martes, 13 de febrero de 2024

SALVADOR S. MOLINA: ❝Escribir un guion es como hacer una fotografía y escribir un libro es como pintar un cuadro❞

Confieso que cuando vi este libro por primera vez sentí una curiosidad inmensa. Esa cubierta, con ese chico en pose desafiante, y el título, El mal hijo, llamaron mi atención. Sobre su autor, Salvador S. Molina, no había oído nunca nada, aunque mis ojos habrán pasado por su nombre más de una vez. Y es que, Salvador S. Molina es guionista de cine y televisión, y está detrás de películas como Malasaña 32, El verano que vivimos, La fortaleza o 13 exorcismos. Todas las he visto. Algunas me han gustado más que otras. Incluso, algunas han pasado por este espacio. Pero Molina es también dramaturgo, y ahora se adentra en el mundo de la literatura con esta novela inspirada en una anécdota ocurrida en su familia. Os cuento brevemente la trama de la novela para que os hagáis una idea. 

Rubén es un niño de once años que vive con su abuela paterna, la Pascuala, una mujer fuerte, que trata de solventar sus problemas como mejor sabe. Su madre ha cedido el hijo a la abuela a cambio de dinero. Es de raza gitana por lo que el niño medio lo es también. Sobre su padre, el niño apenas sabe nada. Para él es un fantasma, alguien que ha desaparecido de su vida. ¿Dónde ha ido? La sinopsis no lo menciona pero el autor sí lo desvela en esta entrevista, así que, os lo voy a adelantar. La Pascuala tiene encerrado a su hijo, el padre de Rubén, para alejarlo del mundo de las drogas. 

La acción transcurre en Alhama de Murcia, el pueblo natal de Salvador S. Molina. En un escenario tan pequeño, Rubén tendrá que madurar a pasos agigantados. Os dejo con la entrevista.

Marisa. G.- Salva o Salvador, ¿cómo te llamo?

Salva M.- Salva. Salvador me llama mi padre cuando se enfada.

M.G.- Pues, entonces, yo te llamo Salva. Es un placer tenerte aquí en Sevilla, conocerte, y conversar contigo sobre tu primera novela, El mal hijo. Pero antes de hablar del libro en sí, me gustaría preguntarte algo sobre ti. Eres dramaturgo, guionista de cine y televisión, y ahora te metes de lleno a novelista. Me gustaría saber, ¿qué te empuja a meterte en literatura?

S.M.- Antes de escribir guiones y ficción de largometraje, empecé escribiendo narrativa. De pequeño escribía novelas o cómics que a mí me hubiese gustado leer. El guion vino mucho después. Pero es cierto que profesionalmente he podido estrenarme antes en guion que en novela. Tenía muchas ganas de encontrar una historia que publicar y bueno, ha llegado con El mal hijo.

M.G.- Este ha sido tu estreno. Escribir guion y escribir novela, ¿se parece en algo? ¿Es diferente? 

S.M.- No tiene nada que ver. Escribir un guion es como hacer una fotografía y escribir un libro es como pintar un cuadro. En un guion siempre tienes que ser muy concreto. Es todo mucho más estricto. Al fin y al cabo, estás escribiendo un manual de instrucciones para que otro lo coja y lo ponga en marcha. Y una novela, no. En una novela cabe todo. Puedes introducir cambios de estilo, puedes darle el formato que te dé la gana, puedes combinar diálogos,... Es muy libre y mucho más divertido. Escribir narrativa me recuerda por qué empecé a escribir, porque para mí es un juego. Sin embargo, cuando escribo guiones siento que estoy trabajando. Creo que es guay que sienta esa diferencia.

M.G.- Como lectora, hay algo que me gusta especialmente, y es que encontrarme con una novela inspirada en una historia real o que tenga un trasfondo real. Ese es el caso de El mal hijo, que nace por algo que tú escuchas.

S.M.- Eso es. El mal hijo nace de una historia familiar de la que me entero. El hijo de una mujer de mi familia tenía problemas muy graves de drogadicción. Ella estaba desesperada. Había intentado de todo para poner remedio y un día se le ocurrió encerrar a su hijo en una caseta. Lo tenía todo pensado y había comprado lo que le hacía falta. Pero otro familiar se enteró de sus planes y le paró los pies. De esto me entero muchos años después de aquel suceso. Me pareció fascinante y se me quedó en la cabeza. Hasta que algo me hizo preguntarme qué es lo que hubiese ocurrido si esa mujer llega a hacer esa locura o esta cosa tan hermosa.

M.G.- Sí, porque depende del punto de vista con que se mire. De hecho, es algo que se aprecia en la novela.

S.M.- Sí, y así surgió esta novela. No me gusta decirlo pero fue todo muy rápido. A partir de ese hecho empecé a meter otras historias que he vivido en mi familia, situaciones con amigos, o historias que me han contado vecinos. Lo que empezó siendo un «y si...», se acabó convirtiendo como en un cuenco, donde fui metiendo historias de mi pueblo.

Esta novela me ha servido para conocerme un poco más y conocer un poco más el lugar de donde vengo.

M.G.- En esta novela exploras el mundo familiar, en todas sus vertientes y con todas sus ramificaciones.

S.M.- Sí, porque se tocan las relaciones entre padre e hijo, entre nieto y abuela, con los primos. Incluso se tocan también las relaciones de amistad, a través del Pelo, el amigo de Rubén. Será igualmente un personaje muy importante porque lo ayudará a encontrar cierta luz. Son relaciones de amor, sin ser un amor romántico. Se establecen unos afectos que los personajes no tendrán al principio de la novela y que tanto necesitan. Creo que los irán encontrando a lo largo de la historia.

M.G.- Salva, esta novela, por la trama y por el enfoque, encajaría muy bien como película.

S.M.- Sí, perfectamente. Pero claro, eso no es decisión mía. Todo dependerá de si la novela va bien y alguien se interese. Podría ser una serie o incluso una obra de teatro porque, al fin y al cabo, toda la trama pivota sobre tres personajes.

M.G.- El protagonista será Rubén, un chico de once años, nacido de un matrimonio roto, con un padre con muchos problemas y una madre de etnia gitana. ¿Te costó trabajo meterte en la piel de este niño?

S.M.- Si te digo la verdad, no me lo planteé mucho. Soy una persona que, si me planteo mucho las dificultades, al final no me atrevo a hacerlas. 

Que Rubén fuese gitano es algo que me vino por cuestión familiar. Me apetecía poner ahí el foco de atención porque, de donde yo vengo, los gitanos son unos vecinos más. Fue saliendo solo. En Rubén hay mucho que es mío, pero también hay cosas de muchos de mis amigos y de mis primos, que también han pasado por situaciones más o menos parecidas. Así que fue más divertido que fácil. Si me lo hubiese puesto como un reto, si me hubiese propuesto que la voz del niño sonara verosímil, creo que no hubiese salido. 

M.G.- Pero, ¿cómo es Rubén? Porque es verdad que no lo tiene nada fácil.

S.M.- No, para nada. Rubén es un niño que se ha visto obligado a madurar de forma muy rápida. Los chavales como él, que vienen de un entorno muy jodido, tienen una madurez mayor que los chavales normales. Tienen que enfrentarse a situaciones para las que tienen que estar preparados porque, de otro modo, te comen. En la novela, vamos a ir viendo cómo Rubén se va transformando en adulto. Es un personaje digno, a pesar de venir de un entorno muy desfavorecido. A lo largo de la novela, irá comprendiendo cómo es su padre. Le hacía falta conocerlo. Y, sobre todo, va a averiguar lo que esperan de él. 

Estamos hablando de una novela con gente muy complicada, en la que hay drogas, pero también es una novela que tiene mucha luz. Al menos, intenté que tuviese mucha luz al final, sobre todo, para el personaje de Rubén, para que consiga ser feliz, sin que ser feliz signifique largarse del pueblo, estudiar una gran carrera, y alcanzar una meta muy grande. Él es feliz dándose cuenta de que tiene que ser la persona que él quiere ser y que tiene que seguir el camino que él quiere. En ese sentido, creo que acaba teniendo las cosas muy claras. Es como si fuese un adulto dentro del cuerpo de un niño.


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M.G.- Él observa mucho su entorno y reflexiona sobre el mismo. Y una de las cosas en las que se fija es que no hay fotografías suyas. No hay fotos de él.

S.M.- Es algo que extraña, ¿verdad? ¿Cómo no va a haber fotos de él? Pero si lo piensas, nosotros hemos nacido en un entorno donde había cámaras analógicas. Y las fotos se revelaban. Pero Rubén ha nacido en una época en la que las fotografías se suelen hacer con el teléfono móvil. Por tanto, viniendo de un entorno en el que los teléfonos móviles se pueden vender para conseguir otras cosas o que desaparecen con facilidad, las fotografías que tenías guardadas en dicho móvil también desaparecerán. Y más si se trata de una familia que se muda de casa muy rápido. Una familia un poco desastre, entre comillas. Rubén está muy preocupado porque no haya fotografías suyas porque a él le preocupa su futuro. No sabe nada del padre porque apenas ha visto fotografías suyas, y como tampoco las hay de sí mismo, teme convertirse en otro fantasma como su padre.

Me planteé la novela como si fuese un álbum de fotos. Cuando tú abres un álbum de fotos, las fotografías no están ordenadas de forma cronológica. Abres y, por ejemplo, ves una foto tuya de bebé. Luego ves una foto de tu padre en la mili. Y luego, una de la boda de tus padres. Es decir, no hay un orden. Por eso, la novela va y viene en el tiempo. Y por eso los capítulos son tan cortos porque son como instantáneas.

M.G.- Rubén acabará viviendo con la Pascuala, su abuela paterna. Las relaciones entre abuelos y nietos siempre me emocionan. ¿Cómo será en el caso de la novela?

S.M.- Al principio, Rubén y su abuela no se conocen mucho. En estos meses de verano que viven juntos, empezarán a descubrirse. Vuelvo a lo de los afectos que mencionaba antes. Al vivir juntos, creo que, por primera vez, encontrarán ese afecto que tanto necesitan. Rubén en su abuela y su abuela en él. Encuentran un apoyo.

La Pascuala, ella no solo encierra a su hijo para tratar de salvarlo, sino que también lo encierra con el objetivo de tener una segunda oportunidad con él. Ella sabe que no lo hizo bien cuando su hijo era niño. Ahora puede empezar a cuidarlo y, de algún modo, siente que con Rubén puede hacer lo mismo. Por eso, lo compra a su madre, entre comillas, porque cree que ella puede criarlo mejor.

Y para Rubén, estar con su abuela le sirve para conocer mejor a su familia paterna y saber cómo es su padre, su abuela,... Le sirve para darse cuenta de que quiere salir adelante. A raíz de lo que la abuela le muestra, a su padre encerrado, se empieza a hacer preguntas: ¿Estoy haciendo bien esto? ¿Quiero ser como mi padre? ¿Tengo que ser tan malo como mi padre? De alguna manera, la relación con su abuela le hace entender que puede evadir al destino y que puede seguir su propio camino.

M.G.- Creo que la Pascuala va a ser un personaje que va a levantar ampollas, entre comillas, en el lector. Hace ciertas cosas que son reprochables pero también hay que entender por qué las hace. Es decir, es un personaje con mucho trasfondo y el lector tendrá que aprender a conocerla.

S.M.- Eso es. Creo que los tres personajes principales tienen cosas que se les puede reprochar y cosas en las que los vamos a acompañar. Pero lo que he intentado es que los entendamos, que tratemos de comprender por qué hacen o que hacen. En el caso de la Pascuala, como te comentaba, no se trata solo de que ella busque una segunda oportunidad para enmendar los errores que ha cometido, sino que también sabe que ella es la única que puede ayudar al hijo, y la única manera que conoce es la que le han enseñado. La Pascuala refleja muy bien cómo son las mujeres murcianas. Son mujeres que han necesitado ayuda durante mucho tiempo y no se la han dado. Siempre están esperando algo. Hay quienes siguen esperando y quienes no, como la Pascuala. Ella sabe que es la única que puede salvar a su hijo, con sus propias normas. No va a confiar en ninguna institución. Así que hace lo que hace, sin plantearse si es correcto o no. Obviamente, para ella sí es correcto.

M.G.- ¿Y por qué la conviertes en hechicera? ¿Cómo se te ocurre decir, pues esta mujer que tenga esta cualidad?

S.M.- Bueno, en un pueblo es raro que no haya dos o tres mujeres que curen el mal de ojo, que curen males. Me parecía interesante el hecho de que esta mujer sea capaz de aliviar el dolor o curar a sus vecinos, y no sea capaz de curar a su propio hijo. Eso a ella le duele.

M.G.- La relación que mantiene Rubén con su abuela es muy distinta a la que mantiene con su abuelo. Digamos que el abuelo no ve con buenos ojos al niño.

S.M.- No porque el abuelo ve al nieto como una prolongación de su hijo. Cree que va a ser igual de piltrafa que él, que va a ser un sinvergüenza, que va a ser un desecho. Por eso lo trata así. Él cree que, como su hijo es así, pues su nieto será igual.

M.G.- De tal palo, tal astilla, ¿no?

S.M.- Exactamente, eso es. Por eso no quiere saber nada de él. Pero, por otro lado, creo que su actitud también tiene mucho que ver con el hecho de que Rubén sea gitano, o medio gitano. Todos esos prejuicios que hay sobre los gitanos, que si son unos ladrones o unos vagos.

M.G.- Estamos hablando del padre, de todos los problemas que tiene, de sus adicciones. Sin embargo, no parece que él se desentienda de su hijo. Él siempre ha querido lo mejor para su hijo.

S.M.- Sí, siempre.

M.G.- Hay como un contraste entre lo que la gente piensa del padre y lo que realmente el padre piensa del hijo.

S.M.- Lo fácil hubiese sido pintar a este padre como un desastre absoluto pero, en realidad, hace cosas buenas por el hijo. Intenta inculcarle el sacrificio del trabajo. Y sí que entra a robar en una casa, pero lo que roba es un libro para que el hijo lea. Lo mismo estoy hablando por hablar pero creo que todos los malos padres pueden dar una buena lección a sus hijos, de vez en cuando. En este caso, él lo hace a propósito. Sabe que es un padre desastroso pero intenta remediarlo de la mejor manera posible. Lo que ocurre es que no sabe hacerlo bien todo el tiempo.

M.G.- ¿Y por qué optas por no ponerle nombre al padre?

S.M.- Por lo que comentábamos antes, por el hecho de que es como un padre fantasma. Rubén lo ve como un fantasma. No hay casi rastro de él. El padre es un misterio que el niño irá descubriendo poco a poco. Pero bueno, también lo hago porque en los pueblos, como nos conocemos todos, a la gente se conoce por su apodo o por su adicción. Este es el alcohólico, este es el yonqui. Nunca conoces sus nombre reales. Siempre son el drogadicto, el puto yonqui, o el puto borracho. 

M.G.- La madre de Rubén es de etnia gitana. En tu pueblo, en Alhama de Murcia, los gitanos son unos vecinos más pero, ¿el hecho de introducir personajes gitanos se ha obligado a retratar el estilo de vida de los gitanos, sus costumbres, su forma de relacionarse?

M.G.- Lo estuve pensando mucho a la hora de escribir los capítulos que tenían relación con la madre y el tío. Pensé en intentar transmitir sus tradiciones, pero entonces comencé a sentir que no me estaba divirtiendo tanto. Lo veía más artificial y me estaba costando mucho más. No quise profundizar mucho porque la historia no va por ahí. Lo que me interesaba realmente era la relación entre la madre y el hijo, y para eso, no necesitaba una investigación dura. Al fin y al cabo, al menos en las relaciones que yo conozco entre chicos gitanos y payos, son relaciones normales. Quiero decir que se conocen en las fiestas, se acuestan, se pueden llegar a casar,... Hay quienes los rechazan, y quienes no. Me interesaba contar las relaciones más allá de las tradiciones.

M.G.- La madre cede el hijo a la abuela por un estipendio, por un dinero. ¿Cómo es esa madre? Porque claro, que la madre haga eso, no la deja en muy buen lugar.

S.M.- No, pero creo que ella lo hace, sabiendo que lo está haciendo en beneficio del hijo. Así lo planteé yo. Tú lees lo que hace la madre y puedes pensar que vaya tipa esta, que vende a su hijo por pasta. Pero, lo interesante es que el lector haga otra lectura. La madre sabe que si se va con la abuela, el niño puede salir adelante, entre comillas, mientras que si se queda con ella se va a convertir en un mal hijo. Obviamente es horrible porque estás vendiendo a tu hijo, pero en el fondo quiero creer que la madre lo hace por el bien de Rubén.

M.G.- ¿Y qué piensa el hijo al respecto?

S.M.- Creo que Rubén lo sabe. Aunque, lo que me preguntas no me lo he planteado. Es algo que estoy pensando ahora mismo. No sé muy bien qué piensa Rubén. Quiero creer que él perdona a su madre, entre comillas, al igual que perdona a su padre, porque sabe que sus padres dan hasta donde dan, y han cometido errores que son difíciles de perdonar. Quizá no los perdone pero sí sabe que, a veces, han hecho cosas por su bien. Junto a la abuela, él encuentra una estabilidad, un confort. Creo que es así. No lo sé. Eso ya lo decidirá cada lector.

M.G.- Tocas varios temas en la novela. La familia es una cuestión muy común en literatura, pero también abordas el tema de la adicción, por ejemplo. Cuéntanos un poco esos asuntos que vas tocando.

S.M.- ¿Sobre la adicción?

M.G.- Sobre todos los temas que tocas. El trasfondo de la novela.

S.M.- Fíjate, yo creo que la escritura se te revela con be y con uve. Quieres escribir sobre una cosa pero, al final, acabas derivando en lo que la literatura quiere y puedes encontrar un tema que no sabías que te interesaba. Como por ejemplo, la paternidad. Yo he sido padre hace muy poco. Cuando empecé a escribir esta novela no tenía pensado ser padre y ahora lo soy. De alguna manera, todo ese tema resuena en mí. Y ahora me pregunto que qué pensará mi hija de mí cuando sea un poco más mayor. ¿Querrá saber sobre mí? ¿Querrá ser igual que su padre? ¿O como su madre? Todos estos temas están aquí. Ahora me interesan mucho. Cuando empecé a escribir me interesaba hablar sobre las raíces y el tema del padre era algo que siempre me ha marcado mucho. No sé muy bien por qué pero, en todos los guiones que he escrito, siempre había algo con el padre. No sé explicarte muy bien qué me interesaba de eso exactamente. Pero ahora, siendo padre, sí creo que eso tiene que ver con un cierto miedo a no estar a la altura. 

Y luego, también está la cuestión de situar la trama en Alhama de Murcia. Siempre he querido que mi pueblo tuviese una novela. Reivindicar un poco la huerta murciana como escenario de ficción. Estoy cansado que todas las pelis se desarrollen en Madrid, Barcelona, Bilbao,...

M.G.- Pues te iba a preguntar por eso precisamente, por el escenario. Es verdad que casi todas las novelas ocurren en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla,... La tuya no solo ocurre en Murcia, sino más concretamente en un pueblo, en tu pueblo. En cierto modo, le rindes homenaje a tu tierra.

S.M.- Sí, claro. Muchos autores norteamericanos que me gustan, escriben sobre sus pueblos perdidos en Kentucky o en Ohio. Si este tío escribe sobre Kentucky, ¿por qué no voy a poder yo escribir sobre Murcia? En Murcia, hay temas muy interesantes y personajes muy quebrados. Me interesaba escribir sobre eso. Y lo que estoy escribiendo ahora también ocurre en Alhama, con personajes parecidos a los de esta novela. 

M.G.- A mí me parece fantástico que os centréis en escenarios que conocéis bien. ¿Y cómo está siendo el periplo de la promoción?

S.M.- Muy bien. Es súper bonito. Esto me está sirviendo para hablar sobre la novela y me dais cosas que yo nunca me había planteado. También es bonito ver que lo que escribes, interesa. Cuando eres guionista, estás como apartado porque hay mucha gente. Es un proceso muy largo. A los guionistas nos tienen un poco ahí, enjaulados. Creo que eso está cambiando pero todavía hay mucho por hacer. Pero con la novela está siendo todo un gozo. Y que siga.

M.G.- Y que siga y que te veamos con la próxima que estás escribiendo.

S.M.- Ojalá, ojalá.

M.G.- Bueno Salva, lo dejamos aquí. Te agradezco que hayas venido a Sevilla. Un placer.

S.M.- Gracias a ti.


Sinopsis: Basada en unos hechos reales que ocurrieron pero que, a la vez, nunca llegaron a suceder.

Es uno de los veranos más calurosos que se recuerdan en la huerta murciana. Una abuela y su nieto de once años atraviesan los campos infinitos de limoneros y paleras comidas por la cochinilla. Es allí donde ella quiere mostrarle algo que nadie más ha visto: en una vieja caseta de labriegos, la Pascuala tiene secuestrado a su propio hijo.

Cuando su padre desaparece, Rubén se muda a vivir con su abuela, a la que apenas conoce. Hasta entonces se ha criado con su madre, con su familia gitana; y es que Rubén tiene dos mitades, dos sangres.

Es en esos días interminables de calor, en Alhama de Murcia, un pueblo quemado por el sol y rodeado de inmigrantes que recogen las cosechas, donde el nieto descubre todo lo que nunca supo sobre su padre mientras deja atrás los últimos días que le quedan de niñez.

Solo entonces Rubén comprenderá hasta dónde está dispuesta a llegar una madre, una abuela, para cuidar de su familia.


1 comentario:

  1. Muy buena entrevista. No conocía al autor, así que gracias por dármelo a conocer. Interesante su libro.
    Besotes!!!

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