal funcionamiento del sistema inmunitario. Si hago eso, puedo poner en el embalaje que ese alimento ayuda al normal funcionamiento del sistema inmunitario. Y si hago un poquito más la trampa, digo que te suben las defensas. No es lo mismo, pero me escapo un poco de la normativa. Pero vamos, que vitamina B6 tiene un plátano y no le hace falta etiqueta. Así que, hecha la ley, hecha la trampa. Son afirmaciones legales, pero poco éticas.

M.G.- Cuentas muchas cosas interesantes en este libro, Fernando. Otra cuestión que me gusta que menciones, el pensamiento positivo. No puedes obligar a la gente a tener un pensamiento positivo simplemente porque no debes estar agobiado.

F.F.- Las tazas de desayuno lo aguantan todo. Y los sobres de azúcar, también. Esto es psicología barata que, en vez de ayudarte, lo que hace es que te sientas peor. Aunque si a ti te ayudan de manera natural, pues perfecto. Si eres un optimista patológico y todo lo malo eres capaz de verlo bueno, pero de manera innata, ¡ole, por ti! Pero, si no te sale, forzarlo no funciona.

M.G.- No funciona, no. Bueno, Fernando, lo dejamos aquí. Como siempre, un placer. Y nos vemos en el próximo.

F.F.- Por supuesto.


Sinopsis: Vivimos bombardeados por mensajes que nos hacen sentir enfermos. Todo lo que nos rodea nos insta a tomar medidas para mejorar nuestra salud, desde los relojes inteligentes, pasando por los anuncios de productos saludables -y no tanto- o los chequeos de salud hasta el propio buscador de Google, a quien consultamos sobre nuestros síntomas aun a riesgo de empeorarlo todo.

La enfermedad vende y, si el precio es que dejes de sentirte sano, lo vas a pagar. ¿Tienen esa capacidad? No lo dudes. La trampa es perfecta: una sociedad que idealiza la salud y, al mismo tiempo, te hace sentir enfermo. ¡Ahora vas y lo gestionas!

El doctor Fernando Fabiani alza la voz contra esta obsesión con la salud perfecta y nos invita a analizar cuánto de verdad y cuánto de negocio hay en cada uno de los mensajes, reclamos y recomendaciones que unos y otros nos aconsejan integrar en nuestro día a día con la excusa de mejorar nuestro bienestar.

¿Estás dispuesto a rebelarte? Tu salud va en ello. 


viernes, 25 de octubre de 2019

¿TE PUEDO HABLAR CLARO? de Fernando Fabiani

Resultado de imagen de te puedo hablar claro fernando fabiani
Editorial: Aguilar.
Fecha publicación: septiembre, 2017.
Precio: 15,90 €
Género: Humor.
Nº Páginas: 224 
Encuadernación: Flexibook con solapas.
ISBN: 9788403521278
[Disponible en eBook;
puedes empezar a leer aquí]



Autor


Fernando Fabiani. Sevilla 1975. Soy licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Sevilla y especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Trabajé en urgencias hospitalarias y desde hace 13 años lo hago en un centro de salud. Subido a las tablas de los escenarios desde hace 25 años, a partir de 2003 me hace cargo de la dirección artística de la compañía Los Síndrome y en 2017 dirijo a Manu Sánchez. Experto en coaching. Apasionado de la docencia y la comunicación, imparto cursos de cómo hacer presentaciones creativas y participo en congresos y eventos de ciencia y comunicación. Hago divulgación en redes y allí donde me dejen. Colaboro en la Cadena SER (Hoy por Hoy Sevilla) y Televisión Españols (Saber Vivir). Convencido del poder del humor como herramienta comunicativa. He publicado Vengo sin cita (Aguilar, 2016) y Vengo de urgencias (Aguilar, 2018). Amante del chocolate negro. Y de la vida. ¿Cambiamos el mundo?

Sinopsis

«¿Te puedo hablar claro?» es a la relación médico paciente lo que «tenemos que hablar» a las relaciones de pareja. No presagia nada bueno. Es una de esas preguntas que los médicos nunca deberíamos hacer en una consulta. Igual que otras como «¿y eso cómo ha llegado a ese sitio? », «¿es usted la mujer o la madre? » o «¿para qué sirve un piercing ahí?».

«¿Te puedo hablar claro?» es una pregunta necesaria antes de que abras el libro. Porque no trae buenas noticias. Ojear estas palabras puede ser ya un punto de no retorno. ¿Estás preparado para abrirlo? Puedes dejarlo cerrado y seguir siendo feliz creyendo en los cortes de digestión, evitando andar descalzo para no resfriarte, echando la cabeza para atrás cuando sangras por la nariz o pensando que si algo te pica es que está sanando. O por el contrario, puedes atreverte a leer estas páginas.

Pero, ¿te puedo hablar claro?, este es el libro que tu madre no quiere que leas porque va a tirar por tierra muchos de sus grandes dogmas sobre la salud; y su lectura puede acarrearte acaloradas discusiones con amigos e incluso puede hacer que te expulsen del grupo de wasap de padres del colegio...

Tras el éxito de Vengo sin Cita y Vengo de Urgencias, vuelve Fernando Fabiani (@FernandoFabiani), médico de familia, decidido a hablar claro a los pacientes. Y lo hace más directo que nunca y dispuesto a no dejar mito con cabeza utilizando para ello una herramienta infalible, el humor.

Abre este libro y... ¡que no te cuenten mitos!

[Información tomada directamente del ejemplar]


Pues parece que ya ha llegado el fresquito, ¿eh? Y claro, nos pilla desprevenidos, con sandalias de verano y sin sacar los jerseys. Esos que tienes metidos en fundas al vacío en el canapé de la cama, que cuando sacas la ropa de ahí, está hecha un higo y a ver quién es el guap@ que quita tanta arruga. Pero abrígate hombre, abrígate que vas a coger frío y te vas a resfriar. Ya sabes que, como no te cuides los catarros desde el primer momento, luego se te bajan al pecho y puedes pillar un principio de neumonía. Y en ese caso, solo hay dos caminos, o te hinchas a pastillas, alternando los antitérmicos bajo un férreo control horario o, en última instancia, te tienen que dar un pinchazo porque si no, no se te quita. Que yo creo que, a la larga, una buena inyección es lo mejor porque, con tanta pastilla, tanta pastilla, al final los medicamentos te dejan de hacer efecto. De todos modos, te aconsejo que te tomes todas las mañanas un botecito de esos que venden en los supermercados. Es como un batido riquísimo, que te ayuda cuando se bajan las defensas. Porque ya lo dicen las madres, más vale prevenir que curar. Y en esto de la prevención, es importante que sigas una serie de pautas. A saber, ni se te ocurra beber leche que ya no eres un bebé. Eso sí, tu zumito natural que no te falte en el desayuno. Aunque puestos a beber, no te olvides de tus dos litros de agua diarios. En las comidas principales, un buen vasito de vino es buenísimo para lo que tú tienes. Y si te sienta mal, pues ya te tomas luego un protector de estómago. En fin, que te cuides mucho...

Sí, cuídate mucho pero sin milongas. La sabiduría popular está llena de creencias que hemos ido heredando de padres a hijos. ¿A quién no le ha dicho su madre que una herida estaba curando porque nos picaba? Seguro que todos hemos escuchado eso alguna vez. Incluso se lo seguimos diciendo a los hijos. En cada casa, siempre ha habido un vademecum casero para todo, pero no todo lo que hemos escuchado desde pequeños es verdad.  Así que, después de Vengo sin cita y Vengo de urgencias, dos volúmenes con los que me lo pasé tremendamente bien, Fernando Fabiani regresa con ¿Te puedo hablar claro?, un libro que recoge una selección de muchos mitos que inundan el sector sanitario, y que han sido empleados por nuestras bisabuelas, nuestras abuelas y nuestras madres... Te garantizo que, con solo leer el índice del libro, te vas a sentir identificado y vas a empezar a reírte.

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Lo interesante de este libro no es solo que desmiente ciertas creencias sino que, Fabiani nos explica de dónde proceden, pues asegura que, detrás de cada mito, hay algo de verdad. A su vez, nos da algunos consejos (de los buenos) que nos pueden venir muy bien para esas dolencias habituales que solemos padecer, y nos aclara algunas cosas en las que todos hemos creído a pie juntillas. Porque dime tú, si después de un día de piscina, acabas con los ojos muy colorados, ¿a qué crees que se debe? Seguro que me contestas a que el agua tiene mucho cloro. Pues va a ser que no, fíjate tú. 

Por si esto fuera poco, también mete baza en la profesión sanitaria, alegando que, son los mismos profesionales de la medicina -entre los que él mismo se incluye- los que favorecen a la propagación de este tipo de mitos. En estas páginas, Fabiani desvela algunas cuestiones que, sinceramente, me han dejado muy sorprendida, y hay que reconocerle que ha hecho un ejercicio de honestidad, contándonos con sencillez, lo que podemos esperar o no de nuestro médico de familia, una persona a la que recurrimos para curar nuestros males, pero en la que también queremos encontrar ese apoyo moral que tanto necesitamos cuando nos encontramos mal. Me pareció muy acertado todo lo que Fabiani comentó en la entrevista (puedes leerla aquí). Realmente, hay una parte de empatía en la medicina que tiene un papel fundamental en nuestro proceso de curación.

Como ves, en ¿Te puedo hablar claro? hay capítulos realmente interesantes, en los que el autor nos cuenta cómo se producen los procesos febriles, cómo usar un baño público sin la angustia de que vamos a pillar allí toda clase de infecciones, la verdadera efectividad de los mucolíticos y lo innecesario que resulta comprarse todo tipo de producto que anuncian en la tele. ¿Te puedo hablar claro? es una guía con consejos básicos, escritas con el humor chispeante y fresco al que nos tiene acostumbrados Fernando Fabiani. Y como valor añadido, cuenta con las ilustraciones de David GJ, un complemento perfecto para todo lo que el autor quiere contarnos.

En definitiva, que si quieres pasar un buen rato y encima aprender un poco sobre algunos temas médicos, te aconsejo que le eches un ojo a ¿Te puedo hablar claro? Ya verás lo mucho que te ríes y lo mucho que aprendes.

¡Que no te cuenten mitos!







 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí:



jueves, 10 de octubre de 2019

FERNANDO FABIANI: 'Muchos de los mitos en salud proceden de los propios sanitarios'

Reírse es tan importante que la risa puede cambiarlo todo. Si te asomas a esa ventana que se llama Google, y buscas los beneficios de la risa, encuentras un montón de datos curiosos que te harán plantearte si, realmente, merece la pena pasarse el día con el ceño fruncido. Hay que reírse de las pequeñas cosas tanto como de las grandes, hay que reírse con los demás y de uno mismo, y hay que enfocar ciertos asuntos desde un punto de vista humorístico porque, de ese modo, todo se asimila mucho mejor. Es lo que lleva haciendo Fernando Fabiani desde que, en 2016, publicó su primer libro, Vengo sin cita. A aquel, le siguió Vengo de urgencias, conformando una especie de bilogía con la que disfruté una barbaridad. Ahora, Fernando pretende hablarnos claro y para ello ha reunido una serie de mitos y creencias que llevan conviviendo con nosotros desde casi los tiempos de Adán y Eva. No todo lo que nos han contado nuestras madres es verdad aunque, como nuestras madres que son, lo que ellas dicen va a misa. ¡Que ninguna se enfade! 

Marisa G.- "Vengo sin cita", "Vengo de urgencias" y ahora "¿Te puedo hablar claro?" Fernando, impresiona lo que da de sí el mundo sanitario.

Fernando F.- La salud lo es todo, y eso implica nuestro estilo de vida, nuestras creencias, nuestros miedos, nuestros hábitos,... No es que el mundo sanitario dé para unos cuantos libros, sino que da para una enciclopedia. De momento, y en este caso, me he querido centrar en algunos de los mitos más frecuentes o más extendidos que existen. Dudo mucho que alguien que se lea el índice no conozca algunas de estas creencias, bien porque las haya oído o porque crea en ellas. En esto de los mitos sanitarios hay mucha herencia, y todos hemos oído ciertas cosas en casa de nuestros padres o abuelos. 

M.G.- "¿Te puedo hablar claro?" sigue la misma pauta de los anteriores, hablarnos del mundo sanitario desde el humor. El humor siempre será el mejor medicamento, ¿verdad?

F.F.- Es el mejor medicamento, y además es un recurso único para contar cosas importantes. Si contáramos las cosas importantes con humor, nos iría mucho mejor como sociedad. El humor invita a la reflexión, desde un buen talante, sin acritud, pasando un buen rato. Así que, cuando alguien viene a desmontarte algo en lo que tú creías, a pie juntillas, la mejor forma de hacerlo es a través del humor porque, de otro modo, te puedes encontrar con la oposición del otro. Con humor, te va a resultar más fácil darte cuenta de la cantidad de cosas absurdas en las que crees o que vienes haciendo desde hace mucho tiempo. Sería una pena no usar más el humor. De hecho, nuestros políticos deberían usarlo con más frecuencia.

M.G.- Pues no sé yo si serían capaces. 

F.F.- Sí, claro que sí. Sería mucho más agradable. Menos acritud. Lo mismo, con algo de humor, igual hasta pactan, porque el humor genera un buen rollo, un buen ambiente, y uno está más abierto a encontrar puntos en común. Ojalá todos usáramos más y mejor el humor.

M.G.- "¿Te puedo hablar claro?" es un libro muy instructivo. Tiene un sentido práctico muy importante. Desmontas mitos pero también das explicaciones, aclaraciones y consejos.

F.F.- Desmontar el mito es la excusa para contarte qué hay de verdad debajo de la creencia, porque todos los mitos esconden algo de verdad. De otro modo, no se perpetuarían en el tiempo. Además, me sirve para darte la información apropiada y que entiendas, de forma fácil, algunas cuestiones que se esconden detrás de frases hechas. 

M.G.- Y dices que este es el libro que las madres no quieren que leamos. Pobres mías, van a perder toda su credibilidad y autoridad.

F.F.- Es que nos han ido contando cada cosa... Esa madre que lleva años diciéndote que tienes que guardar dos horas de digestión antes de bañarte. Ahora llegas tú y le dices que eso no es así. A tu madre no le va a hacer ni chispa de gracia, y seguramente dirá que el que ha escrito el libro no tiene ni idea. Lo ideal sería regalar el libro a las madres y leerlo con ellas. Eso tiene que ser la bomba.

M.G.- Cuentas muchas cosas que son creencias de hace mucho tiempo, pero también otras que son más actuales. Ahora está de moda que no tomemos leche. ¡Venga, boicot a la industria láctea! ¿A ti qué te parece esto?

F.F.- Pues en ese capítulo sí se le hace un homenaje a las madres. Antiguamente un vaso de leche lo arreglaba todo. Que no tenías ganas de cenar, vaso de leche y a la cama. Que tienes mal cuerpo, un vaso de leche. Que estás nervioso y no puedes dormir, vaso de leche caliente. El vasito de leche era un recurso infalible. Y ahora, ¡nada! ¡Que no podemos tomar leche! Y encima con argumentos peregrinos, como que somos el único animal que toma leche en la edad adulta. Pues claro, es que somos el único animal capaz de extraer leche para tomarlo en la edad adulta. Tú le pones leche a un gato adulto, se la toma y no le pasa nada. También somos el único animal que come paella, salmorejo,... Son argumentos con poco fundamento. Otra cosa es que no te guste la leche, que no la quieras tomar porque te siente mal pero, ¿malo? No es malo tomar leche.

M.G.- Es verdad que, al leer el índice, es fácil verse identificado. Por ejemplo, mi madre a veces tenía dolores en el costado y, según ella, eso se debía a que se le había separado la carne de las costillas.

F.F.- Hombre... Eso de las carnes despegadas del hueso, ¡eso es maravilloso! Pero es que, hay cuestiones complicadas de explicar o que el paciente entienda. El hombre llega a la consulta, con un dolor horroroso en el costado. No entiende que, a pesar de no tener nada roto, le duela tanto y encima tarde tanto tiempo en quitarse el dolor. Que sí, que es normal que te duela tanto y el dolor te dure tres semanas, aunque no tengas una costilla rota. Y alguna vez alguien, no sé si fue un sanitario espabilado o un paciente que sacó su propia interpretación, dijo que ese dolor se debía a que se te había separado la carne del hueso y esto se extendió como la pólvora. Es una manera de encontrar sentido a tu dolor.

M.G.- Verás, es que esa frase es maravillosa. Con el dolor que llevas, te crees cualquier cosa con tal de sentir algo de alivio. 

F.F.- Exacto, y como sé lo que me pasa, el dolor ya no me da miedo. Tiene ese fondo de realidad, pero hay que aclarar que la carne no se separa del hueso, no se despega y, aún así, ¡ojo! te va a doler tres semanas. Una cosa no quita la otra.

M.G.- Ahora que mencionas a los sanitarios espabilados, en este libro le  das caña a los profesionales de tu sector. Mucho tirón de orejas veo aquí.

F.F.- ¡Claro! Muchos de los mitos en salud proceden de los propios sanitarios. Somos nosotros mismos los que los potenciamos porque le encontramos rédito. Al final, me es más fácil decirle a un paciente que se le ha despegado las carnes del hueso que tirarme tres minutos explicándole que, aunque la costilla no esté rota, le va a doler mucho tiempo, debido a la enervación de esa zona, etc, etc,... Somos los mismos sanitarios los que usamos estas frases hechas que no son ciertas, pero simplifican nuestro trabajo. Así que, hay que hacer autocrítica, algo que no debemos perder nunca. En estos casos, el humor también es muy útil, hay que reírse de uno mismo y, por supuesto, de todos mis compañeros y de mí primero (Risas)

M.G.- Y ellos, tus compañeros, ¿cómo se toman estos libros?

F.F.- Les encanta. Al menos, nadie me ha dicho lo contrario. Muchos me dicen que les gusta ver estas cosas por escrito así, con sencillez y humor. Algunos hasta se lo recomiendan a sus pacientes porque, en el fondo, entienden que hay que buscar esta otra forma de contar las cosas.

M.G.- Pues lo mismo, la Seguridad Social debería de prescribir menos medicamentos y más libros de este tipo.

F.F.- Pues sí, sería interesante tenerlos hasta en la consulta, aunque suene a autopromoción. Tener una pequeña biblioteca, con libros así, que se puedan prestar por un tiempo e ir pasándolos de paciente a paciente. En serio, deberíamos explorar otros caminos. No sé si la mejoría estaría en tener una biblioteca con títulos desenfadados, pero tenemos que llegar de otra forma al paciente. Con los vehículos que tenemos hasta ahora, está demostrado que llegamos a donde llegamos, pero lo cierto es que la sociedad sigue sintiéndose muy enferma, está muy medicalizada. Así que tenemos que inventarnos fórmulas nuevas. Creo que el humor es una de las claves.




M.G. Algo curioso que mencionas en el libro. "Gran parte de lo que hacemos los médicos hoy en día es el sana, sana, culito de rana". A mí me has dejado a cuadros con esta afirmación.

F.F.- Es que esto ya lo dijo Voltaire. El médico entretiene al paciente, mientras la naturaleza actúa. La inmensa mayoría de los procesos se curan solos. Nosotros curamos cuatro cosas mal contadas, una infección con un antibiótico concreto, una cirugía, y poco más... Las pequeñas lumbalgias, los catarros, cualquier infección por un virus habitual, los dolores de garganta,... todas esas pequeñas dolencias se curan solas. Y si hablamos de la esfera anímica, ni te cuento. Los médicos no debemos renunciar a ese papel del curandero, no tan científico sino de acompañamiento, que el paciente sienta que lo entiendes, que estás a su lado mientras dura el proceso, que lo escuchas.

M.G.- Es decir, que funciona más el apoyo moral que la propia medicina.

F.F.- Claro. De hecho, muchos pacientes salen de la consulta diciendo que se encuentran mejor con solo contar a su médico lo que les ocurre. El rito de ir a contárselo a alguien, y que esa persona te escuche, te entienda, te toque, te explore,... eso genera mucha tranquilidad. Y conste que sales de la consulta con el mismo dolor, pero lo llevas distinto, lo llevas mejor, sales más relajado porque se lo has contado a otra persona y te ha dicho que no te debes de preocupar. Por eso siempre digo, y lo dije ya en el primer libro, que es muy importante que tu médico de familia te mire a los ojos, con todo lo que eso significa, que te entienda, que tú sepas que se preocupa por ti. Es una parte que no podemos perder. 

M.G.- Pero eso está en la persona, Fernando, porque en la facultad no creo que se toque la empatía en el papel de médico.

F.F.- Se debería tocar. La empatía debe existir en cualquier persona que trate con otras personas. Si hablamos de la rama sanitaria, más aún, y si hablamos de un médico de familia, más todavía. Cualquier médico, enfermero,... debería ser muy empático. No se da mucha formación con respecto a esto en la facultad, ojalá  fuera de otro modo, pero son cosas que uno debería trabajar por sí mismo. La gente no va al médico buscando a un gran tecnólogo. Quieren que seas científico, que le apliques la ciencia, pero al mismo tiempo quieren a una persona con la que comunicarse y sentirse entendido. 

M.G.- Totalmente de acuerdo porque hay cada médico que... Más cosas interesantes de las que hablas en el libro y son muy llamativas. Recomiendas comer fruta antes que beber su zumo. Yo juraría que es lo mismo.

F.F.- Esto es algo que he aprendido de nutricionistas, que llevan un tiempo haciendo una labor de divulgación espectacular.

M.G.- Como Aitor Sánchez.

F.F.- Efectivamente, como Aitor, gran amigo. Y es que la formación de los sanitarios en nutrición, también deja mucho que desear. Lo de los zumos es tal y como te lo cuento. Está demostrado que la gente que toma zumo de frutas naturales, habitualmente tienen mayor cantidad de caries. ¿Por qué? Pues porque los zumos tienen más azúcares libres y engordan más, y encima le estás quitando la fibra. Así que la pieza de fruta entera es estupenda y el zumo de la fruta no es tan deseable. 

M.G.- Tomamos nota. Y otra cuestión, has cambiado de ilustrador en este libro.

F.F.- Sí, con Laura o Po8ladas, el trabajo fue algo maravilloso, imprescindible en mis dos primeros libros. Sin embargo, este tercer libro no es una continuación de aquellos, es otra cosa distinta y me parecía que, a nivel de diseño, tenía que tener algún cambio también. Contacté con David, ilustrador de algunos de los juegos de mesa con los que disfruto con mis niñas en familia, y descubrí a un chaval de un talento espectacular, que ha puesto imágenes y ha dado color a mis palabras. Ha sido un trabajo muy creativo, muy codo con codo, nos hemos reunido varias veces y ha sido un proceso muy bonito.

M.G.- ¿La lista de los mitos que has elegido para este volumen está muy pensada? ¿Cómo ha sido la criba?

F.F.- La mayoría los había abordado con anterioridad, y de forma más breve, en algún vídeo que comparto por redes sociales. Son temas que se repiten con mucha frecuencia. Pero hice una selección con los más conocidos. Desde luego, hay muchos más mitos que se han quedado en el tintero, y ya veremos si hay que abordarlos. Al final, son cosas que surgen en las conversaciones con amigos, que escuchas en televisión, que ves en un reportaje, que escuchas en la consulta, ¡o que le escuchas a tu madre!

M.G.- Cuando hablamos sobre tu primer libro, te comenté lo ajetreada que era tu vida y lo difícil que me resultaba que sacaras tiempo para todo. No solo eres médico sino que haces teatro, diriges obras, grabas vídeos, colaboras en radio, en la tele... Entonces me decías que dormías poco y le robabas tiempo a tu familia. ¿Sigue la cosa igual?

F.F.- No duermo mucho aunque duermo, y cada vez robo menos tiempo a mi familia porque creo que es una prioridad fundamental. Las ocasiones en las que coinciden más actividades de la cuenta, y tengo que robar tiempo para estar en casa, entonces deja de compensarme. Lo que intento es organizarme aún mejor que antes, para que todas estas actividades no me roben lo que es para mí lo más importante, el tiempo en familia.

M.G.- Pero los días tienen veinticuatro horas...

F.F.- Sí, pero el año tiene trescientos sesenta y cinco días. La organización no puede ser solo diaria sino también anual. Si me pongo a escribir, sé que tengo que dedicar ciertos meses a escribir, únicamente. Si tengo un estreno de teatro y tengo que ensayar, no programo otras cosas. Si organizas la agenda anual, intentas cuadrar el resto. Ahora mismo, colaborando en Televisión Española, tengo claro cuáles son los días de grabación, pues esos días no pongo nada más. También soy más cauto ahora a la hora de cerrar compromisos a seis meses vista. De todos modos, cuando uno hace cosas que le gustan, encuentra el tiempo, aunque tengas que dormir una hora menos.

M.G.- ¿Y sigues ejerciendo de médico de familia?

F.F.- Sigo, sigo... Mi actividad laboral fundamental es pasar consulta diariamente y además es de lo que vivo. Todo lo demás son complementos y cosas que me gustan hacer, pero poco más.

M.G.- Y si hablamos de proyectos futuros, ¿qué me cuentas?

F.F.- En 2020, la compañía Síndrome Clown, que dirijo desde hace diecisiete años, cumple veinte años de permanencia. Estamos pensando en recuperar alguna obra que llevamos algún tiempo sin hacer, y buscando alguna forma de celebrarlo. Por otra parte, en breve, volveré a dirigir a Manu Sánchez en el nuevo espectáculo, y quiero seguir con esta aventura de divulgación en los medios de comunicación. Estoy muy contento con la confianza que ha depositado en mí Televisión Española, un privilegio poder utilizar la televisión pública para dar mensajes de salud sencillos y que puedan ayudar. Y también estoy muy feliz con mi colaboración en Cadena Ser. Y luego, bueno hay otros proyectos por ahí que espero que se concreten.

M.G.- ¡Tú te lo pasas pipa!

F.F.- Me lo paso fenomenal y creo que eso es fundamental 

M.G.- Pues yo me lo paso pipa también con tus libros y celebro mucho cada vez que publicas uno nuevo.

F.F.- Muchas gracias. Me alegro mucho.

M.G.- Fernando, lo dejamos aquí. Como siempre, un placer hablar contigo.

F.F.- Lo mismo digo.

Sinopsis: «¿Te puedo hablar claro?» es a la relación médico paciente lo que «tenemos que hablar» a las relaciones de pareja. No presagia nada bueno. Es una de esas preguntas que los médicos nunca deberíamos hacer en una consulta. Igual que otras como «¿y eso cómo ha llegado a ese sitio? », «¿es usted la mujer o la madre? » o «¿para qué sirve un piercing ahí?».

«¿Te puedo hablar claro?» es una pregunta necesaria antes de que abras el libro. Porque no trae buenas noticias. Ojear estas palabras puede ser ya un punto de no retorno. ¿Estás preparado para abrirlo? Puedes dejarlo cerrado y seguir siendo feliz creyendo en los cortes de digestión, evitando andar descalzo para no resfriarte, echando la cabeza para atrás cuando sangras por la nariz o pensando que si algo te pica es que está sanando. O por el contrario, puedes atreverte a leer estas páginas. 

Pero, ¿te puedo hablar claro?, este es el libro que tu madre no quiere que leas porque va a tirar por tierra muchos de sus grandes dogmas sobre la salud; y su lectura puede acarrearte acaloradas discusiones con amigos e incluso puede hacer que te expulsen del grupo de wasap de padres del colegio... 

Tras el éxito de Vengo sin Cita y Vengo de Urgencias, vuelve Fernando Fabiani (@FernandoFabiani), médico de familia, decidido a hablar claro a los pacientes. Y lo hace más directo que nunca y dispuesto a no dejar mito con cabeza utilizando para ello una herramienta infalible, el humor.

Puedes empezar a leer aquí



lunes, 28 de mayo de 2018

VENGO DE URGENCIAS. HE VISTO URGENCIAS QUE NO CREERÍAIS de Fernando Fabiani

megustaleer - Vengo de urgencias - Fernando Fabiani
Editorial: Aguilar.
Fecha publicación: mayo, 2018.
Precio: 16,90 €
Género: Humor.
Nº Páginas: 216
Encuadernación: Tapa blanda con solapa.
ISBN: 9788403518728
[Disponible en eBook;
puedes empezar a leer aquí]



Autores

Fernando Fabiani (Sevilla,1975) es licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Sevilla y especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Trabajó en urgencias hospitalarias y, desde hace 12 años en un centro de salud. Subido a las tablas de los escenarios desde hace 25 años, a partir de 2003 se hace cargo de la dirección artística de la compañía Síndrome Clown y en 2017 dirigió a Manu Sánchez en El Buen dictador. Experto en coaching. Apasionado de la docencia y la comunicación, imparte cursos de cómo hacer presentaciones creativas y participa en congresos y eventos de ciencia y comunicación. Convencido del poder del humor como herramienta comunicativa. En 2016 publicó Vengo sin cita (Aguilar). Vengo de urgencias (Aguilar, 2018) es su segundo libro. Amante del chocolate negro. Y de la vida. ¿Cambiamos el mundo?

Laura Santolaya del Burgo (Pamplona, 1982) es licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad de Navarra. Ha desarrollado su formación en el mundo de la comunicación, el marketing y la publicidad. En 2008 comenzó su blog Prohibido escuchar canciones ñoñas en el que dio vida a P8ladas (Pocholadas), su álter ego. En 2013 fue seleccionada por el diario El País en su sección "Se busca talento" y en marzo de 2014 publicó su primer libro Los lunes me odian. Desde entonces ha publicado sus viñetas como humorista gráfica en varios medios online y realizado diferentes campañas de publicidad. Su sueño es trabajar en pijama y que sus dibujos sean tan conocidos como los sanfermines

Sinopsis


¿Sabes que si alguna vez ha dixho "vengo de urgencias" es muy probable que no lo fuera?

¿Sabes que si alguna vez has dicho «vengo de urgencias» es muy probable que no lo fuera? ¿Qué pasa cuando rompes aguas pero no es cosa del fontanero? ¿Por qué odiamos tanto los mocos si luego nos encantan los caracoles? ¿Es posible que alguien vaya a urgencias de un hospital por un tirón de pelos? ¿Sabes por qué ahora que todo es light estamos más gordos que nunca? ¿Tiene tanto peligro una tensión descompensada? Y sobre todo... ¿Puede matarte la burbuja de aire del suero?

Teodoro Jarcia, Teo para los amigos, es médico de familia. Para el doctor Teo no es fácil ser médico en la actualidad, pero lo sobrelleva como puede. Y como la mayoría de los médicos de nuestro país, está obligado a hacer guardias...

Fernando Fabiani, @FernandoFabiani, médico de profesión, construye un relato sobre divertidas y sorprendentes anécdotas del mundo de la medicina, de las guardias y la consulta diaria. Tras el éxito de Vengo sin cita, vuelve para hablar sin pelos en la lengua y con mucho humor de la verdad que esconden las consultas y las urgencias, abordando grandes temas de salud de modo sencillo y divertido. Vengo de urgencias hará las delicias de los sanitarios pero sobretodo enseñará y divertirá a pacientes... vayan o no de urgencias.¿Qué pasa cuando rompes aguas pero no es cosa del fontanero?

[Información tomada directamente del ejemplar]



¡Cuánta razón hay en ese dicho popular que dice que el humor es la mejor medicina! La vida a veces te hace la gran puñeta, colocándote en el ojo del huracán que ríete tú de los que arrasan el Caribe. Y así ando yo estos días, envuelta en una sinrazón y tratando de esquivar balonazos en forma de problemas que solo me producen ansiedad y taquicardias. Sobra decir que todos los pelotazos me dan de lleno. En circunstancias como esta, la lectura siempre es un buen antídoto pero claro, no te vas a enfrentar a un drama novelístico de los que exprimen el corazón. Eso rozaría ya el masoquismo. Es mucho mejor adentrarte en una lectura liviana que te arranque una sonrisa, que te haga olvidar los problemas aunque solo sean por un rato. Y ahí estaba él de nuevo, Fernando Fabiani, el médico, el actor, el director artístico, el escritor e incluso el youtuber. O me sobran roles o sus días tienen más horas que los míos. 


A Fabiani lo conocí en 2016 cuando publicó su primer trabajo, Vengo sin cita (puedes leer la reseña aquí). Me lo pasé pipa leyendo aquel compendio de anécdotas y curiosidades que había vivido en sus años de profesión, y como el ser humano es un pozo sin fondo de insólitos aconteceres, el autor repite fórmula y a mí no ha podido llegarme este ejemplar en mejor momento. El tratamiento ha sido infalible. Vale que no habrá eliminado mis tropecientos problemas de un plumazo pero al menos ha conseguido que sonría. 

En Vengo de urgencias, el lector vuelve a encontrarse con el médico de familia Teodoro Jarcia, (Teo para los amigos), el alter ego de Fabiani, y encargado de contarnos todo tipo de vivencias. Si en Vengo sin cita, se recogían las anécdotas que se producían en el interior de la consulta de un centro de salud, en esa relación especial entre médico y paciente, este nuevo volumen está más enfocado a lo que son las urgencias sanitarias y sobre eso, nuestro querido narrador tiene experiencias muy prematuras, no en balde, su propio nacimiento fue una auténtica urgencia provocado por un empacho de melón de su madre, esa madre que, en esta ocasión se atreve a hacer de prologuista, poniendo los puntos sobre las íes.

De este modo, y a lo largo de dieciocho capítulos, algunos de los cuales están dividido en secciones, se nos va contando todo tipo de disparates sobre cuestiones del gremio como por ejemplo, las peculiaridades de las guardias, tan incongruente como que un médico se puede pasar curando enfermos 24 horas pero un camionero no puede conducir más de 10 -curiosa reflexión-, las comidas en las cafeterías del hospital, lo que se debe considerar urgencia y lo que no, la lata que dan algunos acompañantes de enfermos en la sala de espera de urgencias, la diabetes o la naturaleza de los 'cuerpos extraños'.  Sin duda es un libro con el que te lo pasarás genial porque se rompen muchos mitos y todo se enfoca con un magnífico sentido del humor. 

Me reído lo indecible con algunas cuestiones como por ejemplo lo que nos cuenta sobre los catering que organizan las cenas de Nochebuena y Nochevieja en los hospitales. Pensar que en estas dos fechas te toca estar en un hospital, ya sea como paciente o como sanitario, es muy deprimente pero más lo es aún saber qué tipo de comida te ponen esos días. Y fantástico también es el capítulo en el que se narra lo complicado que a veces resulta ser una persona normal de vacaciones cuando eres médico de profesión porque claro, surgen pacientes con mil dolencias como champiñones mientras uno está a la orillita del mar. Pero si hay que reírse de verdad, lo conseguirás sin duda con la sección @dijoelpaciente en la que se recogen un montón de aportaciones espontáneas y naturales de los pacientes que intentan explicar su síntomas y malestares. ¡Fa-bu-lo-so!

En cualquier caso, y a diferencia del volumen anterior, Vengo de urgencia me ha parecido en alguna ocasión como esa enciclopedia médica de consulta en la que, con un lenguaje llano y unos ejemplos claros, puedes encontrar la respuesta a muchas preguntas. En este sentido se abordan cuestiones como el embarazo con todo lo que eso implica -pruebas, citas y medicación-, o la diferencia entre un catarro y la gripe o todo lo relativo a la tensión arterial. Pero si hay algo que me ha llamado la atención es el capítulo sobre la automedicación. En este apartado, nuestro Teo Jarcia nos informa con lógica sobre en qué situaciones hay que automedicarse y cómo. ¡Por fin, algo de cordura!

El libro vuelve a estar ilustrado por la mano de P8ladas, o lo que es lo mismo, Laura Santolaya del Burgo. Ella es la encargada de representar de manera gráfica algunas de las escenas que se recogen en los distintos capítulos, siempre con un estilo muy definido y colorista. A su vez, este volumen cuenta con larguísimas notas al pie que son muy aclaratorias e informativas. Y por último se aportan dos anexos, uno que explica a la perfección cómo medirse la tensión arterial en casa y otro que resulta ser un monográfico sobre las siglas que se utilizan en los informes médicos y que arroja algo de luz a ese galimatías de letras que no entiende ni Dios.

Pone la nota final un divertido epílogo de la mano de Manu Sánchez, el broche perfecto para un libro que ha conseguido que me evada de mi realidad por unas horas, así que, gracias Teodoro Jarcia, gracias Manu Sánchez, gracias Fernando Fabiani y gracias también a la madre del autor. Más risas y más humor, por favor.  

Muy recomendable en esos días en los que una nube gris se asienta sobre tu cabeza. 







 
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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